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La de Ucrania es una guerra extraña en la que aún se recoge la basura
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La de Ucrania es una guerra extraña en la que aún se recoge la basura

Ucrania es, probablemente, una de las guerras más extrañas de todas. A pocos metros de los lugares donde están cayendo las bombas rusas, la vida transcurre como en cualquier ciudad europea

Foto: Mercado en Odesa. (EFE/Stepan Franko)
Mercado en Odesa. (EFE/Stepan Franko)
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En algún lugar le escuché decir a Ramón Lobo —por aquel entonces todavía uno de los corresponsales de guerra estrellas del diario El País— que, de todas las películas bélicas, la que más se parece a la guerra de verdad es 'Apocalypse Now'. Se refería al carácter casi onírico que acompaña a los conflictos armados y a quienes los viven, que a menudo suelen verse envueltos en escenas surrealistas con personajes y situaciones inverosímiles, que hacen que uno se pregunte si lo que se está viviendo es real.

Y la de Ucrania es probablemente una de las guerras más extrañas de todas. De hecho, lo ha sido siempre. Por ejemplo, durante bastante tiempo tras el estallido del conflicto en el Donbás siguió siendo posible viajar a las zonas rebeldes en transporte público regular, en marcado contraste con las áreas totalmente vetadas de Afganistán —a no ser que uno quisiese convertirse en rehén, o algo peor, de los talibán— o la división en zonas bajo control de diferentes bandos y milicias en Siria e Irak, donde un mal encuentro en el 'checkpoint' equivocado podía salir muy caro.

Foto: El millonario ruso Roman Abramovich. (Reuters/Andrew Winning)

Esta semana he podido hablar con alguien que acaba de regresar de Ucrania y, de las cosas que relataba, la que más me ha sorprendido es que, a pocos metros de los lugares donde están cayendo las bombas rusas y a escasos kilómetros de donde han tenido lugar las masacres de civiles descubiertas en los últimos días, la vida transcurre como en cualquier ciudad europea. Es posible sacar dinero de los cajeros, la hostelería funciona con total normalidad y apenas hay interrupciones en el suministro de energía y comunicaciones. Mi contacto, de hecho, ha podido viajar por todo el país en tren, en horario regular y al mismo precio que antes de la invasión.

En parte, esto obedece a una decisión política, un intento deliberado de mantener la cotidianidad como manera de elevar la moral de la población. Las autoridades están haciendo un gran esfuerzo para recoger las basuras y reparar rápidamente las infraestructuras dañadas por los ataques rusos, y conversan con los comerciantes para tratar de mantener los precios estables, aprovechándose de la escasez derivada de la guerra, evitando así la inflación.

Foto: Un cartel en una manifestación en Alemania dice 'La maldición de Putin empezó en Siria'. (EFE/ Leonhard Simon)

Es cierto que en todo conflicto hay, además de los frentes, una retaguardia donde se trata de mantener la mayor normalidad posible y que Ucrania es, además, un país enorme. Pero esto sucede incluso en algunas de las ciudades más cercanas a la línea de combate, como Járkov. Y la sensación de poder tomarse un refresco en una cafetería de estilo europeo y rodeado de jóvenes vestidos a la última mientras al fondo resuenan las detonaciones de la artillería tiene sin duda ese componente alucinatorio al que nos referíamos al principio. En lugares como Kiev, además, lo peor parece haber pasado ya —al menos por ahora— y muchos desplazados y refugiados están haciendo planes para regresar.

Por supuesto, esta presunta normalidad salta por los aires ante los resultados de un bombardeo, al ver las imágenes de cadáveres maniatados y ejecutados a sangre fría, o al oír llorar a un niño que acaba de quedarse huérfano. La guerra sigue siendo la guerra, como nos ha recordado este viernes el bombardeo de la estación de tren de Kramatorsk, en el que, en el momento de escribir estas líneas, los muertos superan ya el medio centenar.

Es posible que ver los escombros de una explosión sobre el pavimento de ciudades occidentales, entre escaparates de tiendas y marquesinas de autobús con anuncios comerciales, haya ayudado a que empaticemos con unas víctimas que se parecen mucho a nosotros. Pero también hace que a muchos lo que está sucediendo les parezca un mal sueño.

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