La UE, perdida en el laberinto balcánico: un problema urgente postergado 'in aeternum'
La relación entre la Unión Europea y los Balcanes occidentales continúa enmarañada en las dinámicas heredadas tras la ruptura de Yugoslavia, sin una salida inmediata a la vista
El anterior presidente de Serbia, Boris Tadic, ha destacado siempre por ser un hombre moderado y comedido. Todavía está en el recuerdo el gran aplomo que mostró al perder las elecciones en 2012 y la rueda de prensa que dio contestando, uno por uno, a todos los medios. Sin embargo, hace dos semanas, en un debate televisado con la primera ministra, Ana Brnabic, perdió los nervios. En el típico intercambio de datos de este tipo de encuentros, Brnabic fue sacando papeles con gráficas sobre la evolución económica, entonces Tadic cogió uno, hizo un avión de papel y lo lanzó en el estudio. En otro momento, le dijo: "Nosotros hicimos las infraestructuras, el 70% os lo hemos dejado hecho y vosotros solo lo habéis acabado".
Inercia. Esa es la palabra que, de alguna manera, puede explicar la situación actual de una Serbia en la que Aleksandar Vucic ha vuelto a obtener una clara victoria electoral. Pese a la pérdida de apoyo en Belgrado, las victorias de Vucic empiezan a ser rutinarias, así como las acusaciones de irregularidades de toda clase en los comicios, pero todo transcurre con el país avanzando en una suerte de inercia, supuestamente, hacia la Unión Europea.
Existe divergencia en las interpretaciones de esa inercia. Entre quienes siguen de cerca el proceso de preadhesión la UE, hay diferentes opiniones. Una sería la optimista. Serbia avanza despacio, las reformas para garantizar el Estado de derecho son complejas, hay resistencias complicadas de vencer, pero se van cumpliendo poco a poco los requisitos y, al fin y al cabo, el país no tiene más horizonte que entrar en la UE. La carta prorrusa que pudo jugar en algún momento el propio Vucic no se corresponde con las relaciones socioeconómicas del país, es mera retórica reforzada por un rencor transversal entre la población por el bombardeo de la OTAN en 1999.
El problema que tendría esta parsimonia en reunir los criterios de Copenhague es que, una vez que el país esté listo, tendrá que afrontar todavía los posibles vetos de los miembros de la UE, sobre todo de los vecinos. Croacia en su día sufrió los de Eslovenia, y Serbia tendrá que enfrentarse a los de ambos. No es predecible que Albania, que es candidato también desde 2014, vaya a entrar antes (aunque hay pocas cosas predecibles en las relaciones internacionales actuales), pero, si lo hiciera, también tendría sus condiciones. Ninguno de esos vetos será un viaje de placer. La entrada en la OTAN, que Vucic insiste en que no se producirá, puede jugar un papel clave en esta cuestión. Y hasta aquí, la visión optimista.
Otro análisis en el que también coinciden fuentes bien informadas es el que sigue la doctrina que marcó en su día el economista húngaro János Kornai, brillante estudioso del comunismo y de su transición a la democracia y el capitalismo. Kornai consideraba que el capitalismo podía existir sin democracia, pero que la democracia no podía existir sin capitalismo. En los países que dejaron atrás el socialismo hubo casos de éxito o de relativo éxito, como República Checa, Estonia, Polonia, Letonia, Lituania, Hungría, Eslovaquia y Eslovenia, y otros, como los de Balcanes, donde la búsqueda de un estado democrático funcional una vez implantadas las prácticas capitalistas de mercado ya no era una fase transitoria, sino un sistema en sí mismo. El caso de Serbia actual es un ejemplo paradigmático.
Serbia: esperando al Godot europeo
Hasta ahora, la UE ha tenido una serie de prioridades con Vucic. La primera es que en su frontera haya estabilidad y seguridad, y él la garantiza. Es frecuente leer en la prensa o escuchar a los políticos locales declaraciones incendiarias, pero el aventurismo no está en la agenda de Vucic ni en la de una población que todavía está profundamente marcada por las desgracias humanas, sociales y económicas de una década de conflictos bélicos. Al mismo tiempo, según esta visión, el presidente serbio podría estar cómodo en un proceso eterno de supuestas reformas del aparato institucional del Estado recibiendo fondos de la Ayuda a la Preadhesión. Y los capítulos 23 y 24 de la negociación, relativos a derechos y libertades, estancados. Según este enfoque, porque implementarlos sería una amenaza para el propio Gobierno serbio. Por eso, la espera a la entrada en la Unión Europea sería, en este caso, un sistema político en sí mismo, no una etapa transitoria. Sin duda alguna, la población que es partidaria a la entrada en Europa, cuyo porcentaje se ha ido erosionando con el tiempo, así lo percibe. Como un 'Esperando a Godot'.
"La población que es partidaria a la entrada en Europa, cuyo porcentaje se ha erosionado con el tiempo, lo percibe como un 'Esperando a Godot"
La desmoralización de la juventud serbia en este aspecto es manifiesta. De todos los países comunistas, inicialmente, Yugoslavia era el mejor situado para incorporarse al mercado común europeo y Albania, sin duda, el peor. Ahora, Belgrado y Tirana se encuentran prácticamente a la par. Aunque quienes conocen los pormenores de estos complicados procesos consideran que los aludidos capítulos 23 y 24 son mucho más problemáticos, la percepción de la población es que lo que lastra la entrada en la Unión Europea es el problema de Kosovo, país que ya es candidato potencial. En teoría, bastaría con un marco de relaciones estables para que Serbia tuviera esta cuestión resuelta de cara a su integración, pero Kosovo exige un reconocimiento para poder ingresar, de entrada, en la ONU.
Kosovo: impugnarlo todo
El desbloqueo de esta situación ha encontrado un obstáculo inesperado. El actual primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, es el líder de un partido, Vetëvendosje (Autodeterminación), que tiene un programa de máximos. A menudo, cuando se explican los problemas de la región, se pasa de puntillas por la situación del pueblo albanokosovar o se reduce a los años del estado policial y la guerra posterior que hubo con Milosevic. Merece la pena analizarlo en perspectiva para entender el apoyo de Kurti.
Los albaneses de Kosovo estuvieron en una situación subordinada desde el Reino de Yugoslavia. Con la llegada del comunismo, su situación no mejoró. Los intentos de Tito de confederar Yugoslavia con Albania tenían entre sus objetivos resolver la cuestión albanesa, pero la ruptura de las relaciones con Tirana y la amenaza de la URSS lo hicieron imposible. Los yugoslavos esperaban una invasión desde Albania. En consecuencia, el estado policial y el subdesarrollo impuesto en Kosovo duraron hasta bien entrados los 60, cuando Tito purgó al líder comunista serbio Aleksandar Rankovic. Durante ese periodo, hubo expulsiones del país, restricción de los derechos nacionales y culturales y, sobre todo, un trazado muy discutible al delimitar las fronteras de la región. Esta lista de agravios hay que añadirlos a la frustración en la época actual en la que debían resolverse los problemas y alcanzar las libertades. Los líderes del Kosovo independiente destacaron por su corrupción y el sistema es una suerte de protectorado internacional.
El partido Vetëvendosje ha canalizado un enfado de las nuevas generaciones que se ha traducido en una política de impugnarlo todo. Sin entrar en mayores detalles, esto dificulta el acuerdo con Belgrado —al que espera España para reconocer Kosovo— y ha vuelto a abrir la disputa fronteriza con Montenegro, ya que Kurti rechaza los acuerdos a los que llegaron gobiernos anteriores.
Bosnia: la parálisis permanente
En Bosnia y Herzegovina, la teoría de Kornai vuelve a ser perfectamente válida. El estado surgido de los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra en 1995 a menudo es descrito como limbo o estado fallido. La arquitectura institucional no funciona y, además, el reparto de poder acordado entre las etnias no es compatible con las exigencias de la UE. Por si fuera poco, siempre que es necesario el consenso de las tres etnias existe una elevada posibilidad de bloqueo. En esa parálisis, los croatas de Bosnia persiguen una propia entidad —actualmente la comparten con los bosnios—, y en la entidad serbia suenan cantos de sirena secesionistas.
Para evitar vetos cruzados, se establecieron los "poderes de Bonn" para el alto representante internacional que instituyeron los acuerdos de Dayton. Esto le permitía tomar partido para deshacer bloqueos e incluso retirar de su cargo a representantes políticos, lo que se ha hecho decenas de veces. Sin embargo, el Consejo de Europa los criticó ampliamente porque afectan al deseado normal funcionamiento democrático del país y a su propia autodeterminación. La percepción es que con ese sistema es imposible avanzar, pero que cambiarlo es imposible.
El ejemplo más reciente en este sentido lo tenemos en la "memoria histórica". El año pasado, el alto representante, Valentin Inzko, después de que Ratko Mladic fuese condenado en La Haya, impuso una enmienda en el código penal que prohíbe negar el genocidio con penas de hasta cinco años de cárcel. Milorad Dodik, líder serbio, reaccionó contra esa medida intentando crear un sistema judicial propio en la entidad serbia, lo que sería la puesta en marcha de un estado paralelo. Muchos medios anunciaron estas iniciativas, sin duda peligrosas, como un regreso a los tambores de guerra. No obstante, también de forma paralela, Dodik ha tenido que explicar ante la Fiscalía las acusaciones de haber recibido un préstamo ficticio para comprarse una vivienda de lujo en Belgrado. Esta vertiente de nacionalismo y corrupción en un sistema clientelar anida bien en un estado con el mencionado problema institucional.
En el aspecto social, la cuestión de fondo es peliaguda. Los diplomáticos y cooperantes que pasan por Bosnia y Herzegovina no es extraño que reflexionen sobre un posible excesivo peso de la "memoria histórica" en la vida social, cultural e institucional del país. Si el estado tiene problemas de cohesión, podría ser más pertinente algún tipo de pacto tácito —salvando las distancias, como en la Transición española— de no hacer de esa cuestión el eje central de la vida del país, especialmente por las nuevas generaciones, que en todo caso tampoco lo tienen tan presente. Sin embargo, cuando luego aparecen en medios europeos personajes como Diana Johnstone o Noam Chomsky, que difunden las versiones de la guerra de los verdugos, es perfectamente comprensible la inflexibilidad de las víctimas.
Macedonia del Norte: la mayor esperanza
La identidad en Macedonia del Norte tampoco es sencilla. Desde Bulgaria, se les acusó de ser una creación artificial de Tito, quien también tuvo entre sus planes confederar Yugoslavia y Bulgaria para resolver la cuestión macedonia. Esos supuestos "artificiales" serían los eslavos, pero, en el país, alrededor de un tercio de la población es albanesa. Por eso, se recurrió a buscar los mitos fundacionales de la nación en la antigüedad, idea que ha castigado con dureza Grecia, que vetó el ingreso del país en cualquier organismo internacional hasta que no cambiase su nombre y eliminase la conexión con los tiempos de Alejandro Magno. Sin embargo, las condiciones de Atenas se sometieron a un referéndum y, con un 36,9% de participación, ganó el sí con un 94%. Se desbloqueó la cuestión y eso es una gran noticia en los Balcanes, como puede comprobarse.
Es posiblemente Macedonia del Norte el país que lleva una línea ascendente más esperanzadora. Nikola Gruevski, que pasó de proestadounidense a prorruso, intentó establecerse en el poder como el arquetipo de líder autoritario que controla todos los resortes del estado y la opinión pública. No logró su objetivo y, en las manifestaciones que precedieron su caída, se pudo ver a eslavos y albaneses protestando juntos. Fue realmente jocosa la paradoja de que Gruevski, que gobernaba con los partidos albaneses, acusase a la oposición socialdemócrata de planear un Gobierno con... los partidos albaneses.
Aunque hoy puedan aparecer imágenes virales de cánticos antialbaneses en alguna celebración futbolística, la norma más que la excepción es que la convivencia interétnica en el país mejora y que sus representantes no están jugando cartas nacionalistas. Por el contrario, el problema para la integración en la UE se encontró hasta 2020 con el bloqueo por parte de Francia, Países Bajos y Dinamarca con motivos más bien populistas, y en la actualidad, por Bulgaria. El país vecino y hermano ejerce su derecho de veto con condiciones muy duras que aluden hasta a los libros de texto que se estudian en los colegios. Estos obstáculos, desde que se celebró el referéndum para el cambio de nombre, han hecho que la popularidad de la UE haya caído entre un 20% y un 25%. Un dato a tener en cuenta en un país que entró en la OTAN en 2020, ha sido señalado como enemigo por Rusia por sumarse a las sanciones derivadas de la invasión de Ucrania, pero al que se le plantean los retos más extravagantes para permitir su integración en la UE.
Montenegro: en la encrucijada geopolítica
Es conocida y está estudiada la influencia que ejercen sobre Balcanes occidentales China, Rusia y Turquía, además de la UE. En Montenegro, el caso chino y ruso son de gran relevancia y elocuencia sobre cómo trabajan sobre el terreno ambas potencias. China concedió un crédito a Podgorica de 1.000 millones para que pagase a una empresa, también china, que iba a construir una carretera. Seis años después, el trabajo no estaba terminado, el dinero se había agotado y, si Montenegro no devolvía el crédito, en las cláusulas del contrato estaba una cesión de territorio a China. Tuvieron que acudir al rescate bancos estadounidenses y franceses. En el caso ruso, en 2021 se ordenó la repetición de un juicio a varios políticos locales y dos rusos por haber planeado supuestamente un golpe de Estado para impedir que el país entrara en la OTAN en 2017.
Lo cierto es que la división del país se encuentra en el seno del Gobierno. El presidente, Milo Djukanovic, está alineado completamente con la UE y con la OTAN, aunque es eterno y tiene mimbres de autócrata. Tras años de dominio de su partido, el poder legislativo cayó en manos de Zdravko Krivokapić, de tendencias proserbias. De hecho, votó que no a la separación de Serbia y Montenegro en 2005. Sus intenciones eran proeuropeas, pero aseguraba querer mejorar las relaciones con Serbia y Rusia, aunque su Gobierno duró solo 14 meses. Una moción de censura ha dado el encargo de formar Gobierno a Dritan Abazovic, un albanés proeuropeo y de centro izquierda, hasta ahora vice primer ministro. Con la necesidad de imponer sanciones a Rusia, Abrazovic acusó a Krivokapić de eludir tomar las medidas acordadas y con ello enviar un mensaje negativo a los socios de la UE. No obstante, la Comisión Europea considera que este es el país mejor preparado para la adhesión.
Albania: la corrupción que todo lastra
Por último, Albania, el que era el país más aislado de Europa en el régimen de Enver Hoxha, ya forma parte de la OTAN y está plenamente alineado con la UE. El problema, como expresó el escritor y analista albanés, Bashkim Shehu, es que este país es "con diferencia, el más corrupto en una región muy corrupta". Por lo tanto, la Justicia es la reforma más importante que se tiene que acometer. El problema es que los puestos clave de la judicatura y la Fiscalía están asignados por el ex primer ministro y expresidente Sali Berisha, primer interesado en que no salgan adelante reformas en la Justicia, y que tanto él y los miembros de su partido pudieran verse en el banquillo. Otro bloqueo.
Aunque la región arrastre fama de conflictiva y las instituciones occidentales de inoperantes, en realidad sí que se han producido actuaciones y mediaciones exitosas, como para evitar la guerra en Macedonia del Norte o en el proceso de independencia de Montenegro. Además, en la actualidad, los avances más importantes de la región llevan también el sello europeo. Sin embargo, cuesta verlos. Se ha comentado que unas declaraciones de Putin podían tener más influencia en la opinión pública que amplias políticas de construcción de infraestructuras con importantes presupuestos a cargo de la UE, que a la vez es el primer socio comercial de todos estos países.
En este contexto distorsionado, los agravios comparativos también son de gran importancia. Muchos países de Balcanes occidentales no se consideran en una situación institucional peor que la que pueda haber en las vecinas Rumanía y Bulgaria, miembros desde 2007. Ahora, como consecuencia de la guerra, entran en juego las posibles candidaturas por la vía rápida de Moldavia, Georgia y Ucrania. Otro agravio, aunque tal vez venga también acompañado de otra estrategia de Bruselas para Balcanes occidentales que agilice los procesos de adhesión. Por lo pronto, Shehu advertía en la publicación 'Notes Internacionals' de que una isla rodeada de Estados miembros en esta región no iba a ser como la suiza.
El anterior presidente de Serbia, Boris Tadic, ha destacado siempre por ser un hombre moderado y comedido. Todavía está en el recuerdo el gran aplomo que mostró al perder las elecciones en 2012 y la rueda de prensa que dio contestando, uno por uno, a todos los medios. Sin embargo, hace dos semanas, en un debate televisado con la primera ministra, Ana Brnabic, perdió los nervios. En el típico intercambio de datos de este tipo de encuentros, Brnabic fue sacando papeles con gráficas sobre la evolución económica, entonces Tadic cogió uno, hizo un avión de papel y lo lanzó en el estudio. En otro momento, le dijo: "Nosotros hicimos las infraestructuras, el 70% os lo hemos dejado hecho y vosotros solo lo habéis acabado".
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