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Los aciertos de Biden frente a Putin no logran paliar su impopularidad en EEUU
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Los aciertos de Biden frente a Putin no logran paliar su impopularidad en EEUU

Desde la advertencia constante sobre la invasión de Putin hasta su respuesta coordinada con sus socios europeos, el presidente de EEUU ha jugado sus cartas a la perfección. Pero en el país, pocos están impresionados

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Greg Nash)
El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Greg Nash)
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Las relaciones internacionales han recibido una inyección de esteroides. Algunos tímidos académicos especializados en Europa del Este, que hace dos meses tenían 2.000 seguidores en Twitter, ahora presumen de 100.000 o de medio millón. Los análisis geopolíticos se han desparramado desde sus estrechos ambientes, las aulas y las cancillerías, a los hogares y los bares, y cualquier hijo de vecino muestra interés en las capacidades antiaéreas ucranianas o en los pormenores militares de la ofensiva rusa en el Donbás. Pero en ningún lugar se nota tanto este subidón de adrenalina como en la capital del imperio de Occidente: la Casa Blanca.

Nada más empezar la invasión de Ucrania, el pasado 24 de febrero, el consejero de Seguridad Nacional de Joe Biden, Jake Sullivan, creó un equipo especial para analizar la respuesta de Estados Unidos a posibles escenarios catastróficos. Entre estos escenarios estarían, por ejemplo, el uso de armas químicas y biológicas por parte de Rusia, el ataque a líneas de suministro en países miembros de la OTAN o, por supuesto, una guerra nuclear. El Tiger Team se reúne desde entonces tres veces a la semana para abordar una crisis cuya gestión contrasta con los tropiezos anteriores de la Administración Biden.

Foto: Joe Biden. (Reuters/Evelyn Hockstein)

La rampa de lanzamiento de la estrategia estadounidense fue el acierto a la hora de predecir la invasión. Dos largas décadas de Inteligencia defectuosa, desde la incapacidad de predecir los atentados del 11 de septiembre de 2001 hasta la desastrosa salida de Afganistán, pasando por las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Huseín, habían embarrado la reputación de los servicios de espionaje. Unos servicios de los que, por otra parte, solo tendemos a conocer las derrotas. La calma, la paz, la estabilidad o prevenir secretamente un atentado no dejan titulares.

El alarmismo de Washington cosechó multitud de mofas en todo el mundo, empezando por las de los propios rusos. El 24 de febrero, sin embargo, la evidencia era tan innegable como los misiles que llovían por toda Ucrania. Solo Washington y Londres habían predicho la invasión, y de manera consistente. En octubre de 2021 empezaron a telegrafiar los movimientos rusos y anunciaron que, a lo largo del invierno, Moscú reuniría 100 batallones tácticos en torno a Ucrania. Al gremio de observadores militares les pareció exagerado. Pero así fue como sucedió.

Tampoco les ha ido mal desde entonces. La otra pata de la estrategia de Joe Biden, frente a los movimientos rusos, fue informar constantemente y en detalle a sus aliados europeos. Nuevamente, lo contrario de lo practicado en Afganistán el verano anterior. Cuando hubo que imponer sanciones, esta unidad se manifestó en la coordinación y en la dureza de los castigos. Hasta Alemania, caracterizada por su cercanía económica y su cautela hacia Rusia, sorprendió con sus medidas. La primera de ellas, la suspensión de un gasoducto, Nord Stream 2, que la hubiera beneficiado.

Foto: Encuentro entre Biden y Putin el pasado junio de 2021. (EFE/Pool/Denis Balibouse)

Pero ningún éxito es eterno, y la respuesta estadounidense a la invasión rusa empieza a mostrar algunas mellas. El locuaz Joe Biden, caracterizado por hablar más de la cuenta en sus intervenciones públicas, formuló acusaciones muy graves contra Vladímir Putin durante su visita del fin de semana a Polonia. En una ocasión lo llamó “carnicero”; en otra, al final de su esperado discurso en Varsovia, dijo que Putin “no puede permanecer en el poder”, lo que fue ampliamente interpretado como una llamada al cambio de régimen. La Casa Blanca se apresuró a negar que esta fuera la intención del presidente, pero sus palabras aún siguen flotando en los titulares.

A la vista de los bombardeos indiscriminados sobre población civil, del uso de bombas de racimo, de los hospitales destruidos y de la espantosa crueldad desplegada sobre ciudades como Mariúpol, los epítetos de Biden al presidente ruso no tienen nada de sorprendente. Se tratan de adversarios. ¿No sería Joe Biden feliz de ver a su némesis sentado dentro de un año en el banquillo del Tribunal de La Haya?

Pero ese no es el lenguaje en el que, salvo excepciones, se desempeñan las relaciones internacionales. Es probable que Putin permanezca en el poder y que haya que terminar negociando con él los detalles del final de la guerra. Acusarlo de carnicero y sugerir su caída podría quemar unos puentes que quizá resulten valiosos en el futuro. O esa es la manera en que lo ve Francia, el país que más veces ha tratado de entablar una conversación con Putin.

Macron: "No podemos hacer una escalada de acciones o de palabras"

Poco después de que Biden hiciera sus comentarios, el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que hablar con el Kremlin era necesario para “conseguir un alto el fuego y luego una retirada total de las tropas [rusas] con medios diplomáticos”. “Si queremos hacer eso, no podemos hacer una escalada de acciones o de palabras”, añadió Macron. Las maniobras del líder galo, por otra parte, siguen siendo infructuosas.

En la política doméstica, también se escuchan algunas quejas. La respuesta de Biden a la invasión rusa se ganó el respaldo del 'establishment' republicano. Los viejos políticos de siempre, los exministros y exembajadores, los arquitectos de estrategias de contención, los 'cold warriors', arrimaron su hombro al equipo del presidente, como si volviésemos repentinamente a la década de los ochenta. De nuestro lado, el 'líder del mundo libre'; del lado opuesto, el 'imperio del mal'.

Pero el Partido Republicano contemporáneo ya no es el que dirigía Ronald Reagan. En su flanco derecho aflora el populismo. Pocos días antes de la invasión, Donald Trump elogiaba las decisiones de Vladímir Putin en Ucrania. Tras su anuncio de que Rusia reconocía los enclaves separatistas del Donbás, el magnate afirmó que "Putin es inteligente" durante un evento en su mansión de Mar-a-lago, en Florida. “Ha tomado un país por cuatro duros en sanciones. Diría que es bastante inteligente”. Unas horas después, Putin lanzaba su agresión a gran escala contra Ucrania. Luego, Trump era forzado a expresar su repulsa y mostrar su apoyo a los ucranianos.

El recuerdo reciente de Donald Trump ha hecho que muchos estadounidenses se hiciesen la siguiente pregunta: ¿por qué no lanzó Putin su invasión cuando Trump era presidente? Los instintos aislacionistas del republicano y su reiterada expresión de simpatía y admiración por el presidente ruso podrían haberle animado a ponerse de perfil mientras Rusia troceaba Ucrania. Nadie lo sabe, aunque un experto en política ficción, Max Brooks, miembro del Modern War Institute de West Point y autor del superventas 'Guerra Mundial Z', lo explicó de esta manera: Putin “no invadió porque no lo necesitaba. Solo pones a rodar los tanques cuando crees que te has quedado sin opciones. Y Putin tenía una gran estrategia asimétrica para desmantelar la OTAN desde dentro. Y estaba funcionando. Cuando el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de EEUU dice que la OTAN está obsoleta, estás camino de una victoria de quinta columna. Y eso era lo que [Putin] estaba haciendo”.

Otro adalid del nacionalpopulismo, el presentador de Fox News Tucker Carlson, cuestionó lo que consideraba una estrategia cegata y contraproducente. “Odiar a Putin se ha convertido en el propósito central de la política exterior estadounidense”, declaró en uno de sus monólogos. “Muy pronto, ese odio puede llevar a EEUU a un conflicto en Europa del Este”. Sus palabras debieron de sonar elocuentes a oídos rusos, que emitieron el monólogo de Carlson en sus televisiones. Cuando Putin atacó, el presentador hizo lo mismo que Trump: cambió las tornas y acusó al presidente ruso de la tragedia.

Pese a los matices de opinión dentro del partido conservador, imantado hacia algunos de los rasgos de Putin, como su tradicionalismo en cuestiones como la familia o los derechos de las minorías sexuales, o su manera agresiva de conducirse en las relaciones internacionales, la postura general republicana es de rechazo. Un encuesta de Ipsos/Reuters del 8 de marzo reflejaba que el 66% de los republicanos culpaba a Putin de la guerra, frente a un 15% que acusaba a Biden. Proporciones muy similares a la media de todos los estadounidenses.

Foto: Refugiados ucranianos llegan al borde con Rumanía en Isaccea, cruzando el Danubio. (Reuters/Stoyan Nenov)

Ucrania queda muy lejos de Estados Unidos, pero las consecuencias de su guerra también se notan en los bolsillos de los norteamericanos. Los precios de las materias primas y del combustible, que ya crecían antes de la invasión, siguen aumentando. Si no por la caída en el suministro de petróleo ruso, por las consecuencias del pánico generado entre los inversores y consumidores. Una encuesta de NBC News refleja que el 83% de los estadounidenses teme un incremento de precios de los bienes y servicios, lo cual puede estimular la demanda, y aumentar, todavía más, esos precios.

Al final, no está claro que la balanza de estos y otros factores se incline a favor de Joe Biden. Dentro de apenas siete meses hay elecciones legislativas y Biden continúa arrastrándose por las llanuras de la impopularidad presidencial. La misma encuesta de NBC News sitúa la aprobación del jefe de estado en un 40%, 13 puntos menos que hace un año y la más baja de su mandato. Siete de cada 10 compatriotas, además, tienen poca confianza en que Biden lidie bien con la invasión rusa de Ucrania. Una prueba de que, a veces, ni siquiera la guerra puede elevar las fortunas políticas.

Las relaciones internacionales han recibido una inyección de esteroides. Algunos tímidos académicos especializados en Europa del Este, que hace dos meses tenían 2.000 seguidores en Twitter, ahora presumen de 100.000 o de medio millón. Los análisis geopolíticos se han desparramado desde sus estrechos ambientes, las aulas y las cancillerías, a los hogares y los bares, y cualquier hijo de vecino muestra interés en las capacidades antiaéreas ucranianas o en los pormenores militares de la ofensiva rusa en el Donbás. Pero en ningún lugar se nota tanto este subidón de adrenalina como en la capital del imperio de Occidente: la Casa Blanca.

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