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Hasta tu tía habla de geopolítica. Un experto te explica por qué eso es un mal síntoma
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Entrevista con Ignacio Molina

Hasta tu tía habla de geopolítica. Un experto te explica por qué eso es un mal síntoma

El investigador principal del Real Instituto Elcano, profesor y experto en relaciones internacionales, conversa con El Confidencial sobre el retorno de la geopolítica a la primera línea del discurso público

Foto: Ejercicios militares de la OTAN en Letonia, en octubre de 2018. (EFE/Valda Kalnina)
Ejercicios militares de la OTAN en Letonia, en octubre de 2018. (EFE/Valda Kalnina)
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Bajas a comprar una 'baguette' y escuchas a la vecina debatiendo airadamente con el panadero sobre las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania. Te subes al cercanías y en los asientos colindantes un grupo de adolescentes discute sobre si el Ejército ruso se está conteniendo o está fracasando estrepitosamente. Llamas a tu tía para felicitarla por su cumpleaños y aguantas sus quejas sobre los precios del gas por "el Putin ese".

Es oficial: hasta tu tía habla de geopolítica. La guerra en Ucrania domina por completo el espacio mediático y el discurso público de una forma no vista desde los primeros meses de la pandemia. Ya por aquel entonces vivíamos los primeros avances de lo que estaba por venir, con los debates sobre la dependencia estratégica de los suministros médicos o la paralización de las cadenas de suministro. La llama estaba prendida, luego la crisis energética arrojó leña al fuego y la invasión rusa, un enorme bidón de gasolina. Parece que no se hable de otra cosa, algo que para Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, es un síntoma de que algo, claramente, no va bien. "Es el desvanecer de la gran ilusión de que ya no había distancias insalvables, de que no había una gran competición internacional, de que no había violencia entre Estados", comenta a este medio.

Molina, uno de los expertos en ciencia política y relaciones internacionales más influyentes de España, habla en entrevista con El Confidencial del cambio de ciclo que hemos vivido, uno en el que la geopolítica, desdeñada tras el final de la Guerra Fría, ha vuelto para quedarse.

placeholder Ignacio Molina. (Fotografía cedida)
Ignacio Molina. (Fotografía cedida)

PREGUNTA. La geopolítica ha vuelto a la primera línea. Las relaciones internacionales se ven y analizan hoy en día casi exclusivamente en términos de recursos materiales, políticas de poder y competencia entre Estados. ¿Hemos cambiado completamente de ciclo?

RESPUESTA. Está claro que sí. El concepto mismo de geopolítica carecía hasta hace poco de prestigio en el mundo académico, más allá de los estudios de relaciones internacionales. En el área de geografía, tenía hasta cierto sentido peyorativo por su asociación con el ‘Lebensraum’ [espacio vital] teorizado por Friedrich Ratzel y utilizado por los nazis, entre otras teorías similares.

Hasta el final de la Guerra Fría, la geografía era vista como determinante para las relaciones internacionales. Todo se hablaba en términos geográficos: hay un telón de acero que separa el este y el oeste, la descolonización produce un resurgimiento del sur, etcétera. Los mapas eran más relevantes y la visión mayoritaria era la de un mundo donde la distancia y situación geográficas importaban enormemente. Pero en los años noventa se cambió por completo de ciclo y la geografía dejó de percibirse como importante debido, principalmente, a la globalización. De pronto, las distancias se acortaron, todo estaba más cerca, más interconectado. Cuando uno puede estar conectado en tiempo real con los mercados de Shanghái y leyendo información que viene de Argentina mientras viaja hacia Doha, los límites de la geografía parecen perder su razón de ser.

Ese momento es uno en que se empieza a pensar que no se van a producir más guerras desde el punto de vista global. Se hablaba de conflictos de baja intensidad o híbridos y, por supuesto, del terrorismo. El mismo concepto de terrorismo no es algo muy geográfico, sino ideológico. Incluso cuando ese mundo feliz de los noventa cambia con los atentados del 11 de septiembre de 2001, se sigue manteniendo la idea de que ya no estamos en la era de la geopolítica. Sigue siendo la era de la globalización y la globalización tiene su lado negativo y su lado violento, pero no es la hora de volver a los mapas.

Foto: Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)

P. ¿Cuál fue el evento que abrió el camino al retorno de la geopolítica?

R. El ascenso de China. Un país cuyo crecimiento fue precisamente fruto de la globalización comercial y que se aprovechó enormemente de esa apertura de mercados. Llega un momento en que Pekín empieza a tener una dinámica de potencia, con sus propias aspiraciones de seguridad. Eso choca con Estados Unidos y de pronto se produce una dinámica donde empieza, de nuevo, a importar la geografía, en el sentido de aranceles, de desglobalización, de disrupción de las cadenas de valor global. Y eso llega antes, claramente, a Estados Unidos, pero en última instancia llega a Europa.

La Unión Europea es el gran bastión de la globalización. Un bloque al que le gusta el mundo globalizado, le gusta el multilateralismo, le gusta el mundo del derecho, del comercio, del libre flujo de ideas y personas. A Bruselas no le gusta la geografía. Pero en las últimas décadas se ha visto obligada a cambiar. La Comisión actual, de Ursula von der Leyen, utiliza sin complejos el término de la ‘Europa geopolítica’. Lo usa en una concepción positiva. El concepto de geopolítica pierde así su connotación peyorativa vinculada a la Primera y Segunda Guerra Mundial. Lo que antes se consideraba como un concepto antiguo o ideológicamente agresivo ha pasado a ser un término de prestigio.

A la vez, esa Unión Europea que creía que su razón de ser, su ADN, era no tener ejércitos, dar la espalda a la geografía y las guerras que tantos malos ratos le habían hecho pasar históricamente, apostar todo al mundo globalizado y al multilateralismo, confronta la realidad. Reconoce haber sido ingenua y ahora busca transformarse en esa ‘Europa geopolítica’, una capaz de usar la coerción, de poner fronteras, de aislar a Rusia. Es una UE, parece, menos naíf, intelectualmente más sofisticada. Con todo lo bueno que eso tiene, aunque también resulta inquietante.

"No es un síntoma positivo. Es como la fiebre, que te señala algo malo. Aunque, también como la fiebre, tiene la parte buena de que sirve para alertar de un problema"

P. ¿Por qué le parece inquietante este cambio de la UE?

R. Porque entramos en una dinámica en la cual se corre el riesgo de perder su principal valor. La idea de que los mapas son importantes, pero que no estamos condenados a que las relaciones internacionales estén condicionadas por la competencia entre potencias, los recursos materiales, el PIB, el ejército, las armas de destrucción, los cazas… Ese es el peligro de entrar en una dinámica totalmente marcada por la geopolítica.

Y luego están los precedentes, la idea de que esto ya es un poco ‘déjà vu’, porque ya antes de la Primera Guerra Mundial habíamos tenido este concepto de que no podía producirse una gran guerra porque el mundo estaba globalizado. Y luego vino lo que vino. Hay un libro, 'La gran ilusión', de Norman Angell. Se publicó en 1910 y pretendía demostrar que el comercio internacional del siglo XX haría que la guerra resultara impensable. No hay que abusar de las comparaciones históricas, pero esta sensación a principio del siglo XX de que íbamos a tener un mundo pacífico, seguida de un doble desastre de tal tamaño, es inquietante si se mira a los años noventa y el ciclo que estamos comenzando ahora mismo.

P. Hoy en día, uno se toma un café y de pronto escucha en la mesa de al lado que están hablando del tamaño del Ejército ruso o del gas como recurso estratégico o de la expansión de la OTAN… El tema es omnipresente. ¿Qué nos dice del mundo actual el que todo el mundo esté hablando de geopolítica?

R. En principio, no es una buena noticia. Es una señal de que hay una gran inquietud. El ser humano, como animal político, está orientado a la supervivencia y a la seguridad. Entonces, cuando en las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos de a pie, como mi madre, tu tía o mis hijos pequeños, se instala lo que pasa en Ucrania, el gas ruso, la falta de respiradores porque tenemos una dependencia industrial, el barco que encalla en el canal de Suez y hace que falten componentes para hacer una reforma en su cafetería de siempre… eso nos indica las disfunciones de nuestro mundo. Es el desvanecer de la gran ilusión de que ya no había distancias insalvables, de que no había una gran competición internacional, de que no había violencia entre Estados.

Foto: Una estudiante ucraniana, en las protestas del pasado 27 de febrero en Barcelona. (Reuters/Nacho Doce)

No es un síntoma positivo. Es como la fiebre, que te señala algo malo. Aunque, también como la fiebre, tiene la parte buena de que sirve para alertar de un problema y obliga a reaccionar. Y eso significa que los ciudadanos están mandando una alerta a sus gobernantes. En una democracia, cuando un tema se instala como principal preocupación de los ciudadanos, como lo fue en su momento el terrorismo y como lo es ahora el tema del suministro energético o de la agresividad de Rusia, eso manda señales a los políticos de manera muy importante.

Un caso muy obvio es el de España. Imagínate que hace 10 años, cuando estábamos en el peor momento de la crisis económica, un presidente del Gobierno hubiera dicho que iba a intentar llegar al 2% del gasto en defensa del PIB. Hubiera sido arrasado. Pero ahora, en un nuevo contexto de restricción presupuestaria, a pesar de nuestro gran déficit, a pesar de nuestra deuda, a pesar de nuestro desafío al estado de bienestar, un presidente del Gobierno puede decir lo mismo y no perder votos. Esto no es necesariamente positivo. Es un síntoma de que tenemos nuevos problemas. Pero sí demuestra una toma de conciencia. Peor sería que realmente hubiera una amenaza y que siguiéramos en el nihilismo.

P. Eso es lo que más le hubiera gustado a Vladímir Putin, claro.

R. De hecho, era lo que Putin esperaba que hicieran los europeos. Siempre se menciona el libro de Francis Fukuyama, 'El fin de la historia y el último hombre', para criticar esa idea de que la historia había concluido tras el final de la Guerra Fría. Pero siempre se olvida la segunda parte, la del último hombre. Es una idea de Nietzsche en contraposición al ‘übermensch’, el superhombre, para referirse a la sociedad occidental nihilista, pasiva, rutinaria, que no asume riesgos, que no lucha y está en su zona de confort.

Foto: Francis Fukuyama. (Reuters) Opinión

Putin había hecho ese cálculo. Pensaba: “Occidente nunca va a pasar frío con el gas. Nunca va a querer gastar dinero en defensa, porque prefiere gastarlo en el estado de bienestar. Nunca van a imponer sanciones que les dañen. Van a estar despreocupados. Y si yo me paseo por Ucrania, bueno, sí van a gritar, pero poco más”. No esperaba que la UE se tomara en serio los temas de envío de armas, gasto militar o dependencia energética. Esto es de lo que se habla con la idea de la ‘Europa geopolítica’ o de la ‘España geopolítica’. Una sociedad donde estas preocupaciones forman parte de ella. Es comparable con lo que uno ve en la actitud de la gente en Finlandia, Polonia o los países bálticos, que hace mucho tiempo que tienen esa concepción geopolítica porque ellos la viven constantemente con Rusia, que les hace ciberataques o que les manda cazas que vuelan bajo rasante a modo de represalia.

P. Hemos pasado de la más posmoderna de las pandemias a la más moderna de las guerras, que parece sacada directamente del manual del siglo XX. Todo un contraste.

R. Sobre esa reflexión, desde un punto de vista de qué ha tenido un mayor impacto, yo destacaría la primacía de lo moderno sobre lo posmoderno, o de lo militar sobre los médicos, si prefieres llamarlo así. Cuando llegó la pandemia, nos vimos obligados a quedarnos en casa, lo que fue un gran 'shock' desde el punto de vista vital, social y cultural, especialmente para nuestros hijos pequeños. A todos nos ha marcado en mayor o menor medida, por lo que se pensaba que iba a producirse un antes y un después. Ahora que estamos saliendo de la pandemia, nos estamos dando cuenta de que igual no tanto. Hay un legado claro del covid-19, pero el mundo no es tan distinto.

"La historia se escribe más con guerras que con enfermedades, aunque comparativamente maten más las segundas"

Ahora, una guerra en Ucrania, relativamente lejana para los españoles, está demostrando ser más importante que una pandemia que hemos sufrido todos. Hay otra comparación histórica evidente. Al comenzar la crisis del coronavirus, se hablaba mucho de la mal llamada 'gripe española' de 1918. Pues bien, no existe un gran legado analítico o bibliográfico sobre esa pandemia pese a que murió una barbaridad de gente (50 millones en un mundo mucho menos densamente poblado). ¿Por qué? Porque fue completamente opacada por la Primera Guerra Mundial. Cuando comparas el impacto que tiene una pandemia sobre el ser humano como animal político, por muy impactante que sea, siempre es menor a lo que supone una guerra de este tipo. Se vuelve a hablar de un mundo inseguro, de cabezas nucleares, de destrucción mutua asegurada. La pandemia no es un antes y un después. La guerra, depende de cómo evolucione, sí puede serlo. La historia se escribe más con guerras que con enfermedades, aunque, comparativamente, maten más las segundas.

P. Dado el enorme interés popular, ¿ha castigado la invasión de Ucrania a los partidos políticos que no contaban con una posición definida en política exterior?

R. Sí, aunque todavía está por ver su impacto real. Para empezar, los partidos de la derecha populista con vínculos con Putin, que hasta ahora habían tenido un discurso cercano a Moscú, defendiendo que debíamos mantenerlo de nuestro lado, porque comparte principios y valores cristianos, etcétera, han tenido que dar marcha atrás. El caso más claro es el de Marine Le Pen, que ha tenido que tirar a la basura millones de ejemplares de su programa electoral, porque en la página tres o cuatro aparecía ella tan feliz, tan orgullosa, junto a Putin.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d) en la base militar de Adazi (Letonia). (EFE/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

Pero esto también le ha afectado, de forma mucho más interesante, a la izquierda crítica radical, aquella a la izquierda de la socialdemocracia. Se ha podido ver claramente el debate interno. Una facción de ese espacio, representada tradicionalmente por los Verdes alemanes, considera que uno puede ser crítico con la política de seguridad occidental sin que eso signifique tener una visión maniquea que exculpe en cierta medida a Rusia. Por otra parte, tienes a los que siguen con los viejos tópicos de “OTAN no, bases fuera”, como se decía en España. Ellos, creo yo, están saliendo castigados.

No quiero mencionar nombres concretos, pero muchos de los que hace unos años tuvieron el gran mérito de saber conectar con los miedos de la sociedad española durante la gran recesión, ahora están experimentando todo lo contrario. Están completamente ‘out of touch’ con la preocupación real hacia la agresividad rusa y la simpatía generalizada hacia Ucrania. No todo el espacio se ha movido igual, hay personas dentro de ese mismo espacio que sí que han sabido madurar. Y luego, claro, los partidos del núcleo de la integración europea, que son la centro izquierda socialdemócrata, el centro liberal y el centro derecha democristiano, ven un poco reivindicada su idea de seguir pensando en términos de seguridad, de defensa europea o de la relación con Estados Unidos. La primera prueba serán las elecciones francesas. No se ve ningún cambio tectónico en los sondeos, pero ahora está más claro que nunca que Emmanuel Macron parte con una ventaja enorme.

Bajas a comprar una 'baguette' y escuchas a la vecina debatiendo airadamente con el panadero sobre las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania. Te subes al cercanías y en los asientos colindantes un grupo de adolescentes discute sobre si el Ejército ruso se está conteniendo o está fracasando estrepitosamente. Llamas a tu tía para felicitarla por su cumpleaños y aguantas sus quejas sobre los precios del gas por "el Putin ese".

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