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Revisionismo geopolítico alemán: Ucrania exhibe las vergüenzas de la era Merkel
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Zelenski pone a Berlín ante el espejo

Revisionismo geopolítico alemán: Ucrania exhibe las vergüenzas de la era Merkel

La invasión de Ucrania ha forzado a Berlín a revisar sus principios más queridos de las últimas décadas. Entre ellos, la creencia de que hacer negocios con autócratas como Putin los disuadiría de la guerra

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, entrega flores a la entonces canciller alemana, Angela Merkel, durante su última reunión en Moscú. (EFE/EPA/Pool/Kremlin)
El presidente ruso, Vladímir Putin, entrega flores a la entonces canciller alemana, Angela Merkel, durante su última reunión en Moscú. (EFE/EPA/Pool/Kremlin)
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Alemania se ha alzado como uno de los críticos más duros del Kremlin desde el comienzo de la invasión rusa, pero el avance de la guerra en Ucrania está dejando en evidencia las dificultades de Berlín para asumir ese papel. La respuesta germana a las nuevas realidades geopolíticas en Europa no acaba de cuajar. Las contradicciones con lo hecho en los últimos años pesan demasiado. El "cambio de era" anunciado el 27 de febrero por el canciller Olaf Scholz en un histórico discurso ante el Bundestag, por eso, se está traduciendo por ahora sobre todo en duras autocríticas. Y estas ponen en entredicho incluso el legado de la hasta hace poco elogiada 'era Merkel'.

Algunas de las autocríticas más recientes las generó el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en su discurso particularmente severo ante el Parlamento alemán, realizado la semana pasada por videollamada. Esto, después de otras intervenciones mucho más benévolas en otros parlamentos, como el de la UE, el de Estados Unidos o el británico. "Otra vez se está intentando destruir a un pueblo en Europa", se dirigió el líder ucraniano al legislativo berlinés, para después recordar con amargura dos de las palabras más repetidas en la memoria colectiva germana para rechazar los horrores del nazismo e intentar sentar los cimientos morales del país: 'Nie wieder' ('Nunca más'). "Ahora vemos que esas palabras no valen nada", criticó Zelenski.

Foto: Zelenski, en el Parlamento alemán. (EFE/EPA/Clemens Bilan)

La cámara lo despidió con aplausos, pero por dentro los ánimos estaban caldeados, como demostró el diputado conservador Norbert Röttgen. "¡Este ha sido el momento más indigno que he vivido nunca en el Bundestag!", escribió en Twitter el hasta hace unos meses candidato a dirigir la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Merkel. El también exministro criticaba así que el Parlamento continuase con el orden del día, en lugar de mostrar su respaldo de forma mucho más clara a Zelenski.

Es posible que el drama ucraniano esté causando más ruido en Alemania que en ningún otro país europeo, porque el fracaso de la vieja política germana frente a Moscú salpica tanto a socialdemócratas como a conservadores. Si en las semanas previas al inicio de la guerra las críticas apuntaban sobre todo al SPD de Scholz por su histórica doctrina de apaciguamiento para con Rusia, el ajuste de cuentas con la antigua ingenuidad geopolítica germana amenaza ahora con hacer añicos también el legado de 'la canciller de las crisis'.

Los errores de Merkel

La excanciller, que se despidió en diciembre entre loas y alabanzas y celebrada casi al unísono como una de las grandes estadistas europeas de las últimas décadas, está ahora en el punto de mira. No solo por no haberse atrevido a plantar cara al presidente ruso, Vladímir Putin, más temprano, sino también por haber colocado Alemania en una fatídica dependencia energética de Rusia.

Foto: Protesta en apoyo a Ucrania en la emblemática Puerta de Brandenburgo en Berlín. (Reuters/Fabrizio Bensch)

Merkel tuvo durante años una relación fluida con Putin —era la única líder occidental a la que el autócrata ruso respetaba, según algunos observadores— y en los primeros días de la guerra alguno echó aún de menos a la canciller, por la creencia de que ella hubiese conseguido, quizá, frenar el ánimo belicista del líder ruso. Pero el ánimo ahora es distinto. Muchos medios alemanes recuerdan que la postura de la excanciller, preocupada por no enfadar a Moscú, fue clave para que la OTAN descartase en 2008 una rápida admisión en la alianza transatlántica de Georgia y Ucrania.

El propio sucesor de Merkel al frente de la CDU, Friedrich Merz, ha sido ahora tajante en su veredicto. "Fue un error", dijo en una entrevista con el diario 'Der Tagesspiegel' respecto a la negativa de abrir entonces las puertas de la Alianza a Ucrania. "Si se compara ahora la situación de los países bálticos, que son parte de la OTAN y que, como Ucrania, están expuestos a la propaganda rusa, estos países están claramente más protegidos por su pertenencia a la OTAN".

Con ello, Merz también descartaba la idea, más popular antes de la guerra, de que una membresía de Ucrania en la OTAN hubiese despertado más temprano la agresividad rusa. El nuevo líder conservador y viejo adversario de Merkel intenta ahora redefinir el nuevo rumbo político de la CDU, aunque ha sido comedido en sus críticas contra la excanciller de su partido.

La fatídica dependencia energética

Menos dudas genera, en cambio, la crítica generalizada a la dependencia energética de Alemania del suministro ruso, una de las más grandes en Europa occidental. La locomotora económica europea recibe un 55% del gas que consume de Rusia, así como un 50% del carbón y un 35% del petróleo que necesita. Sobre todo la llegada del gas ruso fue impulsada durante las últimas décadas tanto por políticos socialdemócratas como conservadores.

Foto: Voluntarios reciben a refugiados ucranianos en Berlín. (Reuters/Filip Singer)

Los gasoductos Nord Stream son el símbolo por excelencia de esa dependencia. El excanciller Gerhard Schröder, del SPD, tuvo un papel fundamental para impulsar el proyecto de llevar gas directamente desde Rusia a Alemania a través del mar Báltico, excluyendo del suculento negocio a los habituales países de tránsito —Ucrania, Polonia y los países bálticos— y, de paso, llenando de euros las arcas rusas. El Kremlin le agradeció a Schröder la buena voluntad política dándole puestos bien dotados como lobista del sector energético ruso tras su salida de la cancillería en 2005. Schröder​ es ahora prácticamente un paria político en Berlín por haberse negado a renunciar a sus ingresos y a renegar de su viejo amigo Putin tras el comienzo de la guerra.

El primer tramo del gasoducto (Nord Stream 1) opera desde 2011, pero el segundo, Nord Stream 2, mucho más célebre en estos días de guerra, recibió el visto bueno final para su entrada en funcionamiento en 2021, en los días finales del Gobierno de Angela Merkel. La autorización ha sido suspendida ahora, posiblemente para siempre, pero la mancha está ahí. Y es que pese a que siempre fue crítica con Putin, Merkel defendió hasta el final Nord Stream 2 como un proyecto meramente "económico", dadas las ventajas para los consumidores y la industria germanos. Los precios del gas en Alemania son, hasta hoy, de los más bajos en Europa.

En la CDU afloran ahora las críticas tras los años de las vacas gordas. "La canciller y nosotros, la CDU, nos dejamos llevar por la corriente", dijo esta semana el parlamentario conservador Christian von Stetten a la revista 'Der Spiegel'. También el nuevo líder conservador, Merz, lo admite a regañadientes y se consuela viendo peor parados a sus adversarios políticos. "Muchos de nosotros lo advertimos constantemente y, pese a ello, nos fuimos volviendo cada vez más dependientes del gas ruso. Pero a diferencia de algunos socialdemócratas, ninguno de nosotros ha estado en una relación de dependencia con energéticas rusas".

"Les dijimos siempre que Nord Stream 2 es un arma", dijo también Zelenski la semana pasada durante su discurso para machacar a los políticos alemanes en el Bundestag. "¿Y cuál fue la respuesta que recibimos? Economía, economía, economía".

Economía... y también principios

Pero los intereses económicos se apoyaban hasta ahora también —y aunque parezca paradójico— en unos principios sólidos, parte de la identidad política germana construida en la posguerra. Abocada al pacifismo y la cooperación internacional, Alemania apostó durante décadas por una política de entrelazamiento económico para evitar conflictos. La idea, básicamente, consistía en que la interdependencia económica es un instrumento ideal y efectivo para disuadir a un rival geopolítico de iniciar una guerra. La premisa subyace en los principios fundamentales de la Unión Europea.

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz. (Reuters)

En Alemania está vinculada además a la exitosa política exterior del 'Wandel durch Handel' (cambios a través del comercio), fraguada en los años sesenta en las filas de la socialdemocracia. Y la idea de forzar a regímenes autoritarios a abrirse a través de los vínculos comerciales se mostró eficaz durante el acercamiento a los países del bloque del este a lo largo de la Guerra Fría.

El agotamiento de la premisa, sin embargo, empezó a ser evidente en las últimas décadas con China. Porque es innegable que Pekín ha sabido usar sus sólidos vínculos comerciales con Occidente —en particular con Alemania, un socio económico de primera línea— para cimentar tanto su músculo económico como su régimen autoritario y sus apetitos geopolíticos. Ahora, Putin ha terminado de echar el 'Wandel durch Handel' germano por la borda y ha abocado a Alemania a una dolorosa revisión de algunos de sus principios más queridos.

Alemania se ha alzado como uno de los críticos más duros del Kremlin desde el comienzo de la invasión rusa, pero el avance de la guerra en Ucrania está dejando en evidencia las dificultades de Berlín para asumir ese papel. La respuesta germana a las nuevas realidades geopolíticas en Europa no acaba de cuajar. Las contradicciones con lo hecho en los últimos años pesan demasiado. El "cambio de era" anunciado el 27 de febrero por el canciller Olaf Scholz en un histórico discurso ante el Bundestag, por eso, se está traduciendo por ahora sobre todo en duras autocríticas. Y estas ponen en entredicho incluso el legado de la hasta hace poco elogiada 'era Merkel'.

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