Teleoperadoras de las brigadas internacionales: "Tienes que saber cuándo van en serio"
¿Quién coge el teléfono a los voluntarios internacionales que quieren luchar en Ucrania? En Lviv, hay un pequeño grupo de voluntarias que hace el primer filtro
Un polaco, un judío neoyorquino y un sudanés se encuentran en un andén de la estación. Podría ser el comienzo de un chiste, pero es la guerra de Ucrania. Karlos, Alex y Ayik, cargando con sus pesados macutos en la estación de Przemyśl (Polonia), son tres de los centenares —miles, según Kiev— de voluntarios que se han presentado para luchar en Ucrania contra las tropas rusas. Algunos lo hacen por solidaridad con el pueblo ucraniano, otros sienten vergüenza por la impasibilidad de la OTAN. Algunos, simplemente, quieren luchar. Cada uno tiene sus razones. La mayoría acude a las embajadas ucranianas en sus países para alistarse en las 'Brigadas Internacionales' anunciadas por el presidente Volodímir Zelenski. Pero en Lviv, ciudad del oeste ucraniano y epicentro logístico de la retaguardia, es un pequeño grupo de jóvenes voluntarias quien coge el teléfono para hacer la primera criba: "Tienes que saber cuándo van en serio, que son gente que de verdad sabe lo que va a pasar aquí".
Cuando el 24 de febrero, Vladímir Putin descorchó la invasión con una andanada de bombardeos por todo el país, Yevheniia y una amiga salieron de Kiev como pudieron en las primeras estampidas de pánico. "Impresiona ver imágenes de tanques rusos en la calle por la que pasas cada día", rememora ahora desde Lviv. Su familia, considerados trabajadores esenciales de una planta nuclear —objetivo estratégico para los rusos— tiene que permanecer en su ciudad natal, a pocos kilómetros de la frontera con Bielorrusia. Y ella, pegada a las noticias, sintió pronto el peso insoportable de no hacer nada. Cuando un grupo de gestión de voluntarios de su universidad la contactó buscando a alguien que hablara buen inglés, no se lo pensó. Así empezó a trabajar para la Legión Georgiana.
Dentro de lo que empieza a ser una miríada de brigadas de voluntarios internacionales desplegadas en Ucrania, la Legión Georgiana —país con su propia historia de invasiones rusas— es una de las más conocidas y establecidas. Su historial en el país se remonta a 2014, cuando lucharon en el Dombás contra los rebeldes prorrusos. "Los extranjeros han sido siempre parte del movimiento, pero ahora el interés se ha disparado", detalla la joven. A estas alturas del conflicto y con las tropas rusas avanzando en el norte, este y sur de Ucrania, no hace falta que sean georgianos. "Aceptamos a todos los que al menos hablen inglés", asegura, porque al final, "necesitamos toda la gente posible".
Un 'millón' de WhatsApps
En su primer día, el comandante de la brigada les enseñó "el millón de mensajes" que tenía pendientes de voluntarios extranjeros, no georgianos, la mayoría australianos, estadounidenses y británicos, pero también alemanes e incluso algún colombiano. "Nuestro comandante estaba completamente desbordado. Y algunos solicitantes me han contado que han intentado contactar con la Legión Internacional Ucraniana [UIL, en inglés] y que ellos también están desbordados. Algunos [de los voluntarios] dudan entre ambas opciones, otros dudan en firmar un contrato hasta el final de la ley marcial, que es lo que propone la UIL".
La Legión Georgiana funciona de manera independiente al resto de voluntarios internacionales y, en general, solo acepta gente con experiencia militar, aunque hacen alguna excepción si el candidato tiene algún tipo de formación relacionada. Pero la primera criba es igual para todos y se condensa en una sola pregunta: "¿qué te lleva a luchar por Ucrania?".
Para Karlos, polaco residente en Reino Unido, es por las ganas de luchar. Cuando cruzamos juntos la garita de aduanas en la estación de Przemyśl para coger el tren a Lviv, salta la alarma en su pasaporte. "Estoy buscado por la Policía polaca", explica. Peleas, delitos menores de drogas. "Tengo la sangre caliente, soy un luchador", se justifica. Cuando les explica a los guardias que se presenta a luchar en Ucrania, le dejan pasar.
Para Alex, judío neoyorquino 'ausente sin permiso' del Ejército estadounidense, es una deuda histórica. "Hace justo cien años que los rusos invadieron [Polonia, el este] y ahora es lo mismo. Tengo antepasados que tuvieron que huir, y ahora soy yo el que viene a Ucrania a luchar contra lo mismo". Está convencido de que, si "no se le paran los pies" en Ucrania a Putin, la siguiente será Polonia, y la OTAN "encontrará algún tipo de excusa para no defenderla".
Para Ayik, un joven sudanés, era imposible quedarse "viéndolo en la televisión". Sus motivos son personales.
La nueva guerra del niño soldado
"Me sentía mal. Yo he vivido esto [la guerra]. Quiero ayudar, con un arma", explica Ayik, el único rostro negro en el tren rumbo a Lviv. En su pasaporte, australiano, la fecha de nacimiento está marcada con varias XX/XX/19XX, lo que genera cierta confusión en la frontera. Nadie sabe cuándo nació porque es un ex niño soldado.
La guerra, el combate no le son ajenos desde que a los diez años fue reclutado por el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA, por sus siglas en inglés, ahora las Fuerzas Armadas sursudanesas) y se le puso en sus manos un fusil. A diferencia de Alex, que sí que cuenta con experiencia militar 'reglada', combatiendo con el Ejército estadounidense en Siria entre 2013 y 2015, la de Ayik es la experiencia de la segunda guerra civil sudanesa a través de los ojos y las manos de un niño que aprende a preparar emboscadas, asaltar posiciones enemigas y manejar precarias armas y municiones. Así hasta los 19 años, cuando su hermana lo ayudó a escapar del SPLA y, finalmente, llegar como refugiados a Australia.
"Cuando haces algo bueno [defender Ucrania], te sientes mejor"
Su vida como refugiado en Australia tampoco fue fácil, admite. Su trastorno de estrés postraumático fue erróneamente diagnosticado como esquizofrenia y pasó por las drogas y el "lado malo de la ley". Asegura que ya está rehabilitado y es voluntario con la Policía local. Tiene un hijo de más o menos su edad cuando entró en el Ejército. Me enseña su hoja de solicitud como combatiente extranjero y el contrato firmado en la embajada ucraniana en Camberra, con un pequeño relato de algunos de sus delitos menores. "Nunca he matado a nadie en Australia", medio bromea, algo temeroso.
¿Por qué volver a la guerra de la que apenas ha conseguido escapar ni en sus pesadillas? "Tienes que ser muy fuerte para coger un arma", me dice. Pero "cuando haces algo bueno [defender Ucrania, en este caso], te sientes mejor".
No puedo dejar de pensar en Ucrania
Yevheniia escucha este tipo de historias todos los días. "Algunas de sus razones para combatir me han conmovido", asegura la joven. Su experiencia atendiendo solicitudes le permite identificar algunos patrones, como que mientras los voluntarios de EEUU suelen mencionar 'luchar por la libertad'; los de Reino Unido alegan la vergüenza por la inacción de la OTAN. La que más le impactó, recuerda, fue la de un voluntario alemán: "No puedo dejar de pensar en Ucrania. He donado, he ayudado a los refugiados que llegan. Pero ver todo lo que está pasando en Ucrania me hace sentir impotente. Quiero ver a Ucrania como un país libre e independiente y me arrepentiría muchísimo más tarde en mi vida si no hubiera hecho nada para conseguirlo".
La actividad de los voluntarios en este improvisado 'call center' de guerra es intensa. Yevheniia y sus colegas manejan varias cuentas de WhatsApp —por donde contactan la mayoría— y una dirección de correo electrónico, por donde llegan muchas preguntas del tipo: ¿Es legal luchar como voluntario en Ucrania? (Países como Alemania, Canadá, Dinamarca o Letonia han asegurado que no presentará cargos contra ellos, pero Australia ha desincentivado a sus combatientes) o ¿hay que llevar armas?
Algunos voluntarios regresan a casa, como José, un colombiano residente en EEUU. "La tuvimos muy duro. La avanzada rusa es inminente", avisa
"Les decimos que si tienen armas, que manden una lista con lo que tienen. Uno me llegó a enseñar todo un arsenal, ¿qué era, un magnate de las armas?", bromea. Sin embargo, transportar armas desde Estados Unidos, Canadá o Australia hasta Ucrania es complicado. "Si no están en Europa, les decimos que mejor ni lo intenten, mejor que traigan ropa adecuada, tiendas y otro material". Será el Ejército ucraniano quien termine proveyendo de armas a la mayoría de voluntarios. En el tren hacia Lviv, después de que varios oficiales hayan revisado —muy superficialmente— si llevamos armas, Karlos me enseña una navaja de mariposa y una pistola. "Tú también deberías hacerte con alguna", me dice.
Pero el requisito más importante que tratan de despejar estos 'teleoperadores' (aunque ellas son solo el primer filtro) es que el candidato sea consciente de dónde se está enrolando, que sepan que pueden perder la vida. Especialmente desde que el Kremlin dejara claro que los voluntarios extranjeros son "objetivos legítimos" al bombardear el Centro Internacional para el Mantenimiento de la Paz y Seguridad (IPSC) en Yavoriv, donde muchos de los voluntarios extranjeros recibían entrenamiento militar antes de ser desplegados en el frente, según confirmaron fuentes del Ejército a El Confidencial. El ataque contra Yavoriv se cobró las vidas de al menos 35 personas, según Ucrania, "180 mercenarios [extranjeros]", según Rusia.
Tras el ataque y el zarpazo de la muerte a la velocidad de los misiles de crucero desde el Mar Negro, algunos voluntarios recogieron sus bártulos y regresaron a casa, como José, un colombiano residente en Estados Unidos. "[Incluso] Siendo profesionales, la tuvimos muy duro. La avanzada rusa es inminente", avisa.
El Ministerio de Defensa ruso ha advertido que los combatientes occidentales serán considerados "mercenarios" y "criminales", y no "prisioneros de guerra" —por tanto, no estarán protegidos por la Convención de Ginebra si son capturados—. Todo esto no parece importar a los que llegan a la guerra arrastrados por sus propias biografías. Antes de despedirnos en la estación de Lviv, desde donde irán al punto de encuentro acordado, Ayik me insiste: "No tengo miedo a luchar".
Un polaco, un judío neoyorquino y un sudanés se encuentran en un andén de la estación. Podría ser el comienzo de un chiste, pero es la guerra de Ucrania. Karlos, Alex y Ayik, cargando con sus pesados macutos en la estación de Przemyśl (Polonia), son tres de los centenares —miles, según Kiev— de voluntarios que se han presentado para luchar en Ucrania contra las tropas rusas. Algunos lo hacen por solidaridad con el pueblo ucraniano, otros sienten vergüenza por la impasibilidad de la OTAN. Algunos, simplemente, quieren luchar. Cada uno tiene sus razones. La mayoría acude a las embajadas ucranianas en sus países para alistarse en las 'Brigadas Internacionales' anunciadas por el presidente Volodímir Zelenski. Pero en Lviv, ciudad del oeste ucraniano y epicentro logístico de la retaguardia, es un pequeño grupo de jóvenes voluntarias quien coge el teléfono para hacer la primera criba: "Tienes que saber cuándo van en serio, que son gente que de verdad sabe lo que va a pasar aquí".
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