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Dentro de las elecciones que pueden cambiar el futuro del Mediterráneo
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Elecciones libias el 24 de diciembre

Dentro de las elecciones que pueden cambiar el futuro del Mediterráneo

Apenas quedan dos semanas para las elecciones libias, que decidirán la balanza hacia una solución pacífica y política del conflicto o empujarán de nuevo al país norteafricano al caos y la inestabilidad

Foto: Saif al Islam Gadafi, hijo de Muamar Gadafi, durante la presentación de su candidatura a las elecciones libias (Khaled Al-Zaidy vía Reuters)
Saif al Islam Gadafi, hijo de Muamar Gadafi, durante la presentación de su candidatura a las elecciones libias (Khaled Al-Zaidy vía Reuters)

El pasado 11 de octubre ocurrió algo casi inimaginable hace unos años. La superestrella del fútbol Mohamed 'Mo' Salah jugó junto al resto de la selección egipcia un partido de clasificación para el Mundial de 2022 en el estadio 'Mártires de Febrero' (antes llamado 'Hugo Chávez') a las afueras de Bengasi, Libia. Los egipcios se impusieron 0-3 a la selección libia y se aseguraron el pase a la tercera fase de la clasificatoria. Pero el hito era otro: la ronda de clasificaciones para el Mundial de Qatar es la primera que se vuelve a celebrar en Libia desde la revolución que derrocó -y asesinó- a Gadafi en 2011 y la guerra civil que se desató en 2014. Hasta entonces, la situación de inestabilidad y violencia, con combates entre facciones rivales, señores de la guerra o grupos terroristas por controlar el territorio, el petróleo, las rutas migratorias o el poder político, habían forzado a que la selección libia (capitaneada ahora de nuevo por el español Javier Clemente) siempre jugara en el extranjero.

Apenas quedan dos semanas en el contador para las elecciones libias del próximo 24 de diciembre, que decidirán la balanza hacia una solución pacífica y política del conflicto o empujarán de nuevo al país norteafricano al caos y la inestabilidad. Hay mucho lo que está en juego en el Mediterráneo: si sale bien, será la primera vez que el país -uno de los más grandes del Mediterráneo, con grandes reservas de petróleo infraexplotadas por el conflicto y vía clave en las peligrosas rutas migratorias hacia Europa- esté bajo un único Gobierno legítimo desde la caída de Gadafi. Si sale mal, el país puede descender de nuevo a la guerra civil que ha mantenido en la última década a Libia en el caos y convertido al país en el escenario de rivalidad geopolítica entre actores regionales, de Rusia a Francia, Emiratos Árabes Unidos, Italia o Turquía.

Foto: Fotografía tomada en Bengazi, Libia, en julio de 2019. (Reuters)

Las elecciones son el punto culminante de la hoja de ruta acordada el año pasado a través de Naciones Unidas para la transición Libia. Pero los libios están a ciegas en estas elecciones a punto de colapsar, empujados por la comunidad internacional cansada ya del conflicto, sin una Constitución y sin casi una ley electoral que revista de legitimidad las candidaturas. La fecha máxima para presentarse fue el pasado 22 de noviembre, y sin embargo desde entonces -a menos de dos semanas del 24 de diciembre, y casi sin tiempo para una campaña electoral- la Comisión Electoral Suprema de Libia todavía no ha presentado una lista oficial de los candidatos que concurrirán en las urnas, abriendo la puerta a un retraso de los comicios.

"La mayoría de los candidatos son antiguos oficiales bien conocidos por su corrupción o gente que ha estado envuelta en crímenes de guerra o funcionarios muy mayores. La gente no está impresionada", asegura por teléfono desde su oficina en Trípoli Mosadek Hobrara, uno del casi un centenar de candidatos a la presidencia libia, a El Confidencial. Joven activista (36 años) tripolitano, que adquirió reconocimiento durante la Revolución Libia de 2011 y exdirector de la 'Libyan American Alliance', el nombre de Hobrara ha pasado en segundo plano en una polémica lista que ha compartido con el segundo hijo de Gadafi, Saif Al-Islam, sobre el que pesa una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional de la Haya (TPI) por crímenes contra la humanidad cometidos en la represión de la revolución, el exgeneral Jalifa Haftar, 'hombre fuerte' en el este de Libia pero profundamente odiado en el oeste, acusado de ordenar matanzas y querer convertirse en dictador, o el actual primer ministro interino, Abdelhamid al Debaibah, multimillonario que hizo fortuna en el sector de la construcción desde las empresas estatales de la tiranía y quien técnicamente desde ese puesto no debería haberse podido presentar a los comicios.

El "hijo predilecto", número dos del régimen de Gadafi desde 2009 y quien abanderó la represión contra los rebeldes en 2011, Saif Al Islam (49 años), abrió la veda el pasado 14 de noviembre anunciando su candidatura en televisión vestido con su típica túnica y turbante marrón que ya hiciera sello de identidad su propio padre, Muamar. Lo hizo desde Sebha (sur), ciudad natal de Gadafi, y donde se le presumía oculto desde 2017, cuando fue liberado de la prisión en la que había pasado al menos seis años, retenido por una milicia de la ciudad de Zintan. Sobre él no sólo pesa una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI), sino que en 2015 fue también condenado a muerte in absentia en 2015.

Inicialmente, la Comisión Electoral rechazó su candidatura y un grupo de milicianos armados impidieron por la fuerza que los abogados de Saif Al Islam pudieran presentar su primera apelación. En otro turbio movimiento, se declaró que las alegaciones judiciales solo se podían presentar en las cortes donde tuvieran base los candidatos, impidiendo por ejemplo que ningún tribunal en el oeste de Libia, presentara un caso contra la candidatura de Haftar, exgeneral de Gadafi hasta su caída en desgracia, luego agente de la CIA y más tarde líder del autoproclamado Ejército Nacional Libio (LNA), con el que, tras hacerse fuerte en el este, en 2019 lanzó una ofensiva militar que llegó a las puertas del propio Trípoli, gobernado entonces a duras penas por el Gobierno de Acuerdo Nacional, que tuvo que pedir ayuda a Turquía para repeler el ataque. Sobre él pesan también acusaciones de crímenes de guerra. El propio Mosadek Hobrara es parte de un juicio contra Haftar en Virginia (EEUU), que sin embargo ha sido pospuesto por la jueza hasta que finalicen las elecciones.

A falta de la lista oficial, parece que los tres nombres más polémicos de la larga lista de candidatos, incluido el actual primer ministro interino, podrán concurrir a los comicios.

Foto: Retrato de Jalifa Haftar. (Reuters)

Con la legitimidad de las elecciones en tela de juicio tras las polémicas candidaturas, son cada vez más voces pidiendo que se retrasen al menos hasta febrero de 2022 -especialmente entre el propio Gobierno de transición, que ha intentado retrasarlas en varias ocasiones, o entidades como el Consejo Supremo de Estado, una suerte de Senado creado en 2015 durante el fallido proceso de reconciliación que dirigió el entonces enviado especial de la ONU para Libia, Bernardino León y con lazos cercanos a Turquía-, un aplazamiento representaría un duro golpe para las esperanzas de la comunidad internacional de encontrar una solución al conflicto libio. La nueva encargada de la ONU para la negociación en Libia, Stephanie Williams, ha llegado este domigo al país para presionar a que se mantengan los comicios y no se pierda el 'momentum', pero lo hace desde una posición de debilidad tras la dimisión, hace pocas semanas, del enviado especial para Libia, Ján Kubiš, tras menos de un año en el puesto.

Al filo de la navaja

"Si las autoridades libias son capaces de realmente hacer que tengan lugar las elecciones, sin controversias, violencia o boicots, podrían conducir a un cambio monumental", admite Claudia Grazzini, analista para Libia del Crisis Group, quien sin embargo no se muestra muy esperanzada ante los grandes problemas de legitimidad a los que ya se están enfrentando los comicios. "Libia no ha tenido elecciones desde 2014 y las últimas elecciones, de hecho, acabaron en la división del país. Hay muchas expectativas y esperanzas de que estas elecciones cambien el país y el curso que ha estado teniendo... Una esperanza algo injustificada, en mi opinión", asegura la experta.

En 2014, el país celebró sus últimas elecciones. De los comicios salió la Cámara de Representantes con sede en Tobruk (este del país) y los resultados fueron rechazados como ilegítimos por las milicias y partidos -mayoritariamente islamistas- en el oeste del país, en las ciudades como Trípoli o Misrata. Comenzó entonces una guerra civil entre facciones políticas, señores de la guerra y tribus que hundió al país en el más absoluto caos, por el que han pasado varios gobiernos enfrentados e incluso llegó a estar en parte controlado por grupos terroristas locales afines a Al Qaida o el Estado Islámico. El conflicto se enquistó con la entrada en juego de intereses regionales, con países como Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Rusia apoyando al 'hombre fuerte' Haftar en el este y Turquía o Qatar apoyando a los distintos gobiernos en Trípoli. El escenario geopolítico llegó incluso a enfrentar a los intereses de dos países europeos, Francia -que apoyó la opción de Haftar como solución al conflicto- e Italia. En septiembre de 2020 se alcanzó una tregua de la que nació el nuevo Gobierno de Unidad Nacional, auspiciado por Naciones Unidas y pensado como de transición hacia los comicios.

"En el mejor escenario, un presidente electo con el mandato de la población sería buenas noticias, porque permitiría a Libia tener una voz real, una opción de presentarse a sí mismo como un país real, hacer acuerdos, firmar tratados, expulsar los mercenarios extranjeros y volver al orden desde el caos institucional al que ha estado metido en los últimos años. Esto significa también controlar de nuevo sus fondos de riqueza soberanos, que recordemos están congelados... Si las elecciones van mal, podríamos estar de nuevo en la casilla de salida. En el cualquier caso, habrá grandes implicaciones para Libia y la región", continúa la experta.

Una Libia pacificada dejaría de ser el anclaje mediterráneo de la influencia rusa (o de un Emiratos Árabes Unidos también proyectándose hacia el Mediterráneo en su rivalidad con Turquía). Facilitaría también el control de la ruta migratoria del Mediterráneo central, apagada con la pandemia pero que podría reavivarse con la llegada del nuevo año, y reorganizaría de nuevo el mapa de las fuentes energéticas europeas.

placeholder Mosadek Hobara, en su despacho en Trípoli (cedida)
Mosadek Hobara, en su despacho en Trípoli (cedida)

La candidatura de Hobrara, pese a que su nombre no está entre los más conocidos, es una ventana al interior de la campaña electoral, que no sólo transcurre entre dudas sobre quién tiene derecho y quién no a presentarse, sino también sobre la propia legitimidad de la ley electoral, la pertinencia de celebrarlas antes de tener incluso una Constitución, la cuestión de depurar responsabilidades del conflicto o la dificultad de organizar y movilizar una campaña en un país todavía en fuerte estado de tensión. Pese a la ligera mejora de la situación de seguridad tras la fallida ofensiva de Haftar contra el este del país y la tregua entre Moscú y Ankara en septiembre de 2020, que permitió entre otras cosas la celebración de los partidos de clasificación al Mundial, el país sigue fuertemente dividido como por una línea invisible este/oeste/sur. "Hay un fuerte desafío en el tema de seguridad. Por desgracia, sólo podemos trabajar en la zona de Trípoli, Trípoli y Misrata. No podemos organizar una campaña en el sur o el este, por Haftar [en el este]", asegura. En los últimos meses, se ha vuelto a intensificar el movimiento de tropas y milicias tanto en el frente de Sirte y Al Jufra como en las regiones del sur, hogar de las tribus Tebu y Tuareg, vinculadas a la economía corsaria que articula el norte de África y el Sahel.

Frente a las ricas campañas de candidatos como el actual primer ministro, Abdelhamid al Debaibah, su campaña se apoyará en las redes sociales, activistas y jóvenes. Como elemento esperanzador de las expectativas que los propios libios han puesto en los comicios se puede señalar que algo más de 2,8 millones de habitantes se han registrado ya como votantes, y casi la mitad de los nuevos registros son de menores de 30 años.

Foto: Migrantes cruzando el desierto del Sahara en Libia. (Reuters)
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“Europa debe realmente preocuparse por Libia [y las elecciones] porque muchos inmigrantes vienen a través de Libia, mucho terrorismo viene de Libia, es muy estratégico porque básicamente es su frontera sur. Una de las aspiraciones de la Primavera Árabe era la democracia. Creemos en la democracia para Libia. Si tenemos éxito en estas elecciones, si se aprueba una Constitución, seríamos básicamente el único éxito democrático de la Primavera Árabe. Europa necesita un socio democrático en el sur; un país rico, con poca población [Libia tiene 6,8 millones habitantes], democrático, puede ser un verdadero aliado en el sur, también en tema energético. Europa necesita invertir en estabilidad en Libia, es un 'win-win'", sostiene Mosadek Hobrara, quien a pesar de haberse presentado como candidato es muy crítico con los comicios y la presión tanto de Naciones Unidas como de la comunidad internacional para celebrarlas cuanto antes.

"Imponen las elecciones como una solución a los problemas. Y eso puede ser contraproducente e incluso llevar a una guerra. [Creo] que las elecciones traerán más división, más polarización y quizá más conflicto”, lamenta el candidato. En el hipotético caso de que de las urnas saliera ganador por ejemplo Haftar, es fácil que su victoria no sea reconocida en el oeste del país y se reincendie el conflicto, ahora apagado por el cansancio de los actores regionales que, pese a todo, no han llegado a apartar sus piezas del tablero libio.

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Pese a las reiteradas denuncias de Naciones Unidas, el país sigue plagado de "mercenarios extranjeros". Documentos recientes de la ONU estiman que al menos 20.000 combatientes extranjeros permanecen todavía en el país, la mayoría mercenarios rusos del Grupo Wagner -considerados punta de lanza geopolítica del Kremlin-, sirios, chadianos o sudaneses, además de tropas enviadas por Ankara para apoyar al Gobierno en Trípoli, y no ha habido nuevos avances en forzar su salida del país, prevista en el alto el fuego de 2020 para un plazo -ya expirado- de 90 días. Este mismo lunes, Francia intentará forzar sanciones conjuntas de la Unión Europea contra el grupo Wagner por sus operaciones tanto en Libia en apoyo de Haftar como en el Sahel. Más allá de los mercenarios, el Gobierno de transición no ha logrado tampoco avances en la reunificación de las fuerzas de Seguridad ni la desmilitarización de las milicias locales, un inestable caldo de cultivo si hubiera dudas de legitimidad que puede volver a empujar al país al conflicto.

El pasado 11 de octubre ocurrió algo casi inimaginable hace unos años. La superestrella del fútbol Mohamed 'Mo' Salah jugó junto al resto de la selección egipcia un partido de clasificación para el Mundial de 2022 en el estadio 'Mártires de Febrero' (antes llamado 'Hugo Chávez') a las afueras de Bengasi, Libia. Los egipcios se impusieron 0-3 a la selección libia y se aseguraron el pase a la tercera fase de la clasificatoria. Pero el hito era otro: la ronda de clasificaciones para el Mundial de Qatar es la primera que se vuelve a celebrar en Libia desde la revolución que derrocó -y asesinó- a Gadafi en 2011 y la guerra civil que se desató en 2014. Hasta entonces, la situación de inestabilidad y violencia, con combates entre facciones rivales, señores de la guerra o grupos terroristas por controlar el territorio, el petróleo, las rutas migratorias o el poder político, habían forzado a que la selección libia (capitaneada ahora de nuevo por el español Javier Clemente) siempre jugara en el extranjero.

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