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El arquitecto madrileño que construyó su 'Alhambra' en el Shanghái de los años 20
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El arquitecto madrileño que construyó su 'Alhambra' en el Shanghái de los años 20

Mientras que muchos emprendedores se lanzaban a hacer las Américas a principios del siglo pasado, Abelardo Lafuente apostó por buscarse la vida en China hasta que lo perdió todo

Foto: Retrato de Abelardo Lafuente. (EFE)
Retrato de Abelardo Lafuente. (EFE)

Abelardo Lafuente pertenece a esa generación de españoles aventureros que se lanzaron a explorar las oportunidades que se abrían en el Lejano Oriente a principios del siglo XX. Por esos tiempos, Shanghái se abría como el París del Este. Una ciudad abierta al mundo, vibrante y convertida en uno de los puntos comerciales más importantes del planeta.

Para Abelardo, Shanghái no fue su primera aventura transoceánica. Ya se había instalado años antes en Filipinas, donde su padre trabajó primero como ingeniero de montes y después como arquitecto municipal interino para el gobierno español en esa provincia de ultramar. Cuando el mayor territorio español en Asia cayó en manos estadounidenses, como muchos otros españoles, Abelardo no pudo ignorar las historias de éxito que le llegaban desde Shanghái y se marchó en busca de nuevos horizontes a China.

A su llegada en 1913, Lafuente se encontró con una ciudad llena de contrastes. El Bund o primera línea de edificios que se asomaba al río Huangpu comenzaba a dibujarse. Durante esos años dorados, Shanghái se había convertido también en el templo del jazz, del opio y del juego para ricos y cazafortunas de toda Asia. Por entonces, los extranjeros disfrutaban de un régimen privilegiado en la ciudad. En su mayoría americanos, franceses e ingleses vivían en las concesiones donde no se aplicaba la ley china. Fuera de esa burbuja internacional la vida era más complicada para los chinos. La Dinastía Qing, la última existente, había colapsado en 1911 y China había declarado la república bajo el nacionalista Sun Yat-Set.

Mientras todo eso sucedía, Shanghái florecía y con ello la suerte de sus emprendedores. Abelardo fue bien acogido por la comunidad española, aunque algo pequeña era muy dinámica. La primera mano se la tendió Albert Cohen, un judío sefardita español, con una historia no menos interesante. Este hombre de negocios había llegado a Shanghái a principios del siglo XX con escasos recursos pero con un ávido olfato para los negocios. Cohen invirtió todo su dinero en los 'rickshaws' o taxi bicis, unos endiablados vehículos que recorrían la ciudad a toda velocidad transportando a sus ocupados habitantes. Cohen llegó a poseer una flota de más de 2000 'rickshaws' convirtiéndose en el mayor propietario de estos vehículos en Asia.

placeholder Foto de archivo del 'Star Garage'. (Foto cedida)
Foto de archivo del 'Star Garage'. (Foto cedida)

Años más tarde, Cohen quiso expandir su negocio y entrar en la incipiente industria del automóvil representando a Chandler y Buick en Shanghái. Para esta nueva aventura comercial le pidió ayuda a su amigo Abelardo con la construcción del 'Star Garage', un concesionario que funcionaría también como garaje en una de las calles de mayor renombre de la ciudad, Nanjing Oeste. El edificio, que todavía se mantiene en pie a día de hoy, no deja a nadie indiferente. Su estilo eclecticismo-historicista acumula una amalgama de influencias con arcos neo-árabes y columnas de inspiración dórica y jónica. Por sus puertas el 'Star Garage' puede estar orgulloso de haber visto pasar el rugido de infinitos vehículos. Allí sus más de trescientos mecánicos chinos y tres extranjeros se ganaron la fama de ser los más rápidos y los mejores reparando cualquier tipo de avería.

placeholder El 'Star Garage' en la actualidad, visitado y fotografiado por turistas. (Inma Escribano)
El 'Star Garage' en la actualidad, visitado y fotografiado por turistas. (Inma Escribano)

Con el éxito de esta construcción, a Abelardo se le abrían nuevos horizontes aunque no era tan sencillo. Álvaro Leonardo, investigador y doctor arquitecto cuya tesis ha logrado resucitar la figura de Lafuente lo explica: "La comunidad española era muy limitada en número. Para poder entrar en el mercado internacional el arquitecto necesitaba a un socio extranjero que le pudiese facilitar contactos". La suerte le sonrió una vez más al encontrar al arquitecto californiano Wooten, con el que pudo abrir un estudio conjunto entre 1916 y 1919. Su alianza le permitió a Abelardo acceder a los delicados proyectos de las salas de baile de los hoteles más lujosos de la ciudad. Precisamente sería el proyecto de interiorismo de la sala de baile del Astor (1917) el que le catapultaría al olimpo de la arquitectura internacional. La sala, hoy en día transformada en el museo de la bolsa, aún conserva las bóvedas acristaladas de su techo o el suelo ondulado que la convierten en un lugar mágico. Pocos años después, de nuevo en solitario, Abelardo remodeló por segunda vez la sala. Corrían los locos años 20 en los que las fiestas, el vals y el champán circulaban sin mesura al tiempo que se fundaba y crecía el Partido Comunista en Shanghái.

placeholder Imagen de archivo de la sala de baile del hotel Astor. (Leonardo Pérez, Álvaro)
Imagen de archivo de la sala de baile del hotel Astor. (Leonardo Pérez, Álvaro)

La prensa de la época se hizo eco de la obra de Abelardo. Cuenta Álvaro Leonardo como un periodista chino le pidió al arquitecto más detalles de la sala de baile del hotel. "El periodista quería conocer la visión estética del arquitecto, y para su sorpresa Lafuente le respondió con el número de tornillos que habían utilizado en la sala del Astor: ¡240 millones de clavos!", comparte como anécdota el investigador.

Entrados los años 20, Shanghái se había convertido ya no solo en el foco industrial y financiero de Asia, sino también artístico. Antonio Ramos, amigo de Lafuente desde Filipinas, había llegado unos años antes a la ciudad con los bolsillos vacíos, la cabeza llena de sueños y un proyector entre sus manos. Nada más llegar Ramos comenzó a organizar proyecciones de películas en teterías y otros locales de ocio. En 1908 remodeló para sus proyecciones la sala del Hongkew, hoy considerada como el primer cine del país. El cineasta llegaría a grabar sus propias películas y a establecer una productora con directores, actores y contenido en chino. En pocos años al Hongkew le sucedieron otras muchas salas no solo en Shanghái sino también en ciudades como Tianjin, Macao y Hong Kong. Ramos logró traer de contrabando los estrenos de Hollywood antes de que se proyectasen incluso en salas de Europa, convirtiéndose así sin saberlo en un precursor de la piratería cinematográfica en los años finales de su periodo en la ciudad.

placeholder Imagen de archivo de la Mansión Ramos. (Foto cedida)
Imagen de archivo de la Mansión Ramos. (Foto cedida)

En 1924 Ramos ya amasaba una considerable fortuna y se lanzó al negocio inmobiliario contando con su amigo Abelardo como arquitecto estrella. Durante esa época le encargó la que sería la joya arquitectónica de Lafuente, la mansión de verano donde el cineasta y hombre de negocios pasaría los calurosos veranos shanghaineses. La mansión situada en la calle de Duolun al norte de la ciudad hoy la habitan numerosas familias chinas haciendo casi imposible el acceso a los ojos curiosos de los transeúntes. La casa de Ramos es un homenaje a su tierra natal, Granada, y el mejor ejemplo de arquitectura neoárabe introducido por el arquitecto español en la ciudad. En este proyecto Abelardo replica algunas de las columnas nazaríes de la Alhambra de Granada, así como sus arcos ojivales y peraltados. La casa también incluye mucha decoración en el interior y exterior realizada con baldosa de cerámica española lo que la dota de un aspecto único.

placeholder Imagen de archivo de la Mansión Ramos. (Inma Escribano)
Imagen de archivo de la Mansión Ramos. (Inma Escribano)

Ramos también le encargaría a Abelardo un edificio de apartamentos para alquilarlos en lo que entonces eran las afueras de la ciudad con una apariencia similar a los edificios de la Gran Vía de Madrid. Los pisos de este bloque que se mantienen hasta hoy tienen patios de luces en la parte de atrás, una tipología muy conocida en España pero hasta entonces apenas vista en China. La obra de Abelardo se multiplicaría durante esta década. "Algo que no dejaba de sorprenderle al arquitecto español era la rapidez e inteligencia con la que los trabajadores chinos construían los edificios que él diseñaba. Sin duda, esta eficacia ayudó a Abelardo acumular una prolífica obra en la ciudad", explica Álvaro Leonardo.

placeholder Edificio de alquiler encargado por Ramos a Lafuente en la actualidad. (Inma Escribano)
Edificio de alquiler encargado por Ramos a Lafuente en la actualidad. (Inma Escribano)

A finales de los años 20 y después de haber participado en varias construcciones con un nuevo socio ruso, Yaron, Abelardo decide emprender una nueva aventura y marcharse a la costa californiana. Por desgracia, las Américas no le trajeron la misma fortuna que China. El crack económico del 29 borró sus sueños en un chasquido perdiendo todas sus inversiones, incluida la mansión de estilo neoárabe que construyó en Los Ángeles, y que llegó a venderse hace unos pocos años por más de seis millones de dólares.

placeholder Plano de la mansión diseñada por Lafuente en Los Ángeles. (Foto cedida)
Plano de la mansión diseñada por Lafuente en Los Ángeles. (Foto cedida)

En el momento en el que Abelardo Lafuente decidió volverse a Shanghái tras su desastroso paso por California, la situación al otro lado del océano había cambiado considerablemente. Aunque la hostilidad había crecido en los últimos años, Abelardo continuó con su plan y se embarcó en una larga travesía hacia el este. Sin saberlo lo hizo con una enfermedad pulmonar que no pudieron tratarle durante los dos meses de viaje en barco y que a su llegada a Shanghái le hicieron caer gravemente enfermo.

Los médicos de la ciudad poco pudieron hacer por salvarlo. Abelardo Lafuente muere en 1931 en el Hospital General de Shanghái, justo al lado de uno de sus proyectos más apreciados, el hotel Astor. Su antiguo amigo y apoyo en la ciudad, Ramos, se había marchado a España años antes, en 1927, vendiendo sus cines y todas sus propiedades para invertir en su tierra natal y en Madrid. En la capital construyó varios edificios y entre ellos los cines Rialto en la Gran Vía de Madrid, una hazaña que ha caído en el olvido de los españoles.

Foto: Ceremonia del Congreso Nacional del Partido Comunista de China. (EFE) Opinión
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Ambos amigos, Ramos ya en España y Lafuente fallecido, no llegaron a presenciar el descenso a los infiernos de Shanghái en los años venideros. La invasión japonesa que llegó a saldarse en tres meses con más de 180.000 víctimas mortales y más de 400.000 refugiados que lograron aislarse de la destrucción en las concesiones de la ciudad, una isla de paz en mitad del caos.

Hoy el contexto ha cambiado drásticamente en China, con el Partido Comunista en el poder y con uno de los mercados más innovadores del mundo. Aun así muchos extranjeros quizá vean al gigante asiático con las mismas aspiraciones que Lafuente y Ramos lo hicieron en su día. Todavía con las fronteras cerradas por el coronavirus, muchos son los que están esperando la apertura del país para poder venir a hacer las chinas en un futuro y probar su suerte en los negocios.

Abelardo Lafuente pertenece a esa generación de españoles aventureros que se lanzaron a explorar las oportunidades que se abrían en el Lejano Oriente a principios del siglo XX. Por esos tiempos, Shanghái se abría como el París del Este. Una ciudad abierta al mundo, vibrante y convertida en uno de los puntos comerciales más importantes del planeta.

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