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Amenaza global, fatiga planetaria: ¿por qué la ómicron no ha desatado el pánico en EEUU?
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EEUU no está para confinamientos

Amenaza global, fatiga planetaria: ¿por qué la ómicron no ha desatado el pánico en EEUU?

Va a hacer falta un nombre todavía más terrible que ómicron para convencer a los norteamericanos de que vuelvan, potencialmente, a renunciar a la normalidad

Foto: Anthony Fauci y Joe Biden durante una rueda de prensa sobre la variante omicrón en la Casa Blanca. (EFE/Oliver Contreras)
Anthony Fauci y Joe Biden durante una rueda de prensa sobre la variante omicrón en la Casa Blanca. (EFE/Oliver Contreras)

Va a hacer falta un nombre todavía más terrible que ómicron, ya de por sí evocador de siniestros villanos de ciencia ficción, para convencer a los norteamericanos de que vuelvan, potencialmente, a renunciar a la normalidad. El país que hace de la libertad individual su principal baluarte, y que ha respondido a la pandemia de dos maneras -a veces totalmente inversas- según el partido que gobernase en cada estado, puede no estar en posición de volver a implementar posibles restricciones. Del lado republicano, la nueva cepa está siendo usada como arma política. Del lado demócrata, los líderes, empezando por el presidente, Joe Biden, carecerían del capital político necesario para andar exigiendo grandes esfuerzos.

Según una reciente encuesta de Yahoo News y YouGov, tres de cada cuatro estadounidenses dicen que su vida vuelve a ser “normal”. Una actitud que puede ser interpretada, a la vez, de manera positiva y negativa: las cosas por fin vuelven a parecerse a 2019 -relajémonos, seamos felices-, pero, al mismo tiempo, el invierno ya está aquí y los números fatídicos de casos, hospitalizaciones y fallecimientos vuelven a aumentar a nivel nacional. Los contagios han subido un 25% en las últimas dos semanas. En 14 estados han crecido más de un 40%. Y eso que todavía no se han registrado los posibles casos derivados del Día de Acción de Gracias, caracterizado por los viajes y las grandes reuniones familiares.

Incluso en lugares como Nueva York, donde se implementaron las restricciones sanitarias más severas (aun así, lejos de los estándares de algunos países europeos: nunca se prohibió salir a la calle, por ejemplo), los restaurantes llevan meses totalmente abiertos y en algunos ni siquiera el personal usa mascarilla. Los responsables tienen que pedir a todos los clientes que paren allí, por ley, la cartilla de vacunación, pero algunos se han ido relajando al respecto.

“Es realmente agotador”, declaró a The Washington Post Ezekiel Emanuel, médico, experto en bioética de la Universidad de Pensilvania y exasesor sanitario de Joe Biden. “El pueblo estadounidense está legítimamente agotado, y por tanto, el nivel de riesgo que estamos dispuestos a afrontar crece. La gente está dispuesta a tomar más riesgos y aceptar más desafíos, pero no está dispuesta a aceptar más restricciones”.

La propia Casa Blanca reconoce la fatiga. “Seguimos estando en mitad de la lucha contra una pandemia y la gente está harta de ello. Nosotros también”, declaró su portavoz, Jan Psaki, durante una comparecencia de prensa. También son elocuentes las palabras de Joe Biden, que de momento se limita a recomendar vacuna y mascarilla, descartando confinamientos y nuevas suspensiones de rutas aéreas, con excepción de las naciones africanas donde se propagó inicialmente la ómicron. “Es causa de preocupación, no de pánico”, declaró el presidente. “Aún no creemos que necesitaremos medidas adicionales”.

Foto: Una mujer recibe la vacuna del covid en Sudáfrica. (Reuters/Sumaya Hisham)

La cautela de Biden, más allá de las conclusiones a las que haya llegado su gabinete, puede tener también una dimensión política: su índice de aprobación está por los suelos. En el 36%, según la encuesta de la Universidad de Quinnipiac. El comandante en jefe, que empezó su mandato con la promesa, entre otras, de meter al virus en cintura, ha gastado casi todo su capital político. La caótica salida de Afganistán arrolló buena parte, y la inflación ensombrece el resto. Su coyuntura, sumada a la fatiga de la población, puede dificultar la posible demanda de sacrificios.

El estado de emergencia declarado en Nueva York, que entrará en vigor el viernes, tampoco es una vuelta al encierro. La gobernadora, Kathy Hochul, que recibió el cargo tras la dimisión de Andrew Cuomo, solo está tomando medidas cautelares. La ley le permitiría aumentar la adquisición de suministros médicos, reforzar la contratación de sanitarios y liberar espacio en los hospitales en caso de necesidad.

La "variante elecciones legislativas" republicana

En las esferas republicanas, por otro lado, la actitud frente a la pandemia ha sido mucho más escéptica desde el principio. En ocasiones, negacionista y conspirativa, como trasluce de algunos comentarios hechos el fin de semana a raíz de la nueva cepa.

“Aquí viene la VEL: ¡la Variante de las Elecciones Legislativas!”, tuiteó el sábado Ronny Jackson, congresista republicano de Texas y antiguo médico de la Casa Blanca durante las administraciones de Donald Trump, Barack Obama y George W. Bush. “NECESITAN una razón para promover en toda la nación los votos por correo no solicitados. Los demócratas harán cualquier cosa para HACER TRAMPAS durante unas elecciones. ¡Pero no vamos a dejarlos!”.

El comentario de Jackson, enraizado en las mentiras diseminadas por el Donald Trump a raíz de su derrota electoral del año pasado, no es una gotita solitaria en el paisaje. Las fuerzas conservadoras llevan desde principios de 2020 acusando a los demócratas de usar el virus para expandir su control político, y las políticas de los estados republicanos han ido, muchas veces, en la dirección contraria.

Una docena de estados han aprobado leyes que prohíben a los negocios exigir mascarilla o prueba de vacunación a sus clientes, por ejemplo al entrar en un restaurante. O que impiden a las agencias estatales, bajo su control, exigir estas verificaciones a sus empleados. Tal es el caso de Florida, Montana, Georgia o Arkansas. Respecto a la ley federal, que obliga a las empresas con más de 100 empleados a pedir prueba de vacunación o test semanal, los tribunales de algunos estados, como Kansas, han buscado fórmulas para evadir estas exigencias. Por ejemplo, con una carta del médico o alegando “creencias religiosas”.

Foto: El puente que une San Francisco con la bahía de Oakland. (Reuters/Carlos Barria)

Las opiniones en materia de política sanitaria, por tanto, tienen un claro sesgo ideológico. Un estudio de Kaiser Family Foundation recoge que las diferencias raciales entre los vacunados han ido disminuyendo, pero las diferencias políticas permanecen. El índice de inmunización entre los adultos demócratas es del 90%; entre los adultos republicanos, del 58%. Otro sondeo de Gallup arroja proporciones casi idénticas: un 92% de los demócratas habrían recibido el pinchazo, frente a un 56% de los conservadores. Un vistazo al mapa político sugiere lo mismo: los condados más republicanos tienden a albergar menos vacunados y más afectados por la última ola de contagios, el verano pasado.

Las divergencias se ven incluso dentro del sector más expuesto a contagios: la sanidad. El personal médico tiene de plazo hasta el 4 de enero para vacunarse si no quiere perder el empleo. Los datos amasados por el Centro de Control de Enfermedades, hace dos meses, en 2.000 hospitales del país, reflejaba que un 30% de los trabajadores sanitarios aún no se había vacunado. En algunos hospitales, como de Clark Fork Valley, en Montana, la tasa de vacunación del personal apenas supera el 50%.

La situación hace que algunos estados estén tomando precauciones en caso de tener que lidiar con una nueva ola, de ahí, por ejemplo, el estado de emergencia declarado en Nueva York. La historia de la pandemia en EEUU siempre ha sido la historia de cada uno de sus 50 estados. La viralidad del ómnicon, sea cual sea, pondrá a prueba ambas actitudes, calcula Bob Wachter, decano de la facultad de medicina de la Universidad de California en San Francisco, dentro de dos o tres semanas.

Va a hacer falta un nombre todavía más terrible que ómicron, ya de por sí evocador de siniestros villanos de ciencia ficción, para convencer a los norteamericanos de que vuelvan, potencialmente, a renunciar a la normalidad. El país que hace de la libertad individual su principal baluarte, y que ha respondido a la pandemia de dos maneras -a veces totalmente inversas- según el partido que gobernase en cada estado, puede no estar en posición de volver a implementar posibles restricciones. Del lado republicano, la nueva cepa está siendo usada como arma política. Del lado demócrata, los líderes, empezando por el presidente, Joe Biden, carecerían del capital político necesario para andar exigiendo grandes esfuerzos.

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