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¿Tiene el bipartidismo de EEUU los días contados?
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El sistema se resquebraja

¿Tiene el bipartidismo de EEUU los días contados?

El Partido Demócrata y el Republicano han dominado la vida política estadounidense, sin dejar margen a terceros. Ahora, la polarización y nuevas voces provocan grietas en el sistema

Foto: Edificio del Capitolio estadounidense. (EFE)
Edificio del Capitolio estadounidense. (EFE)

La maquinaria del Partido Demócrata, que desde hace 20 años funciona disciplinadamente en el Congreso, está empezando a chirriar. Su ala socialista sigue siendo pequeña, pero es joven y está envalentonada: decidida a frenar el proceso legislativo si no se le escucha. En la derecha las cosas no van mucho mejor: la sombra de Donald Trump sigue siendo alargada, y una buena parte del Partido Republicano parece no atreverse a romper con el pasado inmediato, con los vociferantes populistas que escoran la formación hacia el extremo. ¿No sería el momento, como acaba de proponer Andrew Yang al crear su propio partido, de romper este rígido 'duopolio' y hacer que Estados Unidos sea, por fin, un sistema multipartidista?

Los roces entre demócratas izquierdistas y moderados se han vuelto personales. Bernie Sanders, senador socialista de Vermont, publicó una dura columna de opinión contra Joe Manchin, senador centrista de Virginia Occidental, en un periódico local del estado de Manchin. Joe Biden, como un director de colegio, tuvo que reunirse con los dos para llamarlos al orden. La moderada Kyrsten Sinema ha sido víctima de repetidos escraches, hasta para ir al lavabo. Manchin y Sinema quieren rebajar el coste del paquete legislativo demócrata de gasto social y climático. Ellos piensan en 1,5 billones de dólares. Los progresistas quieren más del doble: 3,5 billones.

Foto: Un manifestante contra Trump frente al Congreso de EEUU, en Washington DC. (EFE)

La congresista socialista Alexandria Ocasio-Cortez, que genera más tráfico en Twitter que el resto de líderes demócratas juntos, dijo que el precio del otro gran plan, el de infraestructuras, de un billón de dólares, es muy escaso. “Ese es el presupuesto anual solo para la Ciudad de Nueva York, pero tenuemente repartido para todos en EEUU”, tuiteó. “¿Creéis que tendrá el suficiente impacto? ¿Que se notará en las vidas de la gente?”. (El presupuesto de Nueva York, en realidad, es 10 veces menor).

Estos rifirrafes, en suma, tienen congelada la agenda de la Administración. Y el tiempo apremia: Joe Biden quería viajar a la cumbre climática de Glasgow, que se celebra la semana que viene, con un éxito legislativo medioambiental bajo el brazo.

Los partidos tradicionales, patas arriba

“Sin duda hay baches para el Partido Demócrata debido a sus facciones internas”, dice a El Confidencial Dan Lee, profesor asociado de la Universidad de Nevada, en Las Vegas, especializado en dinámicas partidistas. “Refleja aquello por lo que pasó el Partido Republicano después de 2010 con el Tea Party. Pero esto es, simplemente, lo que sucede en Estados Unidos con un sistema bipartidista. Cada partido está tratando de ganar una mayoría de votantes. Así que esto lleva a los partidos a apelar a una amplia variedad del electorado. Para los demócratas, esto incluye progresistas y socialistas, además de votantes moderados. Es un acto de equilibrio que será difícil para Biden, Nancy Pelosi y Chuck Schumer [líderes de las cámaras parlamentarias]. Lidiar con este equilibrio es lo que hizo que John Bohner dejase el Congreso”.

Boehner, presidente de la Cámara de Representantes entre 2011 y 2015, estaba famosamente irritado con la nueva remesa de extremistas que habían entrado al Congreso y que odiaban todo lo que oliese a compromiso con el enemigo. Este año, las memorias de Boehner, leídas por él mismo en versión audiolibro, incluían frases gratuitas como esta: “Oh, y Ted Cruz: vete a tomar por el culo”.

A los republicanos también les cuesta poner su casa en orden. Aunque Donald Trump esté casi desaparecido, sigue siendo popular entre los votantes, y los líderes del partido peregrinan a su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, para hacerse una foto con él y probar sus credenciales trumpianas. Con las legislativas a poco más de un año de distancia, Trump continúa tratando de elevar, en los diferentes procesos de primarias, a los candidatos afines a su persona.

Foto: Imagen de archivo del asalto al Capitolio del 6 de enero. (EFE)

Algunos aspirantes no dudan en modelar sus campañas en la de Trump. La política de Las Vegas Michele Fiore acaba de anunciar su candidatura a gobernadora de Nevada con un anuncio en el que dispara a cosas y presume de las críticas que le han hecho los medios; entre ellas, el epíteto de 'Lady Trump', con el que ella se encuentra visiblemente entusiasmada. En su camioneta hay una pegatina de 'Trump 2024'.

Para otros republicanos, como el candidato a gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, el expresidente es un dolor de cabeza. Ni siquiera lo menciona en los mítines. Todo depende, al final, del sentimiento trumpiano de los distritos en que se hace campaña. Un representante de Nebraska, Don Bacon, ha visto cómo los dislates de Trump, el último de los cuales ha sido la sarta de acusaciones e insultos con la que despidió al fallecido Colin Powell, han espantado a muchos votantes republicanos.

Foto: Colin Powell, en el funeral del expresidente George H.W. Bush en 2018. (Getty)
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“Trump tendrá influencia mientras los políticos republicanos crean que los a los votantes realmente les gusta”, dice el profesor Dan Lee. “Así que todo es una cuestión de percepción. Por eso es tan importante para Trump ganar la narrativa de que las elecciones de 2020 fueron robadas”.

¿Nuevos partidos?

¿No sería tentador, por tanto, que estas facciones se escindiesen y creasen sus propios partidos, en los que poder estar más a gusto entre ellos? Una figura demócrata lo acaba de hacer: Andrew Yang, candidato a las presidenciales de 2020 con más éxito del esperado, ha creado el Forward Party ('Partido Avance' o 'Partido Hacia Delante'). En su anuncio, criticó el duopolio demócrata-republicano y puso como ejemplo el sistema multipartidista de los países europeos, entre ellos España. Un abanico de opciones más claramente representadas, que, para gobernar, siempre pueden recurrir al viejo arte democrático de la coalición.

Algunos comentarios y movimientos parecían sugerir ese rumbo. El pasado enero, en los días posteriores al asalto al Capitolio, seguidores de Donald Trump lo conminaron a formar su propio partido, el “Partido Patriota”, una amenaza que podría forzar a los republicanos a pensárselo dos veces antes de dar la espalda al popular Trump. Un año antes, en las filas izquierdistas, Ocasio-Cortez recordaba que “en cualquier otro país, Joe Biden y yo no estaríamos en el mismo partido”.

Foto: Una imagen del asalto al Capitolio, el pasado 6 de enero. (Reuters)

Los sueños multipartidistas, sin embargo, siguen estando lejos: al otro lado de enormes baches sistémicos. “El primer paso para un sistema multipartidista sería anular las circunscripciones uninominales y adoptar circunscripciones plurinominales con representación proporcional”, explica el profesor Lee. En Estados Unidos, cada distrito solo puede tener un ganador, de manera que los demás contendientes, potencialmente de otros partidos, se quedarían fuera. “Con las circunscripciones uninominales, tienes la lógica del ‘voto malgastado’: los seguidores de terceros partidos prefieren votar por el mal menor, antes que ‘malgastar’ su voto en un perdedor seguro. En las elecciones presidenciales, el sistema de ‘el ganador se lo lleva todo’ de los votos electorales tiene un efecto similar”, dice Lee.

La historia reciente nos ha aportado ejemplos escasísimos de congresistas que no fueran ni demócratas ni republicanos. Desde 1961, solo han pasado por la Cámara de Representantes seis congresistas independientes: cuatro de ellos, además, se volvieron independientes después de ganar las elecciones como demócratas o republicanos. Seis en 60 años. La cámara tiene 435 miembros.

Foto: El líder de la mayoría republicana en el Senado, Chuck Schumer. (EFE)

Lo mismo sucede con la historia de las presidenciales. El último candidato de un tercer partido en ganar los electores de algún estado fue el segregacionista George Wallace, en 1968. Solo le fue bien en el sur profundo. Afortunadamente para el republicano Richard Nixon, el demócrata Hubert Humphrey lo hizo tan mal que, pese a las victorias de Wallace, Nixon pudo acabar en la Casa Blanca.

Ese es el terror que inspiran los terceros partidos: que lo máximo a lo que pueden aspirar, en las circunstancias actuales, es a restarle votos a algún candidato con posibilidades. Por eso, como apunta Dan Lee, los aspirantes más dispares tienden a elegir alguno de los dos grandes partidos. En Estados Unidos es algo habitual, ya que los partidos, a diferencia de en España, tienen listas abiertas.

“Los terceros partidos no van a ganar por el momento ningunas grandes elecciones”, concluye Lee. “Por eso candidatos como Sanders, Trump o Michael Bloomberg intentaron ganar la nominación de los grandes partidos. Especialmente en una era de extrema polarización entre los principales partidos, los votantes estarán menos inclinados a votar por el candidato de un tercer grupo”. Otro factor es que la división electoral hoy en día no se da por regiones, lo que podría generar taifas como la de Wallace, sino que se esparce, a nivel nacional, entre el campo y las ciudades.

La maquinaria del Partido Demócrata, que desde hace 20 años funciona disciplinadamente en el Congreso, está empezando a chirriar. Su ala socialista sigue siendo pequeña, pero es joven y está envalentonada: decidida a frenar el proceso legislativo si no se le escucha. En la derecha las cosas no van mucho mejor: la sombra de Donald Trump sigue siendo alargada, y una buena parte del Partido Republicano parece no atreverse a romper con el pasado inmediato, con los vociferantes populistas que escoran la formación hacia el extremo. ¿No sería el momento, como acaba de proponer Andrew Yang al crear su propio partido, de romper este rígido 'duopolio' y hacer que Estados Unidos sea, por fin, un sistema multipartidista?

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