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Bienvenidos a El Ceibo, donde México lava los trapos sucios migratorios de EEUU
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Guatemala, puerta de salida

Bienvenidos a El Ceibo, donde México lava los trapos sucios migratorios de EEUU

La caravana migrante que trata de alcanzar EEUU se encuentra con un callejón sin salida en la frontera entre Guatemala y México, donde son deportados

Foto: Una madre junto a su hija en la frontera. (A. V.)
Una madre junto a su hija en la frontera. (A. V.)

Suenan cuatro disparos. Es la banda sonora habitual en la inhóspita frontera de El Ceibo, en Guatemala, controlada por el narcotráfico y los tratantes de personas, situada a cuatro horas de la ciudad más cercana, Santa Elena, y a 14 de la capital, que está a 635 kilómetros. Nadie sabe de dónde proceden y si solo fueron tiros al aire. Los agentes de Migración de Guatemala se refugian en su pequeña oficina.

Uno de los tres agentes de policía guatemaltecos que de vez en cuando osan patrullar la zona se lava los dientes junto al portón que separa Guatemala y México, ajeno al tiroteo mientras varios cerdos pasean libres buscando comida a su alrededor. Decenas de coyotes o polleros ya merodean por los alrededores a la espera de que cientos de personas migrantes de Centroamérica inicien el camino obligado de vuelta dejando atrás su anhelado ‘sueño americano’.

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Foto: Á. V.

A su llegada, familias enteras con bebés y niños y niñas de muy corta edad muestran el agotamiento en el rostro y la desolación por no haber conseguido llegar a EEUU. Algunos incluso lograron entrar a ese país, donde tras varios días encerrados en centros de detención de migrantes fueron expulsados en caliente hacia México sin darles siquiera la oportunidad de solicitar asilo. Tras semanas de exhaustas caminatas sin apenas comer ni dormir y, después de haberse endeudado para pagar al coyote hasta 6.000 dólares, se colaron en suelo estadounidense, donde fueron capturados por agentes fronterizos.

Lo que no les dijeron sus polleros antes de cobrarles por el viaje es que en EEUU no está permitiendo solicitar asilo, después de que el expresidente Donald Trump evocara el Título 42, que permite negar la entrada a ese país a quienes consideren un peligro para la salud pública. Su sucesor, Joe Biden, ha seguido aplicando este Título para evitar supuestamente la propagación del coronavirus, lo que niega cualquier oportunidad de hacerles la entrevista de petición de asilo a quienes huyen de Guatemala, Honduras, El Salvador o Nicaragua de la violencia endémica, la miseria y la falta de oportunidades que asolan estos países de Centroamérica. La vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, no quiso dejar dudas durante la visita que realizó a Guatemala el pasado mes de junio: “No vengan”, porque EEUU “va a hacer cumplir nuestras leyes y vamos a asegurar nuestra frontera”.

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Foto: Á. V.

Por su parte, México ni siquiera ha evocado ningún artículo de su legislación interna para montar a la fuerza en buses a los migrantes que les devuelve EEUU vía aérea o a quienes captura por el camino. Cuando en EEUU son subidos en el avión, las personas migrantes aún mantienen la mínima esperanza de que van a ser trasladadas a otro centro de detención de ese país cercano a donde viven sus familiares que en su día sí lograron quedarse, muchos de los cuales de manera irregular. Sin embargo, el destino es otro: Villahermosa, la capital del estado mexicano de Tabasco, donde serán subidos en autobuses y trasladados a la frontera de El Ceibo, ubicada en plena selva del departamento guatemalteco del Petén, donde la temperatura alcanza diariamente los 40 grados.

Ni siquiera saben a dónde les llevan hasta que el capitán del vuelo anuncia el descenso al Aeropuerto Internacional Carlos Rovirosa Pérez de Villahermosa. Su sueño de una vida mejor termina de golpe y ahí muchos se dan cuenta de que han sido deportados.

Abandonados a su suerte en una frontera remota

La propia ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados) ha alzado la voz para advertir a EEUU de que las personas o familias a bordo de esos vuelos que pueden tener necesidades urgentes de protección “corren el riesgo de ser devueltas a los mismos peligros de los que han huido en sus países de origen de Centroamérica, sin ninguna oportunidad de que atiendan esas necesidades”. Tanto EEUU como México han hecho caso omiso a este aviso y no les importa abandonar a su suerte a las familias en una frontera remota de Guatemala a la que, diariamente y desde el pasado 5 de agosto, llegan una media de hasta 12 autobuses con 500 o 600 personas migrantes que ven frustrada su ilusión de mejorar su vida. En total, llegaron 3.566 migrantes entre el 22 de agosto y el 3 de septiembre, en su mayoría de Honduras (1.678) y de Guatemala (1.442), que llegaron en 108 autobuses.

‘Bienvenidos a Guatemala’ es la única palabra amable que reciben las personas expulsadas nada más cruzar la frontera por parte de un agente de migración de ese país. A su espalda, dejan un gran rótulo en el que se lee ‘Bienvenidos a México’. Con paso cansado y semblante afligido tras un largo viaje, los migrantes llegan sin cordones en sus zapatos, ni cinturones, dado que las autoridades mexicanas les obligan a quitárselos para evitar auto lesiones o que ataquen a alguien.

“No sabemos cómo irnos para Honduras. Nos fueron a tirar en la frontera”

A su llegada, un único enfermero del Ministerio de Salud de Guatemala toma la temperatura a quienes tienen la paciencia de hacer cola mientras la mayoría obvia este trámite en un país donde, en teoría, es obligatorio llegar vacunado o con una prueba negativa de covid en plena escalada del coronavirus con los hospitales colapsados y con más de 5.000 casos positivos diarios. Las medidas de control para frenar el virus no aplican para estas personas migrantes que lo primero que hacen nada más llegar a Guatemala es tratar de comunicarse vía telefónica con sus familias. “No sabemos cómo irnos para Honduras. Nos fueron a tirar en la frontera”, asegura una joven migrante a un familiar a quien pudo llamar unos minutos por un teléfono que le prestó Cruz Roja Internacional.

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Foto: Á. V.

Entre llantos, aprovechan la llamada para pedir a sus familiares que les depositen algo de dinero en el único banco que hay en El Ceibo para poder llegar a sus casas. Mientras esperan con ansias esa ayuda económica, suelen acudir a la Casa del Migrante Belén, el único albergue en la zona, con capacidad para 35 personas, que está a rebosar hasta el punto que hay días en los que llegan a dormir 180 personas, muchas de ellas en el suelo y a la intemperie. Durante toda la noche, solo se escuchan las toses y lloros de los bebés y los niños que se han resfriado por las bajísimas temperaturas que sufrieron en las denominadas ‘hieleras’, salones con el aire acondicionado a tope donde estuvieron encerrados los migrantes en el centro de detención de EEUU antes de ser expulsados.

Asimismo, en los autobuses en los que son trasladados de México a Guatemala también ponen el aire acondicionado muy potente sin tener en cuenta que a los migrantes les han arrebatado todas sus pertenencias y solo viajan con la ropa puesta, poco adecuada para las bajas temperaturas. Nada más cruzar la puerta fronteriza, las personas expulsadas son acechadas por decenas de hombres, muchos de ellos coyotes que como buitres les ofrecen dónde quedarse a dormir, retirar el dinero depositado por sus familias a cambio de una comisión, cambiarles pesos por quetzales o trasladarlos en bus a un precio desorbitado a la ciudad más cercana o a la frontera hondureña de Corinto.

EEUU y México ignoran a Guatemala

La mayoría de migrantes preguntan dónde se encuentran, dado que desconocen el lugar donde les han dejado las autoridades de México, alejado de todo y donde no existe la mínima infraestructura para atender a los miles de personas que están llegando a la frontera en los últimos días. La propia Cancillería de Relaciones Exteriores de Guatemala reconoce que ni EEUU ni México le han avisado de estas expulsiones, por lo que ha sido una “sorpresa”. Por ello, ha enviado sendas cartas diplomáticas para pedirles que solo envíen a los migrantes por el aeropuerto de Ciudad de Guatemala o por la frontera de Tecún Umán, donde hay un Centro de Retornados. Sin embargo, hasta el pasado 2 de septiembre no hubo ninguna respuesta y las expulsiones se siguieron sucediendo por El Ceibo, donde las autoridades de Migración no tienen la capacidad para registrar a todos los que entran. Ello supone que “se están violando los derechos humanos de las personas migrantes porque no hay condiciones para recibirlos y para que puedan tener una protección”, según denuncia la Dirección de Comunicación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala.

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Foto: Á. V.

Este 2 de septiembre, México se comprometió a no trasladar a más migrantes a esta frontera, de modo que los hondureños serán retornados al puesto fronterizo de Corinto (Honduras), mientras que los guatemaltecos serán deportados al Centro de Recepción de Tecún Umán. No obstante, el Instituto Guatemalteco de Migración ha revelado que el ingreso de migrantes por El Ceibo “persistirá hasta por 30 días más”.

"Hemos sido maltratados por Migración de México. Cuando nos agarraron, un soldado de la Guardia Nacional nos encañonó con su arma"

Ante la falta de dinero para salir de El Ceibo, Álvaro José Ordóñez, procedente de Tegucigalpa, capital de Honduras, descansa en la Casa del Migrante junto a su pareja y sus tres hijos de dos, tres y cinco años. “Hemos sido maltratados por Migración de México. Cuando nos agarraron, un soldado de la Guardia Nacional nos encañonó con su arma. Nos dijeron que nos fuéramos con ellos porque nos iban a ayudar y llevar a un albergue, pero fue una mentira porque nos encerraron en un centro de detención de migrantes y de ahí nos mandaron de un solo para Guatemala”, denuncia Ordóñez.

"Se han olvidado de nosotros y todo ser humano tiene derecho a un asilo en cualquier estado cuando esté en peligro su vida"

Así, critica que “nos están violando nuestros derechos porque iba a pedir asilo y me fue negado”, teniendo en cuenta que asegura llorando que él no puede regresar a Honduras donde su vida corre peligro tras sobrevivir hace años a una masacre de los Zetas en Medias Aguas, en el estado mexicano de Veracruz, donde fueron asesinadas 23 personas. Ordóñez se remanga el pantalón para mostrar el balazo que atravesó su pierna derecha y que lo dejó con una cojera de por vida. Según relata, uno de los autores del crimen vive ahora en Honduras y teme que pueda tomar represalias contra él o su familia. México ni siquiera le dio la oportunidad de llegar a EEUU al capturarlo a mitad de camino y lo expulsó junto a su mujer, sus hijos y su hermano sin escuchar su testimonio de terror.

“Se han olvidado de nosotros y todo ser humano tiene derecho a un asilo en cualquier estado cuando esté en peligro su vida”, recalca, al tiempo que pide a las autoridades de EEUU que “se apiaden” de ellos.

"Crisis humanitaria"

La Casa del Migrante Belén, gestionada desde 2018 por la Pastoral de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal, no da abasto con la oleada de migrantes expulsados desde México. Hansell Cano es el psicólogo del albergue y califica la situación que se está viviendo en El Ceibo como una “crisis humanitaria” provocada por un “acto irresponsable e inhumano” de EEUU y México que “vulnera todos los derechos de las personas”, teniendo en cuenta que en esta frontera no hay condiciones para atender estas expulsiones masivas.

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Foto: Á. V.

Cano precisa que a lo que están haciendo ambos países no se le puede llamar deportaciones, ya que “ni siquiera están llevando a los migrantes a sus lugares de origen, sino que los están dejando varados en Guatemala sin tomar en consideración que vienen niños, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad". Además, acusa a EEUU de haber mentido a estas personas, dado que en los centros de detención les pidieron que dieran nombres, teléfono y dirección de sus familiares que ya vivían en ese país, poniendo en riesgo a quienes residen en condición irregular.

Por ello, critica la “doble moral” de EEUU que, por un lado, está ayudando a la población de Afganistán a huir del régimen talibán y, por el otro, “expulsa a niños, adolescentes no acompañados y mujeres embarazadas” a sus países de Centroamérica donde corren peligro sus vidas, con la “complicidad” de México que está tratando de “forma inhumana a las personas como si fueran objetos. Los dos países lo están haciendo con saña”, zanja.

“Tenían que habernos tirado a Honduras tan siquiera y no a Guatemala porque no tenemos dinero”

En la Casa del Migrante trata de descansar María Teresa Rivera, de 53 años, junto a su hija de 21 que está embarazada de ocho meses y que llegó al albergue con sangrados, debido al “estrés” del viaje de retorno. Originaria de La Lima (Honduras), Rivera salió de su país hace un mes y fue capturada junto a su familia entrando a Palenque (México). “Tenían que habernos tirado a Honduras tan siquiera y no a Guatemala porque no tenemos dinero”, lamenta. “No le importamos a nadie: en Honduras, los huracanes ETA e IOTA se llevaron nuestra casa y migrábamos a EEUU para salir de la pobreza y reencontrarnos con mi otra hija que vive allí”, explica. Con lágrimas en los ojos teme no volverla a ver nunca más, porque asegura que ya no quiere intentar llegar a ese país: “Mucho se sufre”.

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Foto: Á. V.

Alrededor de la frontera, decenas de jóvenes motoristas van y vienen en búsqueda de migrantes para ofrecerles pasarles de nuevo a México por alguno de los numerosos puntos ciegos que hay en la montaña. “Me da lo mismo irme para arriba que irme para abajo porque no tengo dinero, pero mi plan es seguir para EEUU porque ahí hay trabajo”, asegura Víctor, un adolescente de 15 años de Siguatepeque (Honduras), que es uno de los numerosos menores de 18 años no acompañados de Centroamérica que tratan de llegar al norte. Revela que no tiene miedo de irse solo a EEUU porque su madre está enferma y su único propósito es poder “ayudarla para que ella salga adelante. Yo no quiero ser un narco, ni un ladrón, sino que quiero triunfar”, afirma el joven que fue capturado en la ciudad mexicana de Reynosa y expulsado a Guatemala sin saber “para dónde venía”.

En teoría, a su llegada a Guatemala, cualquier menor de 18 años no acompañado debería ser recibido por la Procuraduría General de la Nación para protegerlo de tratantes de personas y enviarlo a su país, si bien las instituciones públicas de Guatemala brillan por su ausencia. Tampoco la Organización Internacional para las Migraciones pone a disposición buses en El Ceibo para trasladar a sus países a las personas migrantes que quedan en manos de los coyotes.

20 días después de que iniciara esta crisis migratoria, el Consejo Nacional de Atención al Migrante de Guatemala reaccionó e inició este miércoles un plan piloto con tres autobuses para conducir a los migrantes a las fronteras de Honduras y a la capital de Guatemala. No obstante, se vieron rebasados, teniendo en cuenta que solo ese día llegaron 12 autobuses desde México con personas expulsadas, por lo que esta institución gubernamental está estudiando aumentar el número de unidades.

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Foto: Á. V.

"Sí, se acabó el sueño americano"

La pesadilla para las personas migrantes expulsadas no es solo no poder reencontrarse con sus familiares en EEUU e iniciar una nueva vida, sino que ahora deben pagar la deuda de lo que les costó contratar al coyote. Adolfo Castillo, del Programa de Protección Internacional que colabora con ACNUR, recuerda que hay personas que lo venden todo para emprender el viaje hacia el ‘sueño americano’ y “ahora no tienen ni dónde vivir”.

Denuncia que EEUU y México están expulsando “agresivamente” a los migrantes que incluso tenían un proceso de residencia temporal en México donde habían solicitado refugio. “El tema que está agarrando ese país es que cualquier migrante que miren tiene que ser expulsado”, reprueba, al tiempo que critica que hay coyotes que están engañando a las familias garantizándoles que, si llegan con sus hijos a EEUU, les otorgarán asilo, pero “eso no es así”.

“Dios me ha abandonado”

“Dios me ha abandonado”, sentencia entre lágrimas Isabel Pérez, una mujer guatemalteca que fue expulsada desde Texas (EEUU) adonde había logrado llegar con su hija de 11 años y su hijo de ocho para reencontrarse con su marido, quien le tuvo que enviar dinero de manera urgente para que pudiera llegar a su casa desde la remota frontera de El Ceibo, situada casi a un día de viaje. “Sí, se acabó el sueño americano, ya no hay de otra”, concluye Sonia, otra joven guatemalteca que viajaba con su hijo de dos años y que también regresa a su tierra con lágrimas en los ojos tras “habernos mandado de vuelta como animales”.

Suenan cuatro disparos. Es la banda sonora habitual en la inhóspita frontera de El Ceibo, en Guatemala, controlada por el narcotráfico y los tratantes de personas, situada a cuatro horas de la ciudad más cercana, Santa Elena, y a 14 de la capital, que está a 635 kilómetros. Nadie sabe de dónde proceden y si solo fueron tiros al aire. Los agentes de Migración de Guatemala se refugian en su pequeña oficina.

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