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La lista de Lutfu: el 'thriller' del traductor que ha logrado traer a 15 afganos a León
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"Que vienen los talibanes"

La lista de Lutfu: el 'thriller' del traductor que ha logrado traer a 15 afganos a León

Lutfullah, traductor del Ejército español en Afganistán entre 2010 y 2012, sacó a casi todos sus seres queridos del país por miedo a que los talibanes los mataran. Esta es la historia de los últimos 25 años de su familia

Foto:  Lutfullah, en León.
Lutfullah, en León.

Antes de cerrar la puerta de su casa para siempre, los elegidos imprimieron la bandera de España. Les habían dicho que, además del salvoconducto, tenían que llevar consigo algo rojo y amarillo para llamar la atención de los soldados. Se subieron a tres taxis en dirección al aeropuerto de Kabul y se apearon mucho antes de llegar al destino, en el interior de un remolino de gente desesperada. Horas después, metidos hasta las rodillas en aguas fecales y con dos bebés en brazos, entendieron que no iba a ser tan fácil.

Al segundo día lo intentaron de nuevo. Llevaban seis horas de empujones y gritos cuando vieron a unos soldados que iban gritando "España, España". Entonces levantaron el Din A4 rojo y amarillo y se pusieron a imitarles con todo lo que les daba sus pulmones. "España, España". Fue muy rápido: les pidieron los salvoconductos, que ellos llevaban guardados como un tesoro, y saltaron el muro. "Hemos salido del infierno", pensó la más anciana del grupo cuando les rodearon los militares dentro del aeropuerto.

La escena ocurrió hace unos días. Los quince familiares de Lutfu, traductor del Ejército español en Afganistán entre 2010 y 2012, acababan de perderlo todo —casas, ahorros, negocios, carreras profesionales, amistades, un país…—, pero estaban eufóricos, como las otras 2.191 personas evacuadas por España desde Kabul. Una semana más tarde se encuentran todos en León, en tres pisos de la Red Estatal de Acogida.

Foto: Un fajo de afganis, la moneda local de Afganistán. (Reuters)

Tienen asegurado el techo y la manutención para dieciocho meses. Es el margen para planificar el resto de sus vidas. Volver a Afganistán está descartado. Además de familiares de una persona que colaboró activamente con las fuerzas de ocupación, son miembros de la minoría 'hazara', la más odiada por los talibanes. Por si fuera poco, prosperaron económica y socialmente durante los últimos veinte años.

Esta es su historia.

"Comíamos cáscaras de melón"

-26 de septiembre de 1996: Tras la guerra civil que sucedió al fin de la ocupación soviética, los talibanes entran en la ciudad de Kabul con el objetivo de instaurar un emirato islámico.

El padre de Luftu, médico de profesión, ingresó en una cárcel de Mazar-e-Sharif unos meses después, en 1998. Lo acusaron de colaborar con los enemigos, algo que él siempre negó, a pesar de las frecuentes torturas con cables eléctricos. Sus captores, de la etnia pastuna, venían casi todos de Pakistán. El agua se suministraba en una olla de la que los prisioneros tenían que beber valiéndose de sus gorros. Comían básicamente sobras, por ejemplo cáscaras de melón. Los traslados se hacían en contenedores donde metían hasta 150 personas juntas. "Faltaba el oxígeno y teníamos que romper el techo y quitar tablas del suelo para poder respirar".

El resto de la familia abandonó la ciudad y se refugió en el pueblo, una pequeña aldea de la etnia 'hazara' de unas 40 casas. Las hermanas de Luftu estudiaban a escondidas, en aulas organizadas a espaldas de los talibanes. "Íbamos a clase con mucho miedo", recuerda una de ellas. Una mañana los profesores empezaron a gritar porque había una patrulla de insurgentes acercándose. "¡Que vienen los talibanes!", era el grito más repetido. Si descubrían a hombres o niños sin barba o turbante, a niñas estudiando o mujeres sin "el saco", las castigaban físicamente. Si la falta era grave podían hacer pagar a toda la familia o a los líderes locales con multas, palizas o incluso la muerte.

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Al padre de Luftu lo pusieron a trabajar en la clínica de la prisión y su vida mejoró un poco. La familia recibía de vez en cuando cartas donde no se contaban demasiadas cosas por precaución, además de obsequios, artesanía que el reo fabricaba en su tiempo libre con trozos de madera o pieles. Dieciocho meses después de capturarlo, lo liberaron y apareció en la aldea. "Yo estaba estudiando inglés con mi tío y un coche empezó a pitar. Salimos y era mi padre. Fue muy emocionante, uno de los días más felices que recuerdo". Pasado un tiempo, se marcharon a una pequeña ciudad donde el padre había encontrado trabajo en una clínica.

"El 11-S no lo vimos en la televisión"

-11 de septiembre de 2001. Cerca de 3.000 personas mueren en el mayor atentado terrorista perpetrado en suelo estadounidense. Menos de un mes después, el siete de octubre, George W. Bush le declara la guerra a Afganistán.

El derrumbe de las Torres Gemelas se emitió obsesivamente en todo el planeta durante semanas. Pero muy poca gente pudo verlo en Afganistán aquellos días. Los talibanes tenían prohibidas la televisión y la música para la mayoría de la población. Los padres de Luftu se enteraron con emisoras de radio y por conversaciones. "Yo era ya un adolescente pero no era consciente de nada, ni creo que nadie en mi entorno pensase que podía afectarnos de alguna manera". Su primer recuerdo es escuchar a un familiar decir: "Han llegado los americanos, la guerra ha empezado". Tardaron meses en ver el primer helicóptero estadounidense sobrevolando su ciudad, enclavada en zona 'hazara' y donde los americanos eran mayormente recibidos con los brazos abiertos.

Foto: Craig Whitlock, periodista de 'The Washington Post' y autor de 'The Afghanistan Papers'. (Foto cedida)

Las cosas empezaron a cambiar. Abrieron colegios donde las hermanas de Luftu eran bienvenidas, se acabaron las palizas arbitrarias y su madre pudo volver a trabajar sin esconderse. Las mujeres 'hazara' se deshicieron del "saco" y recuperaron el pañuelo hasta media cabeza propio de su etnia.

"Los talibanes desaparecieron muy rápido y del todo. No los volvimos a ver en mucho tiempo. La sensación es que no iban a volver, que estaban luchando en sus zonas o que se habían marchado en la frontera con Pakistán". Cuando pasaban helicópteros, los niños salían a verlos. "No recuerdo muchos debates porque en casa no se hablaba de política, pero en mi familia creo que todos estábamos contentos de que alguien mantuviese lejos a los talibanes".

"No conocía ni al Real Madrid ni al Barça"

-5 de noviembre de 2008. Barack Obama gana las elecciones de Estados Unidos con la promesa de acabar con la guerra de Irak y centrarse en Afganistán, donde asegura que los talibanes están ganando fuerza.

Las cosas empiezan a sonreírle a la familia de Lutfu. Su padre se saca la especialidad de medicina interna y abre una farmacia en Kabul. Poco después, junto a su hermano, construyen una clínica privada, que van ampliando año tras año. Durante esos primeros compases de la ocupación internacional se abren negocios y aflora el dinero y, aunque la corrupción es rampante, Kabul ya muestra una cara más próspera.

El mismo año en que Barack Obama llega al poder, Lutfu empieza la universidad. En su familia y en su pueblo siempre ha habido mucha presión por estudiar. "La educación forma parte de nuestra cultura, de nuestra vida". Elige Filología Hispánica sin saber nada de España ("ni siquiera conocía al Real Madrid o al Barça"). Su idea inicial era estudiar francés pero cuando se acercó al departamento, un afgano con rasgos pastunes le rechazó sin ningún motivo aparente. "Fue muy racista", destaca Lutfullah. Del resto de idiomas ofertados, el español era el que mejor le sonaba. "El primer día de clase éramos solo tres".

La ocupación del ejército estadounidense había traído algunas aperturas a las ciudades, más actividad económica, inversiones y ayuda humanitaria, pero no había puesto fin a las tensiones étnicas. Durante su etapa como universitario, Lutfu recuerda ataques de arma blanca, palizas y todo tipo de enfrentamientos entre las minorías étnicas. "Los pastunes nos decían siempre lo mismo: 'Los tajikos a Tajikistán, los uzbekos a Uzbekistán y los 'hazaras' a Goristán", (goristan es la palabra pastún para "cementerio").

"Los pastunes siempre decían: los tajikos a Tajikistán, los uzbekos a Uzbekistán y los 'hazaras' al cementerio"

-19 de febrero de 2010: el Gobierno de España envía 511 soldados más como parte de la operación internacional para entrenar a las fuerzas militares afganas. Un año antes, Barack Obama había aceptado el transporte de 30.000 efectivos más a Afganistán, aunque con un primer calendario de retirada.

En su tercer año de carrera, en 2010, un militar español que acudía una vez a la semana a dar clase les dijo que necesitaban intérpretes. Luftu se ofreció. Empezó a trabajar poco después de que la selección de Vicente del Bosque ganara el Mundial de Sudáfrica. "Pagaban bien", recalca con una sonrisa. Un mes en el que hicieran incursiones fuera de la base militar —que se pagaban extra y entrañaban mucho riesgo— podía ingresar más de 1.000 euros, un sueldo realmente privilegiado en Afganistán.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters)

Lo recuerda como una época divertida y feliz, una aventura de juventud que sin embargo entrañaba muchos riesgos. Luftu, por ejemplo, deja de viajar por carretera. "Para los talibanes era mucho más importante matar a un traductor que a un soldado extranjero, porque nosotros éramos la lengua y los ojos de los militares". También temía por su familia. Vivían en una zona tranquila de Kabul, rodeado de personas con un cierto nivel educativo —muchos 'hazaras' y otras etnias oprimidas por los pastunes—, pero su vida corría constante peligro. "Le daban dinero a la gente para que identificase a los familiares de los traductores: iban a por nosotros".

"¿Cuándo explotará la siguiente bomba?"

-Noviembre de 2015: el Estado islámico decapita a siete 'hazaras' al sur del país, entre ellos a una niña de 9 años. La seguridad se deteriora y los atentados del ISIS y los talibanes se hacen cada vez más frecuentes.

Lutfu deja de trabajar para el Ejército español en 2012. Tres años más tarde, en 2015, le ofrecen un finiquito de 11.000 euros o un visado para España. Él escoge la segunda opción y se va a vivir a Madrid. Tras unos meses en un centro de refugiados y varios cursos de formación, consigue una beca de la Universidad Camilo José Cela para estudiar un grado de Logística y Transporte.

Lutfu se adapta rápidamente. Ya intuye que no va a volver a Afganistán, pero mantiene el contacto con su familia y es moderadamente optimista. Está tranquilo porque piensa que los talibanes no van a volver: "Pese a los atentados, la vida era más o menos normal". Pero no todo era normal. Su madre, por ejemplo, presencia muy de cerca un atentado cerca de su casa, aunque sale indemne. Y en 2019, los talibanes asaltan el hospital militar de Kabul. Su primo, que también es médico, estaba dentro.

"Cuando entraron los terroristas al hospital, nos escondimos 11 personas en el baño de una habitación durante siete horas", recuerda el primo desde su nuevo hogar en León. Durante todo ese tiempo contaban los segundos de vida que les quedaban hasta que llegaran los talibanes. "Mataban a todo lo que se encontraban". Hasta las 15:00 estuvieron escondidos y, cuando entraron los militares del ejército afgano, se reincorporaron en ese mismo momento para curar a los heridos.

Al día siguiente, cuando vuelven al trabajo, su primo solo recuerda tener una sensación: miedo. Porque no podía dejar de hacerse la misma pregunta: "¿Cuándo explotará la siguiente bomba?".

"Te vas a gastar tu salario en perfumes"

-29 de febrero de 2020: el gobierno de Donald Trump y los talibanes firman en Doha (Qatar) un acuerdo para la retirada del país de EEUU. Los talibanes se comprometen a no albergar fuerzas terroristas en el país. A cambio, los aliados pactan retirarse en menos de un año.

Lutfu habla con su padre a menudo y se tranquilizan mutuamente. Saben que EEUU antes o después se tendrá que marchar de Afganistán y sospechan que los estadounidenses están empezando a cambiar el discurso sobre los talibanes. Pero confían en que el ejército pueda controlar a los insurgentes, al menos en las grandes ciudades, donde cuentan con más de 100.000 efectivos, artillería pesada y fuerzas aéreas.

Foto: Un miliciano talibán, en el aeropuerto de Kabul. (Reuters)

Un año después, entran en estado de 'shock' al entender que la retirada definitiva anunciada por Biden está desencadenando un veloz avance talibán. La peor pesadilla de su familia, y de su etnia, avanza y toma grandes ciudades sin tener que pegar ni un tiro. "Yo tengo amigos que querían combatir, que lloraban de rabia porque querían combatir, pero sus jefes no les dejaban. Vendieron el país a los talibanes. Estaba todo decidido desde arriba".

A principios de agosto, cuando los talibanes consiguen la rendición de una ciudad tras otra, Luftu entiende que su familia tiene que salir del país si no quiere revivir los horrores de hace 25 años. Empieza una operación contrarreloj para sacarles de allí lo antes posible. Se siente responsable porque, a fin de cuentas, su trabajo con el ejército español les ha puesto en riesgo.

"No dormí ni un minuto durante tres días hasta que no supe que habían conseguido salvarse". Cuando su padre iba a subir al avión, llamó a su hijo para darle la noticia. "Te vas a tener que gastar el salario de un mes en perfumes", bromeó, en referencia al hedor que destilaban tras pasar varias horas en un canal de aguas fecales fuera del aeropuerto.

"La primera mañana compramos zapatos"

-26 de agosto de 2021. Un avión de las Fuerzas Armadas Españolas aterriza en Torrejón de Ardoz con decenas de refugiados afganos, entre ellos los quince integrantes de la 'lista de Luftu'.

Lo primero que hicieron en León los quince elegidos fue comer algo. "La ONG nos había dejado algo preparado y luego pudimos cocinar unas alubias y un poco de arroz". Después, intentar descansar. "Por la mañana me los llevé al centro comercial para comprar zapatos porque los que traían estaban asquerosos de haber pasado horas dentro de aguas fecales. Luego dieron un paseo. Les pareció que el aire era limpio y el lugar muy tranquilo. Les gusta". Interrogado sobre su futuro, Lutfu se encoge de hombros. Su familia no habla español pero maneja el inglés. Por ahora, están decididos a quedarse aquí. "Pasarán los 18 meses de ayuda y, después, haremos lo que hace todo el mundo, ¿no? Buscarnos la vida. Casi todos tenemos títulos universitarios en medicina, ingeniería... así que el empleo no debería ser un problema si trabajamos duro", responde. Pase lo que pase, la idea es que sus pequeños sobrinos no escuchen una frase más repetida de la infancia de Lutfu, una suerte de "coco" que en su caso podía convertirse en realidad. "Si no te portas bien, van a venir los talibanes".

*Ni los nombres ni los rostros de los familiares de Lutfu aparecen en este reportaje con el fin de proteger su identidad. Por el mismo motivo, no se ofrecen detalles geográficos, fechas exactas u otros datos que permitan identificar a más miembros de la familia. Algunos permanecen en Afganistán escondidos.

Antes de cerrar la puerta de su casa para siempre, los elegidos imprimieron la bandera de España. Les habían dicho que, además del salvoconducto, tenían que llevar consigo algo rojo y amarillo para llamar la atención de los soldados. Se subieron a tres taxis en dirección al aeropuerto de Kabul y se apearon mucho antes de llegar al destino, en el interior de un remolino de gente desesperada. Horas después, metidos hasta las rodillas en aguas fecales y con dos bebés en brazos, entendieron que no iba a ser tan fácil.

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