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Bruselas busca usar el shock de Afganistán para impulsar una fuerza militar de la UE
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Desenterrar la fuerza de reacción rápida

Bruselas busca usar el shock de Afganistán para impulsar una fuerza militar de la UE

Borrell impulsa una propuesta de 14 Estados miembros para una fuerza militar conjunta de 5.000 efectivos con el objetivo de hacerla realidad en 2022

Foto: Fuerzas especiales belgas durante un ejercicio militar en 2016. (Reuters)
Fuerzas especiales belgas durante un ejercicio militar en 2016. (Reuters)

En los días en los que el Gobierno afgano se derrumbaba a gran velocidad, la primera preocupación de Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, era cómo sacar a los colaboradores europeos de un país que iba a caer, 20 años después, en manos de los talibanes. Pero incluso en esos momentos, el exministro de Exteriores español ya estaba sacando conclusiones de lo que para él era un enorme fracaso. Y la principal moraleja, mientras trataba de convencer a la Casa Blanca de que facilitara la entrada de los colaboradores europeos en el aeropuerto de Kabul, era que la Unión Europea no podía seguir dependiendo únicamente de las fuerzas de seguridad estadounidenses.

Tras salir de la base de Torrejón de Ardoz, en la que España instaló un centro para la recepción y reparto de los colaboradores afganos de la Unión Europea, Borrell ya tenía clara esa idea. “Ya quisiéramos ahora tener capacidad de actuar por nuestra cuenta, tener una fuerza militar capaz de movilizarse como los americanos movilizan la suya”, explicó el jefe de la diplomacia europea en una conversación con El Confidencial. Es lo que el catalán llama una “first entry force”, una fuerza de reacción rápida.

Foto: Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea. (EFE)

Unas dos semanas después, los ministros de Defensa de la Unión Europea se han reunido en Eslovenia de manera informal con una propuesta que ya está sobre la mesa desde hace tiempo: la creación de una fuerza militar de reacción rápida de 5.000 hombres. La idea no es nueva: ya en mayo la cifra había sido discutida entre el jefe de la diplomacia europea y los ministros del ramo. "Discutimos la idea de una fuerza de entrada inicial de la UE que podría desplegarse rápidamente en la fase inicial de una crisis. Dicha fuerza constaría de aproximadamente 5.000 militares. El Grupo de Combate de la UE, una fuerza rotativa en espera para la UE cada seis meses, podría ser el núcleo de dicha fuerza", escribía Borrell a principios de mayo. Lo que es nuevo no es la idea, sino la impresión de urgencia que Borrell está intentando inyectar en los ministros de los Veintisiete. Y hay razones para ello.

En Bruselas, como en París o en Berlín, en los últimos días se ha visto con claridad que es el momento de impulsar el debate. La administración estadounidense no solamente ha enfadado al Servicio de Acción de Exterior que dirige Borrell por sus controles en el aeropuerto de Kabul, sino que algunos Gobiernos europeos se han sentido menospreciados por el trato de EEUU, que ha actuado de forma unilateral y precipitada en contra de las opiniones que dichos ejecutivos estaban exponiendo respecto a la necesidad de ampliar unos días más la presencia en Kabul para continuar con la evacuación.

Pólvora mojada

La historia europea de la defensa común está llena de desencantos, de callejones sin salida y de acuerdos que quedan después olvidados en cajones demasiado difíciles de abrir. Pura pólvora mojada. Los Grupos de Combate de la UE que mencionaba Borrell en mayo como posible núcleo de esa fuerza de reacción rápida se crearon en 2005, pero nunca han sido utilizados, una muestra de lo problemática que es la iniciativa incluso cuando ya hay un acuerdo firme.

La UE admitió en mayo que la fuerza de reacción rápida ya existente nunca se había desplegado.

El propio Consejo de la Unión Europea admitía en mayo, en el contexto de las renovadas discusiones al respecto, que estos grupos nunca se habían desplegado “debido a obstáculos políticos, técnicos y financieros”. En 2016 los Estados miembros acordaron impulsar la cooperación en materia de seguridad, y en 2017 alcanzaron un pacto para asumir de forma conjunta los costes de despliegue de los grupos de combate para agilizar su uso. Pero estas fuerzas de defensa común, incluso existiendo ya, y tras haber sido discutidas por primera vez en 1999, siguen sin pasar del plano hipotético al real.

En mayo fueron 14 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea, entre ellos España, Alemania, Francia e Italia, los que pusieron sobre la mesa la idea de esa fuerza de respuesta rápida que ahora intenta impulsar de forma definitiva el jefe de la diplomacia comunitaria, quien espera que la Comisión Europea pueda hacer la propuesta en el mes de octubre o noviembre. El objetivo es que ésta sea definitivamente aprobada durante la presidencia francesa del Consejo, que comienza en enero de 2022 y finaliza en junio del mismo año.

Foto: Talibanes celebran en las calles de Kandahar, Afganistán. (EFE)

Bruselas se está movilizando en muchos frentes para generar algún cambio aprovechando el impacto provocado por el desastre de Afganistán. “Hemos aprendido por las malas”, escribe este jueves Thierry Breton, comisario de Industria y Mercado Interior, “incluso con lo que sucedió en Afganistán, que de una forma u otra tenemos que mejorar nuestra solidaridad global de defensa”. “La defensa común europea ya no es una opción”, asegura el francés, que el presidente Emmanuel Macron situó en la Comisión Europea con la intención de que —como efectivamente al final acabó ocurriendo— quedaran bajo su control los asuntos de la industria de la defensa, oliendo que podía ser importante en la legislatura europea 2019-2024.

Pero las buenas intenciones en debates hipotéticos son una cosa y el pasar a la acción, otra. Lo que necesita la Unión Europea no es tanto alcanzar un acuerdo sobre la creación de estas fuerzas militares —porque, como explicó Borrell en mayo, ya existe el núcleo duro sobre el que estructurarlo—, sino acordar cómo desplegarlo, con qué dinero, en qué circunstancias.

Y hacerlo rápido, como ha señalado este jueves a su llegada a la reunión de ministros de Defensa el titular finlandés, Antti Kaikkonen, respondiendo a la necesidad de poder utilizar los ya existentes grupos de combate. “Necesitamos más velocidad, tiene que existir la posibilidad de utilizarlos rápido. En esta ocasión habría tomado mucho tiempo si hubiéramos decidido utilizar esa herramienta”, aseveró. “Necesitamos un proceso para ver qué falla, porque no los hemos utilizado en ningún momento, así que evidentemente hay cosas que hacer al respecto”, agregó al hablar sobre los grupos creados en 2005 pero nunca utilizados.

Hay algunos Estados miembros que no se sienten excesivamente cómodos con los discursos sobre una gran Europa de la defensa. No se oponen abiertamente a avanzar en esa dirección, pero sí exigen una enorme cautela. Son los países Bálticos y del este, especialmente Polonia, cuya seguridad respecto a Rusia depende de la OTAN y de Estados Unidos y que temen que ir demasiado lejos tenga dos consecuencias: una sustitución de la OTAN por fuerzas militares de la Unión Europea y, por lo tanto, que su seguridad ya no dependa de Washington, sino de París y Berlín. Estos países confían antes en Estados Unidos que en los principales Estados miembros de la UE, y eso es un elemento fundamental para ellos.

Por eso las voces más escépticas respecto a estas ideas suelen venir del este. Artis Pabriks, ministro de Defensa letón, ha hecho hincapié en su entrada a la reunión en Eslovenia en utilizar lo que ya existe: los batallones de combate europeos de 2005. “Estamos intentando hacer grandes planes de defensa europea común, pero los batallones de combate han existido desde hace décadas, ¿se han utilizado alguna vez? Cuando se responda esta pregunta podemos seguir hacia delante”.

En los días en los que el Gobierno afgano se derrumbaba a gran velocidad, la primera preocupación de Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, era cómo sacar a los colaboradores europeos de un país que iba a caer, 20 años después, en manos de los talibanes. Pero incluso en esos momentos, el exministro de Exteriores español ya estaba sacando conclusiones de lo que para él era un enorme fracaso. Y la principal moraleja, mientras trataba de convencer a la Casa Blanca de que facilitara la entrada de los colaboradores europeos en el aeropuerto de Kabul, era que la Unión Europea no podía seguir dependiendo únicamente de las fuerzas de seguridad estadounidenses.

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