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Cinco amargas lecciones para Estados Unidos de la derrota en Afganistán
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El fin de la omnipotencia militar

Cinco amargas lecciones para Estados Unidos de la derrota en Afganistán

El triunfo de los talibanes y la caótica evacuación de Kabul enfrentan a la superpotencia con un trauma como el de Vietnam y subrayan los límites

Foto: Foto de archivo de una ceremonia de recuerdo del 11-S en Kabul, en 2017. (Reuters)
Foto de archivo de una ceremonia de recuerdo del 11-S en Kabul, en 2017. (Reuters)

Los estadounidenses siguen entre perplejos y dolidos lo que pasa en Afganistán. Con todavía 15.000 compatriotas atrapados en espera de evacuación y sus tropas tratando de completar la retirada ordenada por el presidente Joe Biden, este país orgulloso y patriótico como pocos empieza a digerir un fracaso quizá solo comparable a la derrota en Vietnam en 1975.

El derrumbe como un castillo de naipes del Gobierno afgano y la victoria talibana después de 20 años de insurgencia suponen un desenlace tan doloroso como las lecciones que deberán aprender en Washington de un fracaso histórico.

1. El fin de la omnipotencia militar de Estados Unidos

Cuando allá por 2001 el presidente George W. Bush ordenó la invasión de Afganistán con los escombros todavía humeantes de las Torres Gemelas, pocos podían imaginar que la “guerra contra el terror” que Estados Unidos emprendía entonces costaría tanto, ni que se cerraría con el retorno al poder de la misma guerrilla fundamentalista a la que los marines estadounidenses fueron a derribar.

En aquella época, el poder militar de Estados Unidos parecía ilimitado. Más después de que el régimen talibán cayera en unas pocas semanas y en otoño de 2003 Sadam Hussein fuera derrocado en Irak también por fuerzas estadounidenses. En octubre, Bush proclamaba la victoria de Estados Unidos sobre el terrorismo desde la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln.

Foto: Talibanes en Kandahar. (EFE)

El mando militar estadounidense bautizó la operación, en la que también tomaron parte fuerzas españolas, como Libertad duradera, pero lo único duradero de verdad fueron la violencia y el terror sembrados por la insurgencia, ante la que el Ejército afgano se revelaba incapaz sin el apoyo occidental.

Tras más de 2.400 militares estadounidenses muertos y dos billones de dólares gastados en vano, las tropas se marchan ahora dejando al país sumido en el caos, el prestigio internacional de Estados Unidos seriamente dañado y la constatación de que su gigantesco Ejército no es tan poderoso ni infalible como durante años hicieron creer las superproducciones de Hollywood.

Recordando sus conversaciones con el Vietcong, el ex secretario de Estado Henry Kissinger dijo: “Los guerrilleros siempre ganan con tal de evitar la derrota total”. Los líderes talibanes nunca lo dudaron.

2. Un fracaso de demócratas y republicanos

Las grotescas imágenes del aeropuerto de Kabul y el caos en el que ha devenido el final de la presencia estadounidense en Afganistán han llevado a Biden al peor momento de su mandato y los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, ya lo atacan por ese flanco.

Pero, en realidad, los errores son compartidos a ambos lados del espectro político. Fue un republicano como Bush el que inició la “guerra más larga de América”. Con Obama, Estados Unidos logró liquidar a Bin Laden, pero aquella muerte simbólica no bastó para desactivar a Al Qaida. Y aunque a Biden cabe atribuirle la desastrosa ejecución del repliegue, lo cierto es que el acuerdo que dejó el camino expedito para que los talibanes volvieran al poder lo firmó la Administración Trump en Doha en febrero de 2020. Allí, se fijó un calendario para la retirada de las tropas estadounidenses a cambio del compromiso de una negociación con el Gobierno afgano en la que los talibanes nunca se implicaron sinceramente y un alto el fuego que nunca llegó.

Foto: Nivi Manchanda, autora del libro 'Imagining Afghanistan: the History and Politics of Imperial Knowledge'. (Fotografía cedida)

Trump quería llegar a las elecciones de noviembre habiendo cumplido su promesa de devolver las tropas a casa.

No dio tiempo, y ahora es Biden el que se las ve y se las desea para cerrar de una vez la pesadilla afgana, cuyo accidentado final amenaza con ensombrecer una gestión hasta ahora caracterizada por el éxito de la vacunación contra el covid y una alentadora recuperación económica. “Asumo la responsabilidad”, dijo el martes en su mensaje televisado a una nación consternada. 48 horas después admitió que el retraso en la evacuación podría obligar a que las tropas se queden más allá del límite del 31 de agosto que él mismo había fijado. El coste político, sea el que sea, lo pagará él.

3. Un golpe más a la credibilidad de la OTAN

Biden llegó a la presidencia con la promesa de restaurar el crédito internacional de Estados Unidos, dañado tras el mandato de Trump y sus críticas al modelo de la OTAN y los aliados europeos, pero el desenlace de la misión afgana parece lejos de contribuir a ese objetivo.

La decisión de Biden de apresurar la retirada no solo ha dejado tirados en Kabul a muchos diplomáticos y funcionarios de seguridad europeos, sino que el manejo de la crisis arroja muchas dudas sobre el papel de socio fiable que Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, reivindican para su país.

Solo el martes, cuando hacía ya varios días que los talibanes campaban a sus anchas por Kabul, Biden llamó al primer ministro británico, Boris Johnson, para informarle de la situación y coordinar acciones. El resto de líderes occidentales seguían sin recibir noticias del presidente y crecían las dudas sobre cómo evacuar a sus nacionales atrapados.

Foto: Rueda de prensa de los líderes talibanes desde Kandahar. (EFE) Opinión
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La acción de la OTAN, bajo cuyo paraguas se inició la intervención en 2001, se limitó a las apariciones ante la prensa de su secretario general, Jens Stoltenberg, que se esforzaba en explicar lo inexplicable y solo mereció atención de los medios cuando una periodista afgana le pidió entre lágrimas que Occidente no reconozca al nuevo régimen de los talibanes.

Stoltenberg aseguró en 2020, tras conocerse el Acuerdo de Doha: “Entramos juntos y nos iremos juntos” y “solo nos marcharemos cuando las condiciones sean adecuadas”. Las decisiones de Biden y las imágenes de lo que parece más una desbandada que una retirada le han dejado a él a merced de las hemerotecas y a la OTAN todavía más hundida en la crisis existencial que sufre desde hace años.

4. Una inteligencia poco fiable

Los servicios de inteligencia y los planificadores militares estadounidenses también saldrán mal parados de Afganistán. En el aire flota la pregunta de qué información manejaba Biden antes de ordenar que se acelerara la retirada. Los analistas de información habían advertido de que el Gobierno afgano podía caer en pocos meses sin el apoyo militar estadounidense, pero en ninguna previsión estaba que pudiera hacerlo en cuestión de días, como sucedió.

Las sospechas de que los responsables militares y de inteligencia que desfilaban por diferentes comisiones del Congreso edulcoraban la realidad de la guerra afgana vienen de hace tiempo. Bob Crowley, coronel de Contrainteligencia retirado, le contó al periodista del 'Washington Post' Craig Whitlock que “cada dato se alteraba para presentar el mejor panorama posible”.

Foto: Un soldado afgano en Kandahar. (EFE)

No se sabe asesorado por quién, Biden declaró el 8 de julio que era “altamente improbable” que los talibanes “se hicieran con todo el país” tras la retirada.

Al final, todo ha terminado en una desilusión mayúscula que hará que los presidentes y legisladores del futuro acojan con escepticismo los informes de inteligencia y se lo piensen mucho antes de aprobar cualquier intervención militar.

5. Kabul, un nuevo Saigón

Kabul forma parte ya de la historia negra de Estados Unidos.

Hace poco más de un mes, Biden prometió tajante: “Bajo ninguna circunstancia verán personas evacuadas desde el tejado de la embajada”. Pero justo eso fue lo que ocurrió esta semana.

La imagen de un helicóptero militar sobre el tejado de la legación en Kabul recordó demasiado a la dramática evacuación de Saigón, que cerró la guerra de Vietnam, la última gran derrota estadounidense, y por muchos años un trauma para la sociedad estadounidense.

Las encuestas indican que la opinión pública es hoy más consciente de las limitaciones de Estados Unidos en un mundo marcado por la pujanza china, pero eso no alivia la sensación de fracaso que hoy inunda todos los comentarios.

Mientras la Casa Blanca asegura que no se abandonará a nadie, la reportera de la CNN Clarissa Ward entrevista en directo a afganos que aseguran haber colaborado con las fuerzas estadounidenses que ahora les han dado la espalda. Y, desde su casa en Alabama, Johnny Spann, el padre de Mike, el primer estadounidense caído en Afganistán, insiste en que su hijo “murió por una buena causa”.

Foto: Vista aérea del aeropuerto de Kabul. (EFE)

En Washington, la congresista Barbara Lee, la única que en 2001 votó en contra de la intervención porque creía que no debían tomarse decisiones hasta que el país no superara el duelo por el 11-S y temía que la guerra se prolongara sin fecha, lamenta hoy su clarividencia: “Me gustaría haberme equivocado”.

Lee, que recibió insultos y amenazas de muerte por su solitaria oposición a la guerra, es psicóloga social. El país que desoyó entonces sus consejos queda hoy en el diván.

Los estadounidenses siguen entre perplejos y dolidos lo que pasa en Afganistán. Con todavía 15.000 compatriotas atrapados en espera de evacuación y sus tropas tratando de completar la retirada ordenada por el presidente Joe Biden, este país orgulloso y patriótico como pocos empieza a digerir un fracaso quizá solo comparable a la derrota en Vietnam en 1975.

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