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El gran 'kabuki' Tokio 2020: así se convirtió el sueño olímpico de Japón en su peor pesadilla
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El gran 'kabuki' Tokio 2020: así se convirtió el sueño olímpico de Japón en su peor pesadilla

Visto en perspectiva, el tortuoso sendero que nos ha traído hasta las puertas de los Juegos Olímpicos más impopulares de la historia se ha convertido en un inesperado teatro 'kabuki'

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Imagen: Learte

Apenas 72 horas antes de la ceremonia inaugural de Tokio 2020, el jefe del Comité Organizador era incapaz de descartar que los Juegos Olímpicos pudieran cancelarse en el último momento. “Continuaremos las discusiones si hay un repunte de los casos [de covid-19]”, dijo Toshiro Muto en rueda de prensa ante los preocupantes contagios entre atletas. Como un gran escenario 'kabuki', todo el decorado olímpico podría desaparecer ante nuestros ojos, un truco clásico de este centenario arte escénico japonés que emplea unos ingeniosos elevadores llamados 'seri' para mover actores y atrezo con gran efectividad dramática.

La cita olímpica arranca oficialmente hoy (13:00 en España) y es muy poco probable que se vaya a parar en seco. Pero la metáfora no puede ser más apropiada para la ocasión. Nada captura mejor la esencia de esta edición de la cita deportiva global por antonomasia que esa incertidumbre teatral, casi desesperada, de que todo pueda desvanecerse de un momento a otro. Visto en perspectiva, el tortuoso sendero que nos ha traído hasta las puertas de los Juegos Olímpicos más impopulares -y caros- de la historia se ha convertido en un inesperado teatro 'kabuki'.

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Foto: Reuters.

Conocido internacionalmente por su estrafalario uso del maquillaje, sus suntuosos vestuarios y sus histriónicas actuaciones, 'kabuki' significa, literalmente, "el arte [ki] de cantar [ka] y bailar [bu]". Algunos lingüistas especulan con que su origen podría estar relacionado con el verbo ‘kabuku’, que se puede traducir como “comportarse de manera extraña, exagerada o excesiva”. Quizás esta segunda etimología cuadre más con el espectáculo que hemos presenciado en estos años rumbo a Tokio 2020. Un insólito libreto que no escatima en abruptos giros de guion, sacrificio gratuito de personajes y oscuros secretos que salen a la luz para perseguir a los protagonistas.

Foto: Juegos Olímpicos de Tokio. (EFE)

Como buen drama 'kabuki', este puede narrarse en cinco actos. Un principio ('jo') esperanzador y pausado que nos presentará la trama y sus protagonistas, seguido de tres actos que marcan la ruptura ('ha') en el relato, marcados por la acción, las batallas y el drama. En el tercer compás, el autor avezado introducirá una gran tragedia que marcará el quinto y último acto ('kyu'), que proporciona una rápida conclusión a la obra. En la mayoría de las versiones, especialmente las que tocan temas legendarios y costumbristas, los finales tradicionales suelen ser satisfactorios. Pero también están los dramas épicos que beben del sintoísmo, el budismo y el confucianismo para plantear dilemas imposibles entre la moral y las pasiones. A menudo, estos devienen en tragedia.

Vistos con el prisma del 'kabuki', estos Juegos son un enfrentamiento entre el sentido del deber y el honor de unas autoridades empeñadas en cumplir con su misión, frente a las emociones de miedo y la angustia de sus ciudadanos, que piden que se cancelen. Esta es la historia de cómo hemos llegado hasta aquí.

Primer acto: una esperanza de otro mundo

Cae el telón. Año 2013. El de la muerte de Nelson Mandela, la renuncia de Benedicto XVI y los atentados de la maratón de Boston. Cuando comenzamos a oír hablar de Edward Snowden y dejamos de escuchar a Hugo Chávez. En Estados Unidos, Barack Obama arranca su segundo mandato y Xi Xinping se afianza en el poder en China. En Moscú, Donald Trump hace comentarios inapropiados en los camerinos de Miss Universo y falta poco para que el Brexit comience a monopolizar la agenda informativa. Es, sin duda, otro mundo. Nuestra historia comienza el 23 de mayo de ese año en Buenos Aires.

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Foto: Reuters.

Allí, en las antípodas de Tokio, las autoridades deportivas japonesas están defendiendo la candidatura de su capital entre las ciudades finalistas para albergar los Juegos Olímpicos de 2020. De los 35 rivales que comenzaron en la carrera, solo quedan dos: Estambul y Madrid. Al otro lado del Pacífico, el país sigue el evento en vilo. Una reciente encuesta del diario 'Yomiuri Shimbun' revela que un 78% de los ciudadanos respalda el proyecto. Han pasado dos años del devastador tsunami de Fukushima y su secuela nuclear —que dejó cerca de 18.000 muertos y 100.000 personas sin hogar—. Pero hoy hay esperanza y entusiasmo. Como en el 'kabuki' tradicional, cada finalista debe ejecutar su 'mie', un gesto característico y dramático que establece la jerarquía narrativa entre los personajes. Cuanto más elevado el actor, más elaborado su 'mie'.

La candidatura japonesa lo borda. El Comité Olímpico Internacional (COI), cuentan las crónicas del momento, no logra encontrar pegas a su propuesta. El proyecto ofrecía a los futuros visitantes uno de los sistemas de transporte públicos más modernos y eficientes del mundo —diseñado para sostener el día a día de la ciudad más poblada del planeta— y un plan extremadamente compacto para la apretada agenda olímpica —el 85% de las competiciones olímpicas puede celebrarse en un área con un radio de tan solo ocho kilómetros—.

Foto: Manifestantes pasean por todo el país exhibiendo carteles contra los JJOO. (Reuters)

Sus rivales tienen peores coreografías. Estambul viene de dejar un reguero de titulares por las masivas protestas antigubernamentales del parque Taksim Gezi, reprimidas con violencia ante el espanto de la comunidad internacional. Madrid, por su parte, todavía se recupera de la crisis económica. El país está dejando atrás una larga recesión, pero no los desahucios. Se multiplican los escraches, pincha Eurovegas y comienzan a publicarse los papeles de Bárcenas. La tentadora invitación de la alcaldesa Ana Botella a tomarse “un 'relaxing cup of' café con leche en la Plaza Mayor” rubrica nuestra aspiración olímpica.

El 10 de septiembre, el COI anuncia su decisión definitiva: 56 años después, Tokio volvería a ser sede de unos Juegos Olímpicos. El país estalla en júbilo, consciente de lo alto que está el listón. Tokio 1964 fue mucho más que un evento deportivo para la capital. Fue el escaparate mundial para un país que trataba de sacudirse las sombras imperiales que mancillaron su reputación internacional en la Segunda Guerra Mundial. El nuevo Japón, reconstruido de punta a punta, se presentaba ante el mundo como una democracia liberal comprometida con la paz mientras daba los primeros pasos rumbo al milagro económico que pronto lo catapultaría a la primera línea de las potencias globales. El éxito de esta transformación urbana sin precedentes que tanto impresionó a atletas y visitantes acabó siendo la hoja de ruta para que otras capitales asiáticas como Seúl y Pekín se convirtieran en sedes olímpicas en 1988 y 2008, respectivamente.

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Foto: Reuters.

Para Tokio 2020, el entonces primer ministro japonés, Shinzo Abe, no necesitaba la transformación física de medio siglo atrás. Pero sí el hito simbólico, el mismo rito de refundación. Con la economía perennemente estancada y una población en vertiginoso envejecimiento, Japón lleva años viendo cómo su menguante influencia regional está siendo aplastada por China. Los escándalos de corrupción habían instalado una pesada sensación de decadencia en el archipiélago. Abe logró su segundo mandato en 2012 propulsado por un discurso que apelaba a la nostalgia y al nacionalismo. Prometía otro renacer para Japón y esta era su mejor oportunidad de escenificarlo.

Damas y caballeros, Japón ha vuelto”, proclamó ufano el primer ministro ese mismo 2013. Fue más fácil decirlo que cumplirlo.

Segundo acto: de monstruos, estadios y plagios

Los elementos sobrenaturales y personajes grotescos que aderezan algunos dramas 'kabuki', como la célebre historia de traición y fantasmas 'Yotsuya Kaidan', han tenido una gran influencia narrativa y estética en el exitoso cine de terror japonés. Y también se cuelan en nuestra historia. Mucho antes de que la calamidad mundial que aguardaba a la vuelta de la esquina comenzara a pisotear nuestras vidas, Japón ya lidiaba con varios monstruos que prometían un arduo camino hacia la inauguración. El primero, la pieza central de los Juegos: el mismísimo estadio olímpico.

Planeado en el centro del Parque Meiji y diseñado por la célebre arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid para semejarse a un gigantesco casco de bicicleta, el nuevo estadio con capacidad para 80.000 espectadores era el proyecto de infraestructura más emblemático de Tokio 2020. También el más polémico. Desde el mismo instante en que el proyecto fue revelado, los arquitectos más respetados de Japón montaron en cólera.

Foto: Imagen general de 'Mathematics: The Winton Gallery'.
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El ganador del Pritzker (el equivalente al Nobel de la arquitectura) Fumihiko Maki llegó a calificarlo de “monstruosidad” y organizó un simposio para pedir que se cancelara. Arata Isozaki, otro futuro premio Pritzker y el arquitecto detrás de la mayoría de las instalaciones de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, describió el proyecto como un “error monumental” y una “desgracia para las futuras generaciones”, firmando con otros colegas una petición para evitar que se levantara el estadio de 70 metros de altura. Un “derroche obsceno sin coherencia visual” con las áreas residenciales que rodean el Parque Meiji, donde los edificios no superan los 20 metros.

La presión de expertos y ciudadanos, que también rechazaban una macroestructura que habría supuesto una gigantesca mancha gris en uno de los pocos espacios verdes en el congrestionado paisaje tokiota, se hizo insostenible. El proyecto acabó colapsando en 2015 bajo su propio peso. Su coste se había disparado hasta los 252.000 millones de yenes (casi 2.000 millones de euros), convirtiéndolo en el estadio más caro de la historia. La polémica se zanjó con la renuncia del ministro de Deportes y la decisión de levantar un estadio mucho más humilde, diseñado por el japonés Kengo Kuma y situado en el mismo lugar donde se erigía la sede de 1964. El Gobierno japonés emitió una disculpa formal ante el COI por el vergonzoso episodio. No sería el último.

El camino a los juegos comenzó trufado de escándalos: un estadio monstruoso, un logo 'plagiado' y varios pagos sospechosos

Pocos meses después, el Ejecutivo sufría una nueva humillación cuando el logotipo elegido para los Juegos era desechado por el COI en medio de un escándalo por su similitud con el emblema del Teatro de Lieja, en Bélgica. El diseñador japonés Kenjiro Sano admitió haber utilizado varias ideas de internet, aunque negó las acusaciones de plagio. Tuvieron que rediseñar todo de nuevo.

El año 2016 arrancó con un nuevo escándalo que ponía en la mira a los organizadores de los Juegos. Fiscales franceses anunciaron una investigación sobre unos pagos realizados por el equipo de licitación de los Juegos Olímpicos de Tokio a una empresa consultora en Singapur inmediatamente antes y después de su victoria en la final de Buenos Aires en 2013, con la que empezábamos este relato. Los ecos de estas transacciones, que la Justicia gala sospechaba podían haberse utilizado para comprar votos, volverían a resonar en 2019, cuando el presidente del Comité Olímpico japonés, Tsunekazu Takeda, fue imputado en Francia por “corrupción activa” y se vio obligado a dimitir poco después.

Foto: Aficionados japoneses en las gradas de Río. (EFE)

Estos escándalos y traspiés templaron levemente el ánimo de los japoneses. Pero todavía reinaba el optimismo. Después de todo, ¿qué país organizador de unos Juegos Olímpicos no experimenta una considerable dosis de drama al respecto? Sin ir más lejos, su predecesora Río de Janeiro fue el escenario de caóticas y violentas protestas en 2016 con miles de brasileños llamando a boicotear la competición en las calles. Seguro que no podía ir peor. Los planes seguían en marcha, el (nuevo) logo olímpico era omnipresente en la capital y los preparativos avanzaban al ritmo necesario. Salvo que se produjera un evento apocalíptico, Tokio 2020 todavía podía ser un éxito. Perdón, ¿alguien ha dicho apocalíptico?

Tercer acto: obsesiones de un mundo en llamas

Entramos en el tercer acto y ha llegado la hora de la tragedia. Una colectiva, pero para la que cada país tiene una fecha particular. La de Japón es el 16 de enero de 2020. Ese día, un hombre de nacionalidad china que acababa de regresar de Wuhan era confirmado como el primer contagio de covid-19 en el país. Lo que viene a continuación es de sobra conocido.

Foto: Una calle en Tokio, Japón. (Reuters)

Durante enero y febrero, el Gobierno japonés hizo todo lo posible para cortar los contagios y abortar esta potencial amenaza a las Olimpiadas. Por supuesto, fue en vano. El 11 de marzo, el brote de coronavirus era declarado oficialmente pandemia por la Organización Mundial de la Salud y, dos semanas después, lo impensable: los Juegos Olímpicos eran postergados hasta 2021. En sus 124 años de historia, solo tres Juegos fueron cancelados a causa de las dos guerras mundiales. Esta era la primera vez que se aplazaban. De la mano de la pandemia, Tokio —y el mundo— entraba en un terreno desconocido. Las autoridades asumieron el doble reto de seguir adelante con los preparativos —se eligió mantener la fecha original en el nombre— y luchar contra la propagación del coronavirus. Pero la opinión pública comenzó a ver que el Gobierno parecía obsesionado con el primer problema cuando debería enfocar toda su atención sobre el segundo.

“La población japonesa considera que la gestión de la crisis ha sido bastante errática. Sienten que el Gobierno dio prioridad a los Juegos Olímpicos y a las preocupaciones económicas antes que a la salud de los ciudadanos”, explica Celine Pajon, jefa del programa de investigación de Japón en el Centro de Estudios Asiáticos del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, a El Confidencial.

"Los japoneses consideran que la gestión ha sido errática. Sienten que el Gobierno dio prioridad a los JJOO antes que a la salud"

Comparativamente, Japón ha gestionado bastante mejor la pandemia que la mayoría del planeta. Hasta la fecha, la cifra de fallecidos por coronavirus ronda los 15.000, menos de un 20% de los muertos en España, a pesar de contar con una población 2,7 veces mayor. El Gobierno, que identificó desde el principio el peligro de la transmisión por aerosoles, sacaba pecho sobre su modelo de respuesta —al que coadyuvó la propia cultura japonesa, en la que la distancia social y las mascarillas son la norma—. Las autoridades nunca permitieron que el horizonte olímpico se pusiera en duda pese a la incertidumbre que se había apoderado del país y del planeta.

El castigo de la opinión pública fue mayúsculo. Un sondeo del Pew Research publicado esta semana reveló que, entre los 17 países encuestados, Japón es el país cuya población tiene peor opinión del manejo de la pandemia de su Gobierno. Un 64% considera que ha hecho un mal trabajo, más que en España (55%) y más del doble que en Reino Unido (30%), un país con la mitad de la población japonesa y nueve veces más muertos por covid.

Foto: Shinzo Abe. (Reuters)

“El Gobierno japonés siempre tuvo dificultades a la hora de comunicar lo que estaba haciendo y por qué lo estaba haciendo”, argumenta Tobias Harris, investigador principal de Asia para el Center for American Progress y autor del libro ‘The Iconoclast: Shinzo Abe and the New Japan’. “Al igual que en el resto del mundo, sus líderes batallaron por encontrar el equilibrio adecuado entre la salud pública y las consideraciones económicas y, en ocasiones, viraron demasiado para el segundo lado”, agrega el experto a este periódico.

A finales de agosto de 2020, un nuevo giro de guion. Shinzo Abe, el primer ministro que más años había estado al frente del país, dimitía por motivos de salud. Aquejado de una colitis ulcerosa que lo había acompañado desde su adolescencia, la enfermedad ya había provocado que tuviera que renunciar a su primer mandato en 2007. El que había sido hasta entonces el protagonista indiscutible de esta obra era reemplazado por el gris y funcionarial Yoshihide Suga, de 71 años. La mano derecha de Abe, sin una pizca de su carisma.

Cuarto acto: prohibido entrar o salir de este bochorno

Los japoneses se vieron en este momento viviendo en sus propias carnes la famosa escena ‘tosanba’ (no entrar ni salir) representada en 'Kanadehon Chushingura' e inspirada en el popular cuento de los 47 'ronin'. Cuando en esta clásica obra 'kabuki' uno de los personajes se dispone a suicidarse, se prohíbe al público entrar o salir de la sala para evitar romper la naturaleza dramática del momento. La llegada de Suga no alteró el rumbo del Gobierno, que selló el archipiélago limitando al máximo las visitas internacionales mientras mantenía su mensaje a la ciudadanía de que Tokio 2020 se celebraría sí o sí. Contra viento, marea, pandemia y opinión pública.

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Foto: Reuters.

Mientras tanto, los Juegos seguían sumando episodios bochornosos. A mediados de febrero, el ex primer ministro Yoshiro Mori, máximo responsable de Tokio 2020, dimitía como presidente del comité organizador a raíz de comentarios sexistas en los que se quejaba de que las mujeres hablaban demasiado en las reuniones. Dos semanas después, el director creativo de las Olimpiadas, Hiroshi Sasaki, también se veía obligado a renunciar tras decir que Naomi Watanabe, una popular actriz japonesa, podía desempeñar el papel de 'olympig' (cerda olímpica).

Un director artístico renunció por haber hecho bromas sobre el Holocausto y un compositor admitió haber acosado a alumnos discapacitados

Esta serie de escándalos ha acompañado la organización previa de los Juegos Olímpicos hasta el último momento. Este mismo jueves, Kentaro Kobayashi, director artístico de la ceremonia inaugural, abandonó su cargo tras revelarse cómo años atrás bromeó sobre el Holocausto. Tres días antes, uno de los compositores de la música de la apertura, Keigo Oyamada, también salía por la puerta de atrás al airearse unas entrevista en la que admitía sin arrepentimiento haber hecho ‘bullying’ contra alumnos discapacitados.

A lo largo de estos últimos meses, el rechazo de los japoneses a los Juegos ha tocado cotas inauditas y varias encuestas lo situaban en mayo por encima del 80% de los consultados.Cientos de japoneses han protagonizado raras manifestaciones exigiendo desmantelar la cita olímpica. Activistas con carteles, banderas e insigias pedían a menos una nueva demora, ante el auge de casos en el país y los más de 70 atletas positivos hasta el momento. "Los Juegos de Tokio son el experimento covid-19 definitivo", titulaba Politico un reciente análisis en el que recogía los reparos de funcionarios por la posibilidad de un brote descontrolado.

Pese a que las autoridades fueron bastante exitosas conteniendo los contagios en las primeras oleadas de la pandemia, ahora llama la atención la relativa lentitud de su campaña de vacunación. A día de hoy, solo un 23% de la población nipona —una de las más envejecidas del mundo— está vacunado con pauta completa, una cifra considerablemente inferior a la mayoría del mundo desarrollado. El ritmo se ha acelerado en las últimas semanas, pero no lo suficiente para evitar que la mayoría del país se encuentre en situación vulnerable ante un potencial brote de la variante delta a causa del evento.

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Foto: Reuters.

En realidad, cancelar nunca fue una opción viable para el Gobierno japonés. El país ha realizado una inversión récord para organizar los Juegos Olímpicos más caros de la historia, con un presupuesto oficial, y probablemente infravalorado, de 15.400 millones de dólares (unos 13.000 millones de euros) que la mayoría de los expertos prevé que acabe casi duplicándose. Japón necesita con urgencia ingresos que ayuden a aliviar ese gasto desmedido.

En última instancia, el contrato firmado entre el Gobierno japonés y el COI otorga a este último la potestad de abortar los Juegos. Diga lo que diga de cara al público, es difícil que el COI se plantee seriamente cancelar las competiciones. La falta de público en las gradas es económicamente anecdótica; el grueso de los ingresos procede de los derechos de retransmisión de las Olimpiadas, imprescindibles para mantener engrasada la costosa maquinaria del olimpismo internacional.

"Probablemente, estos Juegos no satisfagan a nadie: ni a los atletas, ni al público japonés, ni al internacional ni a los patrocinadores"

Además, como en cualquier 'kabuki' clásico, de fondo está la cuestión del honor y la confianza. Romper unilateralmente el contrato con el COI sería una decisión sin precedentes en la historia de los Juegos que podría golpear la imagen del país ante los inversores extranjeros. Además, supondría admitir una derrota absoluta en pleno año electoral —Suga tiene hasta el 22 de octubre para convocar elecciones y su popularidad no supera el 30% en los sondeos—. Así que al Gobierno solo le queda la huida hacia adelante, apretar los dientes y esperar que las medidas y precauciones logren contener un brote en plena fiesta del olimpismo.

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Foto: Reuters.

“Para Japón, estos juegos resultan enormemente arriesgados de realizar, ya que se llevan a cabo en circunstancias severas y probablemente no satisfagan a nadie: ni a los atletas, ni al público japonés, ni al internacional ni a los patrocinadores”, advierte Celine Pajon. "Japón estará muy expuesto a nivel internacional y cada falla será muy comentada", agrega.

Quinto acto: la incógnita final

El final de esta historia comienza hoy. Será rápido. Ocho años de preparativos, escándalos, humillaciones e incógnitas culminarán en tan solo 17 días de competición. Para un país que había puesto tanto empeño en diseñar una narrativa bien definida para estos Juegos, resulta irónico que la mayor incógnita cuando comienza el evento es que no sabemos qué mensaje se transmitirá al mundo. Un clímax 'kabukiano' en el que la tradicional conclusión satisfactoria está de todo menos garantizada.

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Foto: Reuters.

“Algunos verán la terquedad de seguir adelante con los Juegos Olímpicos como una prueba de la arrogancia del Comité Olímpico Internacional, mientras que otros lo considerarán como un símbolo de resistencia frente a la pandemia”, argumenta Pajon.

No sabemos qué ocurrirá estos Juegos Olímpicos de Tokio 2020, ni cómo serán recordados. Son un fenómeno único que se resiste a toda comparación con el pasado y son inservibles para cualquier predicción de futuro. Así que no hay moraleja, pero sí una reflexión. Estos Juegos Olímpicos han sido la representación más dramática de un hecho incontestable: el mundo ha cambiado en una forma cuyo alcance y consecuencias todavía nos resultan difíciles de entender.

“Abe quería hacer su propia versión de los juegos de 1964 y eso nos deja algo que aprender: que el mundo de 2021 simplemente ya no es el de 1964”, argumenta Harris. “Los Juegos de 1964 fueron un escaparate del alto modernismo. El Estado japonés arrasó y rehízo Tokio y todo el país. En comparación, los Juegos de 2020-2021 son una demostración de los límites del control de la humanidad sobre el mundo natural y la propia sociedad”, concluye.

Apenas 72 horas antes de la ceremonia inaugural de Tokio 2020, el jefe del Comité Organizador era incapaz de descartar que los Juegos Olímpicos pudieran cancelarse en el último momento. “Continuaremos las discusiones si hay un repunte de los casos [de covid-19]”, dijo Toshiro Muto en rueda de prensa ante los preocupantes contagios entre atletas. Como un gran escenario 'kabuki', todo el decorado olímpico podría desaparecer ante nuestros ojos, un truco clásico de este centenario arte escénico japonés que emplea unos ingeniosos elevadores llamados 'seri' para mover actores y atrezo con gran efectividad dramática.

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