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Jovenel Moïse: el polémico presidente que quiso cambiar Haití y al que Haití devoró
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Asesinado cerca del fin de su mandato

Jovenel Moïse: el polémico presidente que quiso cambiar Haití y al que Haití devoró

Odiado por muchos haitianos que criticaban su autoritarismo, aunque alabado por otros que respetaban su intento de transformar el país, el mandatario nunca logró los cambios que buscaba

Foto: Jovenel Moïse en octubre de 2020. (Reuters)
Jovenel Moïse en octubre de 2020. (Reuters)

Jovenel Moïse nunca estuvo destinado a una presidencia fácil. Nadie lo está en Haití, la nación más pobre del hemisferio occidental con una larga historia de dictaduras y golpes de Estado y en el que la democracia continúa siendo muy frágil. Su mandato nació con un débil respaldo, se desarrolló en medio de acusaciones de corrupción y autoritarismo y murió junto a él este miércoles, a manos de asaltantes todavía no identificados que dispararon contra el presidente de 53 años y la primera dama en su residencia privada.

Hijo de un mercader y de una costurera, Moïse era un empresario agrícola que nunca había ejercido ningún cargo político hasta el momento en el que el expresidente Michel Martelly lo eligió como su sucesor al frente del Partido haitiano Tèt Kale (PHTK) en 2015. Su asesinato se produce a escasos dos meses de las elecciones presidenciales y legislativas convocadas para el próximo 26 de septiembre, unos comicios en los que no podía ser candidato y que estaban rodeados de polémica, dado que gran parte del país consideraba que el presidente llevaba desde febrero gobernando Haití ilegítimamente.

Un mandato en llamas

Moïse llegó al poder a raíz de unas elecciones marcadas por los retrasos continuos, por las múltiples acusaciones de fraude y, sobre todo, por una bajísima participación. En un país de cerca de 12 millones de habitantes, solo 600.000 respaldaron en las urnas al fallecido mandatario, poco más de un 5% de la población. La polémica lo había perseguido desde su primer día en el cargo, pero especialmente desde 2018, cuando, a raíz de un escándalo de corrupción en torno a los fondos del programa Petrocaribe, por el cual Venezuela suministra petróleo a varios países, comenzaron una serie de protestas populares en su contra que nunca llegaron a apagarse.

Foto: Un manfiestante grita frente a una barricada en llamas durante las protestas contra el presidente Jovenel Moïse en Puerto Príncipe, la capital haitiana. (Foto: Reuters)

La tensión llegó a su punto álgido a principios de febrero, provocando la que muchos expertos consideraron como la mayor crisis política de los últimos años en Haití. La clave de la crisis residía en dos interpretaciones diferentes de la Constitución haitiana, que establece que la duración de un Gobierno es de cinco años y que el cambio de poder debe efectuarse el 7 de febrero, el día del aniversario del fin de la dictadura de los Duvalier.

La oposición haitiana —compuesta por partidos políticos, grupos religiosos, organizaciones de sociedad civil y activistas por los derechos humanos, entre otros— argumentaba que el presidente debería haber abandonado su cargo este 2021, dado que las elecciones tuvieron lugar en 2016. Moïse, por el contrario, consideraba que su mandato debía finalizar en 2022 porque su inauguración no se produjo hasta 2017. Esta discrepancia podría haberse visto resuelta mediante un Tribunal Constitucional, pero Haití carece de tal institución.

Cuando llegó ese día 7, el presidente hizo un comunicado a la nación en el que afirmaba que se había frustrado un "golpe de Estado" para derrocar a su Gobierno y asesinarlo. Más de una veintena de sus detractores, entre ellos un juez de la Corte Suprema, fueron arrestados ese mismo día. Los opositores se apresuraron a nombrar un presidente interino, pero no obtuvieron ningún respaldo significativo por parte de la comunidad internacional y Moïse se mantuvo en el poder. Desde entonces, las protestas se agravaron, sumando un nuevo frente a una grave crisis de seguridad protagonizada por luchas de bandas armadas y por una ola de secuestros que ha forzado el desplazamiento interno de miles de haitianos. Un día antes del asesinato del presidente, Gaston Browne, presidente de la Comunidad del Caribe (Caricom), había calificado la situación en el país de "insostenible".

placeholder Manifestantes antigubernamentales en Haití. (EFE)
Manifestantes antigubernamentales en Haití. (EFE)

El cambio constitucional que nunca llegó

Desde su llegada a la presidencia, Moïse defendió la necesidad de reformar la Constitución, que data de 1987, para garantizar al Ejecutivo un mayor poder que le permitiera enfrentarse a una oligarquía que, según él, se estaba aprovechando de la debilidad del Gobierno. “Necesitamos un sistema que funcione”, dijo este año en una entrevista con 'The New York Times'. “El sistema actual no funciona. El presidente no puede trabajar para cumplir”.

Tanto la oposición haitiana como algunos analistas consideraban estos llamados del mandatario como una simple estrategia para avivar el sentimiento populista y camuflar los escándalos de su propio Gobierno. Pero otros veían en las palabras del presidente como una descripción acertada de la realidad en un país que ha encadenado una crisis política tras otra desde el terremoto de 2010, en el que murieron entre 100.000 y 300.000 personas y a raíz del cual más de un millón resultaron desplazadas.

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"Jovenel Moïse era una persona complicada e imperfecta a las riendas de un sistema letal mucho más grande que él y que, en su deseo de cambiar Haití, se hizo enemigo de muchas personas peligrosas", relata a El Confidencial Michael Deibert, autor y periodista con más de dos décadas de experiencia reportando sobre Haití.

Los esfuerzos por reformar la carta magna marcaron los últimos meses de la presidencia de Moïse, quien había planeado la celebración de un referéndum constitucional el pasado 27 de junio. Sin embargo, las autoridades electorales de Haití decidieron aplazar la votación debido a la reciente oleada de contagios de covid en el país, la cual ha ocasionado un aumento de las muertes y de las hospitalizaciones que han sobrecargado el deficitario sistema sanitario del país.

Tras el asesinato del presidente, el destino de la reforma constitucional queda en el aire. Ni siquiera existe una redacción completa. Los únicos dos anteproyectos que se han dado a conocer proponían que las elecciones presidenciales se decidieran en una sola vuelta y que el Parlamento pase de tener dos cámaras a una, eliminando el Senado. También, crucialmente, buscaba reemplazar el puesto del primer ministro por el de un vicepresidente que responda a las órdenes de su superior, una medida respaldada incluso por los críticos de Moïse para evitar la frecuente fractura del Gobierno.

Foto: Frontera haitiano-dominicana. (EFE)

Ahora, Haití queda descabezado sin que ninguna de las ambiciosas transformaciones que Moïse planeaba para el país —y que tanta animadversión despertaron entre un importante sector de su población— haya logrado materializarse. "Pasé horas entrevistándolo y fue difícil reconciliar al hombre humilde que hablaba con aparente sinceridad sobre su deseo de construir carreteras y llevar electricidad a Haití con la figura que tanto odio inspiraba entre algunos, además de la aparente amnesia de una oposición que con frecuencia optaba por la violencia en lugar de la negociación", narra Deibert.

"Ahora, Jovenel Moïse se ha ido y el sistema, hecho de sangre y huesos, continuará avanzando mientras los autores de este crimen probablemente siguen beneficiándose de él", sentencia el autor.

Jovenel Moïse nunca estuvo destinado a una presidencia fácil. Nadie lo está en Haití, la nación más pobre del hemisferio occidental con una larga historia de dictaduras y golpes de Estado y en el que la democracia continúa siendo muy frágil. Su mandato nació con un débil respaldo, se desarrolló en medio de acusaciones de corrupción y autoritarismo y murió junto a él este miércoles, a manos de asaltantes todavía no identificados que dispararon contra el presidente de 53 años y la primera dama en su residencia privada.

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