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Buscar un mediador o recurrir a Felipe VI: las vías de Moncloa para superar la crisis
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marruecos pide algo que españa no puede dar

Buscar un mediador o recurrir a Felipe VI: las vías de Moncloa para superar la crisis

Restablecer la relación con Rabat es más difícil ahora que en otros tiempos. El palacio real pide a España algo casi imposible: un cambio de postura sobre el Sáhara Occidental

Foto: Felipe VI y el rey de Marruecos, Mohamed VI. (EFE)
Felipe VI y el rey de Marruecos, Mohamed VI. (EFE)
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Desde que Mohamed VI fue entronizado en 1999, Marruecos y España han superado tres graves crisis bilaterales. Pero la actual quizá sea la más difícil de resolver. En esta ocasión, para pasar página, Rabat pide algo concreto. Algo que difícilmente el Gobierno español le puede conceder: un cambio histórico en la actitud española hacia el conflicto del Sáhára Occidental. En estas circunstancias, ¿cómo superar el 'impasse' en que están sumidos los países vecinos?

La historia reciente no sirve de guía en la presente crisis. El momento más tenso de las últimas dos décadas —la toma del islote Perejil por gendarmes marroquíes en julio de 2002— se resolvió mediante un golpe de fuerza. El entonces presidente, José María Aznar, ordenó, primero, su desalojo a los 'boinas verdes' del Ejército español y encargó, después, a su ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, que convenciese al secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, de que mediase entre los dos países. El resultado de su gestión fue muy favorable a los intereses de España.

Foto: Soldados del Ejército con dos personas migrantes en la playa de El Tarajal, Ceuta. (EFE)

Las otras dos crisis fueron de menor envergadura y, para resolverlas, bastó con que altos jefes policiales y ministros españoles viajasen a Marruecos para pedir disculpas. Lo hizo el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba el 23 de agosto de 2010 en Rabat, un mes después de que la Policía española supuestamente maltratase en la frontera de Melilla a cinco jóvenes marroquíes residentes en Bélgica. Como represalia, Rabat había bloqueado la frontera para impedir la entrada de frutas, verduras y pescado en la ciudad autónoma, que quedó parcialmente desabastecida.

También lo hizo su sucesor en el cargo, el popular Jorge Fernández Díaz, quien se desplazó a Tetuán el 27 de agosto de 2014 para pedir también disculpas a su homólogo marroquí, Mohamed Hassad, después de que la Guardia Civil interceptara en aguas de Ceuta la lancha en la que navegaba el propio Mohamed VI. Además, tanto su jefe de gabinete como un teniente general de la Guardia Civil viajaron, por su parte, a Rabat para entonar un 'mea culpa' en el Ministerio del Interior. Allí ofrecieron la cabeza del teniente coronel Andrés López García, jefe de la comandancia de Ceuta, quien fue destituido y enviado a Sevilla. Fin de la crisis.

Un alto precio para la estabilidad

Pero ahora Rabat no se conforma con la cabeza de un funcionario ni las disculpas de un ministro. Su precio para reconciliarse es mucho más alto. Marruecos ha dejado claro que exige un cambio radical y público de la política española hacia el Sáhara Occidental, algo políticamente difícil de digerir para un partido cuyas bases han estado tradicionalmente unidas a la llamada causa saharaui.

Foto: Un militar marroquí se cuadra ante el rey Mohamed VI. (MAP)

Bajo cuerda, la diplomacia española lleva años respaldando a Marruecos, más cuando gobierna el PSOE que cuando lo hace el PP. Pero en público, el discurso es más cauto y se parapeta detrás de las resoluciones de Naciones Unidas, institución que insta a alcanzar una solución mutuamente aceptable para las partes implicadas. “La postura de España no difiere en nada de lo que dicen las resoluciones de Naciones Unidas”, reiteró el miércoles en el Congreso la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, cuya gestión de la crisis está bajo la lupa de la opinión pública.

González Laya y su equipo estuvieron detrás de la subrepticia acogida "por motivos humanitarios" de Brahim Ghali, veterano líder del Frente Polisario y enemigo público de Rabat, en un hospital de Logroño el pasado mes de abril. Esto brindó a Marruecos el pretexto ideal para tensar la cuerda con el Gobierno de Pedro Sánchez. Pero el verdadero origen de la crisis —que cristalizó a mediados de mayo con las dramáticas imágenes de más de 10.000 inmigrantes, ancianos, niños y familias, cruzando a Ceuta con la venia de las autoridades fronterizas marroquíes— se remonta a unos meses atrás.

El 10 de diciembre de 2020, el todavía presidente Donald Trump reconocía la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental como parte de los llamados Acuerdos de Abraham, un plan para que varios países árabes establecieran relaciones con Israel. Estados Unidos se convertía así en el primer —y hasta ahora único— país occidental que ha dado ese paso, que pone en jaque la labor de Naciones Unidas. Se abría entonces, a ojos del palacio real de Rabat, una ventana de oportunidad para arrastrar a los principales socios de Marruecos por la misma senda.

Foto: La ministra de Relaciones Exteriores española, Arancha González Laya, junto a su contraparte marroquí, Nasser Bourita, en una visita a Rabat en enero. (Reuters)

En ese esquema, España es una pieza clave como potencia colonial del Sáhara hasta 1975. Aunque no sea miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, goza de cierta autoridad moral e histórica sobre la materia y su cambio de posición influiría en los debates periódicos en la ONU, así como en la Unión Europea y sus Estados miembros. Las autoridades marroquíes ya habían dado señal de sus intenciones en marzo, cuando desencadenaron una crisis diplomática con Alemania después de que el embajador germano ante la ONU, Christoph Heusgen, se desmarcase con rotundidad de Trump al hablar de “ocupación” del Sáhara. En Madrid, no supieron leer los acontecimientos.

Espaldarazo geopolítico

Desde el espaldarazo geopolítico de Trump, la diplomacia marroquí está muy envalentonada. Su jefe, el ministro Nasser Bourita, se atrevió a bloquear en mayo el nombramiento del diplomático italo-sueco Staffan de Mistura como enviado especial de la ONU para el Sáhara, un puesto vacante desde 2019. Al secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, le explicó por teléfono en mayo que “Marruecos no aceptará nunca nuevas negociaciones con el Polisario” como las que tuvieron lugar hasta 2018, según reveló 'Africa Intelligence', un boletín especializado que se publica en París.

Rabat solo está dispuesta ahora a sentarse a la mesa de negociación si el punto de partida es el plan de autonomía para el Sáhara que ofreció en 2007, con un grado de autogobierno para los saharauis muy inferior al de cualquier comunidad española o lejos del promedio regional de Europa. Además, esta autonomía no estaría respaldada por garantías internacionales y hay pocos indicios de que el reino alauí esté dispuesto a abrir un auténtico debate regionalista, como demostró la represión sin miramientos de las protestas del Rif en 2017.

Foto: Marines estadounidenses, durante los ejercicios de 2018. (Africom)

Al impulso diplomático de Washington —sobre el que todavía Joe Biden no se ha pronunciado— se añade el convencimiento en el palacio real de que Europa está en deuda con Marruecos por su papel clave en la lucha contra la inmigración irregular, el narcotráfico y la cooperación antiterrorista. Muchos han puesto en duda esta eficiencia tras la crisis migratoria de Canarias en 2020, cuando llegaron a las islas más de 23.000 inmigrantes irregulares, en su mayoría marroquíes procedentes del Sáhara. Aunque también se sigue valorando el esfuerzo en impedir que las redes de exportación de cannabis introduzcan en la UE drogas más duras o la estabilidad que brinda la alianza marroquí en una región sacudida por el islamismo radical.

El palacio real quiso poner de relieve estas virtudes y su habilidad para poner en apuros a su vecino más inmediato y al conjunto de Europa abriendo sus fronteras. Pero esta demostración acabó teniendo un efecto búmeran al suscitar la unánime solidaridad europea con España, cuyo ejemplo más reciente se espera este jueves 10, cuando el pleno del Parlamento Europeo votará una dura resolución sacando los colores a las autoridades marroquíes. Pero Marruecos no se amedrenta y ha llegado a amenazar con cortar la cooperación con la UE si se critica su actuación en Ceuta.

Sin teléfono rojo

Para complicar aún más el panorama, hay otra dificultad añadida: la ausencia de canales de comunicación entre Madrid y Rabat. En las crisis de 2010 y 2014, se mantuvieron abiertos los contactos entre ambos gobiernos. En 2002, cuando estalló Perejil, también se cortó la comunicación, pero entró en juego la Administración del presidente George Bush, con la que Aznar mantenía una relación muy fluida.

También han cambiado los interlocutores habituales. Hasta principios de 2014, Mohamed VI contaba en su entorno con Fadel Benyaich, un empresario hispano-marroquí de 58 años al que presentaba a sus huéspedes como el interlocutor para asuntos relacionados con España. Compañero de colegio del monarca, Benyaich fue nombrado embajador en Madrid ese año, pero cuando le relevó de su cargo tres años más tarde ya no le reincorporó al palacio real. Ahora se dedica a los negocios. Otro hispanista asesor del monarca es el consejero real Omar Azziman, de 72 años. Pero tampoco ha sido consultado en esta crisis.

Foto: François Hollande recibe al rey de Marruecos Mohamed VI en 2017. (EFE)

El monarca ha centralizado las decisiones en un reducidísimo círculo de poder que integran el consejero real Fouad Ali el Himma, de 58 años; el jefe del Servicio Secreto Exterior (DGED), Yassin Mansouri, de 60 años, y el máximo jefe policial, Abdellatif Hammouchi, de 55 años. Especialmente influyente es la voz de El Himma, apodado 'el virrey' por la prensa, quien durante el tiempo que se alejó del palacio real para dedicarse a la política partidista se destacó en la campaña electoral por sus duras palabras contra el vecino español, sobre el que no parecía tener grandes conocimientos.

Un mediador real

Marruecos no va a mover ficha para rebajar la intensidad de la crisis con España. Al menos por ahora. Pero si, una vez pasado el enfado por el aluvión migratorio que cayó sobre Ceuta, el presidente Pedro Sánchez quiere intentar pasar página, tiene al menos dos vías a su alcance. La primera es buscar un mediador, como hicieron Aznar y Palacio en 2002.

Sánchez habló el martes por teléfono con el presidente egipcio, Abdelfatah Al Sisi, al que felicitó por su “exitosa mediación” entre Israel y Hamás para lograr el reciente alto el fuego en Gaza. En algunas cancillerías árabes, se sospecha que el presidente español le solicitó que hiciera otro tanto entre España y Marruecos. Preguntada sobre la posible petición de Sánchez a Al Sisi, la Moncloa no contestó.

Foto: El rey Felipe y el monarca marroquí Mohamed VI, en 2019. (EFE)

La otra opción es recurrir a Felipe VI para que llame directamente a Mohamed VI para intentar reactivar el diálogo. El monarca español no mantiene una relación tan cordial con el soberano alauí como la que tuvo su padre, don Juan Carlos, con el rey Hassan II hasta su muerte en Rabat en 1999. Felipe VI “tiene una mentalidad algo germánica y le cuesta mucho sintonizar con mentalidades orientales, como la de nuestros vecinos”, comentó a este periodista Josep Piqué, poco después de dejar el cargo como ministro de Asuntos Exteriores. Por algo la visita de Estado que efectuaron los Reyes de España a Rabat en febrero de 2019 fue la más corta de la historia de la monarquía española.

A eso se añade que Mohamed VI no siempre se pone al teléfono. En noviembre de 2000, don Juan Carlos le regaló un lujoso móvil con su firma grabada en la tapa. El obsequio era un mensaje subliminal para que mantuvieran una comunicación fluida. Al soberano alauí le gustó y cuando fue a visitarle el embajador de Francia en Rabat, Michel de Bonnecorse, se lo enseñó, según contó el diplomático años después a este periodista.

Si lo utilizó no fue, desde luego, para hablar con asiduidad con el rey de España. “Mohamed VI arrastraba los pies para ponerse al teléfono cuando le llamaba don Juan Carlos”, recuerda un alto cargo que trabajaba en el Palacio de la Zarzuela en tiempos de la crisis del islote Perejil. Echar mano de Felipe VI para tender puentes con Marruecos no garantiza que la gestión tenga éxito. Y si lo hace, el Gobierno español puede arriesgarse a desgastar al Rey inútilmente.

Desde que Mohamed VI fue entronizado en 1999, Marruecos y España han superado tres graves crisis bilaterales. Pero la actual quizá sea la más difícil de resolver. En esta ocasión, para pasar página, Rabat pide algo concreto. Algo que difícilmente el Gobierno español le puede conceder: un cambio histórico en la actitud española hacia el conflicto del Sáhára Occidental. En estas circunstancias, ¿cómo superar el 'impasse' en que están sumidos los países vecinos?

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