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El flanco geopolítico más frágil de la Unión Europea está en el fondo del océano
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El flanco geopolítico más frágil de la Unión Europea está en el fondo del océano

El 97% del tráfico mundial de comunicaciones no viaja por el aire, sino bajo los océanos a través de una red de 400 cables de fibra óptica con más de un millón de kilómetros de extensión

Foto: El líder de la política exterior europea, Josep Borrell. (EFE)
El líder de la política exterior europea, Josep Borrell. (EFE)

En 2007, unos pescadores vietnamitas se encontraron faenando con un cable en el fondo marino. Pensando que se trataban de una antigua instalación de Estados Unidos en Vietnam del Sur —antes de la caída de Saigón a manos de tropas norvietnamitas en 1975— cortaron decenas de kilómetros de cable y lo arrastraron a tierra firme para venderlo como chatarra. No salió como esperaban. Fueron acusados de ser piratas y condenados a 12 años de cárcel por haber provocado la mayor caída de internet en la historia del país. Los pescadores (o piratas) habían cortado sin saberlo una de las arterias conecta a Vietnam con la infraestructura clave que recorre el mundo transportando el producto más importante de la era de la información: los datos.

Los cables digitales submarinos suponen una masiva infraestructura global que contradice algunas de las percepciones erróneas más extendidas respecto a internet: que es algo inmaterial y transmitido principalmente a través de satélites. Pero la realidad es que el 97% del tráfico mundial de comunicaciones —incluyendo 10 billones de dólares en transferencias financieras diarias— no viaja por el espacio o por el aire, sino bajo los océanos, en forma de señales de luz que atraviesan una red de 400 cables de fibra óptica cuya extensión total es de 1,2 millones de kilómetros. Puestos en fila india, llegarían de la tierra a la Luna. Tres veces. Y todavía sobraría.

Foto: Sala central del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en Luxemburgo. (EFE) Opinión

La aceleración a escala planetaria de la digitalización a raíz de la pandemia del covid-19 ha traído a primera línea los peligros estratégicos de la red que sostiene esta interconexión digital. Aunque hasta la fecha no se ha reportado ningún ataque intencional contra cables submarinos, se trata de un equipamiento crítico que entraña riesgos, vulnerabilidades y el potencial para ser el foco nuevas tensiones y conflictos geopolíticos.

“Es una infraestructura altamente estratégica que debe ser defendida, tanto de la posibilidad de un ataque físico como de posibles operaciones de espionaje”, explica a El Confidencial Arturo Varvelli, analista del 'European Council on Foreign Relations' y uno de los autores del informe “Efectos de red: la soberanía digital de Europa en el Mediterráneo”.

Un nuevo frente

En materia de cables submarinos, como en casi todo, Estados Unidos y China son los principales actores de este mercado. Y en esto, también como en casi todo, rivales. Pekín todavía se encuentra considerablemente por detrás de Washington, pero esto está cambiando rápidamente. China se ha convertido en un propietario o proveedor del 11,4% de los cables submarinos del mundo, una proporción que se proyecta que crezca hasta el 20% a finales de esta década, según cálculos del Instituto de Estudios para la Paz y los Conflictos y el Leiden Asia.

“En la última década, el balance de poder entre las potencias globales en relación con la infraestructura digital submarina ha cambiado. Hace diez años, la hegemonía estadounidense era indiscutida. A partir de 2015, China se ha empezado a convertir en un competidor creíble”, indica Vervelli, de ECFR.

El empeño chino por expandirse en el sector no ha quedado sin respuesta. En agosto de 2020, la Casa Blanca presionó a Facebook y Google hasta que logró cancelar la construcción de un cable submarino entre Estados Unidos y Hong Kong como parte de un proyecto a gran escala denominado 'Pacific Light Cable Network' (PLCN). El Gobierno estadounidense aseguró que esta infraestructura concedería una “oportunidad sin precedentes” para el espionaje del Partido Comunista Chino. El PLCN sigue en pie, siempre y cuando esquive por completo al gigante asiático.

No se trata de una simple nota al pie de página en la creciente lista de tensiones entre China y EEUU, sino de un capítulo que cada vez cobra más importancia y en el que la Unión Europea, como en tantos otros frentes, corre el riesgo de quedarse sin autonomía estratégica. “Los cables de internet submarinos son una infraestructura crítica tan importante como los gasoductos y oleoductos, y se están convirtiendo en un foco de creciente competencia geopolítica”, explica el informe de ECFR. Este estudio ofrece un diagnóstico claro: la UE tiene la ambición y la capacidad para convertirse en una potencia digital soberana que no dependa de Pekín o Washington, pero carece de una estrategia integral para el sector.

Europa, entre dos gigantes

Existen señales de que el bloque ha empezado a prestar más atención a este frente submarino. Este año, el Gobierno portugués anunció al asumir su presidencia del Consejo de la Unión Europea su intención de “centrarse en la creación estratégica de una plataforma europea de entrada de datos basada en cables submarinos, en particular para los enlaces entre Europa, África y América del Sur, para contribuir a una mayor autonomía digital europea”. Sin embargo, a diferencia de Pekín o Washington, Bruselas aún no ha dado muestras de contar con un plan consensuado para lograr este objetivo.

Los cables submarinos tienen una gran importancia geopolítica porque permiten a aquellas potencias que los controlan ejercer influencia en los gobiernos de los países que dependen de ellos. Si la UE se deja arrastrar a esta situación, podría verse sometida a imposiciones de países terceros sobre sus estándares regulatorios, como los relativos a la protección de datos.

"Existe el riesgo de que Europa se convierta en un campo de batalla de la lucha por la supremacía tecnológica global"

“El incremento de las tensiones entre Estados Unidos y China tienen que ser un incentivo para que Europa desarrolle su capacidad digital. De lo contrario, existe el riesgo de que el continente se convierta en un campo de batalla de la lucha por la supremacía tecnológica global”, argumenta Vervelli.

Hasta hace relativamente poco, la mayoría de los cables submarinos eran instalados y operados por empresas de telecomunicaciones altamente especializadas. Sin embargo, conforme los procesos de digitalización han convertido a este tipo de infraestructura en un medio más vital, los gigantes tecnológicos han incrementado sus esfuerzos por controlar estos equipos. Los proveedores de contenido de Internet y servicios en la nube, como Amazon o Google, actualmente poseen o alquilan más de la mitad del ancho de banda submarino. Una tendencia que va en aumento. Estas multinacionales están detrás de aproximadamente cuatro quintas partes de la inversión en cables transatlánticos planificada para el futuro, de acuerdo con The New York Times.

En 2007, unos pescadores vietnamitas se encontraron faenando con un cable en el fondo marino. Pensando que se trataban de una antigua instalación de Estados Unidos en Vietnam del Sur —antes de la caída de Saigón a manos de tropas norvietnamitas en 1975— cortaron decenas de kilómetros de cable y lo arrastraron a tierra firme para venderlo como chatarra. No salió como esperaban. Fueron acusados de ser piratas y condenados a 12 años de cárcel por haber provocado la mayor caída de internet en la historia del país. Los pescadores (o piratas) habían cortado sin saberlo una de las arterias conecta a Vietnam con la infraestructura clave que recorre el mundo transportando el producto más importante de la era de la información: los datos.

Los cables digitales submarinos suponen una masiva infraestructura global que contradice algunas de las percepciones erróneas más extendidas respecto a internet: que es algo inmaterial y transmitido principalmente a través de satélites. Pero la realidad es que el 97% del tráfico mundial de comunicaciones —incluyendo 10 billones de dólares en transferencias financieras diarias— no viaja por el espacio o por el aire, sino bajo los océanos, en forma de señales de luz que atraviesan una red de 400 cables de fibra óptica cuya extensión total es de 1,2 millones de kilómetros. Puestos en fila india, llegarían de la tierra a la Luna. Tres veces. Y todavía sobraría.

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