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La solución al drama del Nord Stream 2 pasa por 'reforjar' la alianza atlántica
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La solución al drama del Nord Stream 2 pasa por 'reforjar' la alianza atlántica

El debate sobre la cancelación o continuidad de la construcción del gasoducto ruso-alemán a menudo ignora las complicaciones estratégicas a ambos lados del Océano Atlántico

Foto: El logo del Nord Stream 2 en una planta de tubería en Chelyabinsk, Rusia. (Reuters)
El logo del Nord Stream 2 en una planta de tubería en Chelyabinsk, Rusia. (Reuters)

Europa y Estados Unidos se encuentran atascados en el debate sobre el Nord Stream 2. La discusión en torno al gasoducto que conectaría a Rusia con Alemania es más compleja de lo que los argumentos esgrimidos por ambos bandos sugiere. No se trata de un asunto puramente de seguridad como a menudo es presentado: el Nord Stream 2 no incrementaría inevitablemente la cantidad de gas ruso en Europa o su dependencia de él, ni tampoco limitaría a otros países el acceso al recurso energético. La razón por la que el asunto es tan espinoso es porque combina una gran multitud de consideraciones –desde la diversificación del suministro energético a los intereses económicos de varios países; desde los compromisos legales a la desconfianza histórica– con las pasiones políticas de la actualidad.

Las dos soluciones maximalistas para el Nord Stream 2 son problemáticas. Si la presión estadounidense forzara la cancelación del gasoducto y dejara a Alemania –y a otros países cuyas empresas participan en su construcción– derrotada y con resquemor, esto sería perjudicial para Europa. Pero también lo sería que el gasoducto fuera construido sin prestar atención alguna a las quejas de Polonia, dando a Alemania la imagen de un actor egoísta que no se preocupa lo más mínimo por sus aliados y vecinos. Cualquiera de estos resultados también debilitaría la alianza transatlántica y, en mayor o menor medida, beneficiaría a Moscú.

Lo mejor sería que Estados Unidos y Alemania buscaran un compromiso que tuviera en cuenta las limitaciones estratégicas de ambos bandos, así como el futuro del comercio de gas en relación con una transición ecológica en constante aceleración. Un planteamiento así podría lograr acercar a las partes de la comunidad atlántica a una posición común.

Foto: Angela Merkel y Vladímir Putin, en 2018. (Reuters)

El problema de Alemania

Para Alemania –un país con una fuerte cultura legal– resultaría extremadamente incómodo abandonar el Nord Stream 2 y, con ello, violar acuerdos legales que preceden al tercer paquete energético europeo. Al mismo tiempo, su insistencia en completar el gasoducto supone un factor divisivo en la Unión Europea. No solo está arriesgando la confianza y la fe en el liderazgo alemán para Europa Oriental –cuyos integrantes ya ven con sospecha la forma en la que Berlín equilibra el compromiso de garantizar su seguridad con el deseo de hacer negocios con Rusia– sino también para algunos países del sur. Por ejemplo, los italianos vieron como el proyecto South Stream era cancelado mientras el Nord Stream continúa su curso. Esta serie de agravios podría empezar a erosionar la capacidad de Alemania de construir una política consensuada de la Unión Europea hacia Rusia. Dado que ningún país podría sustituir con facilidad a Alemania en este aspecto, la UE podría experimentar una creciente división sobre cuál debe ser su relación con Moscú.

Paralelamente, el énfasis obstinado en el Nord Stream 2 trae consigo el creciente riesgo de consolidar una percepción (injusta) de que la política exterior de Alemania está impulsada exclusivamente por los intereses económicos. En consecuencia, los socios de Berlín podrían llegar a exigir que demuestre que puede dejar de lado estos intereses en otros temas de mayor importancia económica que el Nord Stream 2. Esto resultaría contraproducente, dado que tal insistencia disminuiría la influencia de Alemania y Europa sobre Rusia. Mientras el Kremlin crea que, eventualmente, los intereses económicos triunfarán sobre las opiniones normativas y jugarán un papel decisivo en la relación, carecerá de incentivos para modificar su postura sobre Donbás, a pesar de todo el esfuerzo que Alemania y Francia han invertido en las negociaciones al respecto. Si Moscú dejara de contar con que la economía solucionará todos los asuntos, su cálculo podría cambiar.

Cuando Berlín tenga que proteger intereses económicos más grandes que el de Nord Stream 2 –ya sea con China, Rusia u otros socios difíciles– una reputación de pasividad a la hora de contrarrestar los abusos de los derechos humanos y la actitud de los rivales sistémicos no ayudará. Además, en el caso de Rusia, esto sería injusto. Alemania ha demostrado en su política hacia Moscú que está comprometida con los valores y puede actuar enérgicamente: la canciller Angela Merkel y el presidente Frank-Walter Steinmeier se unieron a Europa en torno a las sanciones sectoriales contra Rusia tras la anexión de Crimea, algo que el Kremlin nunca hubiera esperado. Estas sanciones siguen vigentes con un fuerte respaldo alemán. Una insistencia ciega e intransigente en el tema del Nord Stream 2 erosionaría gran parte del capital político que este trabajo ha logrado.

placeholder Protesta contra el Nord Stream 2 en Alemania. (EFE)
Protesta contra el Nord Stream 2 en Alemania. (EFE)

El problema de Estados Unidos

Hace varios años, EEUU aseguró a los inversores y a las empresas europeas que no utilizaría sanciones para cancelar el Nord Stream 2. Tras la llegada de Donald Trump a la casa Blanca, eso cambió. Sin embargo, como argumentó el embajador de Estados Unidos, Daniel Fried, aunque imponer sanciones contra un proyecto germano-ruso es posible, sería demasiado costoso. Hacerlo no estaría en línea con lo que el presidente Joe Biden y el secretario de Estado Antony Blinken han declarado como un principio rector de la política exterior del país: Estados Unidos puede tener el poder de tomar una determinada acción, pero a veces debe ser humilde y no hacerlo. Y también debe privilegiar la cooperación con los aliados donde realmente importa, en temas como China.

Para muchos europeos, independientemente de si les gusta o no el gasoducto, el caso Nord Stream 2 demuestra que el Congreso de EEUU, incluso uno controlado por los demócratas, está dispuesto a utilizar la amenaza de las sanciones y el daño que éstas pueden infligir a los proyectos europeos. Después de que Trump dejó el cargo, Estados Unidos abandonó muchas políticas que preocupaban a los europeos, pero parece que el país sigue dispuesto a utilizar la economía como arma para perjudicar directamente los intereses de Europa. Incluso las empresas de Europa Oriental se oponen a la presión económica como herramienta para modificar sus relaciones comerciales o las de sus socios europeos.

Además, fuera la acción unilateral de Estados Unidos la que acabara con Nord Stream 2, esto amenazaría los esfuerzos por renovar las relaciones transatlánticas. En lugar de con un socio unido y proactivo, Estados Unidos estaría trabajando con una UE dividida y herida, no muy diferente a la que enfrentó en 2003 tras la invasión de Irak. Los alemanes se sentirían amargados y los franceses recordarían como la acción unilateral de Estados Unidos los ha golpeado en el pasado. Y aunque los ciudadanos de los países de Europa del Este aplaudirían la medida, sus líderes sentirían una mayor tensión. Estos países necesitan a Estados Unidos para su seguridad, pero hay mucho más en juego en sus relaciones con Francia y Alemania que en 2003, ahora que son miembros de pleno derecho de la UE y que Reino Unido la ha abandonado.

Foto: El presidente ruso, Vladimir Putin. (Reuters) Opinión

El problema de Rusia

En esta disputa transatlática en curso Rusia es, en gran medida, un mero observador, ya que carece de voz y voto sobre las acciones de Washington y Berlín. Sin embargo, el resultado afectará a la visión de Rusia (y su influencia) sobre Occidente. Para Moscú, el Nord Stream 2 es una prueba sobre cuán en serio debe tomarse a la UE: si Washington paraliza el proyecto, el Kremlin contará con una nueva señal de que Europa es un actor que carece de credibilidad. Esto no sifgnifica que la UE deba salvar el Nord Stream 2 solo para impresionar a Rusia. Su razonamiento para ello debería contar con raíces más profundas.

A la vez, si Europa piensa que acabar con el gasoducto supondría un castigo para Rusia que transmitiría un mensaje claro de la UE hasta el Kremlin, está equivocada. Por un lado, eliminar Nord Stream 2 no sería lo mismo que reducir las compras de gas a Rusia: Europa seguiría comprando la misma cantidad de energía a través del gasoducto ucraniano. Reducir los ingresos por exportación de gas de Moscú, por ahora, no está en juego. Es poco realista suponer que Europa u Occidente pueden reducir sus compras de gas ruso hasta el punto de que esto suponga una amenaza existencial para el régimen de Putin. Utilizar sanciones al estilo de Irán o Irak resulta imposible en el caso de Rusia. Si percibiera tal amenaza, Moscú escalaría el conflicto hasta un punto que Europa –e incluso Estados Unidos– no está preparada para responder.

Como señala el politólogo Steven Pifer, cualquier resultado que no implique un compromiso transatlántico haría que Moscú sea la vencedora de esta contienda. El avance del oleoducto sin abordar el contexto de seguridad más amplio y otras preocupaciones relevantes le daría a Rusia lo que quería. Y si Washington mata unilateralmente el oleoducto, eso brindaría al Kremlin amplias oportunidades para explotar las divisiones transatlánticas e intraeuropeas recientemente ampliadas.

Foto: Videoconferencia del Consejo Europeo dirigida por su presidente, Charles Michel. (Foto: EFE)

El problema transatlántico

Hasta la fecha, se ha prestado muy poca atención a las respectivas situaciones estratégicas de Biden y, especialmente, de Merkel.

Existen muchas razones por las que el Nord Stream 2 no fue una gran idea (ya que su principal razón de ser es la de esquivar a Ucrania, contradice los objetivos del tercer paquete energético, divide a Europa y no era realmente necesario, dada la cantidad de gas que consume el continente). Merkel, conocida por su vertiente atlántica y quien tiene reticencias respecto al gasoducto, está en una situación complicada. Pero la canciller que estuvo dispuesta a seguir a Estados Unidos a la guerra de Irak –a diferencia de la mayoría de los alemanes– no puede simplemente cancelar el proyecto.

En la nueva competencia geoeconómica de las grandes potencias, donde el comercio es un arma clave y las naciones especializadas en el comercio son particularmente vulnerables, Alemania está preocupada por su economía. Para el país y la UE en su conjunto supone un interés vital el continuar siendo el mercado más interconectado a nivel mundial: más del 40% del PIB del bloque proviene del comercio con varias partes del mundo, en comparación con solo el 26% para EEUU.

Durante la guerra fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en Alemania, que vivía bajo la constante amenaza de aniquilación nuclear por un posible conflicto entre ellas. Si bien la competencia de las grandes potencias de hoy es muy diferente, los alemanes vuelven a verse atrapados en el medio. Sin duda, el daño económico palidece en comparación con la guerra nuclear y Alemania está lejos de adoptar una posición de equidistancia entre Estados Unidos y sus rivales. Pero los políticos estadounidenses deben comprender mejor la situación estratégica en la que se encuentran Berlín y la Unión Europea, independientemente de si están de acuerdo con la forma en que los alemanes perciben su situación.

Foto: La nueva ruta de la seda tiene como epicentro a China. (iStock)

En este contexto, las sanciones estadounidenses convierten al Nord Stream 2 en un problema de soberanía para los alemanes y otros europeos. Si Berlín simplemente cediera al chantaje económico, esto sentaría un precedente mucho más allá del gasoducto. La coerción económica de Trump contra los europeos presagió este escenario: explotando su dependencia del comercio y de un orden internacional basado en reglas, mientras amenazaba con castigarlos económicamente si no cambiaban sus posiciones políticas en una amplia gama de temas. Para muchos europeos, las sanciones de Estados Unidos relativas al Nord Stream 2 parecen una continuación de tales prácticas en un momento en que los alemanes y otros europeos esperaban que la administración Biden abandonara este enfoque. En 1982, la primera ministra británica Margaret Thatcher, que estaba lejos de ser antiestadounidense, se opuso a las sanciones del presidente Ronald Reagan sobre el oleoducto transiberiano, junto con sus colegas alemanes y franceses. El propio Blinken reconoció que las sanciones contra los aliados son un error en un libro publicado en 1987 sobre ese período histórico.

A Thatcher no le quedó otra que la de oponerse a las sanciones de Reagan en un contexto de rivalidad entre EEUU y la URSS. Merkel, del mismo modo, no puede ceder al chantaje económico estadounidense. Esto supondría un peligroso precedente en un momento en el que otras potencias, como China, están vigilando de cerca cómo Europa reacciona a la presión económica.

La administración Biden también se encuentra en una situación complicada: el trumpismo sigue siendo fuerte y el presidente demócrata no puede permitirse el lujo de parecer débil ante Rusia, especialmente cuando miembros de su propio partido en el Congreso lo presionan para que adopte una línea dura. Biden no puede simplemente detener las políticas coercitivas contra el gasoducto, incluso si comprende la situación estratégica de Alemania. El enfoque actual de su administración al dilema parece centrarse en sancionar a las entidades rusas involucradas en el Nord Stream 2, no a los europeos.

Sin embargo, existen motivos para la esperanza de que, a pesar de la presión política interna en ambos lados, Europa y Estados Unidos puedan caminar por la delgada línea que conduce a un compromiso. El primer paquete prominente de sanciones contra Rusia de Biden, anunciado el 15 de abril y relacionado no con el Nord Stream 2, sino con otras "actividades extranjeras dañinas" de Rusia, refleja una visión de los intereses nacionales de Estados Unidos combinada con hábiles mensajes diplomáticos. Deja en claro la posición de Washington, señala su disgusto a Moscú en términos inequívocos y también ofrece la oportunidad de dialogar. Resulta contundente sin llegar al extremo de cerrar puertas o, peor aún, de lastimar a los aliados, optando en su lugar por coordinarse estrechamente con ellos.

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En estos momentos, el gran desafío estratégico para europeos y estadounidenses no es el Nord Stream 2, sino la reconstrucción de la relación transatlántica de forma que se adapte a las perspectivas estadounidense y europea y que permita prepararse para lidiar con una China que será económicamente más fuerte que cualquier otro país. Rusia también plantea un desafío estratégico, pero no uno que dependa del gasoducto.

Lo mejor sería que los socios transatlánticos encuentren un punto medio sobre el Nord Stream 2 y dejen el tema a un lado. Este compromiso debe provenir de un enfoque integral que tenga en cuenta todos los aspectos relevantes del problema: las limitaciones estratégicas de ambas partes; qué significan las sanciones tanto para Merkel como para Biden; la naturaleza del régimen de Rusia; la influencia (o la falta de ella) que el comercio del gas parece tener sobre el régimen y el comportamiento internacional de Rusia; el cambio climático y la agenda verde y, a la luz de esta última, el futuro del comercio energético europeo y estadounidense con Rusia.

Al respecto, existen formas en las que Europa y EEUU pueden resolver los detalles. La coordinación y el diálogo sobre el desafío estratégico de la coerción económica resultan importantes. Los aliados también podrían discutir un enfoque transatlántico hacia el comercio energético con Moscú que tenga en cuenta el panorama más amplio. Atar cierta cantidad de importaciones de energía a líneas rojas o a condiciones claramente definidas, como propone Wolfgang Ischinger, podría ser una forma de lograr un acuerdo. Pero tales soluciones solo funcionarán si está claro que no fueron el resultado directo de un chantaje económico y si Biden continúa aparentando dureza hacia Rusia.

*Análisis publicado en el European Council on Foreign Relations por Jonathan Hackenbroich y Kadri Liik y titulado 'The Nord Stream 2 dispute and the transatlantic alliance'

Europa y Estados Unidos se encuentran atascados en el debate sobre el Nord Stream 2. La discusión en torno al gasoducto que conectaría a Rusia con Alemania es más compleja de lo que los argumentos esgrimidos por ambos bandos sugiere. No se trata de un asunto puramente de seguridad como a menudo es presentado: el Nord Stream 2 no incrementaría inevitablemente la cantidad de gas ruso en Europa o su dependencia de él, ni tampoco limitaría a otros países el acceso al recurso energético. La razón por la que el asunto es tan espinoso es porque combina una gran multitud de consideraciones –desde la diversificación del suministro energético a los intereses económicos de varios países; desde los compromisos legales a la desconfianza histórica– con las pasiones políticas de la actualidad.

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