Manual de instrucciones para que la UE plante cara a China de una vez por todas
La última ola de sanciones ha demostrado que Europa no carece de agencia en lo que se ha caracterizado falsamente como una confrontación binaria entre China y Estados Unidos
En una de sus primeras entrevistas como presidente de Estados Unidos, Joe Biden destacó que el futuro de la relación del país norteamericano con China estará dominado por lo que él denominó como “una competencia extrema”. La administración Biden dejaba así claro que no se alejará de la línea dura que inició su predecesor en la política hacia China. Para los aliados de Estados Unidos en Europa y la región del Indo-Pacífico, la creciente tensión entre Washington y Pekín condicionará las decisiones políticas a lo largo de los próximos años. Pero Europa no carece de agencia en lo que se ha caracterizado, falsamente, como una confrontación binaria.
La relación de Europa con China ha experimentado cambios significativos en los últimos dos años. La Perspectiva Estratégica 2019 de la Unión Europea fue un documento histórico que definió a China (entre otros) como un rival sistémico, señalando el inicio de un cambio en la política del bloque impulsado predominantemente por tres factores. En primer lugar, las violaciones por parte del Gobierno chino de las libertades, los derechos y el libre mercado del país; en segundo lugar, el enfoque coercitivo del Partido Comunista hacia la región; y, en tercer lugar, la creciente asertividad de China frente a Europa. Todos estos factores se ven amplificados por la dimensión del desafío que plantea China debido a su tamaño y a su poder de mercado, lo que se traduce en una creciente influencia geopolítica y empresas enormemente competitivas que están asumiendo cada vez más posiciones de liderazgo en industrias clave a nivel mundial.
Desde el cambio de paradigma que ha tenido lugar entre los responsables políticos europeos desde 2019, el liderazgo chino ha seguido reforzando no solo sus actividades de vigilancia y de censura en Internet, sino que también ha construido un sistema opresivo de campos de internamiento en la provincia occidental china de Xinjiang, donde se le acusa de haber detenido a más de un millón de uigures en condiciones que violan gravemente los derechos humanos. También ha reprimido brutalmente el movimiento democrático en Hong Kong y, con una nueva ley de seguridad nacional, ha cimentado el fin del estatus especial de la antigua colonia británica.
Al mismo tiempo, el presidente chino, Xi Jinping, está presionando para lograr una mayor independencia de las cadenas de suministro globales. Quiere fomentar la innovación autóctona y obligar a las empresas europeas no solo a aceptar transferencias de tecnología y violaciones de propiedad intelectual como en el pasado, sino también a localizar cada vez más sus actividades y cadenas de suministro en China. Esto, a su vez, supone una reacción a las crecientes tensiones entre Washington y Pekín a lo largo de los últimos años y las medidas de Estados Unidos para limitar el papel de China en la cadena de suministro tecnológico.
En el Indo-Pacífico, el Gobierno chino ha aumentado enormemente la presión sobre Taiwán con maniobras militares y una retórica feroz contra cualquier acuerdo que aumente el rol internacional de Taipei, incluso en cuestiones clave como la cooperación sanitaria mundial. El Ejército Popular de Liberación de China ha mantenido un enfrentamiento durante meses con las Fuerzas Armadas de India a lo largo de una disputada frontera en el Himalaya. Y China está tratando de coaccionar a Australia para que ponga freno a su solicitud de una investigación independiente sobre los orígenes de la pandemia del covid-19 en Wuhan. Para ello, Pekín ha restringido las importaciones australianas, dañando la estrecha relación comercial entre ambos países para obtener beneficios políticos.
Del mismo modo, el enfoque económico y diplomático de China hacia la UE durante la pandemia ha tenido un efecto claro en los sentimientos generales europeos hacia Pekín. El tono asertivo con el que los nuevos diplomáticos ‘Wolf Warriors' de China intentaron controlar la narrativa en torno a la aparición del virus, los esfuerzos del país por utilizar productos médicos como palanca política en el momento de mayor necesidad y su incapacidad para cooperar de manera significativa para identificar el origen del covid-19 no han pasado desapercibidos. Una encuesta reciente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores muestra que los europeos están cada vez más cansados de unas inversiones chinas en Europa que antaño eran bienvenidas. La oposición a la inversión china es ahora un fenómeno generalizado. Este sentimiento es mucho más fuerte en los estados miembros de la UE más ricos, especialmente Alemania y Francia, que en las economías menos ricas del sur y este de la UE. Pero ahora también es cierto para los defensores más feroces del libre comercio del norte de Europa.
Aunque la tendencia de creciente escepticismo hacia China es muy evidente, los líderes europeos han estado, simultáneamente, guardándose sus cartas.
La última reunión del 17 + 1, un subconjunto de estados de Europa central y oriental que se reúnen con China, ha recibido mucha menos atención política y mediática en Europa que antes. Sin duda, sus mejores días han llegado a su fin. Pekín está empezando a darse cuenta de esto, especialmente porque uno de los miembros de la UE, Lituania, acaba de decidir que abandona el grupo por completo. Pero, si bien la tendencia de creciente escepticismo hacia China es muy evidente, los líderes europeos han estado, simultáneamente, guardándose sus cartas.
El ejemplo más evidente al respecto fue el impulso del Acuerdo Integral de Inversión (CAI) UE-China, que fue uno de los objetivos clave de la presidencia alemana del Consejo Europeo a finales del año pasado. El CAI, como tal, es un intento de nivelar el campo de juego con China a través de medidas que van desde aperturas de mercado en ciertos sectores adicionales hasta una mayor transparencia y reducciones en prácticas discriminatorias, así como mecanismos de resolución de disputas más ágiles. Sin embargo, ha sido ampliamente criticado por el momento en el que se produce y por haber evitado la confrontación sobre cuestiones clave sobre los derechos laborales, así como por su alto grado de ambigüedad e incertidumbre en torno al uso de restricciones del mercado y otras herramientas. Por ejemplo, recientemente Pekín adoptó una regulación de control de exportaciones, la cual sigue dificultando la competencia con las empresas chinas tanto en el mercado del país asiático como en el de terceros.
Los políticos europeos, hasta ahora, no han querido continuar desvinculándose de China. Todavía quieren encontrar áreas de cooperación en los desafíos globales, pero también profundizar todavía más la relación económica a través de un mayor comercio, inversión y actividad de las empresas europeas en el mercado chino. Esto, probablemente, sea en vano, dada la reestructuración del sistema económico chino hacia una mayor independencia de los mercados financieros, las cadenas de suministro internacionales y las importaciones de tecnología. Tanto las empresas como los legisladores europeos deberían encontrar formas de aislar sus intereses económicos de estos desarrollos para evitar el riesgo de una dependencia insostenible del mercado chino. Además, la última disputa que ha surgido sobre la situación en Xinjiang y las posteriores sanciones de China contra legisladores, parlamentarios e investigadores de la UE, así como los boicots de los consumidores chinos contra las empresas europeas que se posicionan sobre el asunto, podrían ser un punto de inflexión.
Al mismo tiempo, la nueva administración estadounidense se ha alejado de la retórica agresiva de simple confrontación con China a un enfoque político más matizado que deja intactas muchas de las medidas anteriores, pero que se centra en construir una coalición más amplia de apoyo en torno a ellas. La Casa Blanca está encontrando formas de involucrarse en temas que van desde la seguridad de las cadenas de suministros hasta la cooperación tecnológica o las finanzas sostenibles, una postura política que tiene una base tanto en la retórica como en el contenido y que está mucho más cerca de la de Europa que en el pasado. La administración Biden está intentando construir una coalición multilateral positiva con socios de ideas afines para abordar los desafíos que Pekín plantea al orden internacional y la economía global. Si bien esto inicialmente no ha sido recibido con tanto entusiasmo en Europa como muchos en Washington podrían haber esperado, las condiciones ahora pueden estar cambiando.
Si la pasividad y la indecisión estratégica continúan, los políticos europeos se arriesgan a caer en nuevas formas de dependencia que el liderazgo chino está creando deliberadamente.
La UE no puede perseguir por sí misma una agenda más ambiciosa acorde con los intereses europeos. La agenda de soberanía europea de los últimos cuatro años surgió de una visión estratégica para el orden legal, económico y tecnológico internacional. Para fomentar los intereses europeos en el funcionamiento de la acción multilateral y las relaciones comerciales y económicas basadas en normas, es necesario centrarse más en las realidades emergentes de China, así como en el enfoque de los socios y aliados del otro lado del Atlántico y del Indo-Pacífico. Si la pasividad y la indecisión estratégica continúan, los políticos europeos se arriesgan a caer en nuevas formas de dependencia que el liderazgo chino está creando deliberadamente, socavando así activamente su propia agenda de soberanía. Es hora de que Europa se comprometa realmente con estos temas y no de alas a los esfuerzos chinos por ganarse a gobiernos europeos a cambio de beneficios económicos a corto plazo. No tomar estas decisiones sería una victoria estratégica y diplomática para China.
* Análisis publicado originalmente en inglés en el European Council on Foreign Relations por Janka Oertel y titulado 'US-China confrontation and repercussions for the EU'
En una de sus primeras entrevistas como presidente de Estados Unidos, Joe Biden destacó que el futuro de la relación del país norteamericano con China estará dominado por lo que él denominó como “una competencia extrema”. La administración Biden dejaba así claro que no se alejará de la línea dura que inició su predecesor en la política hacia China. Para los aliados de Estados Unidos en Europa y la región del Indo-Pacífico, la creciente tensión entre Washington y Pekín condicionará las decisiones políticas a lo largo de los próximos años. Pero Europa no carece de agencia en lo que se ha caracterizado, falsamente, como una confrontación binaria.