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Coordenadas | ¿Va Myanmar rumbo a una guerra civil tras el golpe de Estado?
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Escalada de violencia

Coordenadas | ¿Va Myanmar rumbo a una guerra civil tras el golpe de Estado?

La sangrienta represión de las fuerzas armadas birmanas corre el riesgo de radicalizar a los manifestantes contra el golpe, que empiezan a plantearse responder con la misma moneda

Foto: Un manifestante dispara un rifle casero de aire comprimido durante una protesta contra el golpe de Estado en Mandalay, Myanmar. (Reuters)
Un manifestante dispara un rifle casero de aire comprimido durante una protesta contra el golpe de Estado en Mandalay, Myanmar. (Reuters)

La letalidad de la represión en Myanmar tras el golpe de Estado militar que depuso al Gobierno democráticamente elegido al comenzar el pasado mes de febrero está creciendo a un ritmo acelerado. Después de un periodo inicial en el que las multitudinarias protestas contra la junta militar habían recibido una respuesta relativamente comedida (aunque siempre violenta) por parte de las autoridades golpistas, muchos expertos temen ahora un baño de sangre.

Al menos 521 civiles han muerto, 141 de ellos en un solo día: el pasado sábado, la jornada más sangrienta desde el inicio de las manifestaciones, de acuerdo con la Asociación de Asistencia a Presos Políticos (AAPP). La represión ha provocado un éxodo de miles de refugiados birmanos hacia las fronteras de los países vecinos, algunos de los cuales están prohibiéndoles la entrada. El ministerio español de Asuntos Exteriores ha advertido que "se prevé que en los próximos días y semanas sigan escalando de forma significativa los episodios de violencia en las principales ciudades del país", especialmente en Rangún. ¿Hasta dónde está dispuesto el régimen a llegar con tal de consolidarse en el poder y cuánto más pueden resistir los manifestantes?

En breve

Durante los dos meses que han pasado desde que la rebelión militar liderada por Min Aung Hlaing derrocara al Gobierno de la Liga Nacional para la Democracia (NLD), detuviera a los políticos elegidos democráticamente y estableciera una junta gobernante denominada Consejo de Administración del Estado, las protestas han sido incesantes. Millones de personas de todas las edades, etnias y orígenes sociales han tomado las calles a diario a lo largo y ancho del país. En respuesta, el Tatmadaw (nombre oficial de las fuerzas armadas de Myanmar) ha utilizado tácticas y armas cada vez más letales. Recientemente, el relator especial de la ONU para los derechos humanos en Myanmar, Tom Andrews, aseveró que la sangrienta represión de las manifestaciones pacíficas estaba "alcanzando el umbral legal para crímenes de lesa humanidad".

La escalada violenta de los militares, que también están realizando redadas nocturnas puerta a puerta y en cuyas cárceles han muerto al menos cuatro detenidos, corre el riesgo de radicalizar a los manifestantes. Esta semana, tres grupos étnicos armados del país (en el que abundan este tipo de insurgencias) emitieron una declaración conjunta en la que amenazaban con represalias. "Si no se detienen y continúan matando a la gente, cooperaremos con los manifestantes y lucharemos", apunta el comunicado. Mientras tanto, una serie de ataques aéreos del ejército de Myanmar ha llevado a miles de personas a cruzar la frontera del país con Tailandia en busca de refugio, agregando una dimensión internacional a este conflicto que apunta hacia su transformación en una crisis humanitaria regional y, en el peor de los casos, en una prolongada guerra civil.

placeholder Una mujer llora la muerte de su hijo, abatido por las fuerzas de seguridad en Myanmar. (EFE)
Una mujer llora la muerte de su hijo, abatido por las fuerzas de seguridad en Myanmar. (EFE)

Contexto

El poder ha estado en manos del ejército birmano prácticamente desde la independencia de Myanmar en 1947. A pesar de que Aung San Suu Kyi, hija del líder del movimiento independentista asesinado ese mismo año, ganó un mandato popular claro durante el primer experimento democrático de la nación en 2010, los militares han seguido manteniendo una posición dominante. Sin embargo, cuando el partido de la Nobel de la Paz, el LND, logró un respaldo todavía mayor en las últimas elecciones —y el ligado al Tatmadaw obtuvo un decepcionante resultado— el ejército recurrió a un golpe de Estado alegando un supuesto fraude electoral.

A pesar del dominio de las fuerzas armadas sobre el Gobierno de Myanmar, estas nunca han logrado mantener el control sobre todo el territorio. El fin del dominio colonial británico dejó tras de sí un complejo entramado de grupos étnicos y lingüísticos en el país que desembocó a lo largo de las décadas posteriores en luchas regionales por la autonomía, los recursos naturales, la identidad cultural y el narcotráfico. El resultado, a día de hoy, es el de una multitud de grupos armados que controlan de facto gran parte del norte y el este del país y que luchan constantemente contra el ejército birmano, dominado por la etnia Bamar.

Foto: Protesta contra el golpe de Estado en Rangún, la capital de Myanmar. (Foto: Reuters)

Expertos señalan que el golpe de Estado ha dado a los grupos étnicos rebeldes una causa común. Si la creciente indignación de los manifestantes acaba impulsándolos a una alianza con estas milicias fuertemente armadas y con amplia experiencia en combate, el conflicto de Myanmar corre el riesgo de seguir un rumbo similar al de Siria.

Actores

Min Aung Hlaing, el líder del Tatmadaw, aparenta que la situación está bajo control. Mientras sus fuerzas de seguridad masacraban el pasado sábado a más de un centenar de manifestantes —incluyendo niños—, el general, ataviado con pajarita y un esmoquin blanco repleto de medallas, saludaba en la alfombra roja a los asistentes a una lujosa gala para conmemorar el Día de las Fuerzas Armadas.

Fue ascendido a jefe militar en 2011, el mismo año en que la junta militar fue reemplazada por un gobierno de transición. Hlaing, sin embargo, se aseguró de que los militares conservaran el poder, con el 25% de los escaños del parlamento y puestos importantes en el gabinete. Incluso con estas garantías, el experimento democrático no parece haberle convencido. Aunque ha prometido celebrar nuevas elecciones en un futuro, no hay indicios de que tenga la intención de permitir que el control del país vuelva a escaparse de las manos de las fuerzas armadas.

Aung San Suu Kyi, la líder histórica birmana, fue arrestada en el día del golpe de Estado y lleva encarcelada desde entonces. Enfrenta varios cargos criminales que van desde acusaciones de corrupción hasta la supuesta posesión de walkie-talkies sin licencia o la violación de las restricciones contra el coronavirus durante un evento de campaña en 2020.

placeholder Migrantes birmanas realizan una vigilia en Bangkok, Tailandia, junto a una imagen de Aung San Suu Kyi. (Reuters)
Migrantes birmanas realizan una vigilia en Bangkok, Tailandia, junto a una imagen de Aung San Suu Kyi. (Reuters)

Suu Kyi, conocida en su país como 'La Dama', ha recibido el respaldo de numerosos países occidentales, los cuales han condenado el golpe y exigido su liberación. Su antaño pristina reputación internacional se vio severamente dañada por su aparente complicidad con las masacres del ejército birmano contra la minoría rohingyá. Su silencio al respecto, no obstante, está siendo reexaminado ahora a raíz de su detención, la cual revela hasta qué punto su margen de maniobra estaba limitado a la hora de criticar las acciones militares.

Y ahora, ¿qué?

El destino de Myanmar está en la cuerda floja. La escalada de violencia de la junta militar continúa su ascenso y no existe un consenso sobre cuánto tiempo los manifestantes podrán seguir soportando estos niveles de represión sin buscar responder con la misma moneda. Un reporte reciente de Reuters señala que los legisladores civiles de Myanmar, la mayoría de los cuales se han escondido para evitar el arresto, han anunciado planes para formar hoy un “gobierno de unidad nacional”, el cual otorgaría roles clave para los líderes étnicos, una muestra más de la creciente cercanía entre los partidarios de la democracia y los grupos rebeldes.

Todavía hay tiempo para evitar una guerra civil, pero es probable que para ello sea necesaria la presión de la comunidad internacional y los principales actores regionales. Sin embargo, hasta la fecha, únicamente potencias occidentales han condenado el golpe e impuesto (tímidas) sanciones contra algunos de los responsables y resulta difícil de creer que China, la potencia con mayor influencia en el país, esté dispuesta a exigir a los militares birmanos el retorno a la democracia. "Si (la comunidad internacional) no toma medidas, nos esperan una inevitable guerra civil total y más días, semanas y meses sangrientos", afirmó a Reuters Dr Sasa, enviado especial para la ONU del depuesto Gobierno de Myanmar.

Para saber más…

Para una visión más amplia sobre cómo el conflicto en Myanmar afecta al tablero geopolítico mundial (especialmente en la competición entre China y Estados Unidos), puedes leer este análisis de Demófilo Peláez.

Foto: Protesta contra el golpe militar en Rangún, Myanmar. (Reuters)

Otro ángulo

Si alguna vez te has preguntado sobre por qué los medios de comunicación se refieren al país del sur asiático de dos formas distintas (Myanmar y Birmania), la respuesta es que ambas denominaciones son válidas. Sin embargo, el uso de una u otra conllevó durante años importantes implicaciones políticas y sociales. Aunque actualmente el nombre del país se ha despolitizado, todavía resuenan ecos de la polémica. Puedes encontrar una explicación completa al respecto en este artículo.

Foto: Birmanos en Japón protestan por el aresto de Aung San Suu Kyi (EFE)

Para seguir el hilo…

En este hilo de Twitter (en inglés), el escritor y periodista Patrick Winn se apoya en un mapa que muestra la distribución territorial de grupos armados étnicos en Myanmar para reflexionar sobre cómo estas milicias, financiadas mediante el narcotráfico, representan dinámicas más complejas que las de simples organizaciones criminales. En estas zonas, los beneficios económicos de la droga han servido para comprar armas, pero también para pagar clínicas, carreteras y arroz para una población local frecuentemente sometida a los abusos del ejército.

La letalidad de la represión en Myanmar tras el golpe de Estado militar que depuso al Gobierno democráticamente elegido al comenzar el pasado mes de febrero está creciendo a un ritmo acelerado. Después de un periodo inicial en el que las multitudinarias protestas contra la junta militar habían recibido una respuesta relativamente comedida (aunque siempre violenta) por parte de las autoridades golpistas, muchos expertos temen ahora un baño de sangre.

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