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La imposible aventura de grabar en África un documental en medio de la pandemia
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La imposible aventura de grabar en África un documental en medio de la pandemia

Atlántico, una serie de un equipo español desde Marruecos a Sudáfrica, es el testimonio único de un viaje por un mundo vacío, extraño y enfermo

Foto: Varios niños con mascarilla en Gabón. (Daniel Landa)
Varios niños con mascarilla en Gabón. (Daniel Landa)

Cuatro periodistas cruzaron con dos coches el Estrecho de Gibraltar en aquellos tiempos, 11 de noviembre de 2019, un día en el que estaba permitido enfermarse en movimiento. Se adentraron con sus cámaras en África, por el desierto de Marruecos, con la idea de recorrer toda su costa occidental hasta el punto más al sur. Ellos pensaban que grababan sólo un gran viaje y, de pronto, se encontraron que lo que grababan era un mundo vacío, extraño y enfermo. El mundo sin los otros, sin nadie de fuera que venga a visitarlo, parece siempre hueco. Entonces entendieron que no sólo iban a vivir y contar una inmensa aventura, sino que iban a documentar también el efecto de una pandemia en un continente complejo donde ya hay muchos “virus” y pocas vacunas.

Esta es la historia, hasta ahora, de un documental grabado entre España, Portugal, Marruecos, Mauritania, Sáhara Occidental, Senegal, Guinea Bissau, Guinea Conakry, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Camerún, Gabón y ¿próximamente? Congo Brazzaville, República Democrática del Congo, Angola, Namibia y Sudáfrica, en los tiempos del Covid-19.

El 31 de diciembre de 2019, Daniel Landa, Camila Rodríguez, Vinsen Modino y Tato de la Rosa improvisaban unas uvas y una borrachera en Kotu, Gambia, tras haber cruzado durante semanas esa parte de África hecha de dunas y polvo. Ese mismo día, algunos cables diplomáticos y algunas noticias de agencia recogían la noticia de una extraña neumonía en la ciudad china de Wuhan. “Fue una noche divertida, magnífica, en la que tomamos las uvas y no imaginábamos lo que vendría detrás”, explica Daniel Landa, el director de un fabuloso documental llamado Atlántico que pronto estrenará su primera parte en televisión, en una complicada e interrumpida llamada telefónica por una tormenta.

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La primera referencia al virus en el documental es casi una casualidad. Es 12 de febrero y en Liberia, en una reserva de animales donde cuidan pangolines, Daniel le pregunta al encargado si es cierto que la ingesta de este animal, uno de los más cazados y preciados por el mercado oriental por sus supuestas facultades curativas para la medicina tradicional, pudo haber causado el extraño virus. No tienen ellos respuesta, no la hay aún sobre ese origen, pero es la prueba de que algo va virando en el entorno. “Era un runrún que escuchábamos a inicios de febrero. Lo leíamos en la prensa y nos parecía lejano. Se hablaba de una gripe. China tiene mucha presencia en África y entre nosotros comentábamos que de vez en cuando escuchábamos que hablaban aquí del virus chino. De pronto se nos echó encima”, explica Landa.

Por entonces, la expedición se había dividido. Vinsen, cámara, había tenido un percance en el brazo participando en la grabación de una escena de lucha tribal en Senegal y debió regresar unas semanas a España a curarse. El resto siguió y tras cruzar Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil se produce en Ghana el significativo reencuentro. “Yo me uno a la expedición de nuevo el 2 de marzo y cuando vuelvo los veo a ellos más preocupados con el virus de lo que estaba yo. En España se hablaba de una gripe, la gente se daba abrazos, no pasaba nada. En el avión que me llevó a Ghana todos íbamos sin mascarilla”, recuerda Vinsen.

placeholder Daniel Landa y Vinsen Modino.
Daniel Landa y Vinsen Modino.

“Yo paso varios días con malaria en Ghana, cuando llega Vinsen, y él nos dice que en Canarias ha habido un caso”, recuerda Daniel. Su malaria, segunda en su carrera de documentalista, es un ejemplo perfecto de cómo entender el coronavirus en buena parte de África. Para Occidente es una singular desgracia que se lleva miles de vidas, para otra parte del globo es sólo una desgracia más.

Un fetiche de vudú que no funciona

A inicios de marzo comienzan los cierres de regiones del norte de Italia hasta que el 11 de marzo se produce el primer 'lockdown' total en un país occidental. “Entre Ghana y Togo y Togo y Benín vemos los primeros controles en la frontera de temperatura y gel para las manos. Lo curioso es que los que pasaban andando eran controlados pero los que pasaban con los coches no. En todo caso, sólo en las fronteras se notaba el virus. En los países, en la calle, era absolutamente inexistente”, recuerdan los periodistas.

El 12 de marzo, en Togo, la cosa se empieza a poner fea y deciden apelar a la intervención divina. “En el mercado de fetiches de Togo compramos un amuleto de vudú para bendecir el viaje. Nos aseguraron que con ese amuleto estábamos a salvo. Regateamos el precio con los dioses y días después, de regreso en el avión, pensé que quizá no debí pedir descuento”, bromea Daniel.

Entonces entran a Benín con la esperanza de que África, que siempre parece ajena a todo, sea inmune a las cuarentenas. “No había ni un solo caso en nuestro entorno. Pensábamos, o soñábamos, con que quizá tardara aún en propagarse varios meses en esta parte del mundo”, explica Landa que, por si acaso, escribe en ese momento a TVE y sus colaboradores para decirles que teme que se pueda detener el rodaje por los cierres de fronteras. Todo se precipita.

El día 16 de marzo, ya en Benín, toman los coches desde la ciudad de Abomey hasta Boukoumbe, a 500 kilómetros. La idea es grabar algunas tribus y los parques de elefantes del norte del país. No ven un solo paquidermo, el viaje salta por los aires. A la vez que el equipo se hace ocho horas de coche, los primeros países africanos anuncian el cierre de sus fronteras. La pandemia es más rápida que ellos y al día siguiente la productora, Camila, le dice a sus colegas que corren el riesgo de quedarse atrapados. “Me impactó muchísimo la reacción de Omar, nuestro guía, que al saber que se paraba el viaje rompió a llorar porque sabía que se quedaba sin trabajo por mucho tiempo”, recuerda Daniel.

placeholder Una enfermera realizando una PCR en Gabón. (Daniel Landa)
Una enfermera realizando una PCR en Gabón. (Daniel Landa)

Empieza entonces una carrera contrarreloj, tras una decisión meditada y responsable, para subir a un último avión y regresar con sus familias huyendo de una enfermedad fantasmagórica. Huyen de un país en el que no había confirmado ningún contagio para refugiarse junto a los suyos en uno en el que había ya 10.000. “Benín anuncia que cerrará las fronteras en tres días. Nos enteramos de que hay sólo dos vuelos para salir del país, pero el segundo está ya completo. Sólo podemos pillar un vuelo que sale en 11 horas, casi el tiempo que dura el viaje de coche. No funciona internet y decidimos correr como locos por la carretera mientras entre amigos y familiares de España, con llamadas, nos compran los tickets. Una escena nos impacta. Paramos a comprar unos sándwich en el mismo lugar que el día anterior y en sólo 24 horas de diferencia todos los trabajadores llevan mascarilla y hay gel en la puerta. En una farmacia compramos incluso unas mascarillas”.

¿Cómo fue el impacto del regreso? “Brutal. Sobrecogedor. Dejamos los coches en Benín, con Omar, con la esperanza de volver a seguir nuestro documental cuando se pudiera. Queríamos volver con los nuestros. Llegar a Madrid y verla vacía fue impactante”, señala Daniel que aparcaba el 18 de marzo sine díe un proyecto donde se estaba jugando su dinero, años de trabajo, su oficio.

El equipo, mientras, graba escenas emocionantes del virus en las calles de Madrid, y esos meses edita el material ya filmado, cierra los guiones y, sobre todo, quita hojas de un virus al calendario para volver a partir. Lo hace finalmente el 20 de diciembre de 2020, pero lo hace ya a otro viaje, a otro mundo.

“Si aparece el virus nos vamos a la montaña”

El reencuentro con Omar se produce en Boukoumbe, Benín, donde nueve meses antes se paró la ruta. Esta vez sólo vienen Daniel y Vinsen, y tampoco están ya los coches, que se mandaron en barco a España porque no están permitidos los cruces por fronteras terrestres. Ahora están en Gabón, tras pasar ambos Benín y Camerún, con sendos saltos de avión.

¿Qué piden para entrar en los países? “Hasta ahora nos han pedido una PCR para entrar que te hacen en el aeropuerto y una para salir que debe tener menos de 72 horas. En Benín nos costó 110 euros, y en Camerún y Gabón te la hacen gratis. Hasta que no tienes el resultado no puedes moverte”.

La picaresca también funciona, y en algunos lugares les han hablado de un mercado de test falsos para agilizar los papeles. “Hay algo de caos. En Camerún el resultado te lo mandan por Whatsapp. El mío llegó cuando estábamos en la cola de embarque para salir del país, pero vimos gente que había perdido el vuelo por no llegar a tiempo su resultado y ahora, encima, debían volvérselo a hacer porque habían pasado las 72 horas”, señala Daniel.

¿Hay entre la población concienciación ante el covid? “En las zonas urbanas todos llevan mascarilla, pero casi todos por la barbilla, y en las zonas muy rurales o de interior es inexistente. Nos hemos hecho pruebas donde el propio médico no llevaba mascarilla o un policía, aquí en Gabón, me paró para multarme por no llevarla y le expliqué que yo sí la llevaba, de hecho la tenía puesta, pero él no. Se fue”, explica Landa. “Las pruebas son caóticas a veces. Yo ya he tenido dos enfrentamientos porque hacen los test con el mismo guante a todos y tocan los palillos con los dedos”, dice Vinsen.

Foto: Registro del domicilio de uno de los miembros de la organización. (Mossos)

¿En la parte rural saben lo que es el covid? “Saben, se habla, pero no se toman medidas o se toman de forma aleatoria. Me pasó algo bizarro. Participé en Gabón en el ritual de iniciación del Bwiti. Es un ritual donde ingieres durante muchas horas la Iboga, una planta alucinógena para conectar con los dioses. Estábamos en una cabaña pequeña, llena de hombres que gritan, cantan, frente a un fuego donde se toma la iboga. No comes ni bebes apenas. Te pegaban la cara a tu cara, te chillan, se vomita, es algo realmente fuerte, y en medio de aquello me iban a dar una taza con algo de líquido y mi iniciador dice indignado que me la cambien, que está el virus. Es el único momento que recuerdo que sonreí por lo absurdo”. ¿Veis casos en vuestro entorno? “No los vemos y cuando preguntamos nadie nos habla de contagios”, señalan ellos.

Y mientras, ahora, tras este velo o paréntesis que es el covid-19, hay un planeta vacío y fascinante que van grabando y viajando. “En las cataratas de Ivindo, en Gabón, uno de los lugares más bellos que he visto nunca, estábamos solos y hacía casi un año que no iba ningún turista. Es espectacular, es cómo tener el mundo para uno solo”, señala Daniel. Tan así, que en su encuentro con la tribu de los Koma salió todo el pueblo a recibir a los extraños y les hicieron una fiesta que llaman Fantasía y que se hace con caballos. “El Jefe nos dijo que estaban muy tristes porque ellos no tenían casos de covid y estaban arruinados porque nadie va desde hace un año. Cuando le pregunté por el covid su respuesta fue que si aparece el virus harán lo mismo que cuando aparece Boko Haram (tienen problemas con una guerrilla musulmana que el jefe denominó así), subirse a las montañas. En las montañas, me aseguró, no pasa nada”, recuerda Daniel.

Hacia adelante el viaje y el documental es una reto. Algunos países como Angola obligan a la cuarentena, otros hablan de abrir o cerrar fronteras, la información es confusa y se actualiza día a día. Ellos tienen la intención de acabar un trabajo en el que se han jugado mucho y que, dentro de algunos años, será uno de los pocos testigos que haya de un viaje por el África atlántica en los tiempos del covid.

Cuatro periodistas cruzaron con dos coches el Estrecho de Gibraltar en aquellos tiempos, 11 de noviembre de 2019, un día en el que estaba permitido enfermarse en movimiento. Se adentraron con sus cámaras en África, por el desierto de Marruecos, con la idea de recorrer toda su costa occidental hasta el punto más al sur. Ellos pensaban que grababan sólo un gran viaje y, de pronto, se encontraron que lo que grababan era un mundo vacío, extraño y enfermo. El mundo sin los otros, sin nadie de fuera que venga a visitarlo, parece siempre hueco. Entonces entendieron que no sólo iban a vivir y contar una inmensa aventura, sino que iban a documentar también el efecto de una pandemia en un continente complejo donde ya hay muchos “virus” y pocas vacunas.