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Cuchillas, sangre y billetes en la arena: el negocio y rito de las peleas de gallos en Bali
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UNA VIOLENTA TRADICIÓN

Cuchillas, sangre y billetes en la arena: el negocio y rito de las peleas de gallos en Bali

Mitad ritual y mitad vehículo para las apuestas de cientos de miles de rupias, las peleas de gallos son una constante en la isla

Foto: Peleas de gallos en Bali (Diego Cortijo)
Peleas de gallos en Bali (Diego Cortijo)

La isla de Bali, en el corazón del archipiélago indonesio, vive uno de sus peores momentos con el cierre total del turismo. En los últimos años, esta icónica isla se había convertido en uno de los destinos más codiciados por fotógrafos e 'instagramers'. Sus famosas playas, templos o panorámicas tenían sus puntos estratégicos para “esa foto” tan replicada, detrás de la cual crecían largas colas de turistas ávidos de la imagen. Hoy, los habitantes de Bali, cuya actividad giraba en un 80% en el turismo, subsisten con unas fronteras cerradas previsiblemente hasta el próximo año.

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15.000 rupias es el precio de un plato bien servido de comida en un establecimiento local en Bali, unos 80 céntimos de euro. Diez veces más es lo que, cómo mínimo, apuesta cada persona en cada uno de los asaltos a muerte, de apenas 30 segundos, durante cada encuentro de 10 horas de peleas de gallos. En tiempos de covid, las peleas de gallos se han visto reducidas en número, afirman los organizadores, porque la gente no tiene demasiado dinero para apostar. Los eventos son escasos, pero cuando las condiciones se dan, ya sea la coordinación de la policía, que mira a otro lado, el visto bueno de la autoridad local y posiblemente la luna llena, las peleas de gallos aglutinan a centenares de personas en el evento donde más millones de rupias circulan en todo Bali.

placeholder Peleas de gallos en Bali. (Diego Cortijo)
Peleas de gallos en Bali. (Diego Cortijo)

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Se celebra fuera de las zonas turísticas, concentradas en el sur de la isla, donde no es difícil encontrarse en las carreteras con grandes cestos a la puerta de algunas casas donde se exhiben los gallos seleccionados para el espectáculo. Pero cuando el “bulé” (turista extranjero) pregunta donde tendrá lugar el siguiente evento, nadie acaba de confiar en que sea capaz de compartir esta tradición balinesa que acaba con miles de gallos al año. Pero en días de combate, el movimiento de gallos es claro. Apenas una pequeña espera en la carretera y uno puede observar motoristas cargando a sus espaldas las cestas de trasporte de los animales que serán sacrificados.

Tras un improvisado seguimiento, la concentración de gente es evidente. Cientos de personas se aglomeran bajo un techo, unas gradas y una arena improvisada, todas mostrando en sus manos el dinero con el que juegan cada asalto. Y, al contrario de lo esperado, no ven con recelo la presencia de un extranjero ante aquel circo, que desenfunda su cámara ante el fervor de un público entregado al 'show'. El espectáculo discurre de la siguiente manera: una ronda de criadores se concentra en el centro de la arena, mostrando los gallos que pelearán en esa ronda. Los animales pasan de mano en mano, y son analizados por los otros criadores, manoseados, inspeccionados para llegar a un acuerdo de quien peleará con quien.

placeholder (Diego Cortijo)
(Diego Cortijo)

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Una vez que empieza cada combate los criadores enfrentan a los gallos, los azuzan, les picotean la espalda, les acercan los picos. Los animales se agitan, abren sus cuellos y su visión se convierte en túnel enfrente de su oponente. Es en ese momento cuando empieza el griterío, y el público grita con sus apuestas, indicando hacia qué lado inclinan su dinero, para ver si el combate está igualado y la apuesta es equitativa. Todos con sus billetes en las manos, ninguno más pequeño de 100.000 rupias, se miran entre el público cerrando apuestas. Y sin cesar el griterío sueltan a los animales de las manos de sus dueños que se enzarzan en una pelea que apenas llega al minuto. Si no existe un claro vencedor en el envite inicial, los encierran en una campana de mimbre, para acorralarlos y así propiciar el golpe final. Así, en rondas de 5 combates, seguidas de pequeños descansos donde se ven las caras los siguientes combatientes, discurre todo el día la actividad en la arena.

Cuando la sangre se ha derramado, el derrotado vuelve a las manos de su dueño y aparece una tercera figura, la del herrero, que ha confeccionado y vende las afiladísimas hojas de 10 centímetros que amarran a una de las garras del gallo, garantizando así su letalidad. Nyoman, un joven artesano, confesaba que a él no le gustaban las peleas. Acudía para proveer a los criadores de sus hojas que costaban varios millones de rupias. Su actual jefe desembolsaba el sueldo anual en las apuestas o sus propiedades en un momento donde el dinero extranjero no fluía. Pero en periodo de “vacas gordas”, decía, eran traspasados negocios, tierras e ingentes cantidades de rupias.

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(Diego Cortijo)

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Este espectáculo, lejos de abochornar a los balineses, se mantiene latente en la isla, como en otros muchos lugares del mundo, si bien aquí cobra un carácter ritual de aplacamiento de los malos espíritus. Muchos de los presentes confesaban a este medio que es necesario que la sangre se derrame de manera periódica. De hecho, los diarios rituales hinduista-balineses que se dan en los templos territoriales de las aldeas conllevan el sacrificio de algún pequeño animal en las ofrendas.

Y es que existen referencias a este “ritual” desde la cultura del Valle del Indo, de 5.000 años de antigüedad, manteniendo un profundo sentido religioso de purificación y aplacamiento de los malos espíritus. Ya en el mundo greco-romano adoptaron incluso una significancia política. Una práctica que llega a nuestros días de manera legal en algunos países, incluido España (Andalucía y Canarias) pero aboliendo, en un equilibrio imposible, el maltrato animal y las apuestas.

La isla de Bali, en el corazón del archipiélago indonesio, vive uno de sus peores momentos con el cierre total del turismo. En los últimos años, esta icónica isla se había convertido en uno de los destinos más codiciados por fotógrafos e 'instagramers'. Sus famosas playas, templos o panorámicas tenían sus puntos estratégicos para “esa foto” tan replicada, detrás de la cual crecían largas colas de turistas ávidos de la imagen. Hoy, los habitantes de Bali, cuya actividad giraba en un 80% en el turismo, subsisten con unas fronteras cerradas previsiblemente hasta el próximo año.