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Las 11 semanas que sacudieron la democracia de EEUU
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Pura telerrealidad y vergüenza

Las 11 semanas que sacudieron la democracia de EEUU

La toma de posesión de Joe Biden cierra uno de los periodos más turbulentos de la historia reciente de Estados Unidos

Foto: El expresidente Donald Trump abandona la Casa Blanca. (EFE)
El expresidente Donald Trump abandona la Casa Blanca. (EFE)

La toma de posesión de Joe Biden cierra uno de los periodos más turbulentos de la historia reciente de Estados Unidos. Comenzó la noche electoral del 3 de noviembre y concluyó el 20 de enero tras el cambio de inquilino en la Casa Blanca. Once semanas que asombraron al mundo y han sacudido los cimientos que soportan la democracia estadounidense. En ese tiempo, se ha ensanchado la división de su sociedad, se han agravado problemas históricos enquistados y se ha dañado la reputación de su sistema político con la llegada a todos los rincones del planeta de las imágenes de la insurrección popular. Un 'déjà vu' en muchos lugares, pero inimaginable en Estados Unidos.

A pesar del riesgo a un posible ataque, Biden y la vicepresidenta, Kamala Harris —primera mujer, negra y asiática en el cargo—, realizaron su juramento en las escalinatas exteriores del Capitolio. Una ceremonia con un número reducido invitados y sin el entusiasmo popular de ocasiones anteriores en la explanada del National Mall, desierta por las medidas sanitarias y de seguridad. Un acto cargado de simbología y gestos conciliadores para intentar sanar las heridas causadas en el mismo escenario donde dos semanas antes seguidores de Donald Trump trataron de subvertir los resultados electorales y derribar la democracia.

Democracia y unidad han sido las dos palabras clave del discurso inaugural de Biden a una nación en horas bajas por el azote de la pandemia y la herencia envenenada de su antecesor, que cumplió su promesa de no acudir a la ceremonia de traspaso de poder. Una ausencia excepcional e inexcusable sujeta a la negativa de reconocer su derrota, y que rompe con una tradición de 150 años.

Foto: Imagen: Pablo López Learte.
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A pesar de los siete millones de votos de diferencia entre los dos candidatos —306 votos electorales para el representante demócrata (51,4%) frente a los 232 para el republicano (46,9%)—, Trump continuó todo este tiempo arengando y amplificando el ruido del fraude a sus más de 74 millones de votantes, los empujó a tomar las calles, legitimando las protestas y agrandando la ira y la fractura social. Más tarde, llegaron las presiones a jueces y la amenaza telefónica, el 2 de enero, a su colega republicano Brad Raffensperger, secretario de Estado de Georgia: “Solo quiero encontrar 11.780 votos”, le instó.

Hasta que llegó al fatídico 6 de enero, que ya figura como una fecha negra en la historia del país. Ese día, estaba programada la sesión conjunta en el Senado para ratificar los resultados electorales. Seguidores trumpistas, que habían convocado una gran manifestación de protesta, se citaron frente a la Casa Blanca y escucharon al presidente hablar de nuevo sobre el fraude electoral en varios estados —desestimado por los tribunales—. Les pidió caminar al Capitolio e intentar darles a los débiles republicanos “el tipo de amor propio y audacia que necesitan para recuperar nuestro país". “Nunca rescatarán la patria con debilidad. Tienen que demostrar fuerza, tienen que ser fuertes”. Todo un chute de adrenalina para los integrantes de Proud Boys, Oath Keepers y Three Percenters, organizaciones violentas de ultraderecha que recibían la bendición del propio presidente para actuar.

placeholder Partidarios de Trump asaltan el Capitolio, el pasado 6 de enero.
Partidarios de Trump asaltan el Capitolio, el pasado 6 de enero.

Según una investigación de la agencia Associated Press, algunos miembros de su campaña electoral también estuvieron involucrados en la organización del asalto al Capitolio —“lo que contradice el argumento de que se trató de un movimiento espontáneo de los seguidores del mandatario”—, para intentar desligarse después de los hechos.

Lo que aconteció allí lo vieron por televisión millones de ojos atónitos en todo el mundo. No era el rodaje de una serie de ficción, ni una multitudinaria fiesta de Halloween, ni siquiera un mal sueño. Pura telerrealidad, cuatro horas que estremecieron y avergonzaron al país norteamericano. Tal vez fuera obra de una minoría radicalizada y violenta de miembros de extrema derecha que no representan a los votantes republicanos, pero si atendemos a la encuesta realizada por YouGov, el 45% de estos votantes apoyó activamente la toma del Capitolio, lo que supone más de 33 millones de estadounidenses. A ojos del 52% de los electores republicanos, Biden es el mayor culpable de lo ocurrido, frente al 28% que piensa que Donald Trump fue el responsable.

Foto: Una imagen del asalto al Capitolio, el pasado 6 de enero. (Reuters)

"No podemos permitir que se repitan el caos y la actividad ilegal que Estados Unidos y el mundo presenciaron la semana pasada", dijo Matt Miller, jefe de la oficina de campo del Servicio Secreto de Estados Unidos en Washington, a los periodistas los días previos a la ceremonia. Por ello, 25.000 efectivos de la Guardia Nacional participaron durante la ceremonia de toma de posesión. Una demostración de seguridad sin precedentes desde el asesinato de Martin Luther King en 1968 o desde la ceremonia de Abraham Lincoln en 1861.

Donald Trump abandonó la Casa Blanca la misma mañana del 20 de enero y tomó por última vez el avión presidencial que le llevaría a su millonario refugio de Florida. Antes, herido en su orgullo, aseguró: “Regresaré de alguna manera”. Atrás queda la imagen de un ya expresidente aislado los últimos días de su mandato, abandonado por muchos miembros de su gabinete y colaboradores que a lo largo de cuatro años le rieron las gracias y miraron para otro lado. Ellos consintieron los excesos y los desmanes de Trump y su peligroso juego de poderes, en el que aprovechó la fuerza de la amplia masa de fieles seguidores para adaptar los resortes del sistema arbitrariamente a su interés personal.

Foto: El presidente Joe Biden, durante la inauguración de su mandato. (Reuters)
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Muchos se preguntan si el sistema político de EEUU habría resistido un segundo mandato de Trump. Thomas Friedman, columnista del 'New York Times', asegura que el pueblo estadounidense ha sobrevivido a algo realmente espantoso: “Cuatro años de un presidente sin vergüenza, respaldado por un partido sin columna vertebral, amplificado por una red sin integridad, cada cual bombeando teorías de conspiración sin fundamento traídas directamente a nuestros cerebros por redes sociales sin ética, todo calentado por una pandemia sin piedad”. Algunas de esas cadenas de televisión y redes sociales, que durante años se disputaron con complicidad su presencia para subir audiencias y aumentar tráfico de datos, se apresuraron a vetarle tras el asalto al Capitolio.

Friedman se sorprende de que todo el sistema no explotara, “porque el país realmente se había convertido en una gigantesca máquina de vapor sobrecalentada”. Para el columnista del NYT, “lo que vimos en el Capitolio la semana pasada fueron los tornillos y las bisagras que empezaron a aflojarse. La salida de Donald J. Trump de la Casa Blanca y el agotamiento del poder de sus facilitadores en el Senado ocurrieron un segundo antes de que fuera demasiado tarde”.

Un país dividido y con menos liderazgo internacional y dos 'impeachment' en una legislatura hacen único el paso de Trump

Hay un amplio consenso en buena parte de la sociedad estadounidense, que considera a Donald Trump como el peor presidente de la historia del país. David Remnick, director de la revista 'The New Yorker', escribió en 2016, al día siguiente de su inesperada victoria ante la candidata demócrata Hillary Clinton, un impactante y premonitorio artículo: “La elección de Donald Trump a la presidencia es nada menos que una tragedia para la república estadounidense, una tragedia para la Constitución y un triunfo para las fuerzas, en casa y en el extranjero, del nativismo, el autoritarismo, la misoginia y el racismo. La impactante victoria de Trump, su ascenso a la presidencia, es un evento repugnante en la historia de Estados Unidos y la democracia liberal”. Cuatro años después, la tragedia estadounidense se consumó: un país dividido, un poco más aislado y con menos liderazgo internacional, y dos procesos de destitución en una legislatura, hacen único su paso por la jefatura de la república.

De los lemas 'América primero' y 'Hacer América grande de nuevo', con los que encandiló durante la campaña electoral hace cuatro años a una gran parte descontenta del electorado norteamericano, quedan poco más que el recuerdo y un sinfín de promesas incumplidas. El senador demócrata Bernie Sanders resumió en un tuit el legado que recibe el nuevo presidente y el complejo camino que tiene por delante: “Joe Biden heredará de Trump la peor economía desde la Gran Depresión, la peor crisis de salud pública en 100 años, una enorme desigualdad de riqueza, la amenaza existencial del cambio climático y un sistema de inmigración racista. Estas crisis sin precedentes exigen una acción sin precedentes".

“La ciencia vuelve a la Casa Blanca”, declaraba el exvicepresidente Al Gore minutos antes del inicio de la ceremonia. Efectivamente, Biden ha trazado una lista con 53 medidas ejecutivas sobre economía, clima o inmigración, con las que revertir alguna de las políticas de su antecesor, tanto domésticas como en el exterior. Pero ha situado como tarea prioritaria tratar de enderezar la nefasta gestión que ha hecho la Administración saliente de la pandemia de covid-19, que ha provocado en Estados Unidos más de 24 millones de contagios y por encima de los 400.000 muertos.

Sin embargo, el legado doctrinario sembrado por Donald Trump no desaparece con su salida del poder. Queda el trumpismo, una suerte de ensalada ideológica populista formada por negacionistas, conspiranoicos, miembros de la extrema derecha, supremacistas, racistas y xenófobos. Una herencia también envenenada dentro del seno del Partido Republicano, donde han regido el narcisismo del jefe y el culto a la personalidad. De ella, casi todos se han beneficiado, aunque ahora se apresuren a desligarse, salvo un grupo reducido de congresistas que continúa fiel a su pensamiento y sin reconocer la victoria electoral del demócrata.

Michael Gerson, columnista del diario 'The Washington Post', escribía recientemente que, para el Partido Republicano, “un nuevo comienzo solo es posible mediante un compromiso renovado con los ideales democráticos”. Para alcanzarlo, Gerson recomienda que, por el bien del partido, de su ideología y del país, “los republicanos electos se distancien pública y decididamente del populismo autoritario. Lo que significa repudiar la mentira de unas elecciones robadas, apoyar la condena del Senado a un presidente acusado justamente y garantizar que nunca más pueda postularse para un cargo”.

Una sensación de catarsis recorre el país y buena parte del mundo respira aliviado con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Tras superar estas 11 turbulentas semanas que han sacudido el país, Estados Unidos busca volver a exhibir su robusta tradición democrática, recuperar la confianza en sus instituciones, la responsabilidad de su prensa y el valor de su sociedad civil. Como sugiere Thomas Friedman, “tal vez si todos le damos a Joe la oportunidad de sorprendernos positivamente, podamos romper la terrible fiebre política que se ha apoderado de nuestra tierra junto con el covid-19”.

La toma de posesión de Joe Biden cierra uno de los periodos más turbulentos de la historia reciente de Estados Unidos. Comenzó la noche electoral del 3 de noviembre y concluyó el 20 de enero tras el cambio de inquilino en la Casa Blanca. Once semanas que asombraron al mundo y han sacudido los cimientos que soportan la democracia estadounidense. En ese tiempo, se ha ensanchado la división de su sociedad, se han agravado problemas históricos enquistados y se ha dañado la reputación de su sistema político con la llegada a todos los rincones del planeta de las imágenes de la insurrección popular. Un 'déjà vu' en muchos lugares, pero inimaginable en Estados Unidos.

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