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El legado de Trump en la internacional nacionalista

Javier Bocanegra
Carlos Barragán
Laura Martín
Luis Rodríguez
Carlos Muñoz
Javier Bocanegra Carlos Barragán
Laura Martín Luis Rodríguez Carlos Muñoz
21 de eneroDía uno después de Donald Trump

La salida del presidente número 45 de Estados Unidos supondrá un punto de inflexión en las relaciones internacionales. La llegada de Donald Trump en 2016 sacudió la esfera global en múltiples ámbitos, pero sobre todo supuso un espaldarazo para todas las formaciones y movimientos nacionalistas que habían tratado de ganarse su hueco en distintas partes del mundo y que se vieron entonces reflejados en la Casa Blanca. Washington sirvió para respaldar una visión compartida del cosmos, una concepción de la sociedad que chocaba de plano con algunos de los consensos asentados en la clase política tradicional.

Pese a tener centenares de matices en función de cada país, si algo tienen en común estos partidos es el nacionalismo. Algunos ejes que fueron explotados por el neoyorquino desde 2016 hasta hoy han sido importados por múltiples movimientos de otros territorios tras el éxito cosechado en EEUU. En este tiempo, los partidos que centran su discurso en la exaltación de la bandera y los mensajes antiinmigración han proliferado en el seno de la UE, pero también en otros puntos del globo.

Con la salida del magnate del centro de poder más codiciado se apaga ese faro que ha marcado la senda por la que caminar a muchas de estas formaciones. Pese a la derrota el pasado 3 de noviembre, los buenos resultados del republicano logrando ensanchar su base han sido interpretados como una prueba más de que estas visiones y estas formas de hacer política no solo tienen buena acogida, sino que no se han resentido en cuatro años.

Trump abandona uno de sus mítines durante la campaña electoral
Trump abandona uno de sus mítines durante la campaña electoral. Fuente: Reuters

Hungría, Polonia, Brasil, Italia, Francia, Austria, Finlandia, Países Bajos o Suecia son algunos de los territorios en los que estas organizaciones han ido creciendo en los últimos años y se han visto reforzados con la incursión del trumpismo en la primerísima línea. En España hubo que esperar a que en 2018 -por cuestiones internas como la crisis catalana- un partido de este corte obtuviera representación.

Con mayor o menor excentricidad, con más o menos conservadurismo y con distintos postulados en materia económica, sí que han presentado algunas líneas maestras que les han llevado a tejer alianzas. Más allá del nacionalismo, las bases compartidas suelen contener un fuerte rechazo a la inmigración irregular, una evocación constante del pasado glorioso y el anhelo de los liderazgos fuertes, generalmente de hombres, pero también un escepticismo ante los organismos supranacionales.

Fake news y los enemigos del pueblo

Si ha habido un campo en el que Trump ha supuesto una absoluta revolución ese ha sido el de la comunicación. El personaje mediático que ya había construido durante décadas sirvió como base desde la que cimentar una estrategia basada en las excentricidades, la polarización en redes sociales, la desinformación y los ataques a los medios tradicionales, a los que ha llegado a calificar como “enemigos del pueblo”.

Donald Trump, febrero de 2017

Y quiero que sepáis que estamos
peleando las noticias falsas.
Hace unos días les llamé el enemigo del pueblo.
Y lo son.
Son el enemigo del pueblo americano.
00:00

Jair Bolsonaro, agosto de 2020

No voy a hablar más con la prensa,
porque no necesito hablar.
No vais a manipular más, manipuláis.
Lo que leo hoy... Se lo inventan todo.
00:00

La fórmula empleada por el presidente ha buscado identificar en todo momento a los conglomerados mediáticos como una élite progresista que se había convertido en un saco de noticias falsas. Trump ha tejido en este tiempo una relación de desprecio constante a los medios de comunicación, a excepción de Fox News, que ha sido altavoz de sus consignas. Así, salvo excepciones puntuales, el neoyorquino ha alternado Twitter y esta televisión para multiplicar el alcance de sus mensajes, obviando los medios que podían servir como filtro a sus palabras, según explica Marcos Reguera, experto en historia y política de EEUU en la Universidad del País Vasco. Ahora, se especula con que pueda incluso montar su propia cadena y Twitter ha terminado cerrándole la cuenta.

Las técnicas de polarización que han sido atribuidas a Steve Bannon, exasesor del magnate, permitían a Trump y las cuentas afines replicar de forma masiva sus mensajes amplificando su capacidad de expansión, sin importar en muchos casos la veracidad de lo que se aseguraba. Las campañas de desinformación vinculadas al Kremlin en 2016 han sido una de las grandes sombras que han planeado sobre su presidencia.

La desinformación, en su vertiente brasileña: de los bulos a la mascarilla

El 45º presidente de EEUU durante una rueda de prensa en la Casa Blanca
El 45º presidente de EEUU durante una rueda de prensa en la Casa Blanca. Fuente: Reuters

El ejemplo más paradigmático de aplicación de estas técnicas es el de Jair Bolsonaro, el mandatario brasileño que sacudió la política del país tras un historial de intervenciones xenófobas y machistas. Su llegada al Palácio do Planalto​ en 2018 se vio rodeada de una vorágine de ‘fake news’ que fueron difundiéndose especialmente por WhatsApp y que era mayoritariamente favorable al candidato victorioso, según constató en una investigación ‘The Guardian’. La propia policía brasileña ha llegado a iniciar pesquisas sobre aliados del mandatario por su vinculación con este tipo de campañas de desinformación.

En pandemia, el dirigente brasileño ha sido uno de los líderes más escépticos sobre el coronavirus, apareciendo en grandes concentraciones de personas sin mascarilla. En las últimas fechas ha comparado el covid con la lluvia y ha avanzado que no se pondrá la vacuna. Pese a esto su aprobación está en máximos (37%). Una actitud muy similar a la de su homólogo en la Casa Blanca, que ha evitado la mascarilla casi en todo momento, ha optado por fármacos cuya eficacia y efectos habían sido puestos en duda e incluso deslizó la opción de inyectarse desinfectante. Su campaña electoral ha estado plagada de mítines masivos cuando la enfermedad se llevaba por delante a miles de estadounidenses.

Trump y Bolsonaro en actos de campaña sin mascarilla durante la pandemia. Fuente: Atlas

El adiós -o hasta pronto- de Trump no apunta, sin embargo, a que estas tácticas vayan a perder peso. Así lo entiende Jeremy Shapiro, director de investigaciones en el European Council on Foreign Relations. Él explica que todos los factores apuntaban hacia una derrota estrepitosa el 3-N, pero que aun así logró mejorar sus números y que una de las claves fue su estrategia comunicativa: “Es difícil rebatir que (...) su aproximación innovadora a la comunicación política fue la principal razón para ello”.

Inmigración, el nexo común

“Invasión”. Si hay un concepto que haya sido mencionado de forma recurrente por los líderes de esta amalgama nacionalista ese es, con toda seguridad, el de “invasión migratoria”.

Probablemente todo el mundo habrá escuchado alguna vez, aunque sea de fondo en el telediario, el repetitivo “We are going to build a wall, a great wall” con acento neoyorquino. El muro, el gran muro para frenar a los latinoamericanos que llegan a EEUU por la frontera sur, fue la más icónica promesa de campaña de Trump en 2016. Luego terminaron siendo vallas. Durante su mandato se han visto imágenes de niños entre rejas y sin sus padres bajo las llamadas políticas de ‘tolerancia cero’.

La consigna era simple y gráfica. Servía para escenificar el rechazo claro de su campaña a la llegada de latinoamericanos. La presentación de un discurso tan marcado contra los inmigrantes en la principal potencia mundial ha sido gasolina para este tipo de retóricas a nivel mundial.

El paradigma Salvini: el gran ejemplo mediterráneo de la retórica antiinmigración más allá de Trump

Tras la irrupción del magnate, uno de los actores que más claramente ha cogido esta bandera ha sido el exministro del Interior italiano y líder de la Lega, Matteo Salvini, que impulsó una norma que prohibía la entrada en aguas nacionales de las embarcaciones que rescataban inmigrantes en el Mediterráneo y preveía multas para estas ONG. Uno de los grandes choques contra estas organizaciones fue precisamente en el caso del Open Arms, cuando 134 personas se pasaron dos semanas a bordo de este barco de rescate. La ley fue revertida tras su salida en los últimos meses y se encuentra en los tribunales.

En España, Vox ha llegado incluso a importar, sin tocar ni una coma, la retórica trumpista. Un muro de hormigón para las áreas limítrofes de Ceuta y Melilla, donde ya existen vallas con el mismo cometido.

Proclamas racistas de Trump, Abascal y Salvini, líderes de partidos de ultraderecha.

La retórica antiinmigración es el eje que vehicula la consonancia entre estas siglas a uno y otro lado del Atlántico. Las diferencias en otros ámbitos han quedado en segundo plano, teniendo como caso más paradigmático la sintonía que hubo hace meses entre Santiago Abascal y Salvini, que había apoyado al independentismo catalán.

Polarización contra el progre

En estos cuatro años, la prensa estadounidense ha tratado de construir un perfil del votante republicano para tratar de entender el fenómeno del trumpismo. En muchos casos ha caído en exageraciones o clichés, pero si uno hablaba con votantes trumpistas días antes de las elecciones observaba que todos ellos compartían dos elementos comunes: el odio hacia los medios de comunicación y el resentimiento contra las élites, la corrección política, el feminismo y las nuevas corrientes que hacen hincapié en las minorías como eje vertebrador de la sociedad del siglo XXI.

Este elemento no es nuevo, pero Trump ha conseguido elevarlo a una especie de dogma en su biblia posliberal. Y, aunque se repite con frecuencia en otras partes del globo, uno de los que mejor ha calcado el discurso ha sido el propio Vox, que se ha dirigido hacia un determinado grupo de “identidades en apuros” que se sienten atacadas o despreciadas por la ideología dominante.

“Vox nombra esta sensación de abandono, le da palabras, la politiza y la lanza contra un enemigo estereotipado: el/la progre urbanita, feminista, económicamente acomodado, hipócrita y portador de una idea antinatural del mundo y de las cosas”, explica Guillermo Fernández-Vázquez, investigador de la Universidad Complutense y autor de ‘Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional’.

Donald Trump, julio de 2020

En nuestras escuelas, en nuestras redacciones
e incluso en las salas de reuniones de nuestras empresas
hay un nuevo fascismo de ultraizquierda
que demanda total lealtad.
Si no hablas su lengua (...) y no sigues
sus compromisos, serás censurado, desterrado,
metido en una lista negra, perseguido y castigado.
00:00

Santiago Abascal, abril de 2019

¿Sabéis qué ventaja tenemos para derrotarles?
Que están locos.
Que estos progres, estos izquierdistas,
están contra el sentido común,
contra las cosas normales.
00:00

En ese sentido, uno de los mayores éxitos de Vox -y de tantos partidos políticos nacionalistas- ha sido usar el discurso contra las élites progresistas y las minorías para generar una división dentro de las líneas de su rival más directo: la derecha tradicional.

Vox ha tomado de Trump la idea de que la polarización con el enemigo progre en el terreno cultural no sólo genera visibilidad y ralentiza el avance de las ideas progresistas”, añade Fernández-Vázquez, “sino sobre todo la idea de que esta hiperbolización de la crítica en entornos donde se considera que hay una hegemonía cultural izquierdista termina por desdibujar y quebrar las posiciones de la derecha más convencional o clásica”.

Santiago Abascal en un mitin con el título ‘Fronteras seguras’
Santiago Abascal en un mitin con el título ‘Fronteras seguras’. Fuente: EFE
Proteccionismo económico

La derecha populista lleva años abrazando el discurso antiglobalización, cargando contra las instituciones internacionales y culpando de todo a las “élites globalistas”. Desde que llegó Trump al poder, el presidente de EEUU ha sido el principal paladín de esta lucha, sacando a su país del Acuerdo de París, de la Organización Mundial de la Salud, del Consejo de Derechos Humanos y del Acuerdo Nuclear con Irán, dinamitando la arquitectura global construida de las ruinas de la II Guerra Mundial.

Sin embargo, es en el comercio internacional y en el proteccionismo donde otros seguidores del magnate han tenido más complicaciones a la hora de seguir su libro de recetas.

Mientras que Trump ha podido jugar con los aranceles y emprender una guerra comercial contra China, otros países -desde las naciones del este de Europa hasta Brasil o India- han sido incapaces de transformar las críticas hacia el Partido Comunista chino en hechos.

Pese a que América First no pueda ser copiado en otras capitales, el viento ha empezado a soplar en otra dirección

“Yo no quiero meterme en esta guerra comercial, Brasil comercia con todo el mundo”, dijo Jair Bolsonaro, uno de los mayores aliados de Donald Trump, el año pasado en una reunión de los BRICS. El presidente de Brasil había sido muy crítico con Pekín en la campaña electoral, pero cuando llegó al poder moderó el discurso por razones obvias: pese a que ideológicamente Brasilia está más cerca de la Casa Blanca que de Pekín, China es el mayor socio comercial de Brasil.

Historia similar ha ocurrido en Polonia, donde el presidente Andrzej Duda, era uno de los mayores aliados de Donald Trump. "Nos envidian", dijo Jaroslaw Kaczyński, líder del partido en el Gobierno cuando el presidente de EEUU visitó Varsovia durante cinco horas. El país europeo, como muchos vecinos suyos, ha rechazado la implementación de las redes 5G de Huawei en áreas de seguridad nacional. Además, Duda le dijo a Reuters hace unos meses que estaba en contra de las inversiones de Pekín en infraestructura estratégica como puertos o aeropuertos. Rápidamente, sin embargo, el ministro de Exteriores polaco por aquel entonces, Jacek Czaputowicz, calmó los ánimos de la delegación china que estaba visitando el país. “Estamos abiertos a las inversiones chinas, especialmente en sectores verdes, manufactureros o innovadores”.

Los presidentes de EEUU y Polonia en una visita a la capital polaca y el ministro de Exteriores durante un discurso. Fuente: Atlas

Pese a que América First no pueda ser copiado en otras capitales del mundo, el viento ha empezado a soplar en otra dirección en temas de comercio internacional. Trump ha conseguido elevar la temperatura del conflicto contra China. Si sus homólogos atacan a Xi Jinping y al Partido Comunista chino y hablan de una “nueva Guerra Fría”, otros partidos políticos de diversas corrientes ideológicas reconocen que, en cierto modo, Trump apuntaba hacia el lugar correcto. Como dijo Kurt Campbell, un antiguo funcionario de la administración Obama, muchos demócratas reconocen “que el análisis de Trump era bastante acertado al diagnosticar las prácticas predatorias de China”.

Los retos y el camino que viene

Con el faro de Trump difuminado, y a la espera de ver qué figura coge su cetro de cara a 2024, estas formaciones buscarán afianzar las técnicas y discursos implementados por el magnate para elevarse como alternativas reales a las fuerzas ‘mainstream’.

Las estrategias de polarización para intentar devorar en algunos casos a las derechas tradicionales serán la tónica en este tiempo. Pero si algo daría alas a estos movimientos, a la espera de lo que pueda suceder dentro de cuatro años en Washington, sería el acceso al Gobierno de otra gran potencia. Aquí quizá la vía con más opciones sería Italia. La ultraderecha transalpina tendrá todavía que aguardar hasta 2023 para medir sus fuerzas, a no ser que haya elecciones anticipadas. Con una Lega en decadencia tras su salida del Ejecutivo, pero aguantando el tipo, y con Fratelli d’Italia al alza -ambas suman en torno al 40% en intención de voto a día de hoy-, todo apunta a que como mínimo serán una alternativa a tener en cuenta.

Salvini con una mascarilla en apoyo a la campaña de Trump 2020
Salvini con una mascarilla en apoyo a la campaña de Trump 2020. Fuente: EFE

Las alianzas entre estas siglas seguirán existiendo sin el nexo de Washington. Vox ha reforzado recientemente sus conexiones con los Bolsonaro y siempre se ha presentado como defensor del Fidesz y de sus socios polacos dentro de los Conservadores Reformistas Europeos (ECR). Estos dos últimos han consagrado en los últimos años una alianza que ha funcionado de vez en vez como muralla ultraconservadora frente a la UE. Precisamente, el ECR está presidido por Giorgia Meloni, líder de Fratelli.

Paralelamente, a las conexiones entre conservadores, Le Pen y Salvini han exteriorizado en distintas ocasiones su sintonía común en materia migratoria y euroescéptica. El último gran evento en esta línea tuvo lugar en mayo de 2019 cuando ambos se reunieron junto con el neerlandés Geert Wilders para clamar contra la “okupación de Bruselas”.

Los días de Trump en la Casa Blanca puede que hayan acabado, pero su legado seguirá más vivo que nunca en otras partes del globo.