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El 'oasis siamés' se desmorona: la corrupción hace que el covid vuelva a colarse en Tailandia
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REBROTE EN EL sudeste asiático

El 'oasis siamés' se desmorona: la corrupción hace que el covid vuelva a colarse en Tailandia

El covid se ha colado en Tailandia por una rendija muy cercana: la frontera con Myanmar. Y en el ojo del huracán están las autoridades locales por haberlo permitido

Foto: Tailandia sufre una nueva ola de coronavirus. (EFE)
Tailandia sufre una nueva ola de coronavirus. (EFE)

Tailandia había conseguido un imposible. Tras haber sido el primer país fuera de China en contagiarse de coronavirus y pronosticarse un desastre mayúsculo —era el destino favorito de los chinos y los turistas entraban sin problemas casi hasta abril—, el Gobierno anunció que “Tailandia vencerá al covid”. Y, contra todos los pronósticos, lo logró: en mayo se frenaron los contagios y en junio se hacía vida normal.

Durante la segunda mitad de 2020, Tailandia fue un oasis frente a la pandemia, y las autoridades, para mantener la cifra mágica de cero contagios locales, cerraron el país a cal y canto. La economía se asfixió, al no poder contar con turistas internacionales, pero el país pudo vivir tranquilamente, además de evitar la pandemia. Y sin embargo, el virus ha logrado colarse de nuevo en el país, con cientos de nuevos contagios cada día.

Foto: Foto: Reuters.

Si bien el ministro de Salud, Anutin Chranvirakul, pidió al pueblo en marzo que no se fiara de los “sucios europeos” porque “no se lavan ni se duchan” y huían de sus países para buscar “refugio” en Tailandia, al final el regreso del virus no ha llegado por ese lado. Si no que se ha colado por una rendija muy cercana: la frontera con Myanmar, antigua Birmania. Y en el ojo del huracán están las autoridades locales por haberlo permitido.

Corrupción y trabajadores ilegales

La voz de alarma se dio a principios de diciembre, cuando una decena de jóvenes tailandesas en el norte del país dieron positivo por covid. Todas ellas se habían contagiado en Tachileik, una ciudad fronteriza de Myanmar donde se aloja un hotel de lujo con clubes y habitaciones privadas donde lo habitual es desatar bajas pasiones a muy altos precios. Dicho lugar, acostumbrado al contacto muy íntimo, acabó siendo el culpable de un enorme brote de covid, ya que el virus campaba a sus anchas en Myanmar.

Las afectadas tailandesas afirmaron que fueron allí a trabajar y hasta publicaron en sus Facebook lo fácil que era cruzar la frontera por un camino de tierra. Desde entonces, el público se quejó de la sencillez con que los birmanos cruzan a Tailandia ilegalmente, y hasta se mostraron fotos de ello. El Gobierno contraatacó con multas para quienes publicaron dicha información y excusó la falta de vigilancia en las fronteras con las protestas de los jóvenes contra los militares y la monarquía: según ellos, todos los efectivos policiales estaban combatiendo a los manifestantes.

placeholder Las autoridades tailandesas urgen a la población la descarga de la aplicación contra el coronavirus. (EFE)
Las autoridades tailandesas urgen a la población la descarga de la aplicación contra el coronavirus. (EFE)

Lo peor, no obstante, estaba por llegar. En la ciudad de Samut Sakhon, el mayor centro del país de distribución de pescado y marisco, apareció un brote de covid que pronto empezó a contarse por centenares de casos diarios. ¿Los infectados? Mayoritariamente, trabajadores ilegales birmanos, los únicos que aceptan los bajos salarios en este sector.

“Tenemos que entender que los trabajadores inmigrantes vienen a hacer los empleos que no quieren los tailandeses”. Con esas palabras se excusó el primer ministro del país y general golpista, Prayuth Chan-ocha. En seguida, la culpa cayó sobre los inmigrantes. Pero ¿cómo fue posible que los birmanos contagiados pudieran entrar en Tailandia? Eso es lo que las autoridades tratan ahora de esconder, ya que el covid está destapando algunas de las corruptelas más anquilosadas en el país más turístico del sudeste asiático.

En mitad de la pandemia, la inmigración procedente de Laos, Camboya y sobre todo Birmania ha seguido cruzando entre países, sobornando por muy poco dinero a los oficiales al mando. En el caso del brote en el mercado de pescado de Samut Sakhon, el problema es más espinoso: los trabajadores fueron reclamados por empresas locales que optaron por traerlos por los canales no oficiales, evitando la problemática del covid con unos cuantos billetes por debajo de la mesa.

Los platos rotos los pagaron los empleados ilegales. En lugar de ofrecerles hospitales para ser tratados por covid, los encerraron en edificios convertidos en centros de aislamiento. Pronto aparecieron públicamente fotos de dichos lugares, y también de cómo en algunos la policía había tapiado las ventanas, entradas y salidas con alambre de espino. El Gobierno dijo que buscaría a los responsables que permitieron la entrada de los ilegales en territorio tailandés, pero los únicos que parecían haber sido encerrados eran los empleados.

Cierre desorganizado de las ciudades

El Ejecutivo de Prayuth quiso quitarle hierro al problema desde el principio y se negó a hablar de una segunda ola, pese a que las cifras de contagio ahora son 10 veces superiores a las de la pasada primavera.

El punto tragicómico lo puso el ministro de Sanidad, el mismo que en la primera ola culpó de la pandemia en Tailandia a los “sucios europeos”. Anutin Charnvirakul se plantó frente a las cámaras a finales de diciembre junto al gobernador de la región afectada, y para mostrar que la zona estaba bien protegida y que el marisco era sano, se dio un atracón de gambas mano a mano con el líder de la ciudad, sin mascarillas y con total contacto. Al día siguiente, el gobernador hizo público que había dado positivo por covid, lo que entre la población provocó risas y quejas por igual, mientras que al ministro le obligó esconderse del público con la excusa de tener que hacerse el test.

No tardaron los contagios en llegar a Bangkok, y al Gobierno le sacaron los colores de nuevo cuando muchos de los contagiados dijeron haberse infectado en un casino ilegal. El juego está fuertemente prohibido en Tailandia, pero las autoridades miran hacia otro lado cuando son oficiales los que están al mando de centros donde se realizan timbas ilegales. Sin pudor alguno, cuando la policía fue a los casinos ilegales, salió de ellos diciendo que dichos locales eran centros de convenciones o almacenes.

Foto: Trump acepta que se acaba su mandato y promete una "transición ordenada". (EFE)

Tailandia ya roza los 9.000 contagios, y la gran mayoría se han sucedido en las pasadas semanas. Las restricciones han empezado ya: se ha prohibido la venta de alcohol en algunas ciudades y su consumo no está permitido en los restaurantes de casi todas las ciudades. Los bares y las discotecas están clausurados, así como las casas de masajes o los gimnasios.

Cada provincia actúa de la manera que considera más oportuna, aunque la información es confusa. Bangkok, por ejemplo, anunció que los restaurantes deberían cerrar a las 19:00, pero el Gobierno central tumbó dicha medida y permite abrir hasta las 21:00. Se ponen controles interprovinciales en las carreteras, pero solo sirven para que los atascos sean más largos.

La esperanza de la vacuna

Ahora, más que nunca, se confía en la vacuna. Pero va a tardar. Tailandia fabricará localmente la versión de AstraZeneca, pero los 10 primeros millones de dosis no llegarán hasta mayo o junio. Además, la manufactura encargada es Siam Bioscience, una empresa que es propiedad del conglomerado de empresas de la casa real.

Como solución de emergencia, Prayuth ha aprobado un millón de dosis de la vacuna china de Sinovac para tener listas en los dos próximos meses. Curiosamente, el día después de anunciarse dicha medida, se hizo público que CP, una de las empresas más grandes del país y ligada íntimamente al Gobierno, se había hecho con participaciones de filiales de Sinovac, lo que ha hecho desconfiar a muchos. CP es propietaria de la cadena de distribución cárnica más grande del país, de todas las tiendas 7 Eleven, de los supermercados minoristas Tesco y también del mayorista Makro. Y, pese a ello, los tribunales siempre sentencian que la gigantesca empresa no es un monopolio.

Ya ha avisado el Gobierno de que prevé que el 50% de la población obtenga la vacuna de manera gratuita, pero es opaco en las fechas y en qué vacunas serán, ya que se prevé que compren varios millones más a otras empresas.

Las vacunas de AstraZeneca, se rumorea, es posible que sean finalmente de pago y no se ha querido especificar el precio, lo que volvería a dar fuerza a la idea de que hay dos realidades en Tailandia. Por un lado, están quienes, al calor de las autoridades, pueden cometer delitos y salir impunes. Y por otro, los que sufren las consecuencias, de los cuales demasiados salieron a las calles este año para pedir un cambio.

El tiempo dirá si el oasis siamés fue algo temporal y ahora el covid ha regresado para quedarse, o si se volverá a controlar la situación. El problema, para muchos, es que antes el número de contagios diarios era ínfimo en comparación.

Tailandia había conseguido un imposible. Tras haber sido el primer país fuera de China en contagiarse de coronavirus y pronosticarse un desastre mayúsculo —era el destino favorito de los chinos y los turistas entraban sin problemas casi hasta abril—, el Gobierno anunció que “Tailandia vencerá al covid”. Y, contra todos los pronósticos, lo logró: en mayo se frenaron los contagios y en junio se hacía vida normal.

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