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Lo que pasa Tailandia es un cambio de era: los jóvenes ya no veneran la monarquía
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Protestas multitudinarias

Lo que pasa Tailandia es un cambio de era: los jóvenes ya no veneran la monarquía

Las multitudinarias protestas de jóvenes están poniendo en cuestión algo que parecía inamovible en Tailandia. La monarquía

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

A sus veintipocos años, Anorn ha vivido siempre en la casa de sus padres en Bangkok, cuya entrada está flanqueada por estatuillas budistas doradas y adornada con una bandera tailandesa. En el salón, la pared principal no está engalanada con fotos de la familia, sino con un enorme retrato de la realeza siamesa enmarcado en un recargado marco bañado en oro.

Y el padre del joven, tras señalar precisamente dicha imagen donde aparecen monarcas ataviados en ropajes dorados, le dice a su hijo que se marche de casa. Porque la sagrada institución está por encima de su propia familia. Al fin y al cabo, al rey se le considera un semidiós que además es el padre de todos los tailandeses.

Foto: Rama X con su hija Bajrakitiyabha en una foto de archivo. (EFE)

La adoración a la realeza es tan habitual en Tailandia como lo es la ambientación del hogar de Anorn. No en vano, el Gobierno militar que lidera el Estado insiste en que el país se estructura en la nación, la religión y la monarquía. Algo similar al “dios, patria y rey” de los carlistas. Para ellos, hablar de libertades o igualdad está de más.

Los ultraconservadores tailandeses defensores de la tradición, no obstante, van un paso más allá. Desde las escuelas y los medios, se insistió el pasado siglo en ideas como que Tailandia pertenece a la monarquía, y que los reyes son bondadosos y permiten a los súbditos habitar en su tierra. En todo este entramado, el poder militar es considerado el garante de la realeza, por lo que hacerse con el país por las armas es benévolo si la excusa es proteger la monarquía.

Protestas multitudinarias

El problema es que las nuevas generaciones ya no lo ven así. Y por eso cientos de miles protestan a diario contra el orden establecido en pos de una democracia que nunca ha sido real en el reino.

El joven Anorn es uno de ellos, y por eso su padre, monárquico convencido, lo ha defenestrado. Una escena familiar que se repite en incontables hogares tailandeses y muestra la enorme brecha generacional en Tailandia. Una lucha entre adultos que veneran el poder en manos de unos privilegiados contra unos veinteañeros que exigen que el país esté en manos del pueblo. Los ‘buenos’ y tradicionales adultos contra los ‘malvados’ e insolentes jóvenes.

placeholder Protestas en Bangkok. (EFE)
Protestas en Bangkok. (EFE)

Para ser un buen tailandés, según el poderoso grupo ultramonárquico aupado por el Gobierno Thai Pakdee (los leales tailandeses), es preciso reverenciar la monarquía y no cuestionar sus finanzas o actuaciones.

Una difícil sucesión

Durante décadas, fue sencillo gracias a la benévola imagen del monarca Bhumibol, fallecido hace cuatro años. Habiéndose granjeado una visión pública que lo mostraba como un noble trabajador de costumbres sosegadas, el pueblo lo reverenció. Aunque amasara más de 30.000 millones de dólares durante su mandato o aceptase golpes de Estado en favor de los militares.

No ocurre lo mismo con su hijo, el rey Vajiralongkorn, quien ha residido durante largos periodos en Alemania, ajeno a su pueblo. Tildado de mujeriego por haberse casado en numerosas ocasiones y tener a una amante oficial, durante este año los medios occidentales se han intrigado notablemente por sus andanzas desde que, en plena pandemia, se desinteresase de su país para aislarse en un hotel alemán con todos los lujos y supuestamente una veintena de mujeres. Mientras, la reina —con quien se casó hace un año— residía en Suiza.

placeholder El rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn. (Reuters)
El rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn. (Reuters)

Pero la conducta del rey no es discutible ni criticable para el Gobierno de Tailandia, liderado por el general golpista Prayuth Chan-ocha, quien se hizo con el poder hace seis años e implantó una draconiana Constitución para afianzarse en el poder incluso al enfrentarse a las urnas. Así ocurrió en 2019, cuando salió electo gracias al cambio de reglas y a haber elegido a dedo al Senado, que tenía un tercio de voto no democrático.

Escándalos del Gobierno

La lista de escándalos del Gobierno de Prayuth es extensa. Sin efectivo para ayudar a quienes lo pierden todo en inundaciones y con los bolsillos también vacíos para subvencionar los daños del covid, sí que tuvo dinero para firmar la compra de tres submarinos, varios carros de combate y aviones de guerra.

Afirmó luchar contra la corrupción, pero al militar los escándalos le explotaron muy cerca. Se descubrió que Prawit Wongsuwan, su número dos y amigo leal, poseía relojes de lujo que costaban varias veces su salario anual. El aludido dijo que dichos artículos de gran lujo se los había regalado un amigo que curiosamente estaba muerto. Los tribunales le dieron la razón.

Foto: Una calle semivacía en Bangkok, Tailandia. (EFE)

Más sonado ha sido este año el caso del millonario heredero del imperio Red Bull, Vorayuth Yoovidhya, apodado 'el Jefe', quien en 2013 atropelló y mató con su Ferrari a un policía, supuestamente bajo los efectos del alcohol y la cocaína, y lleva años fugado sin que la Justicia tailandesa mueva un dedo. Este año, silenciosamente, se levantaron los cargos contra él para que pudiera volver al país. Una sorprendente decisión de la Justicia, que se escudó en el testimonio de un dentista que dijo haber tratado al millonario con cocaína para anestesiar su dentadura. El escándalo público fue tan grande que Prayuth tuvo que cancelar la decisión y contratacó diciendo que rodarían cabezas. Aún no cayó ninguna.

“No pienso dimitir, no he hecho nada mal”, dijo el primer ministro y general cuando una marabunta de manifestantes le pidió que abandonara el cargo a mitad de octubre. Para disuadirlos, el militar reconvertido en dirigente tuvo que mandar a la policía a disparar cañonazos de agua mezclada con pintura y gas irritante.

Defensa de la monarquía como excusa

El Gobierno tailandés se ampara en las mismas leyes que ellos implementaron tras haberse apoderado del país con las armas, y también en la directriz que tantas veces ha servido para orquestar golpes de Estado: la defensa de la monarquía.

Ese es el argumento de muchos de los simpatizantes del poder militar, que ven a los generales como un mal menor para blindar la institución real. Porque el discurso de la 'tailandesidad', lo que según los conservadores hace especiales a los tailandeses en su amor por la patria, la religión y la monarquía, sigue vigente en las mentes de muchísimos adultos.

“En Tailandia, basta con declarar tu amor por la monarquía y atacar el Movimiento [de las protestas prodemocracia], y darán igual tus pecados o crímenes, estarás perdonado y serás uno de los buenos”, explica el comentarista político Woranai Vanijaka. Y señala el caso de Sia Pho, un patrón de una zona de bares de Bangkok acusado de corruptelas y extorsiones. Fue perdonado sorprendentemente y ahora encabeza algunas de las demostraciones en favor del rey y los militares; incluso el pasado mes fue felicitado por el monarca en persona.

placeholder Protestas prodemocracia en Bangkok. (Reuters)
Protestas prodemocracia en Bangkok. (Reuters)

En el lado de 'los malos', se encuentran quienes ponen en entredicho el Gobierno militar y piden limitar el poder de la monarquía. Prayuth y su mano derecha les acusan de no ser verdaderos tailandeses, y añaden que son demasiado jóvenes. En la Tailandia conservadora, los adultos —llamados 'pooyai'— son jerárquicamente más válidos que los jóvenes, o 'poonoii'.

Por eso, los los ultraconservadores dicen que los jóvenes están equivocados, ya que el movimiento prodemocracia empezó en las universidades y sus integrantes no suman muchas décadas.

El ‘retorno’ del rey a la “tierra del compromiso”

La casa real, en mitad de la crisis ideológica que vive Tailandia, decidió orquestar numerosos eventos de masas para llamar a las calles a los simpatizantes de los reyes, que visten camisetas amarillas, el color del monarca actual y de su padre.

Según Andrew McGregor, periodista escocés que vivió en Tailandia antes de exiliarse y quien suele tener acceso a fuentes internas, el rey querría estar de vuelta en Alemania hace tiempo, pero los acontecimientos no se lo permiten.

Foto: El rey y la reina de Tailandia. (Reuters)

No obstante, muchos de los actos propagandísticos reales que han de servir para convencer a la población solo distancian más a ambos bandos, como cuando frente a las cámaras el rey alabó a uno de sus fieles seguidores por haberse enfrentado a los manifestantes prodemocracia.

Tampoco ayudan los eventos oficiales del monarca, por ejemplo, la inauguración de una nueva línea de metro, en la que los reyes llevaron un séquito que debía arrastrarse a su lado, ya que no todos los siameses son iguales.

Dios sobre las cabezas

Al monarca en Tailandia se lo conoce como 'el dios sobre las cabezas', por lo que el resto de las personas no pueden estar por encima de ellos y se les exige postrarse frente a sus pies. Una costumbre que el reformista rey Chulalongkorn eliminó, pero que los militares volvieron a instaurar en el siglo XX.

Pillado por sorpresa por un periodista occidental cuando felicitaba al supuesto mafioso Sia Pho en un baño de masas, el rey primero quiso evitar contestar al foráneo sobre los manifestantes en favor de la democracia, pero finalmente se salió por la banda al decir que “se les quiere a todos por igual” y que “Tailandia es la tierra del compromiso”.

Pero en 'la tierra del compromiso', a aquellos que visten el color real y acuden a las manifestaciones se les da comida, a veces dinero y se les felicita. Mientras que a los contrarios al orden establecido se les encierra o se les dispersa por la fuerza.

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Manifestantes se enfrentan a los cañones de agua con patos de goma gigantes. (Reuters)

Al fin y al cabo, los prodemocracia lo que piden es sacar del poder a los militares de Prayuth Chan-ocha, cancelar la Constitución que bloquea el poder en manos de los generales y reformular la monarquía para que sea verdaderamente parlamentaria y no pueda legalizar los golpes de Estado u ocultar sus finanzas.

Un cambio real

El cambio en Tailandia es real para muchos. Nunca antes nadie se había atrevido a poner en duda a los militares. El reino sufrió en las últimas dos décadas muchos conflictos, pero detrás de todos ellos estuvo algún magnate como Thaksin Shinawatra para manejar a las clases pobres agrícolas, y a la monarquía nunca se la cuestionó.

Esta rebelión, en cambio, no tiene líderes y eso irrita a los ultraconservadores. Aunque los monárquicos insistan en que detrás de ellos está Estados Unidos —los fanáticos de la monarquía se manifiestan a veces delante de la embajada estadounidense de Bangkok— o los políticos ilegalizados por los militares que trataron de plantar cara a los generales. El gran problema de los poderosos es que no pueden arrestar a una cara visible para sofocar la revuelta.

Cortes de pelo en Tailandia con el retrato del rey o los tres dedos como apoyo a las protestas

Muchos opinan que el conflicto puede acabar como en los años setenta, cuando en la Universidad de Thammasat se propició la matanza de uns estudiantes que pedían democracia, pero en aquella época no había redes sociales ni el rey era el mismo. Las protestas, igualmente, son cada vez más multitudinarias. Otros avisan de que puede haber un golpe de Estado contra el Ejecutivo que se hizo con el poder de la misma manera. Pero, para los estudiantes, el hecho de hablar directamente de la monarquía —en Tailandia, hay delito de lesa majestad, que encarcela con hasta 15 años a quienes critiquen la institución— lo ha cambiado todo.

Por eso, muchos manifestantes dicen que el cambio ha pasado de ser imposible a convertirse en inevitable. Si bien saben que igual tarda mucho, muchísimo, porque los que mandan no cederán. Y quizá deban esperar a que los jóvenes sean adultos y no exista la actual brecha generacional.

A sus veintipocos años, Anorn ha vivido siempre en la casa de sus padres en Bangkok, cuya entrada está flanqueada por estatuillas budistas doradas y adornada con una bandera tailandesa. En el salón, la pared principal no está engalanada con fotos de la familia, sino con un enorme retrato de la realeza siamesa enmarcado en un recargado marco bañado en oro.

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