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La Europa trumpista, sin plan B: por qué los "matones" del este tiemblan al ver a Biden
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La Europa trumpista, sin plan B: por qué los "matones" del este tiemblan al ver a Biden

La Europa más trumpista, que había invertido mucho capital político y grandes esperanzas en una reelección de Donald Trump, se encuentra todavía negando su derrota

Foto: Foto: Reuters
Foto: Reuters

La psicología dice que, cuando alguien sufre una gran pérdida que le afecta emocionalmente, antes de aceptar la realidad pasa sucesivamente por las fases de negación, ira, negociación y depresión. La Europa más trumpista, que había invertido mucho capital político y grandes esperanzas en una reelección de Donald Trump, se encuentra todavía en la primera fase de este proceso. Mientras el resto del mundo planea ya sus movimientos teniendo en cuenta al nuevo presidente electo, Biden, los gobiernos de Polonia, Hungría y Eslovenia se cuentan entre los pocos que, a este lado del Atlántico, aún no han conseguido digerir la derrota de Trump.

A lo largo del sábado 7 de noviembre, se fue confirmando el resultado de las elecciones norteamericanas. Pero cuatro días después, cualquiera que sintonizase la televisión pública polaca pensaría que aún no estaba claro lo que todas las demás cadenas del mundo, incluida la Fox, ya habían difundido: que la victoria de Biden es concluyente. La TVP, órgano de propaganda del Gobierno populista polaco, se hizo eco de las acusaciones de fraude electoral que Trump y sus seguidores están difundiendo y que aún no han podido demostrar.

Incluso el mensaje del presidente polaco, Andrzej Duda, se limitaba a felicitar a Biden "por una campaña exitosa", añadiendo que se estaba "a la espera de la nominación del Colegio Electoral". Por su parte, Viktor Orbán, que llevaba meses asegurando que cuatro años más de Trump eran su "plan A" y que "no había plan B", empleaba la misma fórmula de felicitar a Biden "por su campaña" en lugar de por su victoria. En Eslovenia, el primer ministro, Janez Janša, fue todavía más allá, felicitando a Trump por su "victoria" el día 4 y enzarzándose en disputas descalificadoras con todo aquel que se prestase a ello en Twitter.

Foto: El ex secretario de Defensa estadounidense, Mark Esper. (EFE)

A medida que la realidad va ganando terreno a la fantasía, se va reduciendo el espacio que queda para maniobrar de quienes aún confían en un matemáticamente imposible cambio de la situación. Los "matones" autoritarios de Polonia y Hungría (así se refirió a ellos Biden durante su campaña electoral) han visto en la caída de Trump un aviso de lo que Biden piensa de unos gobiernos a los que comparó con el de Lukashenko en Bielorrusia.

Una apuesta... ¿fallida?

La repetida defensa que Biden ha hecho de los derechos de las minorías sexuales y su mención explícita a las "zonas libres de LGBT" en la Unión Europea (una iniciativa polaca respaldada por el Gobierno), así como su preocupación por la deriva autoritaria de algunos gobiernos, son avisos claramente dirigidos a Varsovia y Budapest, cuyos regímenes se han distinguido por la persecución y violencia institucionalizadas contra los derechos civiles de esta comunidad. Para rizar el rizo, si se da la circunstancia de que Kamala Harris se convierte en la primera vicepresidenta de EEUU, su declarado feminismo (por no mencionar su origen foráneo) la convertirían en la personificación de todo lo que odian y temen los populistas.

El presidente polaco es tal vez quien ha invertido más capital político en Trump. La relación entre Duda y Trump, que por parte polaca se intentaba presentar como más que política de fraternidad personal, ha sido enarbolada por el Gobierno polaco como un éxito de su política exterior y la prueba de haber alcanzado un lugar respetable en la comunidad internacional: "Nos envidian", dijo Jaroslaw Kaczyński, líder del partido en el Gobierno cuando Trump visitó Varsovia durante cinco horas.

La bienvenida que se le brindó en 2017 al “amigo americano” rozó el histerismo y sus ecos perduraron durante meses

La bienvenida que se le brindó en 2017 al "amigo americano", concediéndole el honor de pronunciar su discurso en una plaza histórica de la ciudad, rozó el histerismo y sus ecos perduraron durante meses. "Cinco horas que borran cinco décadas de aislamiento", decía un editorial polaco; "¡Nos quiere!", gritaba una portada en grandes letras. En su empeño de "hacer Polonia grande otra vez" con el apoyo de Trump, Duda viajó a Washington y sorprendió a todos con su risible oferta de establecer una base militar norteamericana en suelo polaco y llamarla Fort Trump. Al final, la cosa quedó en un destacamento desplazado desde Alemania y la adquisición por parte polaca de 32 cazas de combate F-35 por unos 4.300 millones de euros.

Un final similar a la polaca

La imagen que Trump se ha empeñado en proyectar, despreciando a las élites, instituciones o hechos que desmienten su visión del mundo, ha calado muy bien en cierta parte de la sociedad polaca afín al Gobierno. En medio de sus continuos conflictos con Bruselas por su desmantelamiento del poder judicial, Polonia encontraba en Washington un aliado con el que oxigenarse un poco fuera del club europeo y presumir de tener "otra cama" en la que dormir cuando Bruselas se enfadaba demasiado. Sin embargo, esta posición supuestamente privilegiada se basaba no en la relación con un país, sino en la amistad con un hombre que nunca fue un estadista y que muy pronto volverá a estar ocupado con el golf y los juicios pendientes.

placeholder Donald Trump y Viktor Orbán. (Reuters)
Donald Trump y Viktor Orbán. (Reuters)

Ahora, tras cuatro años de festín populista, muchos temen que Trump y Duda, que comparten muchas circunstancias, como haber enfermado de coronavirus, haber accedido a sus puestos por escaso margen y haber enchufado a su familia en el Gobierno, compartan también un final abrupto e indecoroso. Las protestas contra la prohibición del aborto, el nacionalismo rampante que ha vuelto a mostrar su cara más violenta en el Día de la Independencia (y cuyos grupos han tenido el apoyo público y expreso de Duda) y la catastrófica gestión de la segunda ola de la pandemia auguran un mandato plagado de problemas y descrédito para el presidente polaco.

Para otro 'matón' populista como Orbán, con la victoria de Biden volverá a imponerse la realidad geográfica frente a la afinidad ideológica que compartía con Trump. El "imperialismo moral" que, según el líder húngaro, intentaron imponer los demócratas norteamericanos en tiempos de Obama volverá a tenerle en el punto de mira por su declarado antisemitismo, su persecución de las minorías y su desprecio por la democracia.

Foto: Donald Trump en la Casa Blanca. (EFE)

Si en el caso polaco todavía hay cierto espacio de maniobra y lo peor que puede pasar es que Polonia pase de ser un aliado central a periférico, Hungría tiene una posición más difícil. Con sus juegos malabares diplomáticos, Orbán ha conseguido durante años gravitar confortablemente entre la órbita de Moscú y la del Washington trumpista. Ahora, con la Unión Europea poniendo en marcha mecanismos para condicionar sus ayudas económicas al respeto por la democracia, Orbán volverá a pensárselo otra vez antes de hacer afirmaciones como que "el verdadero enemigo es Bruselas".

Con una Administración hostil en EEUU, el club Visegrado se antoja demasiado pequeño para un país que también está siendo duramente golpeado por el coronavirus. Cuando Trump no era más que un candidato, Orbán se apresuró a felicitarle diciendo que “ni yo mismo podría haber expresado mejor lo que Europa necesita”. Ahora, Viktor Orbán necesitará de Europa mucho más de lo que probablemente se atreverá a expresar.

Un cómico polaco resumía a su manera cómo veía el fin de la era Trump y lo que significará para países como Polonia: "Se acabó la comida basura, la política basura; se acabó aparcar en zona prohibida porque somos amigos del alcalde; se acabó amenazar a nuestros vecinos con que tenemos un amigo mafioso; ahora hay que ponerse a dieta, limpiar el organismo, volver a las buenas costumbres, pedir perdón a todo el mundo, guardar las fotos autografiadas que antes mostrábamos con orgullo y, sobre todo, negarlo todo".

La psicología dice que, cuando alguien sufre una gran pérdida que le afecta emocionalmente, antes de aceptar la realidad pasa sucesivamente por las fases de negación, ira, negociación y depresión. La Europa más trumpista, que había invertido mucho capital político y grandes esperanzas en una reelección de Donald Trump, se encuentra todavía en la primera fase de este proceso. Mientras el resto del mundo planea ya sus movimientos teniendo en cuenta al nuevo presidente electo, Biden, los gobiernos de Polonia, Hungría y Eslovenia se cuentan entre los pocos que, a este lado del Atlántico, aún no han conseguido digerir la derrota de Trump.

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