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¿Qué van a hacer ahora los trumpistas?
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EL FUTURO DE LOS REPUBLICANOS

¿Qué van a hacer ahora los trumpistas?

Los conservadores responden a la derrota de Trump de varias maneras. Pero hay muchos votantes que se adhieren a la idea de que les han robado las elecciones

Foto: Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

Había llegado la hora de los demócratas. Después de pasar cuatro años fuera de la Casa Blanca, a medio camino entre la preocupación y la histeria, veían a uno de los suyos acariciar de nuevo el mando. Joe Biden era elegido presidente de Estados Unidos y decenas de miles de personas lo celebraban en las calles de Nueva York, Washington, Filadelfia y otros grandes bastiones del partido. Era su noche y así lo hicieron saber con enormes bailes, bocinazos y otras expresiones de euforia.

Mientras tanto, la otra mitad del país, los casi 71 millones de votantes que renovaron o depositaron por primera vez su confianza en Donald Trump, hacían honor a su etiqueta de 'mayoría silenciosa'. Las grandes regiones del interior no se veían por casi ningún lado en las crónicas. Era lo que tocaba. Ya habían tenido su momento cuatro años antes, aunque en aquel entonces los grandes medios también se habían centrado en las calles de Washington y Nueva York, que, en lugar de fiestas y conciertos improvisados, se llenaron de protestas y gritos de alarma.

Ahora, los conservadores responden a la derrota de Trump de varias maneras. Si miramos a Washington, algunos congresistas, como los senadores Ted Cruz y Josh Hawley, han dado un cauteloso pábulo a las falsas acusaciones de fraude planteadas por Donald Trump en los últimos días. Otros se quedan en tierra de nadie, como esperando a ver en qué dirección sopla el viento para poder ajustar sus velas. Y una minoría, como el senador Mitt Romney, ha felicitado a Joe Biden y ha dicho que Trump tiene "una relación relativamente relajada con la verdad".

Foto: El presidente Donald Trump en su rueda de prensa. (Reuters)

Si miramos las calles, algunos cientos de seguidores de Trump han montado protestas en los capitolios de varios estados, por ejemplo, en Michigan, Nueva York, Oregón y Texas. Las marchas han sido relativamente pequeñas y de momento solo ha habido violencia en la de Sacramento, en California, donde, según 'USA Today', los partidarios de Biden y Trump intercambiaron algunos puñetazos.

¿Y los grupos radicales?

Donde se ve más movimiento es en las redes sociales. El grupo de Facebook Stop the Steal, —detengan el robo— llegó a amasar 365.000 seguidores en menos de 24 horas, cuando fue cerrado por la compañía. Sus miembros habían adoptado las acusaciones infundadas del presidente saliente y algunos habían incitado a la violencia. Los organizadores tenían ya planeada una salida: mudaron el grupo a la red de WeMe, que desde hace meses va convirtiéndose en el punto de encuentro de los conservadores más escorados: aquellos que han sido suspendidos por Facebook.

El grupo creado en WeMe está tratando de convocar manifestaciones físicas frente a los capitolios de Nevada, Illinois, Tennessee, Pensilvania, Ohio y Maryland. Stop the Steal también está ganando fuerza en la otra alternativa a Facebook, Parler, que se ha posicionado como un refugio de las sensibilidades republicanas.

placeholder Donald Trump, jugando al golf en Virginia. (Reuters)
Donald Trump, jugando al golf en Virginia. (Reuters)

Las semanas de tensión que precedieron a las elecciones y la negativa de Trump a reconocer los resultados habían despertado el temor a una posible debacle: a la posibilidad de que la polarización creciera todavía más y la convivencia acabara rompiéndose por algún sitio. Este miedo, de momento, ha probado ser infundado. Quizá los problemas solo estén gestándose en los círculos radicales, o quizás el apetito de conflicto y estridencia haya sido saciado, y lo que predomine ahora en Estados Unidos sea un deseo de tranquilidad, de pasar página.

La derrota de Trump, si bien apoteósica para alguien que dice ser incapaz de perder y que así lo está demostrando, ha de ser analizada por partes. El 20 de enero, Donald Trump ya no será presidente, pero, más allá de este importante hito, el tirón del magnate ha demostrado ser formidable: el pasado martes, lo votaron casi 71 millones de norteamericanos, ocho millones más que en 2016. Unas cifras que nadie vio venir y que prueban la teoría de que Estados Unidos, en realidad, son dos países. Uno que lleva cuatro años viendo una desgraciada hecatombe y otro que se ha sentido lo suficientemente satisfecho como ampliar la base de Trump en ocho millones de votantes, hasta batir con facilidad el récord que había marcado Barack Obama.

Foto: Donald Trump en la Casa Blanca. (EFE)

El tirón del trumpismo ha logrado ampliar los escaños republicanos en la Cámara de Representantes, conquistar una gobernaduría más y un Congreso estatal, y defender los asientos del Senado que se supone se iban a volver demócratas. Si quitamos el pequeño detalle de que Trump ha perdido, el paisaje político se ha vuelto más republicano. Un Senado de derechas puede hacer que Joe Biden esté parcialmente maniatado, de manera que no pueda sacar adelante muchos de sus planes.

Los planes del presidente

Ahora, la pregunta es qué va a suceder con esta popularidad de Trump. ¿Se va a adormecer hasta ser estimulada de nuevo por un líder republicano? ¿Se trasladará a un hipotético canal de televisión, Trump TV? La reacción de Trump, ¿volverá a ser escuchada y creída por sus bases, o es la gota que romperá el hechizo y hará que le den, como parece haber sucedido con Fox News, la espalda? Las milicias que lo apoyan, como los Oath Keepers o los Three Percenters, o los ultraderechistas Proud Boys y tantos otros, ¿se quedarán calladas o tomarán algún edificio público en algún lugar, tratando de generar esa 'guerra civil' de la que llevan tiempo hablando?

No se trata, además, de una popularidad al uso, como la de un George Bush o un John McCain: meros recipientes de la ideología y las esperanzas republicanas, casi intercambiables entre sí cada cuatro años. La lealtad a Trump de sus electores ha probado ser férrea, tal y como demuestra su índice de aprobación. Cualquier presidente, de derechas o de izquierdas, ve sus números subir o bajar según su gestión o circunstancias. Los de Trump, en cambio, se han mantenido incólumes, siempre cerca del 40%. Como también el rechazo ha sido de hormigón. Y este ha podido sumar más votos en lo que, al final, han sido dos tsunamis de signo contrario.

En 2016, los grandes medios, situados en las principales capitales de la Costa Este, prometieron enmendar errores y escuchar a esa otra América que había resultado estar fuera de foco. Pero la incomprensión mutua, a todas luces, permaneció inalterable e incluso se hizo más severa: 71 millones de votos no encajan con esa catástrofe sin paliativos que cada día se desplegaba ante nuestros ojos en el 'prime time' y en las páginas de los periódicos. Tras la dramática y peleada victoria de Joe Biden y Kamala Harris, quizás el aliciente de abrir el foco sea ahora todavía menor.

Había llegado la hora de los demócratas. Después de pasar cuatro años fuera de la Casa Blanca, a medio camino entre la preocupación y la histeria, veían a uno de los suyos acariciar de nuevo el mando. Joe Biden era elegido presidente de Estados Unidos y decenas de miles de personas lo celebraban en las calles de Nueva York, Washington, Filadelfia y otros grandes bastiones del partido. Era su noche y así lo hicieron saber con enormes bailes, bocinazos y otras expresiones de euforia.

Joe Biden
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