Estados fallidos

Los Estados (¿fallidos?) de América: el imperio se asoma al abismo

Antes del coronavirus, EEUU ya tenía varias “conversaciones nacionales” pendientes que la espiral de polarización hacía imposible resolver. Desde las armas a la desigualdad, el racismo o el aborto, cada vez más analistas se preguntan si esta parálisis política es el signo de que el ‘imperio’ va rumbo de convertirse en un estado fallido. Ahora, la pandemia amenaza con terminar de reventar las costuras del tejido social estadounidense. El presidente que salga de las urnas el 3 de noviembre gobernará un país al borde del abismo.

Texto
Kike Andrés Pretel
Carlos Barragán
Alicia Alamillos
Formato
Laura Martín
Carlos Muñoz
Luis Rodríguez
S

e suele decir que Hillary Clinton fue una de las aspirantes presidenciales más preparadas de la historia. Graduada en Derecho en Yale. Batida dos veces en las primarias del partido. Ocho años como senadora por Nueva York, ocho más en la Casa Blanca como primera dama impulsando la reforma sanitaria y cuatro como secretaria de Estado, donde acumuló un vasto conocimiento de política exterior. Pero para derrotar su exhaustivo programa electoral de 288 páginas, Donald Trump tan solo necesitó cuatro letras que ni siquiera eran suyas: MAGA.

Trump le levantó el ya histórico ‘Make America Great Again’ (hagamos América grande otra vez) a la exitosa campaña de Ronald Reagan de 1980 -y ya entonces no era original-. Casi 40 años más tarde, ese eslogan fue el catalizador de un malestar crónico. Gran parte del pueblo estadounidense no solo aspiraba a revivir los viejos buenos tiempos, sino que le exigía a sus líderes desmontar el laberíntico entramado político-militar-empresarial financiado por los exorbitantes costes de mantener la llamada ‘Pax Americana’ planetaria. Era el momento de mirar adentro y barrer la casa. El problema no era tener un plan suficientemente bueno para mandar desde Washington. El problema era Washington.

Merchandising de las campañas electorales de Reagan y Trump

Chapa de Campaña Ronald Reagan
Campaña Ronald Reagan
1981 - 1989
Chapa de Campaña Donald Trump
Campaña Donald Trump
2016 - actualidad
Han pasado cuatro años y Trump podría utilizar esa otra frase que le birló a Reagan. Esta vez, la versión completa: “Cuando estás hasta las cejas de cocodrilos, es difícil recordar que uno vino aquí a drenar la ciénaga”

Este mensaje caló de inmediato en las bases republicanas, que tuvieron un flechazo con el excéntrico showman pese a los gimoteos de la cúpula del Great Old Party. Pero también sedujo a muchos indecisos y desactivó a los demócratas desencantados, quienes sintieron más recelos de Clinton precisamente por su abultado currículo en la élite política, que por el magnate inmobiliario y su hemeroteca de escándalos, quiebras y mentiras.

Porque para muchos estadounidenses es difícil digerir que la -todavía- mayor potencia del planeta, el imperio solitario que emergió de la Guerra Fría y la América que Dios bendice tenga semejantes contradicciones; desde las más materiales, como la rampante desigualdad o el calamitoso estado de sus infraestructuras, a las más ideológicas, como el resurgir del supremacismo blanco armado, o la eterna deuda pendiente de una sanidad que no te haga caer en bancarrota. La lista de agravios es tan diversa y caleidoscópica que es difícil resumir en pocas líneas. Como lo es identificar a todos los culpables. Así que, signo de los tiempos que vivimos, todo quedó galvanizado en un concepto, simple pero poderoso, que Trump repitió hasta la saciedad: “Drain the swamp”. Drenar la ciénaga.

Han pasado cuatro años y Trump podría utilizar esa otra frase que le birló a Reagan. Esta vez, la versión completa: “Cuando estás hasta las cejas de cocodrilos, es difícil recordar que uno vino aquí a drenar la ciénaga”

Desde la Gran Recesión que siguió a la crisis financiera, hay una convicción generalizada de que hay que desconectar el poder político de las élites económicas del país. Primero lo intentó la izquierda con Barack Obama -dos veces- y luego la derecha redobló la apuesta con Trump. Dos caras del mismo anhelo. Obama fracasó. También Trump. Han pasado cuatro años y el 50º presidente bien podría utilizar esa otra frase que también le birló a Reagan. Esta vez, la versión completa: “Cuando estás hasta las cejas de cocodrilos, es difícil recordar que uno vino aquí a drenar la ciénaga”. Y nadie cree que Joe Biden, con más de 40 años como político profesional, vaya a ser el que revolucione el sistema.

Conversaciones pendientes

Antes de que llegara el coronavirus, Estados Unidos ya tenía varias “conversaciones nacionales” pendientes que la asfixiante polarización política hace imposible abordar: el control de armas en medio de una oleada de tiroteos en escuelas, una epidemia por sobredosis de opioides, la brutalidad policial contra las minorías, la vulneración de los derechos humanos de los migrantes y refugiados en las fronteras, el retroceso en derechos para la mujer como el aborto y una emergencia climática existencial que la mayor y más contaminante economía del planeta no termina de encarar. Y entonces llegó la pandemia.

“En marzo, mi mujer y yo estábamos pensando qué hacíamos: ¿sacábamos a los chicos del colegio, dejábamos de ir a la oficina, de ir en el metro? Había una sensación de que nadie en el poder estaba planeando, pensando, dando instrucciones. Parecía que nadie se preocupaba por nosotros. Los ciudadanos estadounidenses estábamos solos”, relata el escritor y periodista estadounidense George Packer a El Confidencial. “Me recordó cómo es vivir en un país como Sierra Leona o Irak donde no esperas que nadie del gobierno se preocupe ni esté interesado en ti. Tan solo tratan de salvarse ellos. Y de una forma u otra, ha seguido siendo así durante toda la pandemia. Mira lo que dijo ayer Trump durante el debate. ‘¿Qué queréis que haga yo?’, y recordé la definición de estado fallido”, agregó el periodista, quien en junio publicó el artículo “Estamos viviendo en un Estado fallido” en The Atlantic. “Por supuesto, no lo decía de forma literal”, aclara por si las moscas.

Una población diversa pero polarizada geográficamente por afinidad ideológica: “Esto se traduce en un Congreso en el que el más liberal de los republicanos es más conservador que el más conservador de los demócratas”

No es el único: The Nation, Saloon, The Conversation, Vice. El tema es recurrente estos días. Pero no es nuevo. Francis Fukuyama ya plasmó estas contradicciones en un artículo de diciembre de 2016 titulado “América: estado fallido”. El sistema político estadounidense es disfuncional escribió Fukuyama, quien ya se había arrepentido del apresurado carpetazo que le había dado a la historia -con la democracia liberal como última forma de gobierno-. Y las raíces del problema son sociales e institucionales. Una población diversa en todos los ejes -raza, etnia, religión, cultura- que se ha polarizado geográficamente por el peso de la afinidad ideológica. “Esto se traduce en un Congreso en el que el más liberal de los republicanos es considerablemente más conservador que el más conservador de los demócratas”. Y así es cada vez más difícil llegar a acuerdos para resolver los problemas que, a su vez, seguirán dividiendo a la sociedad, que seguirán polarizando a sus representantes.

Una población diversa pero polarizada geográficamente por afinidad ideológica: “Esto se traduce en un Congreso en el que el más liberal de los republicanos es más conservador que el más conservador de los demócratas”

Los estadounidenses acuden a las urnas en este ambiente político hostil, marcado por la crisis sanitaria y económica. Un momento crítico que puede marcar el rumbo de la nación en las próximas décadas. Gane quien gane la elección, se encontrará un país con varios frentes de inestabilidad y división que amenazan con terminar de desgarrar el deshilachado tejido social americano. Y los análisis de riesgo ponderan cada vez más posibilidades de violencia política. Estas son las claves de la gobernabilidad de la nación.

Coronavirus

Milwaukee | La gota histórica en el vaso de las contradicciones

Mapa de Milwaukee

En noviembre de 2016, Donald Trump, recién elegido presidente, celebraba un multitudinario encuentro en un recinto ferial a las afueras de Milwaukee para celebrar los menos de 200.000 votos con los que ganó el estado de Wisconsin, claves para sellar su inesperado ascenso a la Casa Blanca. Cuatro años después, las camisas rojas y las gorras de MAGA se han reemplazado por batas blancas y mascarillas. El recinto ha tenido que ser reconvertido en un hospital de campaña para tratar pacientes de coronavirus en uno de los estados más azotados en la segunda oleada de la pandemia.

El destino de estas instalaciones en Milwaukee es el ejemplo perfecto de cómo el coronavirus ha dado la vuelta a las elecciones presidenciales de EEUU. Si en enero Donald Trump se mostraba confiado, con una base sólida de partidarios acérrimos y los avales de una economía creciendo como un tiro, apenas dos meses después el covid-19 entraba en campaña sacudiendo la bolsa y la vida del país. La respuesta del presidente a la pandemia ha cercenado sus opciones de reelección y le ha enemistado con los ancianos blancos, una demografía tradicionalmente republicana.

El coronavirus ha golpeado especialmente a aquellas zonas que se pasaron de los demócratas a Trump siguiendo su promesa de revitalizar la economía de las áreas que se sentían abandonadas por el progreso de la globalización, que ha preferido las costas y las grandes ciudades olvidándose del interior rural y despoblado. Los suburbios de Milwaukee, en el ‘cinturón del óxido’, habían comenzado a renacer… Hasta que llegó la epidemia.

Tasa de nuevos contagios por Covid-19 cada 100.000 habitantes

Fuente: Johns Hopkins University | Datos del 28 de octubre

Menos de 1 1-9 10-24 25 o más
Un 57,4% cree que Trump no ha gestionado bien la pandemia por un 39,8% que piensa que sí. Unas cifras que calzan con su popularidad durante estos cuatro años. Sin rebasar nunca el 50%, pero tampoco por debajo del 40%. En ese margen se juega la Casa Blanca

Para entender la pandemia en Estados Unidos, Wisconsin es paradigmático: con una de las peores tasas de nuevos contagios de todo el país, un estado dividido entre azules y rojos, una brecha partidista que bloquea las medidas del gobierno, una corte de justicia controlada por los republicanos (a imagen y semejanza de la Corte Suprema de EEUU) y una creciente tensión racial que terminó explotando en numerosas protestas durante los disturbios generalizados por la muerte de George Floyd. Y hacerse con Wisconsin es clave para la carrera presidencial a la Casa Blanca.

La pandemia es prácticamente el único elemento que ha hecho grave daño a Trump en las encuestas. A día de hoy, un 57,4% de los estadounidenses cree que Trump no ha gestionado bien la pandemia y solo un 39,8% piensa que sí. Unas cifras que calzan con la popularidad de Trump durante estos cuatro años. Sin rebasar nunca el 50%, pero tampoco por debajo del 40%. En ese margen es donde puede perder la Casa Blanca.

Mientras, las cifras del covid en Estados Unidos, el país más afectado del mundo con más de nueve millones de casos, siguen creciendo: este miércoles se registraron más de 80.600 nuevos infectados, una cifra récord y casi el doble de los que se registraban en abril, cuando Nueva York era el foco pero el resto del país parecía relativamente a salvo. Ahora, la pandemia se ha desplazado desde las costas hacia el centro del país, donde se registran los mayores aumentos de casos per cápita.

Un 57,4% cree que Trump no ha gestionado bien la pandemia por un 39,8% que piensa que sí. Unas cifras que calzan con su popularidad durante estos cuatro años. Sin rebasar nunca el 50%, pero tampoco por debajo del 40%. En ese margen se juega la Casa Blanca

Cualquiera sea el resultado de las elecciones, el invierno será difícil. Como ha demostrado la agresiva campaña de Trump contra los gobernadores demócratas para que reabrieran sus estados (con sus tuits “¡Liberad Michigan!”), la presidencia no tiene tantas opciones para aplicar medidas anti-covid, que estarán en manos de las autoridades locales. Especialmente cuando un elemento como las mascarillas se ha convertido en una insignia partisana.

Pero el coronavirus va más allá de la crisis sanitaria y las más de 228.000 muertes, también ha desnudado otros problemas que ya estaban ahí: la desigualdad económica, la fragilidad del sistema de protección social estadounidense, especialmente para las minorías y la brutal polarización del país. La gran gota histórica que amenaza con colmar el vaso de las contradicciones.

Tensión racial

Minneapolis | 526 segundos extraordinarios y corrientes

Mapa de Minneapolis

Fueron 526 segundos mortales en la ciudad de Mineápolis. 526 segundos en los que George Floyd (negro) pidió ayuda una y otra vez y pedía al policía Derek Chauvin (blanco) que levantara la rodilla de su cuello. “No puedo respirar”, las últimas palabras de Floyd antes de morir bajo arresto por una factura falsa, se convirtió en un grito revolucionario que se escuchó por todo el país y que desató una oleada de protestas. Lo extraordinario de su muerte fue lo corriente de su muerte. Un crimen que volvió a poner la desigual relación entre la raza negra en EEUU y el resto. Examinemos las cifras.

Muertes desproporcionadas de negros a manos de la policía (2013-2019)

Fuente: Mapping Police Violence

El 59% de los estadounidenses creen que la muerte de George Floyd fue “parte de un patrón más amplio de excesiva violencia policial hacia los afroamericanos”.

Un estudio de Monmouth destacaba que el 44% de los afroamericanos (o su familia) habían sido acosados por la policía.

Y un 87% piensa que es más probable que la policía use fuerza excesiva contra ellos.

Esta discriminación tiene sus efectos en las detenciones. En 2018, había 1.501 prisioneros negros por cada 100.000 adultos negros, más de cinco veces la tasa entre los blancos.

Por último, un hogar afroamericano ingresa de media 18.000 dólares anuales, casi diez veces menos que un blanco.

Ratio de muertes:
0 10
Número de muertes:
20 180

En uno de sus célebres discursos, Martin Luther King culpaba de la desigualdad económica entre razas a la desventaja de origen. “Ningún otro grupo étnico ha sido un esclavo en suelo americano”, dijo en 1967. Esto también ha tenido consecuencias en la tasa de pobreza. En 2018 alcanzó el 20,8% entre la población negra frente a un 8,1% de los blancos no hispanos.

El acceso al mercado laboral se repite la misma historia. Durante décadas, la tasa de desempleo de los negros fue generalmente más del doble que la de los blancos. Aunque antes de la pandemia esa brecha se redujo, el coronavirus, una vez más, ha servido de lupa para una injusticia histórica y estructural. En Estados Unidos, es mucho más probable que un afroamericano muera por coronavirus que un blanco. En Chicago, por ejemplo, pese a que los negros representan menos de tercio de la población, han llegado a sumar el 60% de las muertes por covid-19.

Aborto

Louisville | Aunque intente cerrar los ojos y tapar sus oídos

Mapa de Louisville
De todas las “guerras culturales” que se libran en EEUU ahora mismo, el aborto es la más significativa. Esta reivindicación se ha convertido, en pleno siglo XXI, en epítome de la narrativa “ellos” contra “nosotros” que rige la política estadounidense.

En 2017, el estado de Kentucky aprobó una ley que obligaba a las mujeres que querían someterse a un aborto a ver una ecografía y a escuchar una descripción detallada del feto. Quisieran o no. “Mientras la paciente está medio desnuda en la camilla con los pies en los estribos, normalmente con una sonda de ultrasonido dentro de su vagina, el doctor tiene que seguir hablándole, mostrándole las imágenes del feto y describiéndolas, incluso aunque ella intente cerrar los ojos y tapar sus oídos”, denunció el Centro Quirúrgico para Mujeres EMW, que en ese momento era el único operativo en todo el estado.

Tras dos años de la “típica” batalla legal entre distintas instancias judiciales, la Corte Suprema falló en diciembre a favor del estado: la ley se queda como está. Las mujeres de Kentucky son otro ejemplo más de cómo opera la polarización dinamitando consensos en derechos fundamentales.

De todas las “guerras culturales” que se libran en EEUU ahora mismo, el aborto es la más significativa. Esta reivindicación se ha convertido, en pleno siglo XXI, en epítome de la narrativa “ellos” contra “nosotros” que rige la política estadounidense.

De todas las “guerras culturales” que se libran en EEUU ahora mismo, el aborto es la más significativa. Esta reivindicación se ha convertido, en pleno siglo XXI, en epítome de la narrativa “ellos” contra “nosotros” que rige la política estadounidense. Las actitudes sociales no han cambiado en décadas: la mitad del país se identifica más pro-vida, la otra mitad, pro-decisión, prácticamente la mitad lo ve como “moralmente aceptable” y otro tanto como “inmoral”. La mayoría cree que el aborto debería ser legal en algunos casos. O lo que es lo mismo, la mayoría cree que debe haber algún tipo de restricción. Pero detrás de la brocha gorda de los sondeos, los expertos descubren una gran zona llena de grises, de opiniones matizadas y voces comprensivas.

Evolución de la hostilidad hacia el aborto

Fuente: Guttmacher Institute

Sin embargo, al mirar el mapa, vemos cómo la hostilidad hacia el aborto se ha extendido por todo el país en apenas 20 años. Actualmente, casi 40 millones de mujeres en edad reproductiva (58%) viven en alguno de los 21 estados abiertamente hostiles al aborto -siete de ellos muy hostiles-.

Un 10% más que en 2000, según el instituto Guttmacher, cuando solo cuatro estados ponían trabas significativas.

2019 Amplia hostilidad
Hostil Muy hostil
2000 Escasa hostilidad
Hostil Muy hostil

Por ello, el aborto llega, una y otra vez, a la Corte Suprema en una lucha interminable que ya se prolonga casi medio siglo. La histórica sentencia Roe vs. Wade de 1973 que legalizó el aborto en EEUU y que los grupos provida no se cansarán de desafiar. Con una nueva súper mayoría conservadora en el máximo tribunal del país -tras el tercer nombramiento de Trump con la nominación de la jueza ultrarreligiosa Amy Coney Barrett- ese pilar de la jurisprudencia social está en cuestión y demolerlo podría generar un cortocircuito definitivo entre las dos Américas.

Violencia

Lansing | Bienvenidos a la América de Weimar

Mapa de Lansing
Un tercio de los estadounidenses considera que la violencia está justificada para alcanzar objetivos políticos, mientras la confianza en el gobierno está en mínimos históricos del 17%. No es de extrañar que el término “América de Weimar” sea ‘trending’ en las columnas de opinión

El 8 de octubre, el FBI anunciaba que había desarticulado un complot paramilitar para secuestrar a la gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer. Fueron arrestados seis hombres, acusados de conspiración con un grupo de milicias extremistas para perpetrar el rapto. ¿La motivación? Whitmer, como otros gobernadores estatales, estarían violando la libertad consagrada constitución estadounidense con sus medidas contra el coronavirus. Ya un par de meses antes un grupo de hombres armados bloqueó el Parlamento de Michigan, en Lansing, para amedrentar a los congresistas e impedir que se votaran restricciones contra el covid. Esta es la manifestación más obscena de la polarización y la política de trincheras que lleva años bullendo soterradamente en EEUU y amenaza hoy con desatar disturbios violentos post electorales.

Michigan, así como Georgia, Pensilvania, Wisconsin y Oregon, son los estados con más riesgo de que se produzca violencia poselectoral, según un análisis publicado por ACLED. Michigan, un estado que no es radicalmente republicano (swing state) que en 2012 votó por Obama y 2016 por Trump, es un ejemplo clave del crecimiento de este tipo de milicias al calor de las protestas violentas y disturbios de del verano de la ira por la muerte de George Floyd y la brutalidad policial. Si a mediados de junio dos de cada tres ciudadanos respaldaban las manifestaciones de Black Lives Matter, en septiembre ese respaldo había bajado a algo menos de uno de cada dos.

Un tercio de los estadounidenses considera que la violencia está justificada para alcanzar objetivos políticos, mientras la confianza en el gobierno está en mínimos históricos del 17%. No es de extrañar que el término “América de Weimar” sea ‘trending’ en las columnas de opinión

En el último lustro, se han multiplicado las milicias, tanto de izquierda como de derecha. Según apuntan analistas, la posibilidad de violencia es muy real. Estados Unidos tiene la mayor tasa del mundo de propiedad de armas de fuego (120 por cada cien residentes, algo más del doble del segundo país en el ránking, Yemen) y las ventas se han disparado por la pandemia de coronavirus, con récords de un aumento del 80% en marzo. En una encuesta reciente, un 36% de los republicanos y un 33% de los demócratas consideraban que la violencia estaba justificada hasta cierto punto para alcanzar objetivos políticos. Con la creciente polarización política acumulando pólvora ideológica, muchos temen que las elecciones sean la mecha.

Protestas no pacíficas (mayo-octubre de 2020)

Fuente: US Crisis Monitor

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Durante los meses duros de la pandemia, se han producido más de 500 disturbios, saqueos y enfrentamientos entre la policía y manifestantes violentos, y han sido respondidos con un aumento también de la actividad de las milicias y grupos armados. Y la narrativa está clara: ante los disturbios, hay que armarse y “protegerse”. Esa era al menos la intención declarada del joven de apenas 17 años natural de Illinois que cruzó varios estados para presentarse en las protestas de Kenosha fuertemente armado: acabó matando a dos hombres. Las protestas y contraprotestas que acaban volviéndose violentas empiezan a ser un patrón. La confianza en el Gobierno está ahora en mínimos históricos, con apenas un 17%. El término “América de Weimar” es cada vez más común en las columnas de opinión.

Desigualdad

Nueva Orleans | El ritmo de los turbulentos años 20

Mapa de Nueva Orleans

“No tienen ni idea de lo que está pasando aquí”. Era finales de agosto de 2005 y el huracán Katrina acaba de desatar el pandemonio en Nueva Orleans: el 80% de la ciudad bajo agua, las vías de acceso destruidas y saqueos fuera de control. El entonces alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin, estaba furioso: "¿Me quieren decir que en un lugar donde probablemente haya miles de personas muertas, y otros miles que están muriendo cada día, no pueden encontrar la forma de autorizar los medios que necesitamos?”. Tampoco es que les pillara de sorpresa: Luisiana fue impactada por 49 de los 273 huracanes que llegaron a la Costa Atlántica entre 1851 y 2004.

Han pasado 15 años y la ciudad nunca llegó a recuperarse del todo. Y de todos los efectos que tuvo la catástrofe, uno llama la atención: las zonas elevadas de la ciudad con menos probabilidades de inundación se dispararon de precio y comenzaron a ser ocupadas por familias blancas, con más ingresos y menos desempleo. Uno de los primeros ejemplos de gentrificación climática en Estados Unidos.

Índice Gini de 2018 por estado

Fuente: Censo de EEUU

Nueva Orleans está en Luisiana, pero por su coeficiente de Gini bien podría estar en Zambia. La ciudad del jazz, el carnaval y el vudú es la segunda más desigual del país, según el índice que compila la agencia Bloomberg con los 50 núcleos urbanos más importantes del país.

La cifra es 0,5744, que viene a decir que el 40% de la población gana apenas el 7,5% de la renta disponible.

Hay ciudades, como Atlanta, y estados, como Nueva York, aún más desiguales. Pero Luisiana tiene otra penosa singularidad. Es muy pobre, con un ingreso medio por hogar prácticamente la mitad que el de Washington DC.

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Los turbulentos años 20: “Dados los agravios, la rabia y la desconfianza acumuladas en las dos últimas décadas, casi cualquier escenario electoral es probable que lleva a protestas populares de una magnitud que no hemos visto en un siglo”

El fenómeno se ve dolorosamente en los estados del Sur Profundo, pero es nacional y lleva ocurriendo en los últimos 50 años. Si en 1968, el 20% de la población con más ingresos acaparaba el 43% del ingreso nacional, esa cifra llegó al 52% en 2018. La brecha de riqueza entre las familias más ricas y las más pobres se ha duplicado entre 1989 y 2016, mientras la clase media ha perdido poder adquisitivo sostenidamente en las últimas cinco décadas. EEUU tiene la mayor disparidad de ingresos de todo el G7 y la brecha racial de ingresos no solo persiste, sino que se ha ampliado. Y aunque más del 60% de los estadounidenses creen que hay demasiada desigualdad en el país, cuando se ve por tendencia ideológica, casi un 80% de los demócratas lo ven excesivo, por un 41% de los republicanos.

Los turbulentos años 20: “Dados los agravios, la rabia y la desconfianza acumuladas en las dos últimas décadas, casi cualquier escenario electoral es probable que lleva a protestas populares de una magnitud que no hemos visto en un siglo”

La desigualdad no solo es un asunto ético y moral. Cada vez hay más evidencia de que la desigualdad es uno de los elementos más corrosivos en la sociedad. Como muestra, esta teoría del antropólogo evolucionista de la Universidad de Connecticut Peter Turchin, quien ha desarrollado un modelo (‘political stress indicator’) que explica cómo la desigualdad escala hacia la inestabilidad política. Hace una década, Turchin predijo en un artículo en Nature que el pico de distorsión se daría en torno a 2020: “En Estados Unidos, tenemos salarios reales estancados o a la baja, una creciente brecha entre ricos y pobres, una sobreproducción de licenciados y una deuda pública explosiva. Históricamente, estos eventos han servido como claros indicadores de un período de inestabilidad política”.

Lo que ha sucedido durante estos diez últimos años es que la gente, en todo el espectro político, ha perdido fe en el gobierno y las instituciones. “En resumen” -dijo Turchin en un reciente artículo para actualizar su índice de estrés político- “dados los agravios, la rabia y la desconfianza acumuladas en las dos últimas décadas, casi cualquier escenario electoral es probable que lleva a protestas populares de una magnitud que no hemos visto en un siglo”. Bienvenido a los turbulentos años 20.

Polarización

Washington | Tú a Washington, yo a Oklahoma

Mapa de Washington
En Washington, Reagan logró el 13%, los Bush un 9% y Trump, apenas un 4%. A nadie le extraña que la capital haya sido monopolizada por un partido y ese es el mayor síntoma clave de cómo el país se ha partido, físicamente, en dos bandos ideológicos irreconciliables

No hay mejor ejemplo para comprender el grado de polarización en Estados Unidos que la propia capital del ‘imperio’. Por toda la ciudad de Washington, unos días antes de las elecciones, se pueden ver carteles apoyando a Joe Biden, letreros simpatizando con el movimiento ‘Black Lives Matter’ o calabazas y esqueletos. Pero ni rastro de Donald Trump. Si acaso un cartel junto a una tumba de cartón que anuncia su muerte política (RIP: 2016-2020) en una discreta calle paralela a la 13. Lo más extraño del caso, es que a nadie le extrañe que la ciudad política de referencia haya sido monopolizada por un solo partido.

En este fenómeno histórico se encuentran las semillas originales de la fragmentación ideológica. Washington D.C, centro neurálgico de élites políticas, siempre ha sido demócrata. Sin embargo, su evolución electoral es una muestra de cómo el propio país ha ido dividiéndose en dos mitades, cada una emigrando hacia un lugar distinto, cada una alejándose cada año de sus oponentes políticos hasta un punto en el que muchos estadounidenses no conocen a votantes de otros partidos.

En Washington, Reagan logró el 13%, los Bush un 9% y Trump, apenas un 4%. A nadie le extraña que la capital haya sido monopolizada por un partido y ese es el mayor síntoma clave de cómo el país se ha partido, físicamente, en dos bandos ideológicos irreconciliables

En 1972 y justo antes del caso Watergate, el republicano Richard Nixon consiguió el 21,56% de los votos en la capital de EEUU. Parecen pocos, ¿verdad? Desde entonces, los republicanos han ido recibiendo cada vez menos: Ronald Reagan bajó hasta el 13%, George W. Bush padre e hijo se hundieron hasta el 9% en la década de los 90 y los 2000 y el culmen llegó con Donald Trump, cuando apenas el 4% de los votantes de esta ciudad votaron por él.

Este fenómeno se ha repetido por todo el país. Desde un punto de vista estratégico, a los republicanos no les ha importado mucho porque, pese a perder votos en las grandes urbes, han ido consiguiendo recuperar votos en las zonas rurales, mucho más rentables electoralmente (en Oklahoma y Wyoming votan masivamente republicano, no importa el candidato o la situación). El sistema electoral estadounidense, donde cada estado reparte un determinado número de votos electorales, está diseñado para evitar que las grandes ciudades decidan sobre el ‘fly over country’, ese vacío gigantesco entre las costas repleta de desiertos, montañas y lagos en los que cada año vive menos gente y hay menos oportunidades económicas. Pero ha acabado dando las llaves de la Casa Blanca a un puñado estados.

Elecciones presidenciales de 2016

Republicanos Demócratas Reparto proporcional

Aquí llegamos al mapa de 2016. A primera vista, la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton es incontestable. Una gran mancha roja con unos puntitos azules. Pero si uno observa el voto popular, la historia es completamente distinta: el magnate neoyorquino logró algo menos de 63 millones de votos frente a los 65,85 millones de votos de la demócrata. Porque en EEUU no importa cuántos votantes consigas, sino dónde vivan. Y mientras los incentivos electorales para polarizar sean rentables, no habrá nada que ponga freno a la alienación de las dos Américas. La misma que alimenta estas contradicciones que amenazan con sellar la profecía de Abraham Lincoln: “América nunca será destruida desde el exterior. Si desfallecemos y perdemos nuestras libertades, será porque nos hemos destruido a nosotros mismos”.