Ola azul, espejismo rojo o voto silencioso, los tres escenarios electorales en EEUU
EEUU se aproxima a una especie de clímax, un desenlace político con tres posibles escenarios: victoria arrolladora de Biden, el voto silencioso y estratégico de Trump o 'el espejismo rojo'
Estados Unidos se aproxima a una especie de clímax: un desenlace político para el que sus actores llevan años preparándose. Donald Trump, cultivando su imagen de líder agresivo que no sabe lo que es el fracaso; por ejemplo, un fracaso electoral que en las próximas horas puede tratar de evitar a cualquier precio. Joe Biden, como reliquia de una vieja manera de hacer política; una manera vetusta que sin embargo vuelve a estar en boga, como si fuera la alternativa sedada y predecible a una década de estridencia. Y luego estamos el resto: los espectadores de una democracia que, al parecer, llevaba 30 años en declive secreto. Un declive que se habría manifestado con crudeza este último lustro, hasta poner el país al borde de una catástrofe.
[Sigue la jornada electoral en directo]
La tirantez se nota en las calles y en las relaciones humanas. Muchos norteamericanos han levantado barreras entre sí: cordones sanitarios de política. Ya no mencionan el nombre del presidente o de su contrario, por miedo a que la relación prenda fuego y se volatilice para siempre. Esto se refleja en las encuestas.
Según un sondeo de la Universidad de Monmouth, el 78% de los votantes republicanos cree que los demócratas probablemente amañarán las elecciones. Del otro lado, el 91% de los demócratas piensa lo mismo de los republicanos. Este otro sondeo dice que uno de cada tres estadounidenses justificaría la violencia política y este estudio llega a la misma conclusión por otros caminos. En una encuesta de septiembre, el 74% de los habitantes de Estados Unidos esperaba ver violencia tras las elecciones. La mitad de estos, “mucha violencia”.
Dicen que el dinero es buen indicador de lo que va a pasar en un sitio, y estos días vemos al billete verde moverse como un animalillo nervioso, entrando y saliendo de su madriguera. Las calles comerciales de las grandes ciudades como Nueva York, Washington, Los Ángeles o Chicago, han sido tapiadas con feos tablones. Sus dueños han contratado seguros millonarios y Wall Street cerró el viernes su peor semana desde marzo, cuando la pandemia le dio una dentellada a la economía.
Los extremismos, en cambio, viven una edad de oro. Desde la ultraderecha se perciben complots para quitar del poder a Trump y hacer de Estados Unidos una dictadura castrista donde el hombre blanco y sus valores occidentales serían erradicados. Siempre andan con las palabras “guerra civil” en la boca y cada vez enseñan más músculo cerca de los mítines y de los colegios electorales. Los estados más sensibles a posibles roces o episodios violentos son, según un estudio de Acled y Militia Watch, Pensilvania, Georgia, Michigan, Wisconsin y Oregón.
La extrema izquierda, por otra parte, fantasea con el supremacismo blanco, que se imagina hasta en los detalles más nimios, y tiene un pie en las calles y otro en las instituciones, donde avanza su manera de ver el mundo estrecha y sofocante. Ambas intolerancias se retroalimentan, se confirman la una a la otra, como dos amantes secretos que se necesitan para crecer, justificarse y continuar expandiendo sus parcelas. Los lugares más sensibles a sus protestas, que suelen ir acompañadas de saqueos y disturbios, son las grandes ciudades demócratas: desde Nueva York a Washington, Los Ángeles, Chicago, Atlanta y Portland.
En el medio del ring, los boxeadores. Dos hombres blancos y mayores pero con estilos totalmente distintos de hacer política. Donald Trump no ha dejado de fajarse en mítines que no seguían ninguna de las reglas de seguridad sanitaria contra el virus. Multitudes sin apenas mascarillas, aplaudiendo y coreando, respirándose unas encimas de otras. Joe Biden, en cambio, ha hecho la campaña más conservadora que se recuerda: lejos de los focos y de sus características pifias, escudado en el peso de su nombre, dejando que Trump se cociese en sus propios escándalos.
La tramposa ventaja de Biden
Hoy Trump intentará renovar la confianza de sus bases; una confianza que tiene que ser lo suficientemente amplia como para volver practicar su vudú de 2016: esos 80.000 votos escasos que le dieron los delegados suficientes en tres estados. Pero los números no lo acompañan. Una sustanciosa parte de la gente mayor, que hace cuatro años votó por él con siete puntos de diferencia, se ha pasado a Biden. Su apoyo entre las mujeres de la periferia de las ciudades ha descendido y solo le queda, según los sondeos, una fría mejora del respaldo de los hombres negros e hispanos.
Aun así, si miramos a las encuestas, el liderazgo nacional de Biden no significa gran cosa. Es verdad que ha sido muy amplio y, sobre todo, mucho más sólido que el de Hillary Clinton hace cuatro años, como si no quedara ni un solo votante indeciso en todo Estados Unidos. Pero los sondeos que cuentan son los de los estados clave: allí donde el margen es ajustado y un voto de más o de menos lo cambia todo. Y aquí la ventaja de Biden, si bien es razonable, anda muy cerca del margen de error.
Los escenarios
Los tres estados a los que tenemos que mirar al comienzo de la noche son Florida, Georgia y Carolina del Norte. Si los gana Joe Biden, su camino hacia la victoria estaría casi despejado. Si caen del lado de Trump, la noche se presentaría más larga y cargada de suspense. Una victoria de Biden en Carolina del Sur sería muy buena señal para los demócratas. El candidato a senador de este estado, Jaime Harrison, ha batido todos los récords de recaudación, y contra un jerifalte republicano: Lindsey Graham. De votar demócrata, Arizona y Texas rematarían la 'ola azul'.
El gran premio, sin embargo, es Pensilvania: la principal torreta del 'muro azul' demócrata que Donald Trump conquistó en 2016, y que tiene 20 jugosos delegados. Ha sido con diferencia el estado más concurrido por los candidatos en la recta final de campaña. Solo Trump dio allí cuatro mítines el sábado.
Así que tenemos por delante diversos escenarios: el primero es una ola azul de apoyo a Biden, una goleada que dé a los demócratas los estados clave y varios territorios de propina en el sur, como Georgia, Arizona y Texas. Es una predicción, desde el punto de vista demócrata, muy optimista, pero tiene cabida en los sondeos.
El segundo es que Biden gane con el voto popular pero con un ligero margen de votos electorales. Y el tercer escenario es una victoria de Trump, en caso de que esos votantes tímidos que no responden a los encuestadores o no les cuentan la verdad, existan y salgan a votar. En este punto los encuestadores, que este año han ido curándose en salud diciendo que Trump aún puede ganar, etc, directamente dejarían sus empleos y la profesión desaparecería para siempre.
Porque, además, las encuestas de este año tienen una importancia relativa. La pandemia de coronavirus ha creado espacios de conflicto legal. Los demócratas han tratado de flexibilizar la manera de votar para permitir más opciones. Los republicanos dicen que estos cambios son la antesala del fraude, y se han empeñado en limitar el voto. El resultado son más de 300 litigios sobre el derecho de voto en 44 estados. 13 de ellos no aceptarán las papeletas que lleguen después de hoy, lo que puede ser un varapalo para los demócratas. En otros sí habrá margen de recuento.
El espejismo rojo
El cuarto escenario que se baraja, y que no es el menos probable, es un resultado inconcluso, con una posible consecuencia: que Trump se proclame ganador antes de que termine el recuento. Aprovecharía lo que se llama el 'espejismo rojo'. Dadas las condiciones de la geografía política y de que los republicanos votan más en persona, sus votos se cuentan antes. Entonces, el mapa electoral se va tiñendo de rojo en las primeras horas de la noche. Esto le daría a Trump una cobertura visual, que no legal, para proclamarse vencedor. Así se lo habría comunicado a sus allegados, según el portal Axios. Este paso vendría acompañado por una ofensiva legal como no ha visto Estados Unidos. Una especie de Florida del año 2000 multiplicada muchas veces.
Lo que sucedería a continuación, nadie lo sabe. El factor crítico es la desconexión que existe entre las mayorías sociales y las instituciones. La base de Donald Trump solo escucha lo que dice el presidente; ningún alto funcionario que de repente aparezca de la nada, de la Comisión Electoral Federal, anunciando unos resultados, hará mella en un ejército leal a su líder. En caso de que los tribunales y los funcionarios den la razón a Trump, se hace raro imaginar a la izquierda aceptando la derrota. La misma izquierda que hace cuatro años tomó las calles en un estallido de pánico y que desde entonces proyecta su odio incondicional anti-Trump.
La noche fría avanzará poco a poco, pero al amanecer, probablemente, no tendremos esa habitual sensación de renovación que suelen traer unas elecciones generales, el alivio climático, cuando, gane quien gane, la rudeza quedaría en un segundo plano y en el aire flotaría un aroma a novedad y construcción. No en 2020. Quizá, solo quizás, este año histórico no se resigne a terminar discretamente.
Estados Unidos se aproxima a una especie de clímax: un desenlace político para el que sus actores llevan años preparándose. Donald Trump, cultivando su imagen de líder agresivo que no sabe lo que es el fracaso; por ejemplo, un fracaso electoral que en las próximas horas puede tratar de evitar a cualquier precio. Joe Biden, como reliquia de una vieja manera de hacer política; una manera vetusta que sin embargo vuelve a estar en boga, como si fuera la alternativa sedada y predecible a una década de estridencia. Y luego estamos el resto: los espectadores de una democracia que, al parecer, llevaba 30 años en declive secreto. Un declive que se habría manifestado con crudeza este último lustro, hasta poner el país al borde de una catástrofe.