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Más allá de la Casa Blanca: lucha existencial por controlar el Senado
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Se elige un tercio del senado

Más allá de la Casa Blanca: lucha existencial por controlar el Senado

Las encuestas dan una sólida ventaja a los candidatos demócratas al Senado. Los sondeos del portal FiveThirtyEight otorgan a la izquierda entre un 74%-77% de posibilidades de conquistar la Cámara

Foto: Una protesta frente al Senado durante la confirmación de la jueza Barrett. (EFE)
Una protesta frente al Senado durante la confirmación de la jueza Barrett. (EFE)

La presidencia de Estados Unidos es motivo de obsesión, y no es para menos: se trata posiblemente del puesto ejecutivo más importante del mundo. Una versión moderna y domesticada de la púrpura que ostentaban los emperadores romanos. Pero la presidencia, sin apoyo del Congreso, puede ser tan improductiva como un 'pato cojo'. A falta de poder legislativo, el césar queda condenado a gobernar con decretos que el siguiente emperador podrá revocar con una firma. A las puertas de las elecciones generales, toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado están en juego. Y es en el Senado, especialmente, donde se jugará el futuro del país.

Ahora mismo, las encuestas, como en el caso de la presidencia, dan una sólida ventaja a los candidatos demócratas al Senado. Los sondeos del portal FiveThirtyEight otorgan a la izquierda entre un 74% y un 77% de posibilidades de conquistar la Cámara. De hecho, los demócratas podrían conseguir 10 escaños, más que suficiente para anular la actual mayoría conservadora de 53 contra 47. Por contra, el único escaño senatorial demócrata en claro peligro es el de Alabama.

Los puestos que tienen más posibilidades de pasar a manos progresistas son los de Arizona y Colorado, seguidos por Maine, Iowa, Montana, Georgia, Michigan y las dos Carolinas: una de ellas, la del Sur, representada desde hace 17 años por uno de los pesos pesados del partido, el senador Lindsey Graham. Allí, los sondeos le dan un empate técnico frente al aspirante, el afroamericano Jaime Harrison.

Los demócratas, por otro lado, están pulverizando los récords de recaudación de dinero en muchas de las campañas al Senado. Pese a la veteranía y experiencia de Lindsey Graham, su rival, Jaime Harrison, ha recaudado más del doble de dinero: 57,9 millones de dólares frente a los 28 millones de Graham, según datos del 18 de octubre. En Maine, la demócrata Sara Gideon tiene casi cinco veces más presupuesto que la veterana Susan Collins, que llevan 23 años ocupando el puesto. Proporciones parecidas se dan en otros estados en peligro para los republicanos.

Incluso el presidente del Senado, el republicano Mitch McConnell, que lleva años ejerciendo el poder de manera estrecha y astuta, reconoce que su control de la Cámara es vulnerable. “Si miras al Partido Demócrata de hoy, deberías tener miedo”, dijo McConnell durante una entrevista en Fox News. “Estamos luchando por nuestra vida”. El conservador cree que las posibilidades de que el Senado cambie de manos el 3 de noviembre rondan el 50-50. Como tirar una moneda al aire.

Foto: La jueza Amy Coney Barrett. (Reuters) Opinión

Si los demócratas llegan a dominar la presidencia y las dos Cámaras del Congreso (sus posibilidades de mantener la preeminencia en la de Representantes son mayores), es posible que hagan cambios trascendentales. Para empezar, ha ganado fuerza la idea de acabar con el llamado filibusterismo: la regla que exige una mayoría sólida de 60 votos (60% de la Cámara) para discutir un proyecto de ley. Una barrera que obliga a los congresistas a encontrar un territorio común. Si lo cambian, solo harían falta 51 votos, lo cual permitiría a una mayoría simple (en este caso, demócrata) legislar más y con más rapidez, sin necesitar ningún voto de la oposición.

Las consecuencias pueden ser históricas. El Partido Demócrata podría hacer realidad algunos de sus sueños más ambiciosos, como aprobar el Medicare para Todos, que formaría un sistema de salud público centralizado, limitar la venta de armas, subir el salario mínimo, acabar con el colegio electoral, lo cual dejaría solo el voto popular como baremo, e incluso crear dos nuevos estados: Washington DC y Puerto Rico. Los cuales añadirían peso político a la causa demócrata.

Los progresistas también han barajado, incluido su candidato, Joe Biden, ampliar el número de plazas del Tribunal Supremo, algo que no se hace desde 1869. La razón es que, tras la reciente confirmación de la jueza Amy Coney Barrett, el alto tribunal ha quedado con una mayoría conservadora de seis contra tres; y, de esos seis jueces conservadores, la mitad son jóvenes nombrados por Donald Trump. En otras palabras: el consejo de sabios que toma las decisiones históricas en cuestiones como la sanidad, el aborto o los derechos políticos estará inclinado a la derecha durante décadas. Si los demócratas amplían el número de puestos, pueden reequilibrarlo.

Estas medidas, naturalmente, actuarían como un bumerán en el medio y largo plazo. Los conservadores recuperarán algún día el poder, y podrían también dedicarse a legislar a manos llenas y a expandir la Corte Suprema si así les conviene. El escaso terreno medio que todavía aguanta en el Congreso podría desaparecer, acelerando el imparable proceso de polarización política.

Entre las filas demócratas, sin embargo, también hay diversidad de opinión. El candidato Biden se ha resistido a dar un respaldo claro a estos proyectos. Como apuntan Sydney Ember y Astead W. Herndon, el demócrata es “un partido que cada vez más busca jugar con reglas diferentes, liderado por una figura que ayudó a crear las reglas actuales. El resultado de la lucha ayudará a definir el Partido Demócrata de ahora en adelante”. Pero el hambre de cambios estructurales existe, como dijo el principal demócrata del Senado, Chuck Schumer: “Todo está sobre la mesa”.

Foto: La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, junto al senador Bernie Sanders, en un acto de campaña en febrero. (Reuters)

Hay otros dos indicadores que juegan en contra de los republicanos. El primero, que todos estos datos, tanto las encuestas como la participación en el voto anticipado o la recaudación de las campañas, hacen de la del Senado una carrera similar a la de la Cámara de Representantes en 2018: cuando la 'ola azul' otorgó a los demócratas 10 millones de votos más que a sus rivales. Una consecuencia, dice la sabiduría común, de la feroz movilización anti-Trump.

El otro indicador es un viejo conocido: la polarización. Hace años, en épocas políticamente más templadas, era habitual que algunos estados votasen, en las mismas elecciones, al senador de un partido y al presidente del partido contrario. Pero esa gama de grises, donde muchos votantes miraban al candidato sin tener tanto en cuenta su afiliación, se terminó en 2016: este fue el primer año en que todos los estados votaron al mismo partido en las elecciones al Senado y la presidencia. Una tendencia negativa para los republicanos, pues, en los comicios presidenciales, Joe Biden lleva una amplia delantera en las encuestas.

La presidencia de Estados Unidos es motivo de obsesión, y no es para menos: se trata posiblemente del puesto ejecutivo más importante del mundo. Una versión moderna y domesticada de la púrpura que ostentaban los emperadores romanos. Pero la presidencia, sin apoyo del Congreso, puede ser tan improductiva como un 'pato cojo'. A falta de poder legislativo, el césar queda condenado a gobernar con decretos que el siguiente emperador podrá revocar con una firma. A las puertas de las elecciones generales, toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado están en juego. Y es en el Senado, especialmente, donde se jugará el futuro del país.

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