El gran cronista del declive americano te explica por qué EEUU teme una "guerra civil"
George Packer, uno de los mejores escritores de no ficción de EEUU, narra el viaje hacia los infiernos de un país cada vez más dividido y polarizado incapaz de escucharse a sí mismo
Llego una hora antes de la entrevista a una terraza en Brooklyn. A los diez minutos, un hombre de sesenta años con gorra y un librito sobre Walt Whitman aparece y me pregunta si se puede sentar a comer conmigo. Tengo delante a George Packer (Santa Clara, California, 1960),uno de los mejores periodistas de EEUU y autor de una trilogía en la que desgrana las causas y consecuencias del declive del país en los últimos treinta años. Sus reportajes en 'The Atlantic' y en New Yorker de los últimos 20 años son imprescindibles para descifrar la gran pregunta que uno se hace cuando trata de comprender la deriva de país: cómo es posible que cada vez más gente en EEUU hable del fin de la democracia y de una guerra civil de baja intensidad a falta de dos días para las elecciones.
"¿Has tenido tiempo de salir de estas burbujas cosmopolitas para hablar con votantes republicanos?", me pregunta de primeras nada más pedir una limonada. Cuando le digo que sí, Packer abre bien los ojos y se interesa por mi impresión. Es extraño, le contesto. Durante décadas, normalmente eran los periodistas estadounidenses los que venían a países europeos para entender por qué estábamos tan divididos. Necesitábamos que viniera alguien de fuera para coger perspectiva, alguien cuya vida no estuviera en juego en las elecciones. Ahora, sin embargo, la particularidad estadounidense se ha desvanecido. Lo que más me impresiona de EEUU, concluyo, son las dos realidades tan distintas en las que viven unos y otros.
El escritor asiente y se encoge de hombros. "Bienvenido a la nueva América", me dice.
Si Packer es el gran cronista del fin de siglo americano, su obra culmen es 'El desmoronamiento: 30 años de declive estadounidense' (Ed: Debate). Este libro publicado hace siete años es un retrato hiperrealista sobre la desindustrialización, la erosión de las instituciones, la desigualdad económica rampante y las consecuencias de cómo todo esto ha acabado afectando a la vida de la gente normal. ¿Su único gran error? Nacer en el lugar equivocado del país.
"¿Cómo es posible que haya gente hablando del fin de la democracia en EEUU?", le pregunto de primeras. Los analistas escriben sobre las posibilidades de una segunda guerra civil y su revista, The Atlantic, advierte de que un segundo mandato de Trump conduciría al país al autoritarismo. ¿Cómo es posible que el país haya llegado al borde del abismo?". Packer me mira, sonríe y me señala.
"Creo que es algo que los europeos deberían entender mejor que nosotros", replica. Ya hemos acabado de comer y le doy al botón del móvil para empezar a grabar la entrevista.
PREGUNTA. Trump es un fenómeno exclusivamente estadounidense. ¿Qué quieres decir con que los europeos deberíamos entender lo que ocurre aquí?
RESPUESTA. Trump divierte, sorprende y horroriza de una forma estadounidense, pero nuestra política se ha unido a la tendencia global. Durante doscientos años hemos sido un país liberal que no ha tenido fascismo ni socialismo. Era un sistema estable. Pese a los enfrentamientos entre distintas facciones políticas, hemos tenido elecciones libres cada cuatro años. Ni siquiera se dejaron de celebrar durante la guerra civil. Pero en los últimos 10 años los extremos se han popularizado. Hay etnonacionalismo, populismo de derechas, autoritarismo y socialismo en la izquierda. Hay profundas divisiones que podrían conducir nuestro país a la violencia.
P. La gente parece profundamente dividida, como si vivieran en realidades paralelas empujadas por fuerzas oscuras.
R. Existen profundas sospechas entre ambos grupos. Cada uno es una amenaza existencial para el otro. Estas elecciones son un "todo o nada" para los dos bandos. Cada uno piensa que si el otro gana, el país está acabado. Y eso nunca ha sido más cierto en ninguna elección que recuerde en mi vida. La gente joven es mucho más radical. Hay una gran minoría del 40% del país que ha caído en las garras de Fox News. ¿Crearon ellos Fox News o los creó a ellos Fox News?
P. El huevo o la gallina.
R. Exacto, es un círculo vicioso. Pero lo que importa es que su mundo es totalmente distinto al mío. Si me los encuentro en la calle, aunque seamos vecinos, que no suele ocurrir mucho porque geográficamente cada vez estamos más separados, nuestros mundos mentales son muy distintos. Otra de las razones es la atomización de la vida moderna donde la gente está aislada y recibe su realidad a través de Facebook, que ha sido cuidadosamente detallado para que el usuario piense que tiene razón en todo.
P. Al principio de tu carrera hiciste reportajes en Sierra Leona o Costa de Marfil, países donde las instituciones democráticas eran muy débiles y se caían como castillos de naipes. En ese sentido y salvando las distancias, ¿ves algo en Estados Unidos hoy que te pueda recordar a aquellos días en África o después en Oriente Medio? ¿La polarización, la incapacidad de escuchar al otro, el odio?
R. Es muy difícil comparar una guerra civil en África con lo que está pasando aquí. Ellos nunca tuvieron ninguna institución de la que depender. Desde la independencia, la idea de un gobierno funcional era siempre frágil y, cuando se hundió, ocurrió de forma muy rápida y dramática. Lo que tenemos aquí es justo lo contrario. Una historia muy larga de estabilidad y funcionamiento institucional que, cuando se ha empezado a debilitar, a los estadounidenses les ha costado mucho entender que existía un serio peligro de que todo se viniera abajo. Nos hemos acostumbrado demasiado a ellas. Ahora todo el mundo piensa que tiene su propia verdad. Por resumir, algunos factores claves para llegar a nuestra situación son el colapso de la autoridad, el fracaso continuo de las élites, el cambio tecnológico y la globalización.
P. Escribiste un artículo en marzo diciendo que un día, al principio de la pandemia, los estadounidenses se levantaron y se dieron cuenta de que vivían en un estado fallido.
R. Por supuesto, no lo decía de forma literal. EEUU no es Sierra Leona. En marzo, cuando estaba empezando la pandemia, mi mujer y yo pensamos: ¿sacábamos a los chicos del colegio, dejábamos de ir a la oficina, de ir en metro? Había una sensación de que nadie en el poder estaba planeando nada, como si se preocupara por nosotros. Los ciudadanos estadounidenses estábamos solos. Teníamos que buscarnos la vida. Para EEUU, eso es un sentimiento muy chocante. Pero también me recordó cómo es vivir en un país como Sierra Leona o Irak donde no esperas que nadie del gobierno se preocupe de ti. Tan solo tratan de salvarse ellos. Y, de una forma u otra, ha seguido siendo así durante toda la pandemia. Mira lo que dijo Trump durante el último debate. "¿Qué queréis que haga yo?".
P. En el libro de 'El Desmoronamiento' hablas mucho de esas zonas abandonadas que sufrieron deslocalizaciones masivas hace décadas. Gente que pasó de saber cómo sería su vida en los próximos cuarenta años a no tener ni idea de cómo sería en 40 días.
R. Pese a todos los problemas que podamos tener, Brooklyn es un buen sitio para vivir. Youngstown en Ohio, por ejemplo, era un buen lugar para vivir hace cuarenta años. Ahora ya no. En muchísimas partes del país podías tener una vida de clase media normal. Y ahora, los hijos de esa gente tienen que elegir: me voy a una ciudad como Pittsburgh o Washington para buscar una vida de éxito o trato de quedarme aquí y la veo morir. Esto ha tenido un efecto dramático en el país. Esas divisiones materiales, económicas y culturales, con el tiempo, se convirtieron en divisiones ideológicas e identitarias. Ha sido un largo proceso. Pero una vez que ocurrió, la gente empezó a vivir en realidades opuestas imposibles de conectar.
Una vez que las divisiones económicas se transformaron en identitarias, la gente empezó a vivir en realidades opuestas imposibles de conectar
P. Sueles contar que, cuando volviste de Irak en 2008 y publicar 'La puerta de los asesinos: historia de la guerra de Irak', te diste cuenta de que algo muy profundo había cambiado en EEUU. No solo era la crisis financiera. Todas las instituciones del país estaban hundiéndose. ¿Cómo fue ese momento?
R. Primero lo vi en Irak. Vi el desastre de la ocupación estadounidense. No solo fue un caos militar u organizacional. Fue un fracaso nacional. Todas las instituciones fracasaron. Los medios, el sector de negocios que fue a reconstruir Irak, las organizaciones sin ánimo de lucro, las organizaciones democráticas, la sociedad civil, el ejército, la inteligencia, el gobierno. Todas. Los estadounidenses se dieron cuenta de que ya no podían repetir la ocupación de Alemania y Japón y que ya no eran tan buenos como creían.
Pero yo no sabía lo muchísimo que se había extendido a nuestro país hasta que dejé de hacer periodismo en Irak y empecé a escribir sobre la Gran Recesión. Entre 2009 y 2012 me adentré en las casas y en las vidas de gente a la que se había abandonado en zonas deprimidas. No es que fuera mi proyecto, pero fue lo que descubrí cuando volví a Estados Unidos. Y me di cuenta de que, fueran cuales fueran las políticas de Obama o las conversaciones en el Congreso, nada de eso iba a cambiar la vida de esta gente.
P. Viste mucho resentimiento.
R. La gente con la que hablaba sentía que los habían dejado fuera del acuerdo. Eran muy hostiles hacia los políticos y los empresarios porque pensaban que, pasara lo que pasara, siempre acababan en la cama juntos. La alienación fue muy profunda. Y ahí fue cuando empecé a pensar que esto era algo más que unas políticas económicas fallidas. Estábamos viviendo un declive profundo. ¿Y sabes qué?
P. ¿Sí?
R. Nunca he entendido muy bien los verdaderos motivos. Algunos críticos dijeron que a 'El Desmoronamiento' le faltaba un análisis que explicase por qué esa gente estaba así de mal. O unas conclusiones para resumir las historias de estas personas. Pero yo no quería entender qué estaba pasando, tan solo me dediqué a observar ese declive. Y sentirlo. Quería palpar y absorber la realidad cotidiana de estos estadounidenses e inyectarla en el sistema nervioso de los lectores. No me interesaba metérsela en el cerebro, que es adónde va la mayoría de los ensayos políticos, sino en el mismo sistema nervioso. Era la única forma de entender por qué había tanta hostilidad, desesperanza, conflicto y odio en esas personas. Cada vez que voy a una región de Carolina del Norte que menciono en el libro me siento menos en casa que cuando voy a Irak o a Nigeria. ¿Por qué? Porque supuestamente esto debería seguir siendo mi país. Pero la brecha que hay la siento aún más grande que cuando viajo al extranjero.
P. Hablemos de Trump. En Europa pero también entre los republicanos existe la idea de que los medios estadounidenses no entendieron a sus votantes. Que los medios se olvidaron de aquellas grandes áreas entre las dos costas. Tú ya habías hablado con muchos de ellos años antes de que Trump ganara. ¿Hay algo que no hayamos entendido todavía los medios en Europa o en EEUU sobre esa gente?
R. Tienes razón. Ha sido un grandísimo fracaso. Un compañero mío me dijo una vez: "Que Dios te bendiga por hablar con votantes normales. Nunca entendí el propósito. Todos suenan irracionales, no saben de qué están hablando, no saben nada". ¡Y estaba siendo honesto! Así es como la mayoría de los periodistas en Nueva York y en Washington D.C piensan. Sus editores tampoco los animan a hacerlo. Les dicen: necesitamos un perfil del asesor principal económico de Joe Biden. Quieren noticias del día. Y, como se dice en la profesión, "las noticias de siempre nunca son noticias" (“always news are never news").
Afortunadamente, el 'New Yorker' me permitió ir a Florida, Ohio o Carolina del Norte, estados donde uno podía palpar ese resentimiento del que te he hablado antes. Tras 2016 hubo una crisis colectiva de confianza. Los periodistas decían: "Dios mío, no hemos visto esta historia. ¿Cómo no nos dimos cuenta? ¿Qué es lo que no sabemos?". Durante unos meses, el 'New York Times' envió a sus periodistas a Wisconsin y Michigan para encontrar "gente real" para entrevistarles y entender por qué había ganado Trump. Daba la sensación de que estaban abriendo una nueva corresponsalía llamada "gente real". Eso duró unos meses pero, poco a poco, fue cayendo en el olvido. Y me preocupa que este año haya aún menos reporterismo de ese tipo que en 2016.
P. ¿Por?
R. Esa gente se ha convertido en gente intocable. Si hablas con ellos y tratas de entenderles para ver el mundo a través de sus ojos puedes acabar en el lado equivocado de la historia para la policía del pensamiento. Ellos quieren que solo escribas sobre los buenos y virtuosos. No creo que los medios estadounidenses estén mejor que hace cuatro años. De hecho, creo que están peor. Y me preguntas: ¿Qué nos estamos perdiendo? Lo primero de todo, son tantos que es imposible generalizar. ¡Estamos hablando del 40% de la gente en EEUU! Los votantes de Trump que conociste en Culpeper (Virginia)... ¿eran racistas?
P. No, no eran racistas. De hecho, eran latinos.
R. Y eso es una sorpresa para la policía del pensamiento. ¿De verdad los latinos votan a Trump? ¿En serio puede haber algún negro que apoye a Trump? Impactante. Y yo pienso: ¿Por qué debe ser sorprendente que haya diferencias de pensamiento entre estos grandes grupos de población? ¿Cuántos millones de latinos hay en este país? Cuando me lo has contado, he pensado que conociste simples republicanos y conservadores antiabortistas que apoyan al ejército. Y Trump forma parte de su equipo. Si tienen una elección entre dos personas, apoyarán al candidato que nombre a jueces conservadores para el Tribunal Supremo.
Si hablas con ellos y tratas de entenderlos para ver el mundo a través de sus ojos puedes acabar en el lado equivocado para la policía del pensamiento
Por supuesto que hay republicanos que piensan que Trump es tan peligroso para la democracia que votarán por el candidato opuesto. Aquí los llamamos los "nevertrumpers". Pero son un número muy pequeño. La gran mayoría de los republicanos, piensen lo que piensen sobre Trump, lo apoyan. También hay un pequeño porcentaje que son verdaderos fanáticos que creen en teorías de la conspiración. Consideran que EEUU está a punto de ser conquistada por marxistas o islamistas. Pero tratar de encontrar solo una causa es muy peligroso. Si quieres entender a las personas, no las simplifiques. Aunque eso no quiere decir que haya que aceptarlas.
P. ¿A qué te refieres?
R. Cualquier persona que esté apoyando a Trump a estas alturas es muy peligroso. Cómo pueden poner a un hombre al frente de la Casa Blanca que hace cosas que ni siquiera aceptarías que hicieran tus propios hijos: mentir, hacer ‘bullying’, robar, violar códigos morales básicos cada minuto de su vida. Desafortunadamente, tienen sus razones. Mucha gente que lo ha votado no lo ha hecho por el racismo. Es muy peligroso decir que todos los votantes de Trump son racistas porque los coloca al margen de la sociedad. Y a esa gente no la aceptas para compartir tu país, simplemente esperas a que se mueran.
P. Desde un punto de vista periodístico, me parece muy difícil cubrir a Donald Trump. No importa el periodismo que hagas, la gente le seguirá apoyando. Da igual la exclusiva, el escándalo, el problema. ¿Quizá es que eso no debería ser preocupación del periodista?
R. Nada del periodismo que se ha hecho investigando a Trump ha afectado a su popularidad. Y ha habido cosas muy buenas. El artículo de Jeff Goldberg en el que contaba que Trump llamaba a los soldados caídos en combate "losers" fue un buen trabajo. Pero no importa, no hace efecto. Lo que importa en estas elecciones solo es una cosa: el coronavirus. Si pierde, es por el coronavirus.
P. Parece que te estás debatiendo entre ser demasiado optimista o demasiado pesimista.
R. Tengo que ser optimista, tengo hijos y una mujer aquí. No me voy a convertir en Gore Vidal y vivir en un pueblo italiano de la costa Amalfitana escribiendo ensayos brillantes y muy cínicos sobre mi país desde el extranjero. Podría estar muy bien, claro. Pero no me veo así.
P. En tu discurso 'Los enemigos de la escritura' tras ganar el premio Christopher Hitchens a principios de enero, dijiste que los escritores y periodistas cada vez temen más escribir cosas que puedan confrontar a la gente de su entorno.
R. No se sienten cómodos a la hora de escribir, pensar o hablar hasta que tengan una posición muy clara. Porque es peligroso. Puede que te ridiculicen, puede que te cancelen, puede que parezcas la persona que no eres. Pero pensar en alto es muy importante para los escritores. Tienen que ser capaces de cambiar de opinión. Y eso son cosas que los escritores más jóvenes no quieren hacer. Piensan que puede suponer el final de su carrera. Tampoco es que haya muchos beneficios. Aún hay algunos lectores que lo aprecian y lo vi por las reacciones a mi discurso. Tocó una fibra sensible. Veo muchos periódicos que dicen todo el rato lo mismo y estrechan las fronteras del discurso de lo políticamente correcto. No quieren escuchar a los del otro lado.
P. ¿Puedes poner un ejemplo?
R. Después del debate entre Trump y Biden, mi mujer y yo nos pusimos a ver un programa en la CNN que se parecía a Twitter. Había un republicano diciendo que Trump había ganado y todo el resto afirmaba que había ganado el candidato demócrata. No. paraban de decir todas las cosas horribles que había dicho Trump. No sé, mi sensación fue que si eras un votante indeciso podrías pensar que Trump lo hizo bastante bien. Parecía fuerte. Y Biden estuvo débil, sobre todo al final. Ellos no tienen el impulso de contradecirse a sí mismos. Los escritores tienen que pensar: ¿cómo ve la realidad una persona que piense totalmente distinto a mí? Es difícil meterte en su piel, pero lo encuentro interesante. Yo no quiero estar siempre rodeado de gente que opina igual que yo. De hecho, cuando me pasa eso, ¡empiezo a decir las cosas opuestas aunque no lo piense! En nuestra época, la presión para ser un activista es muy fuerte para los periodistas jóvenes.
P. Me ha sorprendido ver que los periódicos apenas hablen mal de Joe Biden. Se dice que es una persona decente. Pero no parece un candidato muy bueno, ¿no? Tras las primarias demócratas, los periódicos estadounidenses parecen haber apretado filas con él.
R. En cierto modo, Biden es un candidato terrible. No puede decir dos frases seguidas. Parece un boxeador al que le golpean y le golpean y él falla todos los golpes. Lo más sorprendente de todo es que sigue en pie. Y te preguntas: ¿Se va a caer? Pues no. Lleva muchos años aquí. Pero por otro lado, quizá es lo que quiere Estados Unidos para contrarrestar a Trump. Uncle Joe. Alguien a quien conocen y confían. Si gana, la gente va a poder dejar de hablar de política por un tiempo. Por eso pienso que, pese a que no es muy buen candidato, es el candidato perfecto.
Lo único que une a toda la gente que vive en Estados Unidos, además del McDonald's, es la democracia
Respecto al activismo en el periodismo, el periodo de Trump es fácil de entender. No somos neutrales. Cuando lees la separación de padres y niños en la frontera, la respuesta humana es no ser neutrales. Pero eso nos nos tiene que conducir a la autocensura. Por ejemplo, durante muchos meses tras la muerte de George Floyd, 'The New York Times' no quiso informar sobre el nivel de destrucción que habían causado las protestas. Sabíamos que no eran mayoría. ¡Pero eran relevantes! Ocurrió en muchas ciudades. Y esto se convirtió en el argumentario de Trump. Fue muy dañino porque Biden fue obligado a no decir nada sobre la violencia en las ciudades. Pero los ciudadanos podían verlo todos los días. Es posible elegir un bando. Yo lo he hecho. La neutralidad completa es imposible. Ni siquiera tampoco es deseable. Pero al mismo tiempo puedes ser honesto y contar lo que ves.
P. En el discurso también mencionabas a tu amigo Christopher Hitchens. ¿Qué crees que pensaría de esta época? ¿Qué habría hecho?
R. Hitchens se habría divertido mucho disparando en todas direcciones. Habría atacado a Trump una y otra vez pero también habría sido muy hostil con la izquierda autoritaria. Hitchens habría cargado contra la cultura de la cancelación. Y creo que se hubiera metido en problemas. Habría habido muchísima presión a los editores para despedirle. Y él habría querido provocarles para ver cuál era su límite.
P. En tu penúltimo libro escribiste que el desmoronamiento es cíclico. ¿Crees que EEUU se recuperará en el futuro cercano? Después de la Crisis del 29 llegó Franklin Delano Roosevelt. Pero después de la crisis de 2008 llegó Donald Trump.
R. Nada está predeterminado. Somos un país muy flexible. Estamos constantemente rehaciéndonos y reconstruyéndonos. Cuando nos empujan al límite hacia una experiencia cercana a la muerte, como la guerra civil, expandimos la definición de democracia. Esa es la clave de este país. Lo único que une a toda la gente que vive aquí, además del McDonald's, es la democracia. Si perdemos nuestra fe colectiva en que está funcionando, ese es el final de Estados Unidos.
Ha habido momentos en los que hemos perdido esa fe como antes de la guerra civil. El Sur miraba al Norte y pensaba que la regla mayoritaria iba a acabar con ellos. Y es el mismo pensamiento que tienen los republicanos hoy: mantener el poder como sea. Por eso el Senador Mike Lee dijo hace unos días "no somos una democracia" asegurando que la regla mayoritaria es peligrosa. ¡Por supuesto que es peligrosa si no está vigilada! Pero es más peligroso denegar la mayoría al país, que es lo que está haciendo el Partido Republicano. Y eso es una experiencia cercana a la muerte que parece existencial. No es solo un colapso económico ni una presidencia criminal, sino que es el final de la fe en la democracia de una gran parte del país. No tengo una respuesta a cómo arreglar esto.
Llego una hora antes de la entrevista a una terraza en Brooklyn. A los diez minutos, un hombre de sesenta años con gorra y un librito sobre Walt Whitman aparece y me pregunta si se puede sentar a comer conmigo. Tengo delante a George Packer (Santa Clara, California, 1960),uno de los mejores periodistas de EEUU y autor de una trilogía en la que desgrana las causas y consecuencias del declive del país en los últimos treinta años. Sus reportajes en 'The Atlantic' y en New Yorker de los últimos 20 años son imprescindibles para descifrar la gran pregunta que uno se hace cuando trata de comprender la deriva de país: cómo es posible que cada vez más gente en EEUU hable del fin de la democracia y de una guerra civil de baja intensidad a falta de dos días para las elecciones.
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