La bodega de América
Dicen que “Texas es para los americanos lo que América para el mundo”, un tópico que calza bien con varios estados dependiendo del prisma con el que se mire a la sociedad estadounidense. No es exagerado decir que el estado de la Estrella Solitaria contiene en sí mismo mucha de la idiosincrasia colectiva, ese país de cowboys de Salvaje Oeste y petroleros con gigantes sombreros. Son los rodeos, la música country y “Houston, tenemos un problema”. Parte de la esencia estadounidense se destila en San Antonio o Houston, como California condensa el glamour de Los Ángeles y el poder tecnológico de San Francisco. Si Chuck Norris decidió ser Ranger aquí, es que no merecía la pena serlo en otro sitio.
Con 29 millones de habitantes, Texas elige a 38 de los 538 electores que deciden la presidencia, precedida por los 55 de California y seguida por los 29 de Florida. Su peso electoral equivale al de 10 estados pequeños. Pero cada año que pasa, a Texas le toca una mayor parte del pastel. Por eso, el respaldo de los texanos es la piedra angular de cualquier carrera republicana a la Casa Blanca.
"Si Estados Unidos fuera un barco, Texas sería la bodega. Cuando la carga se mueve, el rumbo del barco se ve afectado"
"Si Estados Unidos fuera un barco, Texas sería la bodega. Cuando la carga se mueve, el rumbo del barco se ve afectado", escribía Lawrence Wright, autor de 'Dios salve a Texas: viaje al futuro de Estados Unidos’ (ed: Debate), para condensar cómo lo que ocurre allí acaba afectando de manera desproporcionada al resto del país. Su crecimiento demográfico y económico no hará sino aumentar su influencia política y electoral. Por ejemplo, si el estado se hubiera volcado con Hillary Clinton en 2016, Trump no sería hoy presidente pese a su victoria en los estados clave (‘swing states’) de Pensilvania, Wisconsin, Michigan y Florida.
Por supuesto, nadie contaba con eso. Trump (4,685,047) le sacó 9 puntos de ventaja a Clinton (3,877,868) en Texas (52,2 vs 43,2). Ese margen se tradujo en una diferencia de 800.000 votos, medio millón menos de los que obtuvo el republicano Mitt Romney frente a Barack Obama en 2012, y la diferencia más baja para un republicano en lo que va de siglo. Y, aunque en todos los casos el perfil de los contendientes ha sido decisivo para mover las cifras finales, el resultado confirma una tendencia de fondo que hace cada vez más complicado para los conservadores ganar en su joya de la corona.