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La segunda vida de Sara Winter: de activista 'topless' a liderar la guerra contra el aborto
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la batalla por el aborto arrecia en Brasil

La segunda vida de Sara Winter: de activista 'topless' a liderar la guerra contra el aborto

En medio de la pandemia, dos abortos a niñas violadas agitan el lado más conservador de Brasil. Así se convirtió Sara Winter, antigua activista de Femen de 28 años, en su abanderada

Foto: Sara Winter, activista provida y líder de 'Los 300 de Brasil'. (Reuters)
Sara Winter, activista provida y líder de 'Los 300 de Brasil'. (Reuters)

En medio de la peor pandemia del siglo, una movilización frente a una clínica en el noroeste de Brasil recordó al mundo que el país de la samba y el carnaval es, en realidad, un lugar bastante conservador y reacio a los cambios sociales. La pequeña masa enfurecida que se reunió frente al Hospital de la Universidad de Pernambuco repitiendo la consigna “asesinos, asesinos” no atacaba a los responsables políticos de la peor catástrofe sanitaria registrada en el país tropical, que ya superó las 135.000 muertes por el covid-19. Los destinatarios de los gritos eran los médicos que estaban a punto de practicar un aborto a una niña violada de 10 años.

La menor había sido abusada por el compañero sentimental de su tía, un hombre de 33 años. Viajó desde São Mateus, una pequeña ciudad del estado Espíritu Santo, hasta Recife, la capital del Estado de Pernambuco; casi 2.000 kilómetros para poder ser sometida a un tratamiento químico y así interrumpir su embarazo no deseado. Los médicos del hospital más cercano a su lugar de residencia se negaron a hacerlo, y eso a pesar de que un juez lo había autorizado conforme a lo que establece la legislación brasileña. Cuando por fin llegó al hospital, allí le esperaban los grupos provida. No fue casualidad.

Foto: Flordelis de Souza. (Reuters)

Los manifestantes que hostigaron el hospital de Pernambuco sabían el momento exacto en el que se iba a realizar el aborto. ¿Cómo? Una polémica activista de extrema derecha que se hace llamar Sara Winter había publicado los datos privados de la niña violada en sus redes sociales y después lanzó una convocatoria a nivel nacional para impedir la realización de procedimiento. Su vídeo se viralizó llegando a superar las 66.000 visualizaciones.

La historia de Winter, de 28 años, muestra el auge y creciente radicalización de los sectores más conservadores de la sociedad brasileña, cada vez más apegada a los valores de la llamada 'familia tradicional'. La abanderada provida es una exfeminista del controvertido movimiento Femen, formada en Ucrania y con el que protagonizó durante años actos a favor del aborto con los pechos al aire. Una persona muy diferente a la que insultaba al médico que iba a intervenir a la niña como un “aborteiro” mientras pedía a sus seguidores que orasen de rodillas.

Winter y los '300 de Brasil'

¿Qué pasó? Ella misma se sometió a un aborto a los 22 años. Ese episodio transformó su vida. Cambió de rumbo y se convirtió en una militante de los grupos provida y en una acérrima defensora del presidente ultraconservador Jair Bolsonaro, quien la acabó premiando con un puesto hecho a medida como coordinadora de políticas de maternidad en el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos.

Su fidelidad a Bolsonaro y su personalidad explosiva la llevaron incluso a capitanear en plena pandemia unas manifestaciones violentas contra el Tribunal Supremo y el Parlamento junto a un grupo de encapuchados conocidos como ‘Los 300 de Brasil’. Por su vestimenta y por la liturgia de sus actos nocturnos con antorchas recuerdan al Ku Klux Klan, la organización estadounidense de corte racista. Por aquel entonces, Sara Winter ya había sido despedida del Ministerio de la Mujer.

Tras acampar durante semanas en la plaza de los Tres Poderes de Brasilia, estos extremistas lanzaron cócteles molotov contra la sede de la Corte Suprema y destruyeron varias ventanas del edificio. Desde entonces, la activista provida está acusada de financiar y realizar actos en contra de la democracia y goza de libertad condicional con tobillera electrónica para mantenerla localizada.

placeholder Manifestación a favor del aborto en Brasil. (Reuters)
Manifestación a favor del aborto en Brasil. (Reuters)

Hace dos años, mucho antes de conseguir una cierta notoriedad a nivel nacional e internacional, Sara Winter concedió una larga entrevista a esta periodista, en la que contó con todo lujo de detalles el episodio de su aborto.

“Cuando me quedé embarazada no tenía casa propia, ni una relación con el padre de mi bebé. Había mucha presión de todos los lados para que abortara. Lo hice gracias a un medicamento químico que conseguí de forma clandestina y que me causó mucho sufrimiento. Me devastó física y psicológicamente. Pasé horas sangrando, pensé que me iba a morir. Durante meses bebí todos los días y me acosté cada noche con un hombre diferente por miedo a la soledad”, relató en aquella ocasión.

Después de esta experiencia que define como “traumática”, Sara Geromini —el nombre real de Sara Winter— se dio cuenta de que el aborto no fue una solución y sí la causa de muchos problemas físicos y mentales. Resolvió convertirse en activista conservadora e incluso volvió a quedarse embarazada, a pesar de que los médicos le habían dicho que el aborto la había dejado estéril. “Hice un vídeo en YouTube en que pedí perdón a los católicos por todas las cosas que hice cuando protestaba contra la Iglesia. Lo mejor de todo fue que las personas comenzaron a perdonarme y acogerme”, asegura Sara.

Tras el revuelo en el hospital de Recife, sobre Sara Winter cayó el peso de la justicia. La Fiscalía General del Estado de Espíritu Santo la denunció y consiguió que las principales redes sociales fuesen obligadas a retirar la información sobre la niña violada, lo que el Código Penal de Brasil considera un crimen en el caso de menores. Además, la Fiscalía pidió que esta activista de extrema derecha sea condenada a pagar 1,3 millones de reales (206.000 euros) por daños morales colectivos. Mientras tanto, la empresa YouTube cerró su canal por violar las condiciones de uso de la plataforma.

El sórdido patrón

Pero las acciones de Winter tienen efecto en las calles. Durante la protesta en el hospital de Pernambuco, la actitud de los manifestantes llegó a ser tan violenta que la policía militar tuvo que intervenir para poner fin al tumulto. Poco después, un grupo de activistas a favor del derecho al aborto se presentó en el mismo hospital para manifestar su solidaridad con el equipo de médicos y a la víctima, que relató a los policías un largo historial de abusos sexuales que comenzaron cuando apenas tenía seis años. Si la menor nunca denunció, algo que cuestionan los grupos provida, es porque sufría amenazas y tenía miedo.

Esta escena, ocurrida a mediados de agosto, resume la creciente confrontación entre defensores y críticos de la interrupción del embarazo, que en Brasil es permitida en tan solo en tres casos: violación, peligro para la vida de la gestante o anomalías graves e incurables en el feto que le impedirán llevar una vida independiente. Durante unos días, este episodio consiguió conmocionar la sociedad brasileña. Pero finalmente acabó diluyéndose entre la avalancha de noticias sobre la pandemia del coronavirus y los incendios en el Pantanal y la Amazonía brasileña.

A principios de septiembre, una noticia parecida suscitó aún menos clamor social. Otra niña de 11 años, embarazada de ocho semanas tras sufrir un estupro perpetrado por su padrastro, también tuvo que abortar en un hospital de Espíritu Santo. Para ello, la menor necesitó contar con una orden judicial.

Cada año, se registran en Brasil 26.000 partos de madres de entre 10 y 14 años. Cada día, al menos seis niñas abortan

Ambos casos, lejos de representar una excepción, revelan una realidad sórdida y común en la primera economía de América Latina. Cada día en Brasil, al menos seis niñas de entre 10 y 14 años abortan, según datos del Ministerio de Sanidad. Es una lacra sistémica que solo en 2020 originó 642 ingresos hospitalarios. Además, Brasil registra una media anual de 26.000 partos de madres de entre 10 y 14 años.

“Cualquier niña embarazada de hasta 14 años fue violada, no importa la circunstancia. El estupro de menores vulnerables está justamente ligado a la edad”, apunta Luciana Temer, presidenta del Instituto Liberta, que lucha contra la explotación sexual de niños y adolescentes.

Judicializar el aborto

No es la primera que el aborto provoca fuertes enfrentamientos sociales en Brasil, con manifestaciones a favor y en contra, que obligan a los jueces de la máxima instancia del país a intervenir. Hace exactamente dos años, la Corte Suprema analizó una petición de despenalización del aborto presentada por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Con un Parlamento dominado por diputados conservadores y una creciente bancada evangélica que reúne ya casi 100 escaños, la izquierda no tiene otra opción que recurrir a los tribunales para intentar ampliar los supuestos de la ley sobre el aborto.

Por una razón u otra, cada año este asunto acaba llamando la atención de la prensa nacional. En la última década, una de cada cinco mujeres brasileñas realizó al menos un aborto antes de cumplir los 40 años, según indica un estudio del Instituto de Bioética, Derechos Humanos y Género. Además, cada dos días muere una mujer por las complicaciones derivadas de abortos realizados ilegalmente.

“Tenemos un sistema muy injusto en Brasil, por el que no hay un número suficiente de servicios para todas las mujeres víctimas de violación que necesitan practicar un aborto, especialmente las mujeres más pobres”, denuncia Luciana Boiteux, profesora universitaria y militante del PSOL, para quien el acceso a un aborto seguro depende del poder adquisitivo e incluso del color de la piel.

El Tribunal Supremo no es el lugar para decidir sobre la despenalización del aborto porque se trata de una discusión política

Al otro lado del espectro político se sitúa la Unión de Juristas Católicos, que defiende mantener la legislación actual ya que, según ellos, en las últimas dos décadas ha conseguido reducir un 26% el número de abortos. “El Tribunal Supremo no es el lugar para decidir sobre la despenalización del aborto porque se trata de una discusión política, que el Parlamento ya viene desarrollando”, señala Lilia Nunes dos Santos, profesora universitaria y abogada de esta asociación.

El pasado mes de mayo, en el auge de la pandemia del coronavirus, el Tribunal Supremo volvió a pronunciarse sobre este espinoso asunto, rechazando por unanimidad dos peticiones que exigían la legalización de aborto en el caso de gestantes afectadas por el virus del zika. Esta polémica surgió en 2016, en el mismo año de los Juegos Olímpicos celebrados en Río de Janeiro, cuando una epidemia de zika causó al menos 4.000 casos de microcefalia en el país tropical —una enfermedad que afectaba de forma severa a los recién nacidos afectados—.

Foto: Patricia Araujo, una brasileña embarazada de siete meses, junto a sus hijos en una chabola de Recife, Brasil, el 14 de febrero de 2016. (Reuters)
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“El aborto es un hecho indeseable y el papel del Estado y de la sociedad debe ser el de procurar evitar que ocurra, dando el soporte necesario a las mujeres”, dijo el juez Luís Roberto Barroso durante una sesión telemática del Supremo que rechazó la petición en el caso de gestantes aquejadas por el zika.

Su pensamiento es compartido por el 57% de los brasileños, para quienes es justo punir con la cárcel a las mujeres que practican un aborto ilegal. Mientras tanto, cada año cerca de 200.000 mujeres son hospitalizadas tras interrumpir su gravidez en la clandestinidad, sin la posibilidad de escoger libremente y con seguridad.

En medio de la peor pandemia del siglo, una movilización frente a una clínica en el noroeste de Brasil recordó al mundo que el país de la samba y el carnaval es, en realidad, un lugar bastante conservador y reacio a los cambios sociales. La pequeña masa enfurecida que se reunió frente al Hospital de la Universidad de Pernambuco repitiendo la consigna “asesinos, asesinos” no atacaba a los responsables políticos de la peor catástrofe sanitaria registrada en el país tropical, que ya superó las 135.000 muertes por el covid-19. Los destinatarios de los gritos eran los médicos que estaban a punto de practicar un aborto a una niña violada de 10 años.

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