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La sucesión de la juez Ginsburg abre la lucha por el futuro judicial de EEUU
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TRAS SU MUERTE

La sucesión de la juez Ginsburg abre la lucha por el futuro judicial de EEUU

La fallecida juez del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsbug, además de ser una institución feminista y un ídolo del Partido Demócrata, era también un dique contra los republicanos

Foto: Una imagen de Ruth Bader Ginsburg. (Reuters)
Una imagen de Ruth Bader Ginsburg. (Reuters)

La fallecida juez del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsbug, además de ser una institución feminista y un ídolo del Partido Demócrata, era también un dique: un muro de contención contra una pesadilla temida por los progresistas. La frágil, anciana barrera que separaba una mayoría conservadora de una mayoría conservadora aplastante en el alto tribunal. La defunción de Ginsburg abre la puerta a que el presidente Donald Trump, y los republicanos del Senado, nombren un sustituto o sustituta que incline la corte a la derecha durante varias décadas.

Hasta la tarde del viernes, cuando conocimos su fallecimiento a los 87 años, la salud de la juez había sido vigilada con ansiedad por la mitad demócrata de Estados Unidos. La vez que, en 2018 y después de superar dos cánceres, Bader Ginsburg sufrió una caída y se hizo daño en las costillas, no faltaron personas que le ofrecían sus órganos, sus huesos y hasta su vida. “Dios, ¿me llevas en su lugar?”, tuiteó la editora de The Daily Beast, Molly Jong-Fast, al conocer la noticia.

Pero no había nadie más consciente que la propia Ginsburg de lo que significaría, para el futuro del país, su fallecimiento. "Mi deseo más ferviente es no ser reemplazada hasta que se instale un nuevo presidente", le dijo a su nieta, según fuentes de la radio pública NPR, desde su lecho de muerte. Ginsburg padecía metástasis de un cáncer de páncreas.

Foto: Donald Trump. (Reuters)

La carrera de esta neoyorquina judía de Brooklyn, nacida en 1933, ha sido una sucesión de conquistas, recodo a recodo, hacia una mayor igualdad de género. Sus posibilidades de éxito fueron siempre exiguas. En el año 1950, la estudiante Ruth Bader se encerraba a leer en los baños de la Universidad de Cornell para no parecer demasiado inteligente, lo que por aquel entonces se consideraba un defecto en una mujer. Fue allí donde conoció a otro Brooklynite de confesión judía, Martin Ginsburg, con quien estuvo casada desde 1954 hasta el fallecimiento de este en 2010.

La pareja decidió que, siguiesen la carrera que siguiesen, lo harían juntos. Y optaron por el derecho. Dos años después de casarse, con un hijo entre los brazos, Bader Ginsburg fue de las 9 mujeres que entraron a estudiar en Harvard en una promoción de 500 alumnos. Allí dirigió la prestigiosa revista de derecho de la universidad y al graduarse completó sus estudios de vuelta en Nueva York, en Columbia.

Los problemas comenzaron a la hora de buscar empleo. Pese a su currículum inmejorable, ningún bufete neoyorquino la quería; Bader Ginsburg acabó enseñando en la Universidad de Rutgers y luego pasó al activismo: en 1972 cofundó la sección de derechos de la mujer de la prestigiosa Unión Americana de Libertades Civiles, donde participó en más de 300 casos de discriminación. Entre 1973 y 1976, ganó cinco de seis casos defendidos ante el Tribunal Supremo.

placeholder Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

La suya fue una lucha legal, progresiva, silenciosa, diferente a la del movimiento feminista que protestaba en las calles, pero no menos consecuente. La histórica resolución de Reed versus Reed prohibió la discriminación por razones de género en cuestiones de herencia y se ramificó hacia el cuerpo legal y social de Estados Unidos. Sucedió con la participación de Bader Ginsburg casi una década antes de que fuera nombrada juez de la Corte de Apelaciones en 1980 y, más tarde, del Supremo.

Su particular figura, menuda y lacónica, con las gafas de pasta y los collares exóticos, su deslumbrante carrera judicial y su parco sentido del humor hicieron de ella un icono, que tuvo su eclosión al principio del primer mandato de Donald Trump. Cuando las protestas llenaron las ciudades de EEUU en 2017, la cara de Ginsburg se veía en camisetas, carteles y tazas de café; salieron libros, películas y un documental sobre su vida, y se comparó su carisma con la del rapero, también de Brooklyn, Notorius BIG, de quien Ginsburg no había oído hablar. Su cara aparece con una corona encima: la antítesis discreta, estudiosa, eficiente, feminista, de la explosión de telerrealidad a la que Donald Trump somete a este país desde hace cinco años.

Su fallecimiento, y la batalla política que ya está en curso en el Senado para nombrar sucesor o sucesora, es solo la guinda de un proceso mucho más amplio: la inclinación del poder judicial hacia posiciones conservadoras. No solo en el Tribunal Supremo, sino en todo el circuitos de cortes de Estados Unidos.

En la cúspide está el Tribunal Supremo, un consejo de sabios que recibe en torno a 7.000 peticiones de casos al año

El sistema federal de justicia norteamericano, que se ocupa de la Constitución y de la ley federal, es una pirámide con tres escalones. En la cúspide está el Tribunal Supremo, un consejo de sabios que recibe en torno a 7.000 peticiones de casos al año, de las cuales solo acepta unas 80: los casos más importantes. El escalón del medio, por debajo del Supremo, lo forman las 13 cortes del circuito de apelaciones, que tramitan unos 50.000 casos anuales. Y en la base, con 94 tribunales y una carga de 350.000 casos al año, están las cortes de distrito: la primera casilla judicial, el lugar donde se deciden el 85% de los procesos federales del país. El número total de jueces activos en estos tres niveles es de 792.

Y aquí es donde entra la mano presidencial: el comandante en jefe de EEUU tiene potestad de nominar, una vez se da una vacante, a los jueces de estos tres niveles. De los 792 jueces activos, Donald Trump ya ha nombrado a 194: casi la cuarta parte. El mayor número jamás nombrado por un presidente en su primer mandato (si sumamos dos mandatos, la marca de Barack Obama no está nada mal: nominó 312 jueces en 8 años).

Foto: Foto: EFE.

De esta manera, Trump ha podido ladear el sistema de justicia, como haría cualquier presidente, hacia su propia ideología. En este caso conservadora. Antes del fallecimiento de Ginsburg, era de los pocos presidentes que había nombrado a dos jueces del Supremo: Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, cuya nominación se produjo en medio de un escándalo por una presunta agresión sexual en sus años universitarios. El hecho de que pueda seleccionar un tercer juez es inédito, e inclinaría la balanza con una proporción de 6 contra 3 para los conservadores.

El proceso de búsqueda de jueces, en los niveles bajo y medio del sistema judicial, se da en los think tanks conservadoras como Heritage Foundation o la Federalist Society, que van cribando y recomendando nombres a la Casa Blanca. Una vez llegamos a la cima, el Supremo, los nombres son de mayor perfil y se eligen de manera más cuidadosa. El propio Trump publicó la semana pasada una lista de 20 potenciales candidatos, entre ellos los senadores republicanos Tom Cotton y Ted Cruz. Una lista que acaba de crecer a 40. Según The New York Times, suenan con mucha fuerza los nombres de Amy Conet Barrett, de Chicago; Thomas M. Hardiman, de Filadelfia, y William H. Pryor, de Atlanta.

El propio Trump publicó la semana pasada una lista de 20 potenciales candidatos, entre ellos los senadores republicanos Tom Cotton y Ted Cruz

El alto tribunal actúa como una serie de diques judiciales que modifican suavemente el curso de la vida sociopolítica de Estados Unidos. De sus nueve sabios emanan las decisiones que han terminado con la segregación racial, legalizado el matrimonio homosexual o permitido la financiación opaca de las campañas electorales. Dado que son cargos vitalicios, y los dos conservadores nombrados, hasta ahora, por Donald Trump, están en la cincuentena, hace de la sucesión de Ginsburg el objetivo número 1 de ambos partidos: los republicanos la quieren zanjar cuanto antes; los demócratas harán lo posible por evitarlo. Aunque sus opciones son raquíticas.

“Nos pusieron en una posición de poder e importancia para tomar decisiones para la gente que nos eligió de manera tan orgullosa, la más importante de las cuales ha sido considerada desde hace mucho tiempo la selección de los jueces del Tribunal Supremo”, tuiteó el presidente, Donald Trump. “Tenemos esta obligación, ¡sin retraso!”. Y así, una capa más de estrategia, propaganda y tensión se ha sumado a la ya contenciosa campaña por la presidencia de Estados Unidos.

La fallecida juez del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsbug, además de ser una institución feminista y un ídolo del Partido Demócrata, era también un dique: un muro de contención contra una pesadilla temida por los progresistas. La frágil, anciana barrera que separaba una mayoría conservadora de una mayoría conservadora aplastante en el alto tribunal. La defunción de Ginsburg abre la puerta a que el presidente Donald Trump, y los republicanos del Senado, nombren un sustituto o sustituta que incline la corte a la derecha durante varias décadas.

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