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El plan de Putin para convertir Bielorrusia en una 'colonia' (y por qué no le saldrá bien)
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El plan de Putin para convertir Bielorrusia en una 'colonia' (y por qué no le saldrá bien)

Pese a que este levantamiento revolucionario no empezó como un movimiento geopolítico acabará convirtiéndose en uno

Foto: Vladimir Putin. (Reuters)
Vladimir Putin. (Reuters)

En un primer momento, la crisis política en Bielorrusia pareció sorprender a Moscú. El Kremlin sabía que el presidente Aleksandr Lukashenko era impopular y que amañaría las elecciones para seguir al mando, pero al principio se mostró desconcertado por el tamaño y el momento de las manifestaciones. No supo cómo reaccionar. La confusión se trasladó a la esfera mediática. Durante más de una semana, el Kremlin no emitió ninguna orden de cómo contar las protestas. Mientras tanto, en Rusia y en Occidente los analistas y observadores empezaron a discutir cómo reaccionaría el Kremlin.

El 19 de agosto, cuando el Consejo Europeo amenazó con sancionar al régimen bielorruso si seguía reprimiendo a su población y advirtió contra las maniobras "geopolíticas" en Bielorrusia (esperando que Moscú participara en las conversaciones para lograr una transición de liderazgo), el Kremlin decidió apoyar a Lukashenko tanto en hechos como en palabras. Aunque Moscú fue ambiguo sobre hasta qué punto le ayudaría, las medidas pronto se pusieron en práctica.

La primera y la más visible de sus intervenciones fue en los medios. El régimen bielorruso no solo ha reemplazado a los trabajadores que están haciendo huelga con equipos rusos, sino que también ha adoptado el estilo del Kremlin en las comunicaciones: mostrar a los manifestantes como marionetas dirigidas por agentes extranjeros en una "revolución de color" y promoviendo la idea de un conflicto fronterizo con Lituania. Las historias que publican los medios estatales tienen muy poco que ver con lo que está ocurriendo sobre el terreno y los ciudadanos lo saben. El amateurismo de "copiar y pegar" las técnicas que usan los medios rusos para dar un giro a la situación tan solo refleja los prejuicios que tiene la audiencia rusa sobre Bielorrusia. Los manifestantes han respondido mofándose de Rusia y de su liderazgo político. En paralelo, Rusia dice que ayudará a Bielorrusia a refinanciar su deuda.

La falsa disputa fronteriza proporciona un pretexto para la segunda estrategia rusa, algo menos visible. Aunque Bielorrusia tiene su propio ejército, este tan solo interviene en la defensa territorial del país como parte de la alianza militar con Rusia formalizada en el Tratado de Organización de Seguridad Colectiva. Al movilizar y enviar al ejército bielorruso a maniobrar en la frontera occidental del país, el régimen no solo aleja a sus fuerzas de las ciudades, de las familias de los soldados y de las fuentes de información de la oposición, sino que también promulga el 'Zapad 17'.

Su soberanía, en bandeja de plata

En este escenario, como en cualquier plan de defensa bielorruso, el ejército está subordinado al Comando del Distrito Militar Occidental Ruso. Y aunque las maniobras bielorrusas sean mayormente militares, el movimiento también tiene implicaciones políticas importantes: Bielorrusia ha entregado sus fuerzas armadas y, por tanto, su soberanía, a Rusia. Cualquier movimiento que haga el ejército no solo será gracias al consentimiento de Moscú sino también bajo sus órdenes.

Una vez aceptada la rendición política de Lukashenko, el presidente ruso Vladimir Putin prometió enviar "una fuerza policial de reserva" por si las protestas se descontrolan. De hecho, las fuerzas armadas rusas se han estado entrenando para una intervención así y acabar con la insurgencia por si acaso.

Bielorrusia ha entregado sus fuerzas armadas y, por tanto, su soberanía, a Rusia

El tercer cambio a tener en cuenta en Bielorrusia tiene que ver con su seguridad nacional. Al haber llamado a la policía y a la KGB (bielorrusa) a restaurar el orden el 19 de agosto, Lukashenko inició una segunda campaña que siguió un libro de instrucciones completamente distinto al anterior. En vez de llevar a cabo violencia aleatoria y represión, las fuerzas de seguridad fueron a por los líderes de las manifestaciones el 22 y 23 de agosto y el siguiente fin de semana.

Este movimiento iba dirigido a los representantes políticos del movimiento de protesta: los miembros del consejo de transición y los líderes del comité de huelga. Sin líderes, pensaba el régimen, las protestas perderán fuelle tarde o temprano. El hecho de que los Servicios de Seguridad Federales Rusos hayan hablado con sus homólogos bielorrusos sugiere que Moscú está, de hecho, dirigiendo estas operaciones. Y, cuando Lukashenko apareció para felicitar a la policía por haber cargado contra los manifestantes en las calles el 23 de agosto, iba acompañado por guardaespaldas pertenecientes a un servicio de seguridad desconocido que portaban un rifle de servicio ruso, el AK-12. Es muy probable que, ya que ningún servicio de seguridad bielorruso usa ese rifle, Lukashenko haya recibido protección personal de Rusia.

El Kremlin ha rechazado las ofertas de mediación por parte de la comunidad internacional, incluyendo la de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Y los políticos en Moscú ya han empezado a discutir los cambios que se pueden hacer en la constitución bielorrusa y en su sistema político. El 31 de agosto, Lukashenko anunció que el proceso de cambiar la constitución sería revisado por un gabinete de asesores formado por leales y que no involucraría a ningún representante de las manifestaciones. Dejó claro que no tenía intención alguna de introducir ningún procedimiento democrático o, al menos, no de una forma en la que no pudiera controlar el resultado final.

Dado que todo lo que está ocurriendo apunta a que Moscú está estableciendo su control sobre el estado bielorruso, el tema de si Lukashenko se queda o se va es secundario. Moscú lleva tiempo intentando debilitar a Bielorrusia como un estado independiente y ha aumentado su control sobre su supuesto aliado. Si un débil Lukashenko depende del apoyo ruso para seguir en el poder, Moscú podría explotar esta ventaja y conseguir más concesiones de Bielorrusia. Las revisiones constitucionales —especialmente aquellas diseñadas para aumentar la influencia rusa en las instituciones bielorrusas— facilitarían a Moscú gestionar Bielorrusia como si fuera una colonia de facto.

placeholder Vladimir Putin y Aleksandr Lukashenko. (Reuters)
Vladimir Putin y Aleksandr Lukashenko. (Reuters)

Sin embargo, esa estructura política importada no serviría para solucionar las demandas populares y el apetito de cambio y de responsabilidad pública. Al igual que tantos otros movimientos revolucionarios, este podría contribuir a la construcción de una nación y del establecimiento de una identidad política distintiva. Tal y como ocurrió en Georgia y en Ucrania, la interferencia extranjera en una emancipación nacional y democrática provocará una reacción. Los ciudadanos bielorrusos tendrán que limitar la influencia rusa en su país si quieren elegir a un nuevo presidente. Por lo tanto, aunque este levantamiento revolucionario no empezó como un movimiento geopolítico acabará convirtiéndose en uno.

Por esta razón, los intelectuales rusos, especialmente aquellos afiliados al Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, defendían una transición más suave al comienzo de esta crisis. Si se hubiera dejado caer a Lukashenko al principio, Moscú podría haber preservado su influencia sin verse implicado en ningún debate de identidad nacional. Pero como suele ocurrir en la política rusa, las personas razonables tienen poco poder.

La dependencia de las medidas de seguridad de Moscú para apoyar a Lukashenko sugiere que la comunidad de inteligencia rusa ha vuelto a imponerse a la hora de tomar una decisión. La respuesta de Rusia a la crisis refleja un fuerte malestar por cualquier tipo de movimiento democrático, incluso si está dominado por personas que inicialmente no querían cortar los lazos con el país. Las decisiones de Moscú parecen estar motivadas por el miedo a que, si la gente es libre de elegir a sus líderes, puede que un día también se sientan libres a cambiar sus alineamientos en política exterior.

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Pese a que la Unión Europea tiene una influencia limitada aquí, debería prestar mucha atención a lo que está ocurriendo en Bielorrusia. La UE estuvo lenta a la hora de condenar la intervención de Moscú en el este de Ucrania; debería actuar más rápido en Bielorrusia. Ahora que Lukashenko ha aceptado la ayuda rusa en la esfera mediática, los europeos deben condenar la involucración rusa y ser consecuentes. Por supuesto, en el ámbito de la seguridad, esto exigirá mayores esfuerzos de inteligencia para precisar nuevas líneas de mando e interferencia. No obstante, Occidente necesita responsabilizar a Moscú y no solo sancionar a unos pocos actores indirectos.

Dado que Rusia está fuertemente involucrado en las guerras en Ucrania y en Siria, interfiere en las elecciones occidentales y sus esfuerzos para envenenar a candidatos opositores y disidentes en el extranjero —Europa, particularmente Francia y Alemania— debe darse cuenta que ni los acuerdos económicos ni el diálogo conseguirá que el Kremlin cambie su manera de actuar. Y, como ha demostrado el ejemplo de Bielorrusia, los constantes enfrentamientos en política exterior entre Occidente y Rusia no surgen por una falta de diálogo (ha habido bastantes llamadas entre líderes europeos y rusos en las últimas semanas), sino a intereses y sistemas de valores fundamentalmente opuestos.

Más allá de la crisis actual, a largo plazo el desmantelamiento del estado bielorruso tendrá consecuencias profundas en la región. Antes de las elecciones de 2020, Lukashenko todavía preservaba un mínimo grado de independencia sobre Moscú al negarse a reconocer la anexión de Crimea o a permitir que Bielorrusia se convirtiera en el trampolín de las intervenciones militares rusas. Ya no tendrá esa libertad y tendrá que aceptar las bases militares rusas y los desplazamientos en territorio bielorruso. Además, Ucrania tendrá una frontera aún más grande en la que las fuerzas rusas pueden maniobrar, dejando al país aún más vulnerable. El cambio alterará el equilibrio de poder regional en el flanco este de la OTAN en detrimento de la Alianza. Europa debe prepararse ya a todos estos cambios.

*Análisis publicado en el European Council on Foreign Relations por Gustav Gressel y titulado 'The slow dismantling of the Belarusian State'

En un primer momento, la crisis política en Bielorrusia pareció sorprender a Moscú. El Kremlin sabía que el presidente Aleksandr Lukashenko era impopular y que amañaría las elecciones para seguir al mando, pero al principio se mostró desconcertado por el tamaño y el momento de las manifestaciones. No supo cómo reaccionar. La confusión se trasladó a la esfera mediática. Durante más de una semana, el Kremlin no emitió ninguna orden de cómo contar las protestas. Mientras tanto, en Rusia y en Occidente los analistas y observadores empezaron a discutir cómo reaccionaría el Kremlin.

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