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De independentista a patriota, de izquierdas y eclesial: ¿todo vale para conseguir el poder?
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Todos los políticos buscan el poder absoluto

De independentista a patriota, de izquierdas y eclesial: ¿todo vale para conseguir el poder?

El poder se toma, y luego se piensa. Entender ese orden es clave para conseguirlo; hacerlo a la inversa es mucho más complicado

Foto: Matteo Salvini, líder de la Lega. (Reuters)
Matteo Salvini, líder de la Lega. (Reuters)
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Decía el escritor francés Henri Beyle —algo más conocido por el seudónimo Stendhal— que “el poder, después del amor, es la primera fuente de la felicidad”. El romanticismo es cosa de sensibles, los políticos son más prácticos. Stendhal no era un político. Giulio Andreotti, uno de los mejores profesionales de la política que han existido, sí. El italiano, que manejó medio siglo Italia a su antojo, confirmó los cálculos de Stendhal y comprobó también que la mayor fuente de su felicidad era el amor, lo que pasa es que él se enamoró del poder.

Una caterva de políticos de antes y de ahora hicieron y hacen lo mismo, seducidos por el ansia de un poder para el que el también italiano Maquiavelo diera un atajo: “El fin justifica los medios”. El poder es un fin en sí mismo. El maquiavélico Andreotti elevó a mantra una frase desde la que ordenó toda su muy larga y oscura carrera profesional: “El poder desgasta… al que no lo tiene”. La frase, pese a que se le atribuye en ocasiones a él, no era suya, sino del también estadista, obispo, político y diplomático francés Talleyrand, otro de esos personajes que entendieron la vida pública desde una balanza. Él añadió otro consejo: “La oposición es el arte de estar en contra tan hábilmente que, luego, se pueda estar a favor”, dijo el galo.

¿Todo vale en política para conseguir vencer? ¿La marca candidato está hoy por encima de la marca ideológica? ¿Por qué tantos ciudadanos entienden su afiliación política de una forma similar al amor que sienten por un equipo de fútbol?

Un independentista gobernando a todos

En Italia, la independentista —en su nacimiento— Lega Nord pasó a llamarse Lega Salvini en 2017. La marca candidato por encima o igual de la marca partido es algo a lo que nos hemos acostumbrado en la aldea global en estos tiempos de renacimiento de líderes alfa. “El Estado soy yo”, de Luis XIV, palidecería ante el resurgir de tantos salvapatrias que hoy toman el poder no por derecho de cuna sino por derecho masivo de votos. Ninguna objeción a la mejoría, al menos en el método de asalto a los cielos, y sí a los aciertos y resultados conseguidos por sus liderazgos. Dicen que la peor de las dictaduras es una mayoría absoluta, frase que da una idea del peligro de ejercer un poder tan legitimado como desmedido y de no haber vivido nunca bajo una férrea dictadura.

Foto: El líder de la Liga, Matteo Salvini. (Reuters)

Todos los políticos buscan eso, el poder absoluto. Matteo Salvini también. El cambio de nombre de su partido ha tenido sin embargo recientemente una respuesta ¿inesperada? que invita a analizar si hay límites a ese todo a un euro en el que se está convirtiendo la política. Meter su nombre y quitar Nord fue algo más que un intento de resaltar su liderazgo, fue también un paso obligado para tomar el poder traicionando al propio ideario del partido.

La Lega Nord es un partido que nace en 1989 con la fusión de diversos movimientos autonomistas de las regiones del norte de Italia. Su creador y primer gran líder, Umberto Bossi, tiene decenas de frases míticas sobre su concepto de Italia. “Es justo ayudar al sur, pero en su casa, que si no se desbordan aquí como los africanos” o “a mí los negros me caen bien, ellos no pueden dominarnos. Los del sur sí, porque controlan el Estado”. La Lega Nord se movió siempre en los límites del desafío independentista, con su sueño de crear un nuevo Estado llamado Padania y separado de esa “Roma ladrona”, eslogan usado por sus políticos y votantes. Con esas ideas separatistas y ¿racistas? (complicado calificarlas) obtuvo Bossi desde el inicio, en algunas partes septentrionales de Italia, magníficos resultados electorales.

Pero Salvini aspiraba a más. El poder, entendió el milanés, desgasta al que no lo tiene, y para ostentar el verdadero poder, el que se ostenta desde la cima de la pirámide, encontró una fórmula: conseguir ser votado en el sur. Para ello es importante no insultar a los electores a los que hay que pedir el voto. Recordarles que ellos son norte, marcando una frontera, no era un buen camino, y el mismo político que en la Fiesta de Pontida de 2009 (encuentro anual de la Lega Nord) cantó: “sentí che puzza, scappano anche i cani, stanno arrivando i napoletani” (siente el mal olor, escapan hasta los perros, están llegando los napolitanos), eliminó el Nord del eslogan y consiguió importantes avances de su formación en las elecciones en las regiones meridionales. La memoria corta es un mal de los ciudadanos que trasciende a la política, quizá porque ella, aunque muchos lo obvien, está hecha de ciudadanos.

placeholder Giulio Andreotti, meses antes de fallecer en 2013. (EFE)
Giulio Andreotti, meses antes de fallecer en 2013. (EFE)

Sin embargo, la jugada de Salvini ha tenido una reacción inesperada. Muchos votantes de la Lega, ante el cambio del nombre y el giro ideológico de ver a su líder pidiendo el voto por plazas y calles de Sicilia, Campania y Calabria, no han ido a recoger su nuevo carnet, donde falta el Nord y cambia el logo. “La Lega en riesgo de escisión. Vénetos y militantes del Norte defienden el viejo partido”, titulaba 'La Reppublica' en un reportaje reciente donde destapó el motín de las bases. Hay votantes independentistas de la Lega que no buscaban conquistar Roma sino deshacerse de ella. Ya lo advirtió en febrero pasado el padre de la Lega, Umberto Bossi, que habló del cambió de nombre y de carnet en febrero: “Si Salvini lleva la Lega al sur, en el norte no le votan más”.

Está por verse si tiene razón el viejo Bossi porque nadie ha llevado a la Lega más alto que Salvini. Sigue siendo hoy, pese al constante descenso en las encuestas, la formación que encabeza los sondeos en Italia, pero quizá traspasar ciertas líneas y no alcanzar el poder puede suponer su tumba. A un ganador se le perdonan largos deslices que a los perdedores rápido se le cobran. Ya saben, el poder desgasta al que no lo tiene.

Izquierda sin aborto y matrimonio gay

La izquierda y la derecha clásica empiezan a ser conceptos difusos en muchas partes. El lugarteniente de un famoso político madrileño caído en desgracia a las puertas del poder por pensar que la línea más corta para ganar elecciones era conseguir no que le votaran a ellos sino que no votaran a los otros, me lo explicó tras una entrevista, en el 'off the record', así: “Nosotros sabemos que hay una parte del electorado que nos vota con la nariz tapada, pero que al final prefieren que gobiernen los suyos a que lo hagan los rojos. Lo que conseguimos es que no se movilice el voto contrario porque nosotros no les parecemos peligrosos”. La táctica era brillante, ganaban elecciones una tras otra… menos las internas de su partido donde los de la nariz tapada eran los que debían votarles.

Esa estrategia de no despertar temores se aprende especialmente perdiendo. El mexicano Andrés Manuel López Obrador, AMLO, aprendió en dos elecciones previas, 2006 y 2012, que sus excesos verbales le habían costado la victoria. Generaba tanto entusiasmo entre sus acólitos como odios y recelos en el resto. En 2018, el hombre que se presentaba como líder de la izquierda transformadora, había entendido dos cosas: que las revoluciones hoy se inician dando abrazos y que los mexicanos tienen debilidad por la Virgen de Guadalupe.

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (EFE)

Dicho de otra forma, que no conviene molestar a ciertos poderes fácticos hasta que uno no tiene fuerza para ejecutar las amenazas y que no conviene importunar a la Iglesia, católica o evangélica, por “nimiedades sociales” como el aborto o el matrimonio gay. En la campaña electoral, y tras vencer, ha sido preguntado repetidamente por esos asuntos y repetidamente se ha salido por la tangente. “No puedo manifestarme de manera contundente”, dijo al ser preguntado el 8 de marzo de 2019 por el aborto. Un líder progresista, en principio, parecería proclive a legislar a favor del matrimonio igualitario y la interrupción libre de embarazos, pero un político apegado a la poltrona sabe que hay ciertas instituciones a las que es complicado enfrentarse. La clave será entender si esa divergencia entre conservadurismo y progresismo —en AMLO, parece evidente esa dicotomía— puede erosionar su electorado.

Estos son mis principios…

Hay muchos ejemplos, pero el debate sobre hasta dónde llegan los límites ideológicos que pueden trasvasarse sin acabar ganando votos de un lado y perdiéndolos por otro está hoy muy vigente en este periodo de populismos varios. Antisistema como el Movimiento 5 Estrellas italiano toman el poder alertando de los males de la casta y proponiendo que los cargos electos duren solo dos mandatos hasta que miran el reloj, ven que los dos mandatos ya han pasado y deciden que el primero fue muy rápido, lo llaman mandato cero por considerarlo de aprendizaje y así poder ejercer ahora otro (el ejemplo es literal). ¿Los votantes italianos que no quieren casta aferrada al poder les seguirán votando?

En EEUU o Brasil, por ejemplo, presidentes como Trump y Bolsonaro han levantado un báculo y abanderado el puritanismo y conservadurismo social, obviando que ambos se han casado tres veces y tienen todo tipo de escándalos, sexuales y no sexuales, poco convencionales en sus vidas. ¿Los puritanos de ambos países prefirieron votarles como un mal menor (nariz tapada) o creyeron que no es importante para ser creíble dar primero ejemplo?

El maniqueísmo requiere una cierta prudencia para que el mensaje sea fácil de entender: los malos son estos, los buenos somos nosotros

La vía que hoy parece abrirse paso en la aldea global para conseguir el poder es la de tener tres o cuatro puntos muy fuertes que repetir machaconamente (inmigración, casta, violencia…) y, a partir de ahí, no pisar charcos. El maniqueísmo requiere una cierta prudencia para que el mensaje sea fácil de entender: los malos son estos, los buenos somos nosotros.

La opción intermedia es la de apostar por una amplia gama de grises al ritmo que marcan las redes sociales y encuestas. Hay políticos tan empeñados en no molestar a los contrarios que acaban molestando a sus simpatizantes. No es grave ese entuerto, especialmente desde el poder hay tiempo para remendar errores. Internet permite hoy encontrar rápido la guía de los votos. “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”, la mítica frase atribuida parece que por error a Groucho Marx sigue vigente. El poder se toma, y luego se piensa. Entender ese orden es clave para conseguirlo; hacerlo a la inversa es mucho más complicado.

Decía el escritor francés Henri Beyle —algo más conocido por el seudónimo Stendhal— que “el poder, después del amor, es la primera fuente de la felicidad”. El romanticismo es cosa de sensibles, los políticos son más prácticos. Stendhal no era un político. Giulio Andreotti, uno de los mejores profesionales de la política que han existido, sí. El italiano, que manejó medio siglo Italia a su antojo, confirmó los cálculos de Stendhal y comprobó también que la mayor fuente de su felicidad era el amor, lo que pasa es que él se enamoró del poder.

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