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Donald Trump, acorralado: los cuatro factores que pronostican su derrota
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¿Volverá a desafiar las encuestas?

Donald Trump, acorralado: los cuatro factores que pronostican su derrota

En 2016, Trump ganó pese a las encuestas, dando paso a una época de histeria y autoengaño de los demócratas. ¿Estamos ante la misma situación en las elecciones de 2020?

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

El nombre de Donald Trump siempre viene bañado en emociones. Nadie lo pronuncia de manera inocua y limpia, sino con una carga sentimental. En Nueva York, por ejemplo, se le menciona con irritación y un profundo desprecio. Cada vez que alguien dice 'Trump', está conjurando los males de la civilización: la vulgaridad, la corrupción, el egotismo, la mentira. En muchas regiones rurales y blancas, por el contrario, esa misma palabra, 'Trump', lleva un acento de admiración. Es como el amigo del que uno se siente orgulloso: el capitán del equipo.

De entre todas las emociones que despierta el presidente de Estados Unidos, una de las más potentes es la inseguridad. Su victoria de 2016 fue tan inesperada que su nombre genera un miedo primitivo, irracional. Es como el lobo que acecha a los pastores. Una fuerza oscura a la que no se puede subestimar. Porque ya se hizo una vez y el lobo acabó devorando a las ovejas.

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Si el Partido Demócrata fuera Roma, Trump sería Aníbal. Una amenaza en principio lejana, un general sin galones y sin una flota que lo lleve a Washington. Un bárbaro. Los romanos no le dan mucha importancia. Qué va a hacer, ¿cruzar a pie los Alpes? Pero Aníbal los cruza, se gana la obediencia de las tribus, vence al 'establishment' y acaba a las puertas de la capital. Con Aníbal en los muros, los romanos se comportan como los demócratas de 2017. Son presa del autoengaño y la histeria, y buscan todo tipo de razones para justificar su humillación ante el bárbaro.

Pero también a Aníbal le llegó su hora. En estos momentos, a poco más de tres meses de las elecciones presidenciales, Donald Trump está acorralado. No sabemos qué pasará en noviembre, pero si las elecciones se celebrasen hoy, todas las encuestas predicen una estrepitosa derrota del presidente, tanto a nivel nacional como en los estados clave. Los nueve sondeos de referencia dan a Joe Biden como ganador con una media de 8,6 puntos de ventaja. Incluso el sondeo del canal Fox, nada sospechoso de querer perjudicar a Trump, refleja más apoyos a Biden y más confianza en él para gestionar la economía o la crisis del coronavirus.

Es entonces cuando nacen las inseguridades, el miedo irracional, porque ¿acaso no daban todas las encuestas como ganadora a Hillary Clinton en 2016? ¿No estaríamos ante una situación parecida? Cierto. Hasta que ponemos la lupa en los detalles. Hay que tener en cuenta cuatro factores que pueden ser, potencialmente, decisivos.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (EFE) Opinión

Cuatro factores para la derrota de Trump

El primero, que Donald Trump está donde está, en parte, por una gran dosis de buena suerte. Las encuestas de 2016 no fueron un completo fiasco: de hecho, fueron bastante acertadas, salvo por márgenes muy exiguos en un puñado de estados clave. Los estados que, casualmente y por el grosor de un pelo, le dieron a Trump los delegados necesarios para ser presidente. En concreto, el republicano se llevó 77.744 votos más en Michigan, Wisconsin y Pensilvania. El 0,05% de las papeletas de ese día. Clinton ganó casi tres millones de votos más, pero no en los lugares adecuados.

Es decir, que Trump ganó contra pronóstico, que el populismo marcó un gol histórico, que muchas heridas y realidades nacionales saltaron a la vista y que aquel día quedará en los anales de Estados Unidos. Pero, sin ese pequeño empujoncito de los dioses del azar, el despacho oval no tendría hoy unos pesados cortinajes dorados.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Aquí viene lo interesante: aun si, esta vez, los sondeos errasen con el mismo margen de hace cuatro años y Trump se llevase esos votos, Joe Biden seguiría ganando las elecciones. Su ventaja, de 8,6 puntos de media, es el doble de grande que la que tenía Clinton a estas alturas. La Universidad de Quinnipac (Connecticut) llega a dar a Biden una holgura de 15 puntos. La superioridad es tan amplia que incluso Arizona y Texas, bastiones republicanos desde hace cuatro décadas, podrían volverse azules. Por no hablar de los estados clave, como Pensilvania, Michigan o Florida, el premio gordo de los comicios. Biden se lo embolsaría con entre cinco y 10 puntos de margen.

Más interesante todavía: estos números no son, o no solo, una consecuencia del momento excepcional que ha creado la pandemia. Biden, pese a sus tropiezos y a su accidentado comienzo de las primarias, siempre ha estado por delante de Trump en las encuestas. Las turbulencias de los últimos meses solo han ensanchado un poco más esta diferencia. Lo mismo se puede decir de los siguientes elementos.

'Buy American'

El segundo factor es que Joe Biden no tiene algunas de las debilidades que le costaron el poder a Hillary Clinton. Sobre todo, el escaso entusiasmo de la clase obrera blanca. Contrariamente al cliché de trabajador blanco gruñón, apegado a la Biblia y a las armas, una parte de este segmento poblacional votó a Barack Obama en 2008 y 2012, inclinando a su favor territorios políticamente ajustados como Iowa, Minesota, Indiana, Colorado, Virginia o Carolina del Norte. En 2016, sin embargo, muchos de ellos o bien se quedaron en casa o bien votaron a Donald Trump.

Veamos la comparación: hace cuatro años, Donald Trump se llevó la mayoría del voto de los blancos sin diploma universitario con casi 40 puntos de diferencia. Ahora, su ventaja sobre Joe Biden en este grupo, según los sondeos de intención de voto, ha caído a apenas 16 puntos. Su arma secreta, por tanto, podría quedar neutralizada.

Trump se llevó el voto de los blancos sin diploma universitario con casi 40 puntos de diferencia. Ahora, su ventaja sobre Biden es solo de 16

El tercer factor es que Joe Biden sabe todo esto y, a diferencia de Hillary Clinton, ha evitado caer en la madriguera de las identidades. El candidato no acaba sus discursos nombrando, como hacía Clinton, a 17 grupos étnicos y de género, algo que a un habitante de Wyoming, donde el 92% de la gente es blanca, le tiene sin cuidado. En cambio, se ha centrado en aspectos de base: cuestiones económicas que afectan a todos los estadounidenses, independientemente del género o del color de la piel.

El demócrata, de hecho, se ha permitido birlarle a Trump algunas de sus recetas nacionalistas en el plano económico. A principios de julio, Biden acudió a Scranton, una localidad industrial de Pensilvania donde el discurso de Trump hizo efecto, a presentar su plan de inversión masiva para crear o devolver empleos manufactureros a suelo estadounidense. Uno de los vectores del proyecto, 'Buy American', parece una página calcada del 'America First' trumpiano.

Foto: Un coche de policía, delante de la puerta del hotel Trump en Washington. (Reuters)

Los odiadores de Hillary

Cuarto factor: Joe Biden, simplemente, no cae tan mal como Hillary Clinton. No produce el mismo rechazo. La candidata demócrata llegó a las elecciones con una gruesa mochila de escándalos, algunos reales y otros ficticios. La presidencia de su marido ya la había arrastrado por el fango en los años noventa, y el hecho de que sea mujer puede haber despertado misoginias. Sea como fuere, muchos votantes no la tragaban.

Veamos un ejemplo. En cada cita electoral, siempre hay 'double haters', como se conoce a los votantes que odian a los dos candidatos. En 2016, había un 18% de electores de este tipo. Y se acabaron decidiendo por Trump, dándole el impulso clave en esos tres estados mencionados. Lo odiaban, sí, pero menos que a la demócrata.

Ahora, este tipo de votantes detesta menos a Biden que a Trump, según varias encuestas. Un sondeo de NBC News/'The Wall Street Journal' refleja que, de los 'double haters', el 60% votaría a Joe Biden y solo un 10% a Donald Trump. En mayo, Morning Consult recogía unas proporciones parecidas, de 46% contra 14% a favor del demócrata. El reverso de lo que sucedía en 2016.

La base electoral del presidente es muy fiel, pero muy magra. Suele rondar el 40% del electorado, de ahí la improbable carambola de 2016. Incluso cuando ha llegado a ensancharse, en los mejores momentos de su presidencia, al 45%, ha seguido estando por debajo de los márgenes típicos para ganar unas elecciones. Barack Obama fue reelegido con una aprobación del 51%, George Bush hijo con un 53%, Bill Clinton con un 54% y Ronald Reagan con un 58%. Por debajo de este corte, la cosa se complica. Y Trump jamás ha llegado a ver de cerca ese umbral. Menos ahora, con la pandemia fuera de control, una crisis económica en desarrollo y su aprobación en mínimos.

Foto: Manifestantes se enfrentan a la Patrulla Estatal. (EFE)

Que se cave su propia tumba

Antes de ser vencido por Publio Cornelio Escipión en la batalla de Zama, Aníbal llegó a tener un rival a su altura. Un general romano que le dejaba deambular por Italia y que no caía en las trampas que le ponía el cartaginés. Quinto Fabio Máximo sabía esperar, por eso le apodaron 'Cunctator', el 'temporizador'. Dejaba que Aníbal, atrapado en territorio enemigo, al mando de tropas nuevas y diversas, se desgastase. Los impacientes romanos, sin embargo, relevaron a Cunctator para apostar por un triunfo rápido, en campo abierto. Aníbal respiró aliviado. Y masacró a los romanos en Cannas.

No sabemos si Biden ha leído a Tito Livio, o a Napoleón, por aquello de no molestar a tu oponente cuando lo veas cavar su propia tumba. Pero el demócrata parece evitar los cebos que le pone Trump. No baja al barro, ni se mete en las peliagudas políticas identitarias. No habla de las estatuas derribadas, ni de la cultura de la cancelación, y solo un poco del racismo. Comparece apenas y, cuando lo hace, no responde a las preguntas de los periodistas. No hace aspavientos ni da grandes titulares. Fue vicepresidente ocho años. La gente ya sabe quién es. Biden se limita a dejar que Trump se desgaste, con la esperanza de extender el brazo para recoger el fruto presidencial en noviembre.

La campaña de Trump es consciente del peligro y acaba de reestructurar su cúpula, quitando la jefatura a Brad Parscale y entregándosela a Bill Stepien. Aun así, Donald Trump ha tachado estas encuestas de “falsas” y se ha reservado la opción, como había hecho en 2016, de no reconocer el resultado de las elecciones. Una actitud sin precedentes en la historia de la democracia norteamericana. Dado que el coronavirus popularizará el voto por correo, el presidente lleva semanas diciendo que esta forma de votar es fácilmente corrompible e invalidaría las elecciones. Sospechas que no están debidamente corroboradas. El propio presidente vota por correo.

Nota: estas palabras se escriben a 19 de julio de 2020, con base en la situación y las encuestas disponibles. No son una predicción ni una apuesta; no subestiman a Trump, que ha probado ser un guerrero electoral formidable, ni mucho menos niegan el carácter desordenado, pasional e impredecible de la política y de la historia. Algo que ya teníamos claro desde hace unos años. Más aún en 2020.

El nombre de Donald Trump siempre viene bañado en emociones. Nadie lo pronuncia de manera inocua y limpia, sino con una carga sentimental. En Nueva York, por ejemplo, se le menciona con irritación y un profundo desprecio. Cada vez que alguien dice 'Trump', está conjurando los males de la civilización: la vulgaridad, la corrupción, el egotismo, la mentira. En muchas regiones rurales y blancas, por el contrario, esa misma palabra, 'Trump', lleva un acento de admiración. Es como el amigo del que uno se siente orgulloso: el capitán del equipo.

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