Make Russia Great Again: desfile, reforma y revanchismo geopolítico en la Rusia de Putin
Ante la incapacidad de adoptar reformas estructurales que permitan dinamizar la economía, el Kremlin parece decidido a apostarlo todo a las cuestiones morales y el revanchismo geopolítico
Putin quiere tener todo atado y bien atado. El Desfile de la Victoria en Moscú y los mensajes que está emitiendo el Kremlin estos días forman parte de un intento por reforzar y renovar la mayoría social y las fuentes de legitimidad del putinismo. Si se cumplen los pronósticos -y hay poca incertidumbre al respecto- la reforma constitucional será aprobada ampliamente y eso abrirá las puertas para una posible y probable perpetuación de Putin al frente del país al menos hasta 2036. En plena pandemia, con una crisis económica en ciernes y una propuesta de futuro poco atractiva, el gran reto para el Kremlin es movilizar al electorado y alcanzar una participación superior al 65% con un 70% de los votos a favor. Eso explica los esfuerzos estas últimas dos semanas por despertar a una población alicaída. Así, el desfile del 24 de junio debe convertirse en el preámbulo de un triunfo holgado en el referéndum de reforma constitucional del 1 de julio.
La fecha elegida para celebrar el Desfile pospuesto desde el 9 de mayo a causa del coronavirus no es casual, como recordaba María Sahuquillo. El 24 de junio de 1945 se celebró el primer Desfile de la Victoria presidido en aquella ocasión por Stalin. Sin embargo y a su pesar, más que con Stalin este desfile conecta a Putin con Brézhnev, paradigma del estancamiento soviético quien en 1965 decidió recuperarlo tras más de veinte años sin celebrarse como bálsamo y alternativa ante la incapacidad de ofrecer prosperidad y futuro a los ciudadanos soviéticos. Putin hace una apuesta similar por seguir hacia adelante, pero mirando siempre hacia atrás. La grandeza imperial -sea zarista o soviética- es el espejo en el que se mira Rusia.
Además, conviene remarcarlo, este Desfile y la festividad del 9 de mayo han ido perdiendo su sentido original. Antaño, aunque se celebrara la gesta bélica, se trataba sobre todo de recordar a los muertos y honrar a los supervivientes. Desaparecidos estos ya en su mayor parte, el Desfile ha ido adquiriendo claras connotaciones revanchistas y al servicio de la agenda del Kremlin. En la última década y muy particularmente los últimos cinco años, se trata de exhibir músculo militar con vocación intimidatoria y legitimadora de una agenda geopolítica crecientemente asertiva. El Kremlin emplea así torticeramente el recuerdo de la IIGM. Cuestionar su agenda actual, viene a decir Moscú, es cuestionar su victoria frente al nazismo y una suerte de “derechos adquiridos” por su triunfo militar entonces.
Lemas y símbolos popularizados en los últimos años como “a Berlín” [На Берлин] o “podemos repetirlo” [Можем повторить!] reflejan ese revanchismo inoculado en la sociedad rusa y los intentos del Kremlin por utilizarlo como elemento aglutinante de un nuevo consenso social. Cuando se utiliza el recuerdo de la denominada en Rusia Gran Guerra Patria el respaldo popular es amplio. Pero no todo el mundo sucumbe frente al intento de manipulación de este recuerdo. Y como suele suceder, cuanto más minoritaria, más meritoria resulta la disidencia.
Así por ejemplo, en una entrevista publicada el pasado abril por la revista estonia Diplomaatia, el publicista ruso, Gleb Morev indicaba, con no poca sorna, lo siguiente: “Si veo eslóganes como ‘a Berlín’ en BMWs, Mercedes u otros coches alemanes [muy abundantes en Rusia] no acabo de entender qué quieren decir. Un país que no ha sido capaz de producir un coche decente en los últimos 75 años pone eslóganes como esos en coches fabricados en el país que perdió la guerra. No creo que eso nos lleve a interpretaciones favorables”. En esa dicotomía -fervor patriótico frente a una modernización fallida- radica una de las cuestiones clave y uno de los grandes desafíos para el Kremlin.
Este dilema pareció resolverse en buena medida con la anexión de Crimea en marzo de 2014. Con el fervor del Крым наш (Crimea es nuestra) Putin alcanzó los mayores niveles de popularidad y su legitimidad parecía disociarse de su desempeño económico. Sin embargo, el paso del tiempo y la prosperidad menguante han ido atenuando ese respaldo hasta generar cierta inquietud en el Kremlin. Ante la incapacidad y falta de voluntad por adoptar reformas estructurales que permitan dinamizar la economía y la sociedad rusas, el Kremlin parece decidido a apostarlo todo a la carta de las cuestiones morales y el revanchismo geopolítico.
En esa clave cabe interpretar, por ejemplo, la introducción de una enmienda que prohíbe el matrimonio igualitario en la reforma constitucional. Esta cuestión, intuye el Kremlin, puede galvanizar la participación y el respaldo a la reforma y diluir a ojos de los votantes la cuestión de la permanencia de Putin en el poder. De ahí que, al igual que sucedió durante las elecciones presidenciales de 2018, se haya difundido un spot publicitario homófobo. Por si hay alguna duda, en Rusia no solo no es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo, sino que se produce una intolerable permisividad con la violencia contra las minorías sexuales. En YouTube y otras redes han circulado docenas de vídeos de agresiones, torturas y en algunos casos asesinatos grabados y difundidos con total impunidad por grupos de extremistas fanáticos.
La IIGM es, como se apuntaba antes, un vector para legitimar la aspiración rusa de reformular la arquitectura de seguridad europea
También, y volviendo a la cuestión del Desfile, la reforma incluye enmiendas relativas a la defensa de una supuesta “verdad histórica” y de la tradición soviética. Y aquí de nuevo se trata de establecer un discurso incuestionado que permita legitimar, desde la perspectiva del Kremlin, su agenda geopolítica. Decía o dicen que decía Churchill que nada resulta tan impredecible en Rusia como la historia. Y, sin llegar a los extremos del estalinismo, algo de eso sigue habiendo. Así, el tímido reconocimiento de la masacre de Katyn iniciado por el propio Gorbachov o del pacto Molotov-Ribbentrop por el propio Putin vuelven a ser ahora frontalmente rechazados por el Kremlin.
La IIGM es, como se apuntaba antes, un vector para legitimar la aspiración rusa de reformular la arquitectura de seguridad europea. Esa línea argumental y ese objetivo son los que plantea el mismo presidente Putin en una larga pieza publicada el 18 de junio en The National Interest, revista del think tank The Center for the National Interest en Washington, conocida por su apuesta por el diálogo y acercamiento a Moscú.
En palabras del propio Putin “una memoria histórica compartida […] servirá como base sólida para unas negociaciones exitosas y acción conjunta en aras de una mayor estabilidad y seguridad del planeta”. Como ya he apuntado en otro lugar, Rusia añora Yalta. Es decir, sentarse en una mesa en la que se reparta el mundo. Además de EEUU, Rusia acepta a China en esa mesa de iguales. Conviene no perder de vista, particularmente la UE y sus miembros, que tanto Moscú como Pekín conciben la soberanía real no como un derecho sino como la capacidad de quienes pueden ejercerla por sí mismos. Es decir, el Kremlin exige igualdad entre iguales, no igualdad para todos. Y por si había alguna duda de por dónde van los tiros y de los riesgos que entraña este enfoque para la paz y la estabilidad en Europa, el 21 de junio en una larga entrevista en el canal Rossiya 1, Putin cuestionó explícitamente las fronteras heredadas del colapso soviético. Según el dirigente ruso algunas exrepúblicas soviéticas albergan “tierras rusas”.
Los precedentes no permiten tomarse estas palabras a la ligera. Invitado a la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en abril de 2008, Putin advirtió cruda y explícitamente de las consecuencias que Georgia y Ucrania podrían afrontar por su aspiración de convertirse en miembros de la Alianza Atlántica. Ucrania, dijo en aquella ocasión el mandatario ruso, no era un país, sino “una formación estatal compleja”.
Seis meses después de aquella cumbre, los tanques rusos a punto estuvieron de llegar hasta Tbilisi, la capital georgiana. Seis años después, Rusia se anexionaba Crimea y el propio Putin alentaba la llamada “primavera rusa” -una intervención militar encubierta en el este de Ucrania ejecutada parcialmente por grupúsculos ultranacionalistas- con la utilización en público en al menos dos ocasiones del término Novorossiya, un cuestionamiento explícito de la integridad territorial de Ucrania. La falta de un apoyo popular local significativo, más allá de algunos núcleos en Donetsk y Luhansk, impulsó el abandono de esta opción maximalista y la adopción de un plan de intervención más modesto, pero que persigue un objetivo igualmente ambicioso como es el control estratégico de Ucrania. El tiempo dirá si esta entrevista buscaba únicamente excitar los ánimos de cara al Desfile y el referéndum o si anticipaba algo más profundo e inquietante.
Nicolás de Pedro*, Head of Research & Senior Fellow, The Institute for Statecraft, Londres
Putin quiere tener todo atado y bien atado. El Desfile de la Victoria en Moscú y los mensajes que está emitiendo el Kremlin estos días forman parte de un intento por reforzar y renovar la mayoría social y las fuentes de legitimidad del putinismo. Si se cumplen los pronósticos -y hay poca incertidumbre al respecto- la reforma constitucional será aprobada ampliamente y eso abrirá las puertas para una posible y probable perpetuación de Putin al frente del país al menos hasta 2036. En plena pandemia, con una crisis económica en ciernes y una propuesta de futuro poco atractiva, el gran reto para el Kremlin es movilizar al electorado y alcanzar una participación superior al 65% con un 70% de los votos a favor. Eso explica los esfuerzos estas últimas dos semanas por despertar a una población alicaída. Así, el desfile del 24 de junio debe convertirse en el preámbulo de un triunfo holgado en el referéndum de reforma constitucional del 1 de julio.