Viaje a los antros más oscuros de la noche tailandesa, que desafían al Gobierno y al covid
Los distritos de ocio nocturno de Bangkok lucen ahora como pueblos fantasma. El Gobierno, con la excusa del coroanvirus, ha prohibido el alcohol y cerrado los bares más populares
Los distritos de ocio nocturno de Bangkok, antes iluminados por neones y atestados de gente, lucen ahora como pueblos fantasma. El bar Morning Night, que da la bienvenida al popular barrio rojo de Nana, se ha convertido en un refugio para gente sin hogar. Y en el enclave en que se aloja un enorme letrero de la avenida Sukhumvit, donde una marabunta de vendedores ambulantes antes hacía su agosto, ahora solo hay tipos tirados en el caldeado asfalto, inmóviles como víctimas en una guerra. Y es que saben que ahí nadie les va a molestar, ni la policía pasa ya por allá.
Si bien muchas de las avenidas de la capital tailandesa siguieron atestadas de gente cuando la pandemia por covid-19 parecía que iba a golpear fuerte en el país, las primeras luces en apagarse fueron las de color rojo y las de los neones. El Gobierno aprovechó el estado de emergencia para atacar duramente a uno de sus enemigos necesarios, los bares y discotecas, a quienes acusaba de focos de contagio. Y pronto, con la excusa de proteger a la población de sus propias tentaciones, forzó una ley seca que prohibió el consumo y la comercialización de bebidas alcohólicas en la mayor parte de abril, lo que ha provocado que el mercado negro ofreciera cervezas a casi diez euros.
Incluso en mayo y durante la primera mitad de junio, con el contagio bajo control, el Gobierno del general y golpista Prayuth Chan-ocha solo permitió la venta de alcohol para ser consumido en casa. Los restaurantes no han podido servir ni una cerveza, y los bares y locales nocturnos están prohibidos. Para más inri, durante este tiempo estuvo en marcha un toque de queda durante la noche que solo ahora en la segunda mitad del mes va a cancelarse.
Sin embargo, en la que para muchos es la ciudad más divertida del mundo al caer el sol pronto aparecieron oscuros espacios que desafiaron las multas del gobierno y dejaron claro que una ley seca no era tan fácil de imponer.
Callejones, bares ilegales y casas de masaje
Hasta el mes de junio no podían abrir las casas de masaje en Tailandia, ya que las autoridades decían que nunca se sabe lo que pasa en algunas de ellas, en referencia a la posible prostitución en esos negocios. Pero, a finales de mayo, en muchos de los callejones del centro de Bangkok la estampa era muy diferente a la de las persianas bajadas en las principales avenidas. Y los bares ilegales empezaron a proliferar.
Uno de ellos está en una callejuela de Sukhumvit, muy cerca del Marriott más grande de la ciudad, donde muchos sospechosos centros de masaje están abiertos de par en par. El camino al tugurio lo animan varias muchachas apostadas frente a casas de masaje, que invitan sin pudor a cualquiera que pase por allí a pagar por un rato de relax. Unos locales que también estaban abiertos cuando estaban vetados los masajes, al fin y al cabo a pocos se les escapa que lo que allí se ofrece es sexo. Y la prostitución siempre ha estado prohibida en Tailandia, con o sin pandemia.
Para adentrarse en el bar de la zona de los masajes sospechosos solo hace falta correr una cortina negra al final del callejón. Tras ella aparecen un billar y un local lleno de sofás, además de la habitual barra y luces de neón. En los altavoces, a todo trapo clásicos noventeros. Pero lo más estrambótico es algo que es muy difícil de ver en Tailandia: una máquina tragaperras. En un país donde el juego es ilegal y muy perseguido, algunos hombres locales miran al trasto que emite luces y se apelotonan junto al que juega, como si fueran niños de los ochenta frente a una recreativa de juegos de lucha.
El camarero del bar grita a los clientes que entran, y pronto ofrece algo diferente. “Tenemos chicas en la planta de arriba, al que pague por el servicio se le deja estar con la chica durante la noche hasta que pase el toque de queda”. Si se hace caso omiso a su propuesta, finalmente pone encima de la mesa, junto a las cervezas, un catálogo con fotos de jóvenes y precios para tentar al personal.
"Tenemos chicas en la planta de arriba, al que pague por el servicio se le deja estar con la chica durante la noche hasta que pase el toque de queda"
Dicho antro es de los que suele salir uno con más impresión de haber estado en un sitio poco seguro, pero encontrar un lugar abierto no es del todo difícil tras dar una vuelta por las ahora desérticas zonas rojas de Bangkok. En la misma área de Nana pronto se ven puertas de locales que se abren cuando pasa un curioso. “Tenemos comida, tenemos bebida, tenemos chicas y también chicos”, anuncia a viva voz una mujer mayor frente a la entrada de un bar a pie de calle.
Copas y cervezas en vasos de papel
Algo similar ocurre en muchas otras zonas —sobre todo las turísticas y aquellas más propensas a la prostitución—, ya que han proliferado bares que prefieren saltarse las normas en lugar de esperar a que el Gobierno permita abrir los locales nocturnos. Y mientras la mayoría de restaurantes se contenta con poder abrir aunque no puedan servir alcohol, son muchos los que ofrecen copas y cervezas en vasos de papel, como si nadie supiera lo que allí dentro hubiera.
Pero si bien los restaurantes pueden arriesgar, los empresarios con bares visibles solo pueden resignarse. Es por ello que muchos de ellos han cerrado ya para siempre. El primero fue Titanium, un mítico local en el centro con dos décadas que dijo no poder asumir el alquiler. En Nana Plaza —el mayor centro de bares de prostitución de Bangkok— son muchos quienes han abandonado. El dueño del suelo ofrece ahora a los nuevos inversores varios meses sin pagar y mensualidades congeladas por mucho tiempo. Pero nadie ha querido invertir en unos locales huérfanos de dueño que lo tendrán difícil para recibir nuevos clientes, con el turismo sin visos de regresar pronto.
Pero, más allá de los bares y la noche, ¿qué otras consecuencias tiene esta ley seca en Tailandia?
Veto a los occidentales
Cuesta creer que Tailandia esté cerca de volver a ser el lugar turístico que ha sido a corto plazo, al menos viendo cómo el Gobierno de origen militar ha aprovechado la pandemia para aplicar férreos controles de la población. Además de implantar toques de queda, ahora es obligatorio al visitar cualquier establecimiento registrar con el teléfono la visita para poder estar bajo control. La opción de vigilar por geolocalización a través de los terminales a toda la población está sobre la mesa, con la excusa de “garantizar la seguridad”.
Además, el discurso oficial del ministerio de Salud, más centrado en culpar a Occidente de la pandemia y a los extranjeros, ha calado en la sociedad. El ministro Anutin Charnvirakul incluso llegó a decir que los “sucios occidentales” son culpables del virus en Tailandia y que, además de “no ducharse”, son gente de la que hay que protegerse. El mismo magnate reconvertido a político alabó en cambio a las gentes de China, país para el que seguramente el próximo mes se reabra el turismo en el anteriormente llamado Reino de Siam.
El Gobierno, de origen militar, ha aprovechado la pandemia para aplicar férreos controles de la población
El templo de Wat Pho en Tailandia, probablemente el más famoso a nivel turístico y donde se aloja el famoso buda tumbado, puso carteles recientemente donde se prohíbe la entrada a turistas y a extranjeros, para proteger a los tailandeses del covid-19. Los residentes foráneos, aunque lleven años sin abandonar la capital tailandesa, tampoco pueden entrar, ya que la prohibición es para los de fuera, sin importar nada más que la nacionalidad.
La duda es si en julio, cuando se reabrirá el tráfico internacional, el país empezará a recibir turistas. La clave, no obstante, la ha dado el primer ministro al decir que solo unos pocos países seguros podrán enviar viajeros. China es el primero de ellos, aunque hay otros en la lista como Vietnam o Japón, y únicamente dos occidentales: Australia y Nueva Zelanda. Mientras Europa y América empiezan a abrirse, Tailandia se aísla de quienes fueron sus visitantes históricos y se centra en el pujante sector asiático.
Los europeos lo tendrán difícil para volver a entrar en Tailandia en breve. Los operadores turísticos apuntan a octubre, aunque es posible que en agosto o incluso en julio se plantee alguna opción con cuarentena, pero no dan señas de que lo vayan a poner fácil. El sector demanda una mayor apertura, por ejemplo el del alojamiento. Por cada hotel de lujo abierto hay cinco cerrados, y los que se mantienen en funcionamiento lo hacen con precios de derribo y ocupaciones en algunos casos del 5%.
Al menos, a partir de la segunda mitad de junio se puede empezar a servir alcohol en los restaurantes y se eliminará el toque de queda, aunque bajo la amenaza de volver a implantarlo si la gente busca entregarse a los placeres de la noche. Los bares y el sector de la noche esperan que, con suerte, puedan empezar a abrir el próximo mes.
Los distritos de ocio nocturno de Bangkok, antes iluminados por neones y atestados de gente, lucen ahora como pueblos fantasma. El bar Morning Night, que da la bienvenida al popular barrio rojo de Nana, se ha convertido en un refugio para gente sin hogar. Y en el enclave en que se aloja un enorme letrero de la avenida Sukhumvit, donde una marabunta de vendedores ambulantes antes hacía su agosto, ahora solo hay tipos tirados en el caldeado asfalto, inmóviles como víctimas en una guerra. Y es que saben que ahí nadie les va a molestar, ni la policía pasa ya por allá.