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No toda Asia es orégano: los errores de Japón con el coronavirus que ahora le pasan factura
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Decreta el estado de emergencia

No toda Asia es orégano: los errores de Japón con el coronavirus que ahora le pasan factura

A diferencia de sus vecinos Hong Kong, Taiwán o Corea del Sur, Japón no aparece en la lista dorada de países 'modelo' que han conseguido dominar la pandemia

Foto: Una calle en Tokio, Japón. (Reuters)
Una calle en Tokio, Japón. (Reuters)

Cuando un país se enfrenta a una gran crisis internacional como el coronavirus, la reacción instintiva de la población es unirse en torno al presidente o jefe de Gobierno y hacer piña hasta que pase la marejada. Es un fenómeno que las ciencias políticas denominan 'rally around the flag' (unirse en torno a la bandera) y que ha hecho a líderes de todo el espectro político, de Trump a Merkel, Macon, Giuseppe Conte o Boris Johnson, recoger réditos de la crisis del coronavirus en tasas de popularidad récord. Hay un par de notables excepciones que han visto sus 'ratings' desplomarse: Pedro Sánchez, Bolsonaro y el 'superviviente' primer ministro de Japón, Shinzo Abe.

Con la pandemia de coronavirus infectando cada vez más países, el mundo busca ejemplos de cómo y quién ha gestionado bien el brote: en contraposición a la ‘mano dura’ china, muchos hablan de la estrategia de países y territorios del lejano oriente como Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur como ejemplos a seguir. En esta lista dorada no se menciona sin embargo a Japón, que a diferencia de sus vecinos ha acumulado una serie de errores y traspiés que han terminado forzando al primer ministro Abe a tener que declarar esta semana el estado de emergencia hasta el 6 de mayo y recomendar (no imponer) el confinamiento de los trabajadores no esenciales, tras un aumento exponencial de los casos de coronavirus en apenas una semana.

Foto: Una fábrica de mascarillas en Taiwán. (EFE)
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Cercano vecino de China y con numerosos vuelos de conexión, Japón pronto declaró su primer caso el 28 de enero, pero desde entonces logró mantener una curva de contagios muy plana que sorprendía a los expertos, ya que el Gobierno japonés apenas ha impuesto requisitos de aislamiento social u otras medidas de contención, más allá de declarar el cierre de escuelas y los vuelos directos con Wuhan. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el coronavirus una "emergencia sanitaria pública internacional" el 30 de enero, pero no fue hasta el 17 de febrero que el Ministerio de Sanidad japonés informó al público, por ejemplo, sobre cómo actuar en caso de sospechar estar infectados.

El exdirector de políticas sanitarias de la OMS Kenji Sibuya llegó a afirmar que o bien Japón "había conseguido contener la expansión del virus enfocándose en los clústeres del brote, o había todavía contagios por encontrar", en declaraciones a la agencia Bloomberg. Al final ha sido lo segundo. La tendencia se ha roto en la última semana, con la aparición de fuertes brotes en Tokio y otras grandes ciudades niponas. Con este miércoles 4.257 casos (una cifra que se ha doblado en apenas una semana) epidemiólogos temen que "el pico" esté todavía por llegar al país asiático.

Lleno total en el metro de Tokio un día después de la declaración del estado de emergencia

Finalmente, y muy presionado por las autoridades locales, especialmente las de la alcaldía de Tokio, donde se ha pasado de apenas 500 a casi mil casos en apenas cinco días, Abe ha tenido que declarar el estado de emergencia. "No hay tiempo que perder (...). Hay riesgos de una grave amenaza para la vida de la gente", afirmó. "Si se mantiene la tendencia [en Tokio], en dos semanas habrá diez mil y en un mes 80.000 [contagiados]". La declaración del estado de emergencia pretende mantener en casa a unos japoneses que hasta ahora no han tomado muchas precauciones con respecto al aislamiento social: el pasado fin de semana los parques se llenaron de japoneses que saludaban la primavera viendo los cerezos en flor.

¿Cómo ha llegado Japón, que durante meses apenas ha reportado casos de contagios internos, a este punto? Una falta de liderazgo político, la desastrosa gestión de la cuarentena del crucero Diamond Princess, el escaso número de test practicados (claves de la estrategia tanto de Corea del Sur como de Alemania), la falta de medidas de aislamiento social más estrictas, la reticencia del Gobierno nipón a decidirse sobre la celebración de los Juegos Olímpicos y otros más pequeños escándalos han terminado de encender el cóctel vírico de Japón.

La placa de Petri

El primer traspiés de la estrategia japonesa con el Covid-19 vino de la mano de un crucero en el que se detectaron varios casos de coronavirus. Era el Diamond Princess. Detenido en aguas japonesas, las autoridades niponas bloquearon el barco y sus ocupantes durante semanas en una "cuarentena flotante" que acabó convirtiendo el barco en una especie de placa de Petri donde el virus se contagió a placer a orillas de la ciudad de Yokohama. De los 3.711 pasajeros y tripulación, al menos 712 resultaron contagiados y 11 han fallecido. El coordinador principal del Ministerio de Sanidad japonés, Yosuke Kita, tuvo que admitir en rueda de prensa que la idea de aplicar la cuarentena el barco en lugar de en un hospital u otras instalaciones más seguras "no fue perfecta", sino que acabó facilitando la multiplicación de los contagios. Pero lo peor estaba por llegar.

Según se supo más tarde, no se le practicó test de diagnóstico a muchos de los pasajeros. Los pasajeros de otras nacionalidades evacuados del crucero, muchos en principio considerados "negativos" por las autoridades japonesas, fueron durante semanas los primeros focos de contagio en países europeos o Estados Unidos.

No se hizo seguimiento tampoco a los cerca de 1.000 pasajeros japoneses que en la ronda inicial de test de diagnóstico dieron negativo, pero que al permanecer en cuarentena en el barco casi dos semanas más pudieron contagiarse después. Varios han sido diagnosticados con coronavirus semanas más tarde. Tampoco se les practicó test a los cerca de 90 sanitarios que trabajaron en la cuarentena del crucero. La gestión del Diamond Princess fue un duro golpe tanto para la imagen interna del Gobierno en Japón como frente a sus socios internacionales.

Foto: Vista del Diamond Princess. (EFE)

Sin test no hay casos

Los trompicones en la gestión de los test continuaron más allá del Diamond Princess. Algunas de las explicaciones a la baja tasa de contagios de coronavirus en Japón son el uso más generalizado de mascarillas o la cultura local de evitar contacto con otros (sin apretones de manos o abrazos). Pero sobre todo también se ha debido al escaso número de tests practicados.

A diferencia de su vecina Corea del Sur, en la que la piedra angular de la estrategia exitosa para controlar el brote ha sido practicar cientos de miles de test de manera generalizada para detectar y aislar a los infectados y controlar así la cadena de contagio, Japón ha practicado apenas 32.125 test en el mes de marzo. Dado que a algunas personas se les han practicado más de un test de diagnóstico, en realidad solo habría testado a 16.484 personas. Un test por cada 7.600 personas. Corea del Sur ha practicado más de 200.000 test e Italia más de 80.000.

No es que falte capacidad para la producción de test, sin embargo. Medios locales informan que Japón solo está usando "un sexto" de su capacidad de testeo, que podría llegar a efectuar 7.500 pruebas al día. "Solo porque tengamos la capacidad no significa que tengamos que usarla totalmente", ha defendido al respecto el funcionario del Ministerio de Sanidad japonés Yasuyuki Sahara en rueda de prensa a principios de abril. "No es necesario practicar test en gente que simplemente está preocupada".

Entre la política del gobierno nipón ha estado la de insistir a los ciudadanos que no pidan recibir tests de diagnóstico hasta que sus síntomas sean severos y prolongados en el tiempo.

Foto: Coronavirus en Daegu, Corea del Sur. (Reuters)

Shinzo 'Houdini' Abe

"Desde no colocar a nadie concreto a cargo de la respuesta de Japón [al coronavirus] o crear un equipo competente de expertos para enfrentar la crisis; a no contar [en la respuesta] con el Centro Nacional de Salud y Medicina Global, que han estado muy involucrados en otras enfermedades infecciosas; a la demora en reclutar la colaboración del sector privado [como hizo Corea del Sur en la producción de test de diagnóstico o Taiwán en la de mascarillas] en lo que respecta al desarrollo de kits de pruebas... Sin embargo, lo más importante es que, mientras líderes de otros países han dado un paso al frente para dirigir a su gente en estos tiempos apremiantes, Abe y su Gobierno han sido prácticamente invisibles", sostiene Hiromi Murakami, investigadora del programa de Salud Global en el Center for Strategic and International Studies (CSIS).

Desde el comienzo de la crisis y hasta avanzado marzo Shinzo Abe, el primer ministro más duradero de la historia del Japón moderno (que ha superado decenas de crisis, desde económicas a Fukushima y otros escándalos internos), había estado desaparecido sin dar ruedas de prensa o dirigirse a la nación, dejando todo el escenario a subordinados políticos y al ministro de Sanidad nipón, Katsunobu Katō. No dio una rueda de prensa hasta que el país ya había pasado de 500 casos (sin contar los del crucero Diamond Princess). "Abe tiene unas mayorías parlamentarias enormes y ningún desafío interno a su liderazgo del Partido Liberal Demócrata. Pero a pesar de esta seguridad, la respuesta de Abe a la pandemia de Covid-19 ha demostrado cualquier cosa menos liderazgo", afirma al respecto Daniel Moss, columnista de la agencia Bloomberg centrado en economías asiáticas.

Foto: Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. (EFE)

Ya desde finales de febrero, cuando Japón apenas registraba 200 casos de coronavirus, la confianza pública en el liderazgo de Abe se hundía, con el porcentaje de desaprobación superando al de aprobación por primera vez desde julio de 2018. Según una encuesta del diario conservador (en teoría más afín a Abe) Sankei, su tasa de aprobación cayó 8.4 puntos hasta el 36%, frente al 46,7% que desaprobaban su gestión de la crisis del coronavirus. Para el 24 de marzo, su tasa de desaprobación estaba al 55%, según una encuesta de Morning Consult. La aprobación neta (% de visiones positivas menos % de negativas) estaba en -23%, la peor posición de todos los líderes internacionales reflejados en dicha encuesta. “¿Dónde está Abe?”, se preguntaban las redes sociales japonesas.

El foco en la megalópolis

Ante la falta de más medidas de contención que cerrar algunas escuelas y cancelar eventos deportivos, y especialmente por el intento de aparentar la mayor normalidad posible en aras de mantener la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio hasta que fue inevitable que fueran pospuestos, la mayoría de los japoneses siguió haciendo vida normal, visitando negocios y espacios públicos. Según datos recopilados por Google, el tráfico de japoneses en parques y otros lugares públicos ha aumentado hasta un pico del 40% desde el 8 de marzo, cuando la OMS declaró el coronavirus como pandemia. Según una encuesta del Ministerio de Infraestructuras, Transporte y Turismo, solo una de cada ocho personas consultadas estaba trabajando desde casa como medida preventiva contra la expansión del coronavirus.

En la última semana, las autoridades locales tokiotas han detectado varios focos de contagio de coronavirus en hospitales o residencias universitarias. Pese a la insistencia de los gobernadores locales y críticas desde la propia Asociación Médica de Japón, Abe se ha resistido a imponer la medida por temor a dañar la economía japonesa, que tras la cancelación de los Juegos Olímpicos de Tokio espera ya un duro golpe. Incluso las tropas estadounidenses en suelo japonés declararon en sus bases la emergencia sanitaria "ante el aumento constante de casos" en la región de Kanto varios días antes de que Abe se decidiera a dar el paso.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Con la declaración del estado de emergencia, la petición de las autoridades locales adquiere más fuerza, y a tenor de la idiosincrasia japonesa, se espera que los ciudadanos acepten las nuevas restricciones sugeridas por el Gobierno nipón, que pretende reducir entre un 70 y un 80% el contacto persona a persona, pero sin parar la producción del país. Tokio y otras seis prefecturas (56,1 millones de personas) reciben poderes para, por ejemplo, cerrar colegios, prohibir eventos públicos o pedir a la población que no salga de su casa. Pero "no habrá un confinamiento como en otros países. Repito claramente este punto. Los trenes, los autobuses y el transporte público continuarán funcionando. No se cortarán las carreteras", ha insistido Abe.

Queda por ver si el 'jishuku' (concepto japonés de la autocontención) logra superar el 'koto nakare shugi' (no buscar problemas cuando todo parece tranquilo) y limitar el crecimiento de la curva nipona en un país cuya población resulta especialmente frágil ante un virus como el del Covid-19. El 35% de la población japonesa, una de las más envejecidas del mundo, tiene 65 años o más. Y si el coronavirus entra con fuerza en Japón, puede significar también la destrucción del legado de Shinzo Abe, que hasta el momento ha superado un buen puñado de crisis.

Cuando un país se enfrenta a una gran crisis internacional como el coronavirus, la reacción instintiva de la población es unirse en torno al presidente o jefe de Gobierno y hacer piña hasta que pase la marejada. Es un fenómeno que las ciencias políticas denominan 'rally around the flag' (unirse en torno a la bandera) y que ha hecho a líderes de todo el espectro político, de Trump a Merkel, Macon, Giuseppe Conte o Boris Johnson, recoger réditos de la crisis del coronavirus en tasas de popularidad récord. Hay un par de notables excepciones que han visto sus 'ratings' desplomarse: Pedro Sánchez, Bolsonaro y el 'superviviente' primer ministro de Japón, Shinzo Abe.

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