Es noticia
Pistolas, renta básica y 'socialismo': la vía estadounidense contra el coronavirus
  1. Mundo
EL GIRO DE 180º DE DONALD TRUMP

Pistolas, renta básica y 'socialismo': la vía estadounidense contra el coronavirus

Estados Unidos ha entrado en guerra. Y aunque el enemigo es treinta veces más pequeño que la anchura de un pelo humano, arte de la población ha decidido armarse

Foto: Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)

Estados Unidos ha entrado en guerra. Una guerra mundial contra un “enemigo invisible”, en palabras del presidente Donald Trump. Los gobernadores comparecen en chaqueta militar y gorra de visera y millones de ciudadanos se han atrincherado en sus casas. En esta ocasión, el enemigo, que ha dejado más de 14.000 infectados y 200 fallecidos en todo el país, no lleva casco ni se arrastra por una red de túneles en la jungla. El enemigo es treinta veces más pequeño que la anchura de un pelo humano. Aun así, parte de la población ha decidido armarse.

“Los estadounidenses quieren ejercer su derecho a la Segunda Enmienda”, explica Chris Kraynanski, propietario de la tienda de armas County Line Firearms, en Nueva Jersey, a El Confidencial. “La gente ha visto cómo actúan algunas personas en una situación de emergencia. Ha abierto los ojos al hecho de que, a veces, tienes que protegerte”. Según Kraynanski, cada vez que sucede algo inesperado suben las ventas. La última vez que vio un aumento comparable fue en 2012, durante el Huracán Sandy.

Foto: Coronavirus en Milán. (EFE)

La demanda es tan grande que Kraynanski ha tenido que cerrar el pestillo y solo aceptar clientes con cita previa. En su página web les advierte: nos queda poca munición. De Atlanta a Los Ángeles algunas tiendas de armas tenían colas que daban la vuelta al edificio. En el oeste de Pensilvania los pedidos de licencias se han duplicado en apenas unos días y muchas tiendas han racionado las entregas. Según Ammo.com, las ventas han subido un 70% entre el 23 de febrero y el 4 de marzo.

La economía vuela en mil pedazos

Nadie puede culparles de estar inquietos. Un virus nuevo se expande por el mundo y la Bolsa de Wall Street ha borrado en pocos días un tercio de su valor: todo lo ganado desde que Trump fue investido presidente, en enero de 2017, se ha evaporado. Las inyecciones de la Reserva Federal y la promesa de planes de estímulo billonarios no han hecho mella. La confianza general parece estar en caída libre.

La prohibición de aglomeraciones y el descenso en picado del consumo han puesto sectores enteros contra las cuerdas. Los servicios de ayuda económica del Gobierno están desbordados, se han detenido todos los procesos migratorios, ya no vienen vuelos de Europa y se ha cerrado la frontera con Canadá. Como una camada de cachorrillos, las diferentes industrias piden a Washington ayudas públicas.

El Gobierno baraja inyectar un billón de dólares en la economía. La mitad de esta cantidad estaría repartida entre ayudas a las pequeñas empresas y a las grandes industrias, entre ellas el sector de las aerolíneas. La otra mitad serían cheques a los ciudadanos afectados por el Covid-19: 1.200 dólares por adulto y 500 por niño para las familias que ganen menos de 75.000 dólares al año. La Casa Blanca lo llama “fondos de emergencia”, pero, en la práctica, sería adoptar un esquivo unicornio económico: una renta básica universal. La última medida que uno esperaría ver viniendo de los republicanos. El primer pago llegaría en tres semanas. Otras tres semanas más tarde los ciudadanos volverían a cobrar.

Foto: Un trabajador de la firma biofarmacéutica alemana que está trabajando en la vacuna. (Reuters)

El Congreso ya aprobó un paquete de ayuda urgente a las víctimas de la pandemia: la nueva ley garantiza que las pruebas del coronavirus sean gratuitas, incluso para los 28 millones de norteamericanos sin seguro médico, y oficializa dos semanas de baja por enfermedad. Una manera de evitar que los trabajadores enfermos vayan a la oficina por miedo a perder la paga. “Es el momento de una acción bipartidista urgente”, declaró el presidente del Senado, el republicano Mitch McConnell. “En este caso, no creo que debamos permitir que la perfección sea el enemigo”.

Corea y EEUU, dos casos opuestos

La pandemia, sin embargo, ha tardado semanas en considerarse una amenaza nacional. EEUU y Corea del Sur detectaron sus primeros casos de coronavirus el mismo día. Y aquí se acaban las coincidencias. Desde el 21 de enero, Corea del Sur ha realizado casi 300.000 pruebas de coronavirus y ha logrado bajar las infecciones de 909 diarias, hace dos semanas, a solo 93. Estados Unidos, con una población casi siete veces mayor que la de Corea del Sur, ha realizado menos de 40.000 tests.

Mientras Seúl movilizaba las industrias médicas para desarrollar una prueba fiable y manufacturar los equipos necesarios en tiempo récord, Washington aseguraba que tenía tests suficientes. Mientras los surcoreanos localizaban y controlaban a los infectados con el Ejército, la policía y una aplicación de móvil, los estadounidenses veían los casos crecer a cuentagotas, una mínima fracción de los casos reales, dada la escasez de pruebas, y el presidente insistía en que la gripe mataba más gente.

No fue hasta el pasado fin de semana cuando Donald Trump, presionado por los expertos de su propia administración y por su presentador de cabecera, el conservador Tucker Carlson, cambió el tono respecto al coronavirus. Además del estímulo económico, Trump ha invocado la Ley de Producción de Defensa: una medida de la guerra de Corea que le permitiría obligar a las industrias nacionales a producir los equipos y materiales necesarios para paliar la crisis.

Foto: German chancellor angela merkel holds a news conference about the coronavirus outbreak disease (covid-19) in berlin

“Hemos recortado los trámites para desarrollar vacunas y terapias tan rápido como sea posible”, dijo el presidente de EEUU este jueves. También apoyó el uso de un medicamento contra la malaria, CureVac, para tratar el Covid-19. “Si las cosas no marchan según lo planeado, no va a matar a nadie”, añadió.

El tejido social, las empresas, la administración, las prioridades: todo está cambiando tan deprisa que apenas lo percibe el ojo mediático. Los periódicos no tienen músculo ni espacio para recoger todas las transformaciones y los dramas que se suceden cada día. Nada que no pueda entender un español o un italiano, con la diferencia de que estos no tienen la opción de convertir su vivienda en un arsenal.

¿Cuántos infectados reales hay?

De momento las medidas de confinamiento van por estados y son limitadas. California, la quinta economía del mundo, ha ordenado cuarentena a sus 40 millones de habitantes. En Nueva York, el gobernador ha ordenado que el 75% de la fuerza laboral no esencial se quede en casa. En las últimas horas, dado el esfuerzo en hacer más tests, el número de infectados confirmados en el estado ha superado los 5.000.

Mientras, los casos reales han ido creciendo en la oscuridad, en la ignorancia. Nadie sabe cuánta gente puede haber infectada: un estudio de la Universidad de Columbia calcula que podría ser un número entre 5 y 10 veces mayor que el oficial. Pese a que el Gobierno federal ha pisado el acelerador con las medidas y las pruebas, todavía quedan incrédulos. Algunos de ellos en puestos de máxima responsabilidad.

“Comiendo con mis hijos y mis conciudadanos de Oklahoma en The Collective OKC. ¡Está lleno esta noche!”, tuiteaba el gobernador de Oklahoma, Kevin Stitt, el pasado sábado. El presidente Trump reconocía la gravedad de la situación y países como España o Francia se deslizaban al caos, pero Stitt decía no tener miedo. “El gobernador continuará llevando a su familia a cenar fuera y a la tienda, sin miedo, y anima a sus conciudadanos a hacer lo mismo”, añadió. La realidad, sin embargo, es un buldócer, y dos días después Stitt tuvo que rectificar y pedir a sus conciudadanos que observaran el distanciamiento social recomendado por Washington.

La evolución de los casos en Nueva York, el estado más afectado, también está arrojando nuevas evidencias. De las 2.100 personas hospitalizadas en unidades de cuidados intensivos, el 38% tiene entre 20 y 54 años, lo cual matiza el lugar común de que solo las personas mayores son vulnerables al COVID-19.

Tampoco es una año normal en Estados Unidos. En noviembre hay elecciones presidenciales. Varios estados, como Ohio, Luisiana y Georgía, han suspendido sus elecciones primarias por el miedo al contagio. Otros, como Florida, Arizona e Illinois, votaron este pasado martes pese a las alarmas. Las campañas presidenciales están haciendo eventos por internet y su complicado proceso puede verse alterado: otro de los cabos sueltos en esta multi-crisis mundial generada por el coronavirus.

Estados Unidos ha entrado en guerra. Una guerra mundial contra un “enemigo invisible”, en palabras del presidente Donald Trump. Los gobernadores comparecen en chaqueta militar y gorra de visera y millones de ciudadanos se han atrincherado en sus casas. En esta ocasión, el enemigo, que ha dejado más de 14.000 infectados y 200 fallecidos en todo el país, no lleva casco ni se arrastra por una red de túneles en la jungla. El enemigo es treinta veces más pequeño que la anchura de un pelo humano. Aun así, parte de la población ha decidido armarse.

Reserva Federal
El redactor recomienda