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Sabrina, la italiana que volvió a Sudán del Sur para meter en la cárcel a sus violadores
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ÚNICA TESTIGO EN EL JUICIO

Sabrina, la italiana que volvió a Sudán del Sur para meter en la cárcel a sus violadores

Sabrina es una italiana que fue golpeada y abusada durante 24 horas el 11 de julio de 2016 en Juba, Sudán del Sur. Después regresó al país para declarar junto a sus violadores

Foto: Imagen de archivo de una manifestante sudanés. (EFE)
Imagen de archivo de una manifestante sudanés. (EFE)

"¿Sabes que dicen que gota a gota se llena un océano? Yo me sentí así en la sala del tribunal, como una pequeña gota que intentaba llenar el océano. La violación es un arma de guerra que hay que detener. Yo soy una víctima, pero una víctima privilegiada, y tengo la obligación de luchar por las miles de mujeres en el mundo que son violadas y no tienen la oportunidad ni de denunciar". Esta "privilegiada" víctima, que fue violada cinco veces y recibió palizas durante 24 horas, es Sabrina, una italiana a la que le cayó el 11 de julio de 2016 en Juba, Sudán del Sur, no la gota que ella ahora pretende ser, sino un barreño de crueldad encima.

Ese día, soldados afines al presidente Salva Kiir atacaron el recinto donde ella y otros trabajadores de diferentes organizaciones humanitarias vivían. Estaban allí para ayudar a otros y cuando comenzaron esas 24 horas de muerte, violaciones y torturas nadie les ayudó pese a las llamadas y mensajes de socorro que hicieron a los cercanos cascos azules de la ONU, a embajadas o en redes sociales.

Ella ha sido la única víctima que aceptó regresar al infierno de Juba, a testificar en un juicio que sin su testimonio no se habría producido por falta de testigos. El tribunal marcial exigió que el testimonio fuera presencial -y no por videoconferencia como solicitaron las víctimas- o anulaban el proceso. El resto de víctimas prefirió que no hubiera juicio a tener que pisar de nuevo el lugar de sus pesadillas. Ella no: "Cuando lo supe no dormí durante una semana. Me regresaban las escenas y sentía pánico de regresar allí, pero al final decidí ir para que esto no se cerrara", explica Sabrina. Ella ahora lucha por poder apelar una sentencia que parece la enésima pantomima de este país sin ley.

Foto: Manifestantes sudaneses protestan en Jartúm. (Reuters)

Lo ocurrido aquel 11 de julio es complicado de resumir. Fue horror, ese horror que el ser humano es a veces capaz de producir. Entraron los soldados a tiros y muchos trabajadores se escondieron bajo las camas, en los baños, en armarios... Los encontraron. Les pegaron. Les robaron. Y entonces vieron mujeres y decidieron que eso era parte del botín.

"A mí me violaron cinco veces. Me dieron además fuertes palizas. Me lanzaron contra el suelo, contra una mesa... Me amenazaron con armas", recuerda Sabrina. Otras compañeras fueron violadas también numerosas veces, en ocasiones por varios hombres a la vez. "Un comandante me puso un arma en la cabeza y me dijo 'si no tienes sexo conmigo todos mis soldados tendrán sexo contigo y después te mataremos'. Me gritaban blanca, blanca", es el testimonio de otra de las víctimas. A los hombres retenidos y a algunas mujeres los dejaron salir poco a poco, pero a 16 trabajadores del recinto y a tres mujeres occidentales, entre las cuales estaba Sabrina, los detuvieron 24 horas.

Las mujeres soportaban los abusos, palizas y vejaciones mientras el cadáver de la única víctima, el periodista sursudanés John Gatluak, estaba tirado en el suelo tras dispararle en la cabeza. "Vieron una marca que tenía en la frente y entendieron que era de la otra etnia. El país vivía una guerra civil entre las tropas del vicepresidente y los seguidores del vicepresidente. Lo mataron sin que él hiciera nada, solo porque era de otro grupo étnico", recuerda Sabrina.

Entonces llegó la mañana. Consiguieron finalmente salir porque los soldados se marcharon tras su bacanal de odio. La embajada de EEUU evacuó en pocas horas a las trabajadoras humanitarias a Nairobi (alguna de las víctimas era estadounidense). Y entonces Sabrina empezó a trabajar en recomponerse por dentro y por fuera pegando los pequeños pedazos que rompieron en 24 horas un grupo de miserables soldados en un cuarto. "Pasamos un montón de pruebas médicas para tratamientos de infecciones. Yo estuve, aún lo estoy, medicada por tratamiento siquiátrico y psicológico. La espalda la tengo mal de las palizas que me dieron. A veces todo regresa a mi cabeza".

Los destrozos, más importantes

Y en el medio de todo ese proceso valiente que es recomenzar a vivir desde un pozo, surgió un juicio casi irreal desde el inicio. "Las organizaciones para las que trabajábamos no denunciaron el crimen". ¿Por qué? "Nosotras salimos enseguida del país y las organizaciones no denunciaron por mantener la seguridad del resto de proyectos humanitarios que había en el país. Creo que es una vergüenza que eso haya sucedido. Se debían haber parado todos los proyectos hasta que se hubieran hecho todas las investigaciones", explica ella.

Pero aunque no existía denuncia propia ni de sus organizaciones, finalmente encontraron un resquicio para exigir justicia. La compañía británica dueña de la urbanización donde ocurrió el asalto demandó por los destrozos ocurridos y en la denuncia incluyó que había habido un asesinato, numerosas violaciones, agresiones y robos durante los destrozos. La Corte Marcial abrió entonces el caso aceptando esos hechos hasta entonces jurídicamente "invisibles".

"Pensé que debía ir. Me costó muchísimo subir a ese avión. Me acompañó mi pareja y tuve la protección de la embajada de EEUU en Juba y de la embajada italiana en Etiopía. Yo llevaba una peluca. Vi a los soldados, los reconocí inmediatamente y los tuve a mi lado. Fue traumático. Estuve cinco horas siendo interrogada. Soporté preguntas ridículas como si yo había conocido ya antes a alguno de esos hombres. Nada más declarar salí del país". ¿Mereció la pena? "Pienso que sí. Yo al menos tengo esa protección y puedo hacerlo, pero cuántas mujeres son violadas en ese país y no pueden hacer nada porque nadie las protege".

Los soldados que participaron en las violaciones múltiples irán entre cuatro y 10 años a prisión y las víctimas recibirán 4.000 dólares de indemnización


Finalmente, tras más de un año de espera desde que se produjo el juicio en Juba, llegó una sentencia de tabla rasa y carente de motivaciones jurídicas donde se dicta que las cosas materiales valen más que las personas. Los soldados que mataron a John fueron condenados a cadena perpetua y al pago de 51 vacas a su familia. El resto de soldados que participaron en las violaciones múltiples, palizas, robos y destrozos han recibido penas de entre cuatro y 10 años de prisión y a las víctimas se les ha concedido una indemnización igual para todas de 4.000 dólares. La empresa dueña de las instalaciones, sin embargo, recibirá una indemnización de 2,5 millones de dólares.

Sudán del Sur, el Estado del que eran los soldados regulares, carece de ninguna responsabilidad. "Da igual si has sido violada repetidamente, tienes tratamientos médicos, te pegaron palizas, estuviste las 24 horas secuestrada o te dejaron salir rápido sin ningún rasguño, todos cobramos la misma indemnización. Es una injusticia. Queremos que se condene al estado de Sudán del Sur como responsable y que las indemnizaciones se establezcan atendiendo a los daños sufridos de cada víctima".

Foto: Una 'app' para perseguir a los violadores de menores (Efe).

Entonces es cuando Sabrina decide recurrir el fallo de la Corte Marcial en la Corte Suprema y se lleva la gran sorpresa. "La Corte Suprema nos dijo que no puede atender el recurso porque no tiene los archivos. Todo el caso, con todos los archivos de pruebas, testigos, peritajes... se ha llevado a la oficina del presidente de Sudán del Sur y ha desaparecido. Si falta el expediente nos han comunicado que no puede haber ningún recurso. Es una situación de indefensión para todos, hasta para los condenados que no pueden recurrir".

La responsabilidad del Estado

¿Y ahora? "Hemos pedido que manden el proceso a la Corte Suprema y no tenemos ninguna respuesta. La única opción que me queda si esta situación se mantiene es interponer una demanda ante la Corte Africana de Justicia y Derechos Humanos de África del Este, pero ese proceso cuesta mucho dinero y yo no lo tengo". ¿Lo intentarías? "Claro. Quiero luchar. Debo hacerlo. Debe haber una sentencia que sea un precedente para todas las mujeres. Debe existir la responsabilidad del Estado. Insisto, muchas mujeres africanas que son violadas todos los días no pueden hacerlo".

Los datos son alarmantes en este terreno y las noticias de violaciones múltiples cometidas por soldados son constantes. Las que se conocen, porque la mayoría de violaciones en Sudán del Sur quedan en un llanto desesperado, un embarazo no deseado o el contagio de una enfermedad venérea que no le importa a nadie. "Un 65% de las mujeres de Sudán del Sur han sufrido violencia sexual o física, el doble que en el resto del planeta", afirma un informe de Unicef.

El rastro de casos de violaciones masivas por soldados es constante. Otro informe de la ONU señala que "un 90% son violadas por más de un hombre y, a menudo, durante varias horas". Sabrina fue una de ellas. Ha rehecho su vida, sin olvidar porque algo así no se olvida, pero con un valor enorme que le permite seguir cargada de fuerza y optimismo. Ella es un ejemplo de tener agallas, sin teorizar nada, sin necesidad de debates estériles en las redes sociales. No funciona el mundo así ahí fuera. Poner una denuncia es un lujo de las sociedades avanzadas. La impunidad es quizá el mayor de los males de las sociedades violentas en los países en vías de desarrollo. Romper esa rueda es la lucha de Sabrina.

"¿Sabes que dicen que gota a gota se llena un océano? Yo me sentí así en la sala del tribunal, como una pequeña gota que intentaba llenar el océano. La violación es un arma de guerra que hay que detener. Yo soy una víctima, pero una víctima privilegiada, y tengo la obligación de luchar por las miles de mujeres en el mundo que son violadas y no tienen la oportunidad ni de denunciar". Esta "privilegiada" víctima, que fue violada cinco veces y recibió palizas durante 24 horas, es Sabrina, una italiana a la que le cayó el 11 de julio de 2016 en Juba, Sudán del Sur, no la gota que ella ahora pretende ser, sino un barreño de crueldad encima.

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