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La 'enfermedad del World Trade Center': el precio que aún pagan los héroes del 11-S
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Se ha cobrado 200 vidas

La 'enfermedad del World Trade Center': el precio que aún pagan los héroes del 11-S

Los bomberos y policías que trabajaron entre los escombros de las Torres Gemelas respiraron un polvo tan denso que sus pulmones aún no han podido recuperarse

Foto: Un grupo de bomberos sostiene una bandera estadounidense durante el 11-S. (Reuters)
Un grupo de bomberos sostiene una bandera estadounidense durante el 11-S. (Reuters)

Antes de que los neoyorquinos supieran por qué el corazón de su ciudad caía asaeteado por dos aviones, los bomberos ya trabajaban entre los escombros de las Torres Gemelas. Richard Driscoll fue uno de los que abrazó con fuerza la esperanza de encontrar vida en la Zona Cero, donde la alta alcalinidad del cemento en polvo había creado una contrarreloj tóxica. Fue su penúltimo gran servicio a la nación antes de aparcar para siempre el camión número 91, desde el que prestaba un servicio incansable al barrio de Harlem.

Su nombre pasaría inadvertido, como el de tantos otros héroes anónimos que hace 18 años se jugaron la vida en el World Trade Center, de no ser porque el pasado 18 de julio se convirtió en el ducentésimo rescatador fallecido a causa de las secuelas. Entre las 2.753 personas que perdieron la vida aquel 11 de septiembre, 343 fueron bomberos y, a partir de entonces, otros 200 han sucumbido a enfermedades relacionadas con las labores de salvamento.

Respiraron un polvo tan denso que sus pulmones aún no han podido recuperarse. El primer gran análisis en atestiguarlo, publicado por 'The New England Journal of Medicine' un año después de la tragedia, ya reconocía la "tos del World Trade Center" como un síntoma recurrente, mientras que los mismos autores sostenían en 2006 que la función respiratoria de quienes trabajaron en las proximidades del atentado había empeorado hasta 12 veces con respecto al resto de la población. Cinco años más tarde, las conclusiones seguían sin ser halagüeñas: los bomberos del 11-S tenían un 19% más de probabilidades de desarrollar cáncer en comparación con el resto de sus compañeros, de acuerdo a un estudio de 'Lancet'.

El asma, la bronquitis crónica o la obstrucción pulmonar se cuentan entre las patologías según las cuales los supervivientes del desastre pueden solicitar una indemnización al Fondo de Compensación para las Víctimas del 11-S. El Departamento de Salud de Nueva York rechazó en un primer momento la vinculación entre los casos de cáncer y la inhalación de partículas nocivas, pero las autoridades federales recularon en 2012, al anunciar ayudas para quienes desarrollaran uno de los casi 70 tumores que permiten establecer relación de causalidad.

Foto:  Steve Buscemi

La próxima batalla de las víctimas está en las enfermedades cardiovasculares. La Ley Zadroga —denominada así en honor a un policía que murió por las secuelas del rescate— no contempla compensación alguna para quienes sufran infartos, cardiopatías o accidentes cerebrovasculares, pese a que una reciente investigación publicada en 'The Journal of the American Medical Association' sugiere "una asociación significativa entre una mayor exposición en el World Trade Center y un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular a largo plazo".

Mayor tendencia a la depresión

Quienes arriesgaron su vida por los demás el 11 de septiembre también cargan con daños psicológicos que en muchos casos se han vuelto irreparables. Un estudio a 12 años de la barbarie demuestra que a los trabajadores del Departamento de Bomberos de Nueva York implicados les afectaba un 7% más el estrés postraumático que a sus compañeros, al tiempo que eran un 16,7% más propensos a sufrir depresión y, a consecuencia de ello, tenían un 3% más de riesgo de caer en el alcoholismo.

Los datos preocupan si se refieren a profesionales formados para someter su mente a condiciones extremas, y asustan cuando se amplía la muestra: antes de los ataques que cambiaron el trascurso de la historia, apenas el 5% de los estadounidenses había padecido estrés postraumático en algún momento de su vida; el porcentaje ascendió al 20% entre los habitantes de la Gran Manzana en las semanas posteriores. Las vidas siguieron, la capital de Occidente se levantó, pero las heridas aún no han cicatrizado.

Antes de que los neoyorquinos supieran por qué el corazón de su ciudad caía asaeteado por dos aviones, los bomberos ya trabajaban entre los escombros de las Torres Gemelas. Richard Driscoll fue uno de los que abrazó con fuerza la esperanza de encontrar vida en la Zona Cero, donde la alta alcalinidad del cemento en polvo había creado una contrarreloj tóxica. Fue su penúltimo gran servicio a la nación antes de aparcar para siempre el camión número 91, desde el que prestaba un servicio incansable al barrio de Harlem.

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