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Trump 2020: así es la maquinaria electoral más grande de la historia
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“Ahora es el candidato del 'establishment'"

Trump 2020: así es la maquinaria electoral más grande de la historia

Habrá más dinero, más estrategia, y, sobre todo, un Partido Republicano forjado a imagen y semejanza de Trump, libre de las dudas existenciales de hace cuatro años

Foto: Donald Trump saluda tras abandonar la Iglesia Episcopal de St. John's, en Washington. (Reuters)
Donald Trump saluda tras abandonar la Iglesia Episcopal de St. John's, en Washington. (Reuters)

Donald Trump ganó las elecciones de 2016 casi como un guerrillero en territorio enemigo, sembrando el caos, sin hacer prisioneros, con un micrófono y una cuenta de Twitter. Está previsto que en 2020 mantenga el mismo instinto depredador, pero con una gran diferencia: esta vez gozará del púlpito presidencial y de la mayor maquinaria electoral jamás reunida. Por primera vez, el equipo de campaña de un candidato y el Comité Nacional Republicano se fundirán en la misma estructura; habrá más dinero, más estrategia, y, sobre todo, un Partido Republicano forjado a imagen y semejanza de Trump, libre de las dudas existenciales de hace cuatro años.

Ahora es el candidato del 'establishment'”, dice a El Confidencial Brian Arbour, profesor asociado de ciencias políticas de la universidad de CUNY. “El aparato del Partido Republicano está comprometido con el éxito político de Donald Trump. También necesita este dispositivo mucho mayor porque estará más ocupado. Para cualquier presidente es difícil hacer campaña, y dependerá de portavoces”.

Estas dos estructuras, unidas bajo el nombre de Trump Victory, ya han recaudado 100 millones de dólares y una base de datos mucho más completa y sofisticada que en 2016. Su objetivo es concretísimo: la campaña de Trump tiene que asegurarse 23 millones de votos en los estados clave de Florida, Ohio, Michigan y Wisconsin. Para ello tratará de reclutar un millón de voluntarios, sacados de ese vivero de seguidores que el presidente ha ido cultivando en sus incansables mítines.

“Estamos creando la mayor operación de campaña en la historia americana, un aparato imparable que seguirá e implementará la estrategia del presidente Trump para lograr un gran efecto”, declaró a 'The Washington Post' el jefe de campaña de Trump en 2020, Brad Parscale. “En cada métrica, estamos camino de superar los números de 2016 por varios múltiplos”. Scott Jennings, estratega de George W. Bush y Mitt Romney, reconoció lo útil que resulta una jerarquía sencilla: “Siempre es mejor cuando las cadenas de mando están unidas. Mejora la eficacia y descabeza las rivalidades sobre qué organización tiene cada uno en su tarjeta de visita” .

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Donald Trump ya ha empezado a estudiar a sus rivales, sus puntos débiles, sus posibles motes. El pasado fin de semana invitó a 300 donantes republicanos a su residencia privada de Mar-a-Lago, en Florida. Trump habló durante más de una hora, en la que recaudó siete millones de dólares. La campaña ha juntado un equipo dedicado exclusivamente a atacar a los medios de comunicación, y diez personas documentan el historial de opiniones socialistas de los posibles rivales demócratas. Según el 'Post', ya hay comandos republicanos destacados en los estados clave para investigar a los adversarios. “Vamos a dar a estos candidatos por todas partes. Queremos crear todo el caos que podamos”, declaró Sarah Dolan, directora ejecutiva del comité conservador de acción política America Rising.

El dispositivo está casi montado, y también su alma, el mensaje que bombeará la sangre a los músculos electorales. Como un luchador de Aikido, la campaña de Trump usará el empuje de la oposición en su propio beneficio. Varios de los precandidatos demócratas han adoptado propuestas que habrían sido impensables en otro tiempo, dado su carácter izquierdista. Los senadores Bernie Sanders, Kamala Harris o Elizabeth Warren defienden la construcción de un sistema de salud universal, la matrícula universitaria gratuita o un plan masivo de inversión en infraestructura ecológica. Desde el pasado enero las voces más carismáticas del partido provienen de su ala autodenominada socialista. La congresista Ocasio-Cortez, de 29 años, no duda en cuestionar el capitalismo como sistema; en su opinión, “irredimible”.

Los republicanos se han subido a este carro de combate, cuya máxima, de hecho, ya se puede leer las camisetas con mensajes conservadores (3). Dicen: “América jamás será un país socialista”, lo mismo que declaró, y repitió, Donald Trump en sus últimos mítines. Lo mismo que declaró el vicepresidente, Mike Pence; lo mismo que escucharemos hasta la saciedad desde ahora hasta noviembre del año que viene.

placeholder Donald Trump frente a comida rápida para el College Football Playoff National Champion Clemson Tigers durante el cierre parcial del Gobierno, en la Casa Blanca. (Reuters)
Donald Trump frente a comida rápida para el College Football Playoff National Champion Clemson Tigers durante el cierre parcial del Gobierno, en la Casa Blanca. (Reuters)

El esfuerzo republicano es grande desde todos los puntos de vista; puede batir récords de coordinación, gasto y alcance; puede ser una maquinaria más engrasada y coherente que la de los demócratas, condenados a batallar todavía en unas primarias que pueden llegar a tener hasta 27 participantes. Pero a Trump se le presenta un camino difícil. En 2016 ganó la presidencia gracias una ventaja justísima en tres estados, con casi tres millones de votos menos que su rival, y los sondeos dicen que sus posibilidades en estos sitios está muy empañadas.

“Ahora mismo las encuestas en las primarias demócratas no significan mucho. La razón es que las preferencias de los votantes, dentro de un partido, son bastante fluidas”, explica el profesor Brian Arbour. “Las encuestas referentes a Donald Trump sí son más previsibles. Si miras a los índices de popularidad de George W. Bush en 2004, o de Barack Obama en 2012, verás que la proporción final de sus votos resultó muy cercana a su popularidad. Esperaría que Trump tenga una proporción del voto similar a su índice de aprobación”. Es decir, del 37 al 44%, si miramos estos dos años de mandato. En el último medio siglo nadie ha sido reelegido con menos del 50%.

Quizás por eso el presidente nunca ha dejado de hacer campaña. Antes incluso de ocupar el despacho oval en enero 2017, Donald Trump ya desveló el eslógan para su reelección en 2020: “Keep America Great”. Y como presidente ha encabezado 66 mítines, probablemente más que ningún otro mandatario en el cargo. Durante las pasadas elecciones legislativas, por ejemplo, dio más del triple de mítines que su antecesor Barack Obama durante el periodo equivalente. Porque, al final, la verdadera máquina electoral republicana es él mismo.

Donald Trump ganó las elecciones de 2016 casi como un guerrillero en territorio enemigo, sembrando el caos, sin hacer prisioneros, con un micrófono y una cuenta de Twitter. Está previsto que en 2020 mantenga el mismo instinto depredador, pero con una gran diferencia: esta vez gozará del púlpito presidencial y de la mayor maquinaria electoral jamás reunida. Por primera vez, el equipo de campaña de un candidato y el Comité Nacional Republicano se fundirán en la misma estructura; habrá más dinero, más estrategia, y, sobre todo, un Partido Republicano forjado a imagen y semejanza de Trump, libre de las dudas existenciales de hace cuatro años.

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