La encrucijada político-militar en el sur de Asia evidencia la falta de liderazgo mundial
La crisis militar entre India y Pakistán reaviva décadas de conflicto latente en un contexto de falta de liderazgo mundial que acentúa el dilema político de sus dirigentes, sujetos al recelo de sus bases
Pakistán entregó el viernes al comandante Abhinandan Varthaman capturado por su ejército tras el último ataque aéreo a India, que recibió como héroe de guerra al piloto que ha puesto rostro y pausa a la escalada militar entre las dos potencias nucleares; sin precedentes desde la guerra de 1971. Su repatriación cumple el “gesto de paz” prometido por el primer ministro paquistaní, Imran Khan, que gana crédito.
Islamabad toma el control de la narrativa ante su rival histórico con la confirmación de la presencia en Pakistán del líder del grupo Jaish-e-Mohammad (JeM) –autor del atentado contra 44 soldados indios en Cachemira el 14 de febrero que originó la crisis– ofreciéndose a procesarlo si India presenta evidencias de su implicación en la masacre. Pero fuentes de Delhi ya avisaron de que la liberación “no es pieza de negociación”, mientras que la oferta de diálogo paquistaní se topa con el silencio del primer ministro indio, Narendra Modi, centrado en presentar el enfriamiento como una victoria diplomática en su campaña electoral para los comicios de mayo.
La retórica de Modi, basada en el enaltecimiento del nacionalismo y del músculo militar, conecta con gran parte de su base electoral
El 'impasse' sugiere mediación activa, como hizo Estados Unidos en la guerra de Kargil de 1999 y en 2002 o con la visita de Condoleezza Rice a India tras los atentados en Bombay en 2008. Pero la ausencia de una secretaría para asuntos de Asia central y meridional en Washington habla por sí misma. Donald Trump dijo prestar ayuda diplomática y conocer “noticias razonablemente atractivas” –al tanto, quizá, de la liberación del piloto y del anuncio de la presencia del líder de JeM en Pakistán. Masood Azhar ha sido propuesto como terrorista ante el Consejo de Seguridad de la ONU desde 2010, con el solo veto de China; que rechaza esta designación para proteger sus intereses nucleares, militares y civiles con Islamabad mientras pide contención –la zona bombardeada por Delhi el martes está cerca de proyectos financiados por Pekín-.
Por su parte, Rusia ofrece ayuda antiterrorista a India pero el distanciamiento entre Washington e Islamabad acercan a la última a Moscú. Hoy, la falta de liderazgo mundial y la competición entre potencias deja el peso del diálogo a India y Pakistán; cuyas relaciones se hunden en la creación de ambos estados y en décadas de diplomacia estéril.
El sábado, el ministro de Exteriores de Pakistán, Shah Mahmood Qureshi, volvió a confirmar a la BBC que sabe el paradero del líder de JeM y estar dispuesto a juzgarlo. El discurso sigue la línea del de su primer ministro, Imran Khan, que se ofrecía a “hablar sobre terrorismo” tras su contraofensiva aérea del miércoles, para evitar un conflicto que, si crece, “no estará en mi control o en el control de Narendra Modi” –referencia velada al rol del ejército pakistaní en asuntos de un estado con arsenal nuclear. Pero la voluntad de cooperación del Ejecutivo de Pakistán contrasta con su insistencia en que India pruebe que JeM fue autor del atentado de Cachemira; asumido por el propio grupo.
Tan inverosímil como no haber respondido al ataque de India, sería permitir una lucha anti-terrorista que requiera ayuda externa
Una posición oficial que se remonta al origen del conflicto entre ambas naciones. El primer líder del Pakistán independiente, Muhammad Ali Jinnah, siempre negó haber instigado la primera invasión de Cachemira por parte de rebeldes armados por grupos paquistaníes. Pero les ofreció su apoyo tan pronto como India reaccionó; causando la primera guerra Indo-Paquistaní en 1947.
La primera oferta de diálogo anti-terrorista del nuevo Gobierno de Islamabad, aunque loable, tiene poco recorrido; atado como está el Estado de Pakistán a su ejército. Justificar el enorme presupuesto militar cuando se es incapaz de responder a una incursión extranjera fue difícil tras el asesinato de Bin Laden por tropas estadounidenses en suelo paquistaní en 2011. E imposible si la invasión la realizan aviones de combate indios, como en la madrugada del lunes al martes. Tan inverosímil como no haber respondido al ataque de India, sería permitir una cooperación anti-terrorista que requiera la ayuda externa para controlar militantes; poniendo en tela de juicio la capacidad y soberanía del ejército paquistaní en su propio territorio. Islamabad maneja la nueva narrativa pero su tradicional poderío militar está en entredicho con cada golpe de Delhi.
Por su parte, el Gobierno de India obvia la mano tendida por su enemigo histórico y traduce la escalada militar de esta semana como un mensaje de su determinación en la lucha contra el terrorismo, fuera y dentro de sus fronteras. Con la sombra de los comicios nacionales del próximo mayo, las declaraciones públicas durante la campaña electoral del primer ministro, Narendra Modi, se han limitado a espolear "la unidad del país" y "la respuesta militar contundente". Gran parte del circo mediático popular de India jalona la interpretación oficial de Delhi; situación aprovechada por Modi para criticar la tibieza anti-terrorista de anteriores gobiernos indios.
“El país esperaba que los responsables fuesen castigados [...] India vivió el 26/11 pero nada pasó”, dijo en referencia al opositor Partido del Congreso y su gestión de los atentados de Bombay de 2008, cuando el histórico grupo de la dinastía Nehru-Gandhi estaba en el gobierno. Su mensaje, lanzado el mismo día de la esperada liberación del piloto capturado por Pakistán, se completaba con la acusación a políticos de falta de patriotismo y de “ayudar a Pakistán y perjudicar a India”, mientras que insistía en exaltar la nueva visión que el mundo tiene del poderío militar indio.
A diferencia de su contraparte paquistaní, Modi evita la retórica de la diplomacia en base a décadas de intentos fallidos de diálogo antiterrorista, a pesar de que su Ejecutivo no lo ha intentado en cinco años de legislatura. Su gestión política del conflicto replica el papel de su partido en la Cachemira india. En junio de 2018, el conservador y nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP) se retiraba del inusual gobierno de coalición con el regional PDP después de tres años sin diálogo con el separatismo en el único estado indio de mayoría musulmana. Al contrario, su política centrada en la represión de militantes locales sumó cerca de 500 víctimas el año pasado, el más sangriento de la década. Su gestión dentro del gobierno de la región más problemática del país, y una de las más violentas del mundo, deja como balance múltiples denuncias de grupos de derechos humanos contra abusos de las fuerzas de seguridad indias, una oportunidad pérdida para el diálogo y la hostilidad local que es caldo de cultivo para la aceptación de grupos violentos.
La retórica de Modi, basada en el enaltecimiento del nacionalismo y del músculo militar de su Gobierno, conectan con gran parte de su base electoral en norte del país, regiones superpobladas y cuya demografía es mayoritariamente hindú e ideológicamente anti-musulmana –además de vitales en la concesión de escaños para el parlamento que surja tras los comicios generales. A la espera de su próximo gesto hacia Pakistán, Modi se enfrenta al dilema de retomar el discurso político y aceptar la sugerencia de encauzar el diálogo, defraudando a parte sustancial de sus votantes y arriesgando uno de sus principales avales políticos. O continuar con una escalada militar de final incierto y cuyas consecuencias se dejarían sentir en la economía india; el otro gran crédito de su legado al frente de la democracia más grande del mundo.
Pakistán entregó el viernes al comandante Abhinandan Varthaman capturado por su ejército tras el último ataque aéreo a India, que recibió como héroe de guerra al piloto que ha puesto rostro y pausa a la escalada militar entre las dos potencias nucleares; sin precedentes desde la guerra de 1971. Su repatriación cumple el “gesto de paz” prometido por el primer ministro paquistaní, Imran Khan, que gana crédito.
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