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El resurgir del europeísmo en Escocia, un atajo para la independencia
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El resurgir del europeísmo en Escocia, un atajo para la independencia

Los escoceses siempre se han definido como un pueblo europeísta, un sentimiento que ahora tratan de capitalizar los nacionalista para forzar un segundo referéndum de independencia

Foto: Manifestación pro-UE en Edimburgo, en marzo de 2018. (Reuters)
Manifestación pro-UE en Edimburgo, en marzo de 2018. (Reuters)

Graham Blythe, director de la Oficina de la Comisión Europea en Escocia, tiene un halo afligido cuando pasea por los pasillos de la sede de la máxima institución europea en Edimburgo. Muestra los posters de antiguos proyectos comunitarios, los afiches que promocionan el Programa Erasmus o los trípticos de las actividades de la propia oficina, con la misma melancolía con la que los padres enseñan las fotografías de los hijos que se acaban de ir a estudiar fuera, cuando eran pequeños y estaban aprendiendo a andar o a nadar.

A pesar de ser una de las oficinas externas más antiguas de la Comisión en toda la UE, sus días parecen contados. Si el 29 de marzo el Reino Unido abandona el bloque, los 44 años de servicio de la sede escocesa, situada en Alva Street, habrán llegado a su fin. “Entendemos que vamos a dejar un vacío muy grande en toda la sociedad escocesa”, admite Brythe, “hay muchos asuntos que quedarán pendientes, así como muchas historias de europeos viviendo en Escocia que estábamos atendiendo.” El corte será abrupto y simbólico: “La única sede de la Comisión en el Reino Unido será la de Londres, que se convertirá en una oficina exterior de la UE”.

Foto: La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon. (Reuters)

Ya en noviembre, la primera ministra escocesa, la independentista Nicola Sturgeon, envió una carta a Bruselas para reclamar a la UE que mantuviera la sede comunitaria en Edimburgo. En su misiva, la líder del SNP apelaba a la profunda comunión que ha habido siempre entre la UE y Escocia, alegando que la presencia de la sede ayudaría en la “continua colaboración” entre ambas partes en “asuntos de mutuo interés como el medio ambiente, la agricultura y la pesca.” La respuesta de la representante de la UE para la Política Exterior, Federica Mogherini, fue una tajante negativa: “La política de la UE alrededor del mundo, incluso con los aliados más estrechos, es la de mantener presencia institucional física solo en las capitales”.

Sin embargo, no parece que ese vaya a ser el desenlace real y que Londres sea la única ciudad donde la UE tendrá presencia institucional en el Reino Unido. Todo apunta a que Belfast también se quedará con su sede comunitaria. Los argumentos que se está esgrimiendo son conocidos: los Acuerdos del Viernes Santo y la cuadratura del círculo que supone la gestión de la frontera norirlandesa justifican la presencia física también en Belfast de la Comisión comunitaria. Este doble rasero irrita a los escoceses y también a Graham Blythe, por mucho que se muerda la lengua y cambie de tema cuando se le pregunta sobre este asunto, haciendo gala de una virtud clave para un diplomático: decir sin decir, actuar sin actuar.

placeholder Graham Blythe, frente a la Oficina de la Comisión Europea en Edimburgo. (E. Blanco)
Graham Blythe, frente a la Oficina de la Comisión Europea en Edimburgo. (E. Blanco)

De nuevo la independencia a flote

En el delicado puzle del Brexit, parece que la cuenta atrás para activar la bomba escocesa ya se ha programado. La posición de los independentistas del SNP ha sido de un equilibrismo cartesiano. Por una parte, el Brexit confrontaba claramente con los deseos de los escoceses, que votaron con un 62% a favor de quedarse. Pero, asimismo, abría una vía de agua enorme en el Reino Unido, demostrando que “la preciosa unión” en la que se ha enrocado la premier británica, Theresa May, es en realidad un castillo de naipes.

El SNP ha sabido nadar y guardar la ropa, instigando la necesidad de un segundo referéndum de la UE, pero haciéndolo con una cautela milimétrica. La idea es evitar que el arco político le eche en cara en una petición futura de nuevo referéndum escocés el hecho de poder tener una posición torticera o ventajista respecto a las votaciones de la población.

Dando por hecho que la agenda del SNP pasa sí o sí por la independencia, la pregunta es saber si lo que más les conviene a su estrategia es un intento de segunda votación en un contexto de Brexit revertido o si la independencia de Escocia estaría más cerca en un escenario donde el Reino Unido esté fuera de la UE. Las diferentes visiones respecto a la UE, en todo caso, parecen la mejor excusa. En este sentido, la propia Sturgeon lanzó un aviso para navegantes la pasada semana: “Como no votamos independencia, ahora nos vemos abocados a una situación indeseable de salida de la UE”.

Foto: Un hombre filma a la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, mientras habla a la prensa en Edimburgo tras las elecciones, el 9 de junio de 2017. (Reuters)

La posición del SNP en el actual rompecabezas político es clave. Los independentistas escoceses son el tercer partido con más representación en Westminster, con 35 parlamentarios, y ostentan el poder en Edimburgo. Pero, pese a esta buena salud electoral, no todas las voces de los independentistas escoceses claman abiertamente por un segundo referéndum. Hay que recordar que en la votación de 2014 hubo diez puntos de diferencia entre unionistas e independentistas y, pese a que todos coinciden de que el Brexit trastoca claramente esos números, parece complicado vislumbrar si el vuelco sería tan agresivo como para dar completamente la vuelta a la tortilla.

“La situación con Irlanda del Norte también hace dudar a muchos miembros del SNP”, admite el politólogo y creador del Think-Tank, Centro Escocés sobre Relaciones Europeas, Anthony Salamone: “Los políticos escoceses reconocen que tampoco sería ideal una Escocia independiente dentro de la UE y un Reino Unido fuera del bloque.” Y es que cuatro años y medio después del referéndum de independencia en Escocia la cuestión está incluso más viva que el devenir del propio e inminente Brexit. En Edimburgo no se analiza una cosa sin la otra. “Las estrategias van siempre solapadas”, asegura.

Para Salamone, “las realidades son muy diferentes y está claro que eso es un filón: en Inglaterra se demoniza la llegada de inmigrantes, mientras que en Escocia se necesitan; en Inglaterra se votó mayoritariamente por dejar la UE, en Escocia se votó claramente por seguir en el bloque.” Según los observadores, la primavera de 2021, con el polvo del Brexit más asentado, parece el escenario temporal que el SNP maneja para reclamar una segunda intentona independentista.

placeholder Puesto de comida en la frontera entre Escocia e Inglaterra. (E. Blanco)
Puesto de comida en la frontera entre Escocia e Inglaterra. (E. Blanco)

Voz europeísta, ¿latente o dirigida?

Mientras el marcaje político entre los partidos se hace más férreo, las calles de Edimburgo experimentan un incremento notable del europeísmo. “La Universidad es uno de los grandes motores de aperturismo que tiene Escocia y su capital”, admite Salamone, “la riqueza que generan la cantidad de extranjeros en una ciudad mucho más pequeña de lo que puede ser Londres, por ejemplo, se hace notar y tiene una gran influencia en el espíritu de la ciudadanía.”

No solo la Universidad es el único catalizador de un sentimiento europeo. El Fringe Festival, uno de los festivales teatrales más grandes del mundo, ha hecho de Edimburgo una de las capitales culturales del globo. Ed Bartlam, productor y co-fundador de Underbelly, uno de los sellos teatrales más reconocibles de todo el Reino Unido, admite que “los lazos europeístas que tiene la capital escocesa son muy particulares dentro del país”. El propio Bartlam y su equipo fueron los encargados de diseñar los festejos del Año Nuevo en Edimburgo, el célebre Hogmanay, un conjunto de actividades culturales y sociales que eclosionaron en una gran fiesta artística callejera. Los habitantes de Edimburgo y los miles de visitantes recibieron el 2019 con música, fuegos artificiales y una antorchada que acabó dibujando con fuego el contorno del mapa de Escocia en el parque de Holyrood.

Foto: Detalle de los calcetines del europarlamentario británico partidario del Brexit Nigel Farage en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, el 16 de diciembre de 2019. (Reuters) Opinión

El leit-motiv de las celebraciones de este año fue un canto de amor casi desesperado a Europa. “No estoy especialmente interesado en hacer política”, se desmarca Bartlam, “lo que quiero es involucrar a gente de diferentes lugares y generar una gran fiesta de color para escribir entre todos una gran carta de amor a Europa.” Y no es únicamente metafórica esta declaración de intenciones tiene una expresión real: seis cartas de amor a Europa -escritas por creadores escoceses y europeos- están proyectadas sobre seis icónicas fachadas de Edimburgo hasta el próximo 26 de enero.

Es complicado interpretar el fervor europeísta que se expresa en las calles escocesas en estos momentos. ¿De dónde parte? Puede que sea de una nostalgia anticipadora en estos prolegómenos de la salida efectiva del Reino Unido de la UE. Escocia siempre se ha definido como una nación europeísta y la opinión mayoritaria es contraria a que el país abandone el bloque.

Pero, seguramente, la nostalgia no lo explica todo. La agenda independentista sabe que la manera legítima que tiene de impulsar una segunda consulta es apelando a algo así como un europeísmo arrebatado por la fuerza. A su condición de nación europea que queda forzada a salir del bloque. Parece irónico que el espíritu salvaje mitológico de los Highlands que glosó Walter Scott en su obra, vertebrando en parte el discurso emocional de la independencia escocesa, ahora mire a la burocrática Bruselas (al menos como estrategia política) para reclamar una segunda oportunidad para la emancipación escocesa.

Graham Blythe, director de la Oficina de la Comisión Europea en Escocia, tiene un halo afligido cuando pasea por los pasillos de la sede de la máxima institución europea en Edimburgo. Muestra los posters de antiguos proyectos comunitarios, los afiches que promocionan el Programa Erasmus o los trípticos de las actividades de la propia oficina, con la misma melancolía con la que los padres enseñan las fotografías de los hijos que se acaban de ir a estudiar fuera, cuando eran pequeños y estaban aprendiendo a andar o a nadar.

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