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El grave error de cálculo de Londres: Merkel no puede 'rescatar' a May, aunque quiera
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la canciller teme un brexit sin acuerdo

El grave error de cálculo de Londres: Merkel no puede 'rescatar' a May, aunque quiera

Uno de los errores de Londres ha sido creer que bastaría con que Angela Merkel, canciller alemana, estuviera del lado británico. Pero en la UE todo es más complicado

Foto:  La canciller alemana, Angela Merkel, a su llegada la reunión de líderes de la UE, en Bruselas, el 13 de diciembre de 2018. (EFE)
La canciller alemana, Angela Merkel, a su llegada la reunión de líderes de la UE, en Bruselas, el 13 de diciembre de 2018. (EFE)

Pocos han entendido mejor que el Reino Unido el funcionamiento de la Unión Europea. Durante cuatro décadas, Londres ha dominado Bruselas en muchos aspectos gracias a su comprensión de los mecanismos internos de la esfera comunitaria. En 2004, cuando se produjo la gran ampliación que dio entrada en la Unión Europea a países satélites de la antigua URSS como Polonia, Hungría, República Checa o Estonia, una operación patrocinada por Londres, los británicos impulsaron el uso del inglés para las negociaciones y documentos oficiales, porque el antiguo bloque soviético no controlaba el francés. ¿Casualidad? Ninguna. El Reino Unido contó desde entonces con la ventaja de trabajar en su lengua materna, y eso, en una UE en la que cada palabra, coma y punto pueden marcar la diferencia, es una ventaja crucial.

Esa anécdota da una idea de cómo Londres comprendía el funcionamiento de la UE y cómo debía mover las fichas a su favor. En 2016, cuando David Cameron perdió el referéndum y se comenzó el camino hacia el Brexit, el Gobierno británico dejó de escuchar a los magníficos técnicos con los que contaba y empezó a guiarse por los mandatos políticos de un grupo de diputados euroescépticos, como mostró el discurso de Lancaster House de Theresa May, en el que marcó el camino hacia un Brexit duro absolutamente innecesario, ya que en el referéndum no se especificaba la salida del mercado único. Un discurso, aquel de enero de 2017, que ha acabado condenando las negociaciones a la situación en la que se encuentra hoy. ¿Por qué? Porque el Brexit duro nunca contó con una mayoría parlamentaria. Pero, ¿qué más daba entonces?

Esa misma torpeza se reflejó en su gestión de las negociaciones. Los ‘hombres de May’, personajes como Boris Johnson o David Davis, euroescépticos con poca experiencia en el Gobierno y en negociaciones internacionales, auguraron que la UE acabaría cediendo en todo por miedo a perder un socio comercial. También señalaron que Bruselas no se mantendría del lado de Irlanda en su pulso con Londres, porque Dublín era menos importante que el Reino Unido, sin caer en un detalle: ahora la República de Irlanda era miembro de la UE, y el Estado británico estaba en la rampa de salida. Y la Unión Europea siempre se alinea con los suyos, que ahora eran los irlandeses.

Foto: Un manifestante antiBrexit sostiene una pancarta ante el Parlamento británico, en Londres. (Reuters)
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Al final, para salvar la situación, May tuvo que acabar poniendo las negociaciones en manos de los técnicos, en concreto del funcionario Olly Robbins. Ha habido tres ministros del Brexit supuestamente encargados de las conversaciones. Pero ninguno de ellos, salvo en un comienzo David Davis, ha llegado a controlarlas.

Merkel, la salvadora

Uno de los errores cometidos fue creer en la idea de que Angela Merkel, canciller alemana, acabaría acudiendo al rescate en el último momento para evita el desastre. El tabloide británico 'The Sun' ha publicado este martes que la líder germana habría ofrecido a May más garantías una vez el acuerdo sea rechazado por el Parlamento británico.

Un portavoz del Gobierno alemán ha negado esas informaciones. “La canciller no ha dado garantías más allá de las que fueron discutidas por el Consejo Europeo en diciembre y lo que se ha expuesto en la carta de Jean-Claude Juncker (presidente de la Comisión) y Donald Tusk (presidente del Consejo)”, ha asegurado.

Pero Merkel no puede ir al rescate de May. No es que no quiera, porque en Berlín, donde al inicio de las negociaciones con el Reino Unido se apostaba por una estrategia dura y sin concesiones, ha entrado el miedo a un Brexit sin acuerdo. Es que, sencillamente, no puede.

Los técnicos británicos, esos a los que May rara vez ha escuchado durante los dos años de negociación -solo ha seguido sus consejos en momentos de crisis total-, lo saben perfectamente. En esto la UE actúa por unanimidad. Y a nadie interesa un no acuerdo, pero a muchos tampoco les interesa dar la sensación de que la falta de profesionalidad con la que el Reino Unido ha manejado las conversaciones puede salir gratis.

Foto: Una manifestante a favor del Brexit se manifiesta ante el Parlamento británico, en Londres. (Reuters)

Alemania indudablemente puede mover muchas fichas. Además cuenta con el apoyo de Países Bajos e Irlanda, que durante las últimas semanas han mantenido un intensísimo contacto con el Gobierno británico. Contarán con países que tienen poca mentalidad europea y centrados en evitar el ‘shock’ económico, como España o Dinamarca. Pero eso no basta.

Cualquier tipo de concesión en la que Berlín pueda estar trabajando no puede dañar el ‘backstop’ irlandés, un mecanismo que garantiza que no surja una frontera dura con Irlanda del Norte y que, según el Gobierno británico, es lo que hace que el acuerdo no salga adelante. La UE ha defendido durante todo este tiempo que estará del lado irlandés por la sencilla explicación dada antes: porque Dublín forma parte del club comunitario, y Londres dejará de hacerlo.

A la Comisión Europea, que ha estado a cargo de estas negociaciones, le preocupa especialmente que a un nivel político, en el Consejo Europeo, que es donde se sientan los líderes de los países de la UE, se decida tomar alguna medida que pueda hacer que Irlanda se sienta desplazada o abandonada por sus socios, porque mandaría el mensaje totalmente erróneo de que formar parte del club no tiene toda la utilidad que se ha prometido durante los dos años de negociación.

placeholder Manifestantes protestan contra el Brexit frente al Parlamento británico en Londres. (EFE)
Manifestantes protestan contra el Brexit frente al Parlamento británico en Londres. (EFE)

Además, el caso irlandés es especialmente espinoso. Cuando se produjo el resultado del referéndum de 2016 todos miraron a Irlanda. Dublín siempre ha ido de la mano de Londres en política internacional, y eso hacía pensar a algunos que el Ejecutivo entonces dirigido por Enda Kenny se podía plantear salir también de la UE. Pero la respuesta de Irlanda fue contundente: ellos, en contra de la tradición política, en contra del brutal impacto económico y social de la salida británica, se quedaban en el club. Y eso, en una Europa que sufría una crisis existencial, había que protegerlo.

Merkel no puede llamar y prometer a May algo que no tiene acordado con el resto de socios. Y sí, la UE se verá obligada a mover sus posiciones una vez el texto sea rechazado, pero lo hará dependiendo de si la primera ministra británica conserva el puesto y de cuáles sean los siguientes pasos marcados por el Reino Unido.

Si, por ejemplo, Londres no decide mover sus líneas rojas, que son que el país no permanecerá en el mercado único ni la unión aduanera, entonces la Unión solo puede hacer algunos cambios cosméticos.

En cualquier caso es el Consejo en bloque, y no Merkel, el que decidirá qué hacer. Aunque la canciller alemana está cada vez más preocupada por la posibilidad de un Brexit sin acuerdo, como también lo está el presidente francés Emmanuel Macron, ella no puede hacer concesiones a May. Y si las hace durante una conversación telefónica, eso no significa nada más que la posición de Alemania. Influyente, sí. Pero Berlín no es la UE. Si el Reino Unido hubiera comprendido esto al comienzo del proceso seguramente May se habría ahorrado mucho tiempo intentando pasar por encima del negociador europeo, el francés Michel Barnier.

Pocos han entendido mejor que el Reino Unido el funcionamiento de la Unión Europea. Durante cuatro décadas, Londres ha dominado Bruselas en muchos aspectos gracias a su comprensión de los mecanismos internos de la esfera comunitaria. En 2004, cuando se produjo la gran ampliación que dio entrada en la Unión Europea a países satélites de la antigua URSS como Polonia, Hungría, República Checa o Estonia, una operación patrocinada por Londres, los británicos impulsaron el uso del inglés para las negociaciones y documentos oficiales, porque el antiguo bloque soviético no controlaba el francés. ¿Casualidad? Ninguna. El Reino Unido contó desde entonces con la ventaja de trabajar en su lengua materna, y eso, en una UE en la que cada palabra, coma y punto pueden marcar la diferencia, es una ventaja crucial.

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