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Desigualdad, fuga de inversores y paz social: Sudáfrica, cinco años después de Mandela
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¿en qué consiste el legado de madiba?

Desigualdad, fuga de inversores y paz social: Sudáfrica, cinco años después de Mandela

Cinco años después de la muerte de Mandela analizamos en qué consiste su legado, qué país contribuyó a construir y cómo ha cambiado desde la muerte del primer arquitecto de su democracia

Foto: Nelson Mandela junto a su exmujer poco después de salir de prisión. (Reuters)
Nelson Mandela junto a su exmujer poco después de salir de prisión. (Reuters)

Hace hoy cinco años, cuando faltaban pocos minutos para la medianoche, millones de sudafricanos vieron por televisión un mensaje institucional inusualmente emotivo. El ya muy impopular presidente de entonces, Jacob Zuma, se dirigía a la nación en uno de sus discursos en la cadena pública. Pero esta vez no era para responder a las demandas de unos huelguistas o comunicar un cambio de ministros. Para muchos ciudadanos de Sudáfrica, el presidente tenía por una vez algo que decir. Traía una noticia triste pero esperada, ante la que no cabía el cinismo habitual con que solían recibirse las intervenciones de Zuma.

Después de meses de agonía seguida a tiempo real por medios de todo el mundo había muerto Nelson Mandela. El fallecimiento de este símbolo mundial de magnanimidad y rectitud moral provocaba en todo el mundo una ola de reconocimiento con pocos precedentes históricos. Y sumergía a los sudafricanos, de nuevo sin distinción de raza, en un sentido duelo festivo, en el que la celebración de un legado prácticamente indiscutido se fundía con la emoción por el fin de una vida bien vivida.

"Sudáfrica tiene muchos grupos étnicos diferentes. El hecho de que coexistan en paz es algo parecido a un milagro"

Cinco años después de aquello este diario se pregunta en qué consiste ese legado, qué país contribuyó a construir y cómo ha cambiado Sudáfrica desde la muerte del primer arquitecto de su democracia. "Siempre me gusta comparar el legado de Mandela con los que dejaron otros liderazgos en el resto de África", dice a El Confidencial Sindile Vabaza, un emprendedor y analista político de 29 años. Vabaza destaca la conocida labor de reconciliación de Nelson Mandela, que con un proyecto democrático inédito en la historia de las independencias africanas permitió "ser parte" de la nueva Sudáfrica a la minoría blanca que durante siglos había marginado a los negros.

Pero este joven intelectual va más allá de los puentes que el primer presidente negro de Sudáfrica tendió hacia sus compatriotas de origen europeo, y compara los conflictos tribales que han vivido muchas sociedades del continente tras la salida del poder del hombre blanco con el caso de su país. "Sudáfrica tiene muchos grupos étnicos diferentes, y el hecho de que todos ellos coexistan en paz, sin demasiada animosidad, es algo parecido a un milagro que se debe al liderazgo moral de Nelson Mandela".

Foto: Bernadette Hall, cuyo marido fue asesinado, frente al ganado que tiene en su granja. (Oratile Mokgatla)

Además de una paz social que no ha llegado a quebrarse pese a las muchas tensiones a las que la someten las brutales desigualdades y la historia de opresión y violencia del país, la Constitución de 1996 es otro de los puntales del proyecto político que lideró Mandela que sobrevive con admirable vigor. Más allá de los debates abiertos sobre su interpretación y enmienda, este texto alabado internacionalmente por su progresismo y espíritu garantista cuenta con la adhesión de casi todo el arco político y el espectro ideológico. “Sudáfrica fue el cuarto país del mundo en reconocer igualdad en el matrimonio”, afirma Vabaza sobre la disposición de esta Carta Magna que permite a los homosexuales casarse y adoptar niños.

“En el resto del continente la gente ataca a los gais con ayuda del gobierno. Al menos en Sudáfrica puede recurrir a la ley ante cualquier abuso”, remacha antes de subrayar la importancia de la separación de poderes y la limitación de poder que la Constitución estableció y Mandela, que pese a su popularidad se retiró de la vida pública tras un solo mandato, siempre se preocupó por respetar y promover.

Fueron precisamente estos contrapesos al poder del Ejecutivo los que permitieron al país atravesar relativamente inerme la época de Zuma ( 2009-2018), un presidente con más de 700 cargos por corrupción aún abiertos en los tribunales y que fue implicado en numerosos abusos y atropellos a la ley durante su años en la presidencia. Durante ese tiempo, los tribunales demostraron su independencia y fallaron en varias ocasiones en su contra. La entonces Defensora del Pueblo, Thuli Madonsela, denunció -pese a deber su nombramiento al presidente- los gastos indebidos de dinero público en que incurrió Zuma al reformar su residencia privada. Después de muchas amenazas y presiones en contra, Madonsela consiguió que el Tribunal Constitucional declarara vinculante su informe sobre el caso y obligara a Zuma a devolver parte del dinero público invertido en su casa.

Sobre el ejemplo de Mandela en este sentido, Madonsela, una rigurosa experta en derecho con estudios en Harvard, escribió en su día: “Siempre lo admiraremos por someter de buena voluntad a su Administración al escrutinio de contrapesos de poder como los tribunales y las instituciones que apoyan la democracia cuando sus acciones despertaban dudas. Y lo hizo sin tratar como un motivo de irritación estos mecanismos de control tan importantes”.

placeholder Nelson Mandela saluda a miles de seguidores en Harlem, Nueva York, el 21 de junio de 1990. (Reuters)
Nelson Mandela saluda a miles de seguidores en Harlem, Nueva York, el 21 de junio de 1990. (Reuters)

Acorralado por la prensa, la opinión pública y los tribunales, Zuma fue obligado a dimitir por su propio partido, el Congreso Nacional Africano (CNA) de Mandela tras ser acusado infinidad de meses de traicionar el legado del primer presidente negro de Sudáfrica.

La salida de Zuma del Gobierno, y la derrota de quienes le apoyaban en el congreso para decidir su sucesor al frente del partido, son las grandes novedades de la política sudafricana en estos cinco años sin Mandela. Investigaciones periodísticas como el libro 'The president’s keepers', de Jacques Pauw, contribuyeron a la caída de Zuma y revelaron el daño que su presidencia y su relación clientelar con la familia Gupta (unos empresarios de origen indio cuya influencia indebida ha sido documentada por varios exministros) a instituciones como el fisco y a casi todas las empresas públicas. Pese al alcance de estos daños, la democracia sudafricana superó muchas pruebas durante la era Zuma, y la convivencia sobrevivió al discurso más agresivo de polarización racial desde el Gobierno que el país había visto desde la caída del régimen supremacista blanco.

Para el analista político Sihle Ngobese, lo más positivo de la era Zuma fue la consalidación de la sociedad civil, que se movilizó masivamente contra los atropellos del gobierno y logró unir a millones de sudafricanos en torno a su mensaje de regeneración y valores cívicos. Según Ngobese, el CNA ha abandonado en gran medida la apuesta por limitar el poder y el discurso de unidad que caracterizó a Mandela. El comentarista pone como ejemplo de esto último que el sucesor de Zuma en la presidencia, Cyril Ramaphosa, siga utilizando la expresión “our people” para referirse solo a una parte de la población, los sudafricanos negros. Ngobese ve en la sociedad civil más que en ningún otro sitio la vigencia de los valores que encarnó Mandela, y cita a varios grupos cívicos multirraciales que se vertebran sobre el eje de intereses comunes de todos los sudafricanos (servicios públicos, sanidad, derechos humanos) como los herederos más fieles del primer presidente democrático.

Sin avances hacia la igualdad

Uno de los grandes retos de la Sudáfrica post-Mandela sigue siendo la pobreza en la que continúa sumida buena parte de la población negra marginada durante siglos. Factores como el desastroso estado de muchas escuelas públicas, el deterioro de una administración elegida a menudo por criterios políticos y no técnicos y la corrupción han paralizado en la última década los avances hacia la igualdad que experimentó la Sudáfrica democrática al principio.

A todo ello hay que añadirle el estancamiento de la economía en la última década, y un desempleo juvenil que se acerca al 50% en las antiguas zonas segregadas negras (donde vive la mayor parte de la población) y es el caldo de cultivo perfecto para la alta criminalidad y los discursos populistas que amenazan la estabilidad y la concordia. La falta de inversión, extranjera y nacional, es uno de los obstáculos para el crecimiento y la creación de puestos de trabajo. “Vamos a tener probablemente una economía sin crecimiento o con muy poco crecimiento en los próximos dos o más años”, dice a El Confidencial Ian Cruickshanks, jefe de la división económica del Instituto de Relaciones Raciales, un prestigioso think-tank sudafricano.

placeholder Una estatua de Nelson Mandela ante la puerta del Drakenstein Correctional Centre, cerca de Paarl, en la provincia Cabo Occidental. (Reuters)
Una estatua de Nelson Mandela ante la puerta del Drakenstein Correctional Centre, cerca de Paarl, en la provincia Cabo Occidental. (Reuters)

Para ilustrar la postura de los grandes inversores extranjeros, Cruickshanks cuenta la conversación que tuvo con los responsables de una gran empresa de manufacturas internacional que retiró su producción de Sudáfrica recientemente. Los inversores citaron la falta de seguridad empresarial debido a las repetidas modificaciones en las leyes que exigen más contribución social a las empresas, el precio cambiante de una electricidad cuyo suministro se interrumpe a menudo y las constantes huelgas que afectan a la productividad. A esto se han sumado ahora los planes del Gobierno de expropiar tierras sin compensación para corregir las injusticias raciales del pasado, una iniciativa recibida con desconfianza por los mismos inversores extranjeros que Ramaphosa busca desesperadamente atraer para devolver al país a la senda del crecimiento de la que tanto se benefició en la década de 2000.

El sueño de democracia y justicia social representado por Mandela nunca estuvo tan cerca de ser una realidad como en los años del expresidente Thabo Mbeki (1999-2008), durante los que un clima favorable a la inversión contribuyó a que el país creciera a una media de más de un 4% y la clase media negra se expandió de manera fulgurante. Estos éxitos económicos permitieron además ampliar la recaudación de impuestos y financiar así masivas inversiones en servicios públicos.

Las dificultades económicas que el país ha experimentado desde entonces y la frustración con el Gobierno son la principal explicación de un malestar social que ha hecho a muchos sudafricanos distanciarse del proyecto de construcción nacional concebido por Mandela, sobre todo durante la era Zuma. Este sentimiento, explica Sindile Vabaza, ha llevado a una especie de revival de la identidad, en el que personas de todos los grupos raciales reivindican sus intereses como comunidad separada por encima de las necesidades que comparten todos los sudafricanos. “Cuando teníamos la buena voluntad que transmitió Mandela la mayoría de sudafricanos se veían como parte de la solución, y necesitamos regresar a ese punto básico”, señala Vabaza, que apela al “pragmatismo” de la gente para ver “la humanidad en el otro” y trabajar en los retos comunes que se le presentan a esta sociedad.

Sin embargo, y a pesar de todas las imperfecciones, el legado de Mandela es a día de hoy una realidad sólida y tangible. Como ha dicho en alguna ocasión el periodista John Carlin, que conoció bien a Mandela y cubrió la parte más decisiva de su vida política, Sudáfrica tiene inmensos problemas, pero los sigue abordando a través del debate público y las instituciones democráticas y no como países como Rusia, Libia o Zimabue. Y, viendo la tumultuosa situación con que en 1994 se encontró Mandela, tenía muchos números para convertirse en uno de ellos.

Hace hoy cinco años, cuando faltaban pocos minutos para la medianoche, millones de sudafricanos vieron por televisión un mensaje institucional inusualmente emotivo. El ya muy impopular presidente de entonces, Jacob Zuma, se dirigía a la nación en uno de sus discursos en la cadena pública. Pero esta vez no era para responder a las demandas de unos huelguistas o comunicar un cambio de ministros. Para muchos ciudadanos de Sudáfrica, el presidente tenía por una vez algo que decir. Traía una noticia triste pero esperada, ante la que no cabía el cinismo habitual con que solían recibirse las intervenciones de Zuma.

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